UN ABRAZO SÍ HACE VERANO
Es este un trabajo de extraña composición fílmica, nutrido al
mismo tiempo por paisajes anímicos fantasmales y por un estilo sublime que recubre la rudeza
telúrica dispuesta para desunir y unir los personajes y su juego. Sencillez y rusticidad obran como
contenedoras de las agrestes fuerzas -que se dejan ver calmas en una primera parte-
ilustradas por esplendorosos fondos
fotográficos; se trata de un magno largometraje que extraña lo entrañable en
una atmósfera hostil para el encuentro tosco de dos soledades, para una pugna
de saberes retenida al principio por el
dominio del más fuerte.
Dos hombres, uno maduro y uno joven se ven obligados a
convivir en una estación meteorológica del ártico; sólo los acompaña la
inmensidad de los paisajes blancos y helados, más el susurro de las ráfagas de
brisas a falta de camaradería entre
ambos. Las diferencias entre los dos
solitarios personajes ni siquiera se
abren en los pocos diálogos que se logran establecer, cada vez más
cerrados. La distancia abismal cercena la cercanía de espíritus, de ánimos,
entre sujetos. Sergei, artesano probo de
su Estación, no convida al muchacho a su
amistad; sólo lanza órdenes y empujones; su talante frío como su estancia en la nieve, no permite
abrigar mayor esperanza de intercambio
de ideas y pareceres al joven Pasha, quien tras fallidos intentos de
acercamiento debe callar tanto sus reconocidos conocimientos académicos como su extrañeza ante el
comportamiento de su avezado maestro. Más extraña parece su obediencia calma, rota sólo en instantes de respetuosos reclamos ante su Jefe, quien, asiendo su carácter rudo responde con golpes,
sembrando temores, quizás protegiéndose de afectos.
El recelo, más que un trámite de
desconfianza, o garantía de poder, se adivina como forma de comunicación, como
expresión corporal del ánimo, como lazo
invisible que se tiende, sólo en caso de avalancha de soledad.
En el extenso metraje, la tensión de silencios que se propone, pareciera
sobrellevar la carga expresiva que se
narra, permitiendo avizorar un portentoso ejercicio de cine mínimo y reservando al tiempo un inadvertido lugar para una aventura de
supervivencia ambiental, concebida no sólo como la lucha por permanecer en un
terreno inhóspito sino también como condición de forja moral y emocional. El ensayo fílmico entonces resulta más
ambicioso de lo que se presentaba como menuda
y sencilla propuesta artística. La magnificencia de la fotografía arropa
las pieles del maestro rústico y a quien
él considera su imberbe aprendiz; la simplicidad de la historia deja estallar
la complejidad psíquica que se revela sin necesidad de romper los hielos: aquí
todo se desliza en la superficie. Se pone en cubierta la amargura de Sergei que
ocultaba su ternura y el desenfado juvenil de Pasha que ocultaba su miedo y su
dolor. En cada plano de la misteriosa
atmósfera – allende la niebla- nos ofrece el director Popogresky una superficie de hielo frágil que no se rompe
con golpes fuertes, ni con hostiles silencios.
Una trágica noticia que se convierte en secreto pone frente
a frente miedo y compasión; por temor a Sergei, Pasha, esconde lo que debe
decirle, pero también lo hace por compartir
el dolor que suscitaría. Siendo el miedo más fuerte, emprende un
peligroso escape, desde allí el telurismo se hace conductor de la trama y de
las luchas que adoptan un clima más convulso y un ritmo igualmente trepidante.
No acontece empero una guerra por el poder, ni siquiera por
pura supervivencia; se trata de una búsqueda del otro ; una escalada de
sacrificios para saberse Sujeto en un otro que visto tan cercano se
desdibuja o se ve desvanecido por la
niebla. La huída es un encuentro, no hay cacería en la persecución de Sergei
a Pasha, sólo hay miedos a los lazos y a
su vez anhelos de anudarlos. Sobre esta contradicción se erige el dolor que los
termina fundiendo.
La aventura empero se precisa desde un primer momento, en el
que parece que la acción no va entrar en escena; se expresa en el choque de personalidades que no arrojan
muchas pistas sobre sí; el temperamento dócil del recién graduado Danilov no
informa de pretensiones abisales; en cambio su maestro se insufla con aires de
suficiencia, de gélido desprecio a lo débil , a lo sofisticado y frágil del
discurso académico. Con su rigor militarista no llega a precisar qué pretende,
qué quiere forjar en su joven compañero de trabajo, a quien trata como
subalterno, sometiéndolo, reduciéndolo, gobernándolo ¿como a un incapaz? ¿cómo
a un hijo? ¿Cómo a un sirviente? En la película los personajes posan en su
inexpresividad, no se dilapidan gestos, se ahorran palabras; no se desbordan
miradas, sólo los golpes y empujones al joven principiante delatarían un signo
de ese algo que aunque flota en el hielo, no escarcha la mirada expectante de
quien sigue los pasos de los personajes. No hay camaradería, no hay una
convivencia en planos equitativos, no hay mayores ganas de efectuar
reclamos… sólo instantes inmersos en reflejos de discreta ira, y el temor
reverencial que da luces tenues, atravesando la bruma de los silencios
habituales, para acercarse al otro, -¿al Otro?- , para lanzarle un hilo, de la
red que se niegan a tejer, así Serguei sea muy hábil pescando...
Hielos que el navío académico no pudo romper, cincelado por el saber
rústico, por el artesano; vaivenes de dos almas esculpidas en cristales
antárticos, biseladas a mano, con rudeza, a manos duras golpeando
temores; el film trasega por rigores dominado expresiones de miedo, por miedos presentándose ante la
muerte para no morir sin afrontarla, sin enrostrarle la verdad debida y
no dicha en su momento… truchas contaminadas para un nuevo y tácito
pacto de amistad.
Un abrazo, una despedida, podrían romper el hielo; el
encuentro podría presentarse con una separación…
No sobra hacer mención del impecable trabajo actoral colectivo, porque más que dos interpretaciones individuales vehementes, Sergei Puskepalis (Sergei) y Grigory Dobrygin (Pasha) logran integrar tan bien su actuaciones, hacer tan creible el lazo difuso de los portagonistas, la dejadez de sus intenciones y más aún, de sus limbos emocionales, que hacen pensar en una unidad simbólica, un juego de identificaciones y agresiones en el que cada quien sólo es reconocible a través del otro. Un oso polar que irrumpe en algún momento del esacape de Danilov, podría haber obrado como vaticinio del muy merecido Oso de Plata con el cual fueron galardonados estos dos actores; fue imposible dar un premio sólo a uno de ellos; el galardón tenía que otorgarse al dúo, para ser justos...
Título Original: Kak ya provel etim letom
País: Rusia
Año:2010
Director: Aleksei Popogrebsky
Guión: Aleksei Popogrebsky
Fotografía: Pavel Kostomarov
TRAILER