La poesía de Pancho Muñoz

 


Pancho Muñoz tiene una percepción extraordinaria de las cosas que varían -que dicen lo que no dicen- en la vida ordinaria. Su amistad me deparó sentir que podía haber una extraña luz cordial en los infinitos desastres del microcosmos. Siempre, una posible vuelta de tuerca que los hace entrañables, un giro que convierte la melancolía y la pérdida compartidas en una forma de ser argentinos. La bruma que se disipa y nos empapa, lo que nos reconcilia con nosotros, seres perdidos en un naufragio feliz.

Esto es lo primero que quiero decir. Es lo primero que se me ocurrió, porque quiero a Pancho profundamente.


La poesía de Pancho Muñoz es igual. El tipo celebra pero es taimado. Sabe que no se puede celebrar ad infinitum porque nos haríamos tontos o hipócritas, o, lo que es peor, ególatras, imbéciles. Y anota en una libreta al sol su inventario de lo celebrado ("Escribo como quien hace una cuenta"). Anota: "Tenga cuidado con lo que come y también tenga cuidado con lo que tira y con las cosas que terminan". La siempre imprevisible deriva de lo sentimientos y de las cosas convierte a Muñoz en un filósofo hermético.

Su poesía se mueve entre la constatación y el desconcierto. Cuando ve lo que vive y lo que escribe, celebra. Cuando la vida se hace insólita, cuando la sucesión de pérdidas y recuperaciones, muertes y nacimientos, marea, entonces filosofa, construye aforismos abiertos: "Uno no puede ponerse a escribir sin darse cuenta./ Vivir es otra cosa". O: "Quien no cuida,/ no conserva ni aunque guarde". Cuando habla con la experiencia, se pone irónico, se convierte en una especie de viejo Vizcacha que no cree ni en el cinismo, porque todavía aguarda qué creer: "Hay que acostumbrarse, sea en donde sea, a mirar con detenido cuidado la fecha de vencimiento de sea lo que sea que usted tenga en la mano dispuesto a llevarse para casa" ("Reflexión cabeza de góndola"). Las  verdades "peronistas", la apología de lo asertivo, no son más que una serie de juegos con el sentido consagrado. El proceso se completa y complementa con la "equitación", la práctica de un arte lejano - japonés-, que nos aleja de nosotros para mirarnos un poco.

Indecorosamente, la reflexión criolla se va yendo hacia lo largo, hacia el discurso en el que el personaje Pancho dialoga con su maestro acerca de lo que se debe romper y lo que se debe armar, con poco más que un bolso de herramientas. Por último, celebra también de forma extensa el amor que viene y va, embocando comparaciones, metáforas, declaraciones.  Entre los poemas largos, en este libro hay uno de los mejores que se escribieron entre la última poesía de este país. "Bacota. Carpa 9" funciona mediante un mecanismo simple: registrar lo que pasa, en espera de la epifanía, que pasará, confundida con lo que pasa: "Pasó un tipo parecido a alguien / Pasó un sordo ensimismado y uno con walkman / Pasó algo". ¿Cuándo ha pasado "algo"? ¿Cuándo nos pasa algo? ¿Cuándo pasa? Esto es preguntarse cuándo lo que es, es. Esta magnífica ambigüedad del presente, paradójicamente mueve la poesía de Muñoz hacia el futuro. En el que espera encontrar el pasado, en el que soñaba el futuro. Y su dicha, fugitiva, como las cosas que pasan.

Jorge Aulicino

Para 20 poemas peronistas y equitación japonesa, Ediciones CICCUS, Buenos Aires, 2008

Foto: Jorge Larrosa / Página 12

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