-No quiero volver a verte nunca más
-dijo la pequeña agitando su varita mágica.
La muñeca de porcelana mayor se fue
desvaneciendo poco a poco hasta que la nada ocupó su lugar. La
mediana se arrodilló temblorosa e imploró perdón. Mientras, los
soldaditos de plomo avanzaban sigilosamente por debajo de la cama
para poder apresar a la pequeña. La ratita presumida, que lo
observaba todo desde su hamaca rosa, mordió la manzana envenenada y
durmió para siempre. El espejito mágico volvió a reconstruirse y
el lobo feroz pudo regresar por fin a los pies de la pequeña muñeca
malvada.