Los antiguos habitantes del valle de México, los mexicas o aztecas constituían una sociedad de cazadores recolectores para los que todo su universo giraba en torno a la naturaleza que les rodeaba. De esta manera, la representación terrenal de sus divinidades recaía a menudo en los más llamativos representantes de la fauna local. Así, el precioso quetzal (Pharomachrus moccino) encarnaba la figura de la principal divinidad del panteón mesoamericano, la serpiente emplumada, el mítico Quetzalcoaltl. Por su lado, el poderoso jaguar (Panthera onca), era el encargado en la mitología azteca y maya de garantizar la transición entre el sol y la luna, entre el día y la noche.
Sin embargo ninguna de estas criaturas mitad animal mitad
dios es tan extraña como la que nos ocupa. El extraordinario ajolote (Ambystoma mexicanum) era la encarnación
terrenal del hermano gemelo del dios supremo Quetzalcoaltl, el dios de la
deformidad y la enfermedad Xólotl.
Según el mito de la creación del Quinto Sol, Quetzalcoaltl
reunió en la ciudad sagrada de Teotihuacán a los dioses y les ordenó
sacrificarse para de esta manera, permitir el nacimiento del quinto Sol. Xólotl
se negó a morir y huyó del sacrificio escondiéndose en el agua y
transformándose en un ajolote. Sin embargo, el disfraz no le sirvió y su
hermano Quetzalcoaltl envió al Viento, quien le descubrió y sacrificó
permitiendo así que el período del Quinto Sol (en el que nos encontramos
actualmente) diera comienzo. A raíz de este mito, la cultura azteca nombró a la
criatura en que se transformó Xólotl, Axolotl( atl: agua; xolotl: monstruo).
De vuelta a nuestros días, puede que el ajolote haya perdido
su misticismo pero no ha perdido la serie de particularidades físicas que lo
hacen único. Pertenece al género Ambystoma, endémico de América al que también
pertenecen las salamandras topo. Su único bastión es el lago mexicano de
Xochimilco allí puede vivir, aunque cada vez con más dificultades, hasta
veinticinco años, llegando a alcanzar los treinta centímetros sin abandonar en ningún momento su estado
larval, hecho que le recluye durante toda su vida al medio acuático.
Este fenómeno se conoce como neotenia y el ajolote es uno de
los pocos organismos que presentan esta particularidad y sin duda el más
conocido. La neotenia no es la única particularidad del ajolote. Durante años
se ha investigado en laboratorios su asombrosa capacidad de regenerar miembros
amputados por combates con otros ejemplares o por encuentros con depredadores.
Esta capacidad regenerativa no se restringe a los miembros, también se ha
descubierto que son capaces de regenerar los órganos internos, incluso partes
del cerebro.
Tristemente, como otras tantas criaturas el ajolote está
amenazado. Actualmente la principal amenaza para su supervivencia es la falta
de hábitat. Su único hogar, el lago Xochimilco está muy próximo a la
megalópolis de México D.F, la ciudad más poblada del mundo con más de veinte
millones de habitantes. Esta proximidad ha sido catastrófica para el lago, se
ha drenado varias veces y los niveles actuales de contaminación procedente de
la ciudad hacen muy difícil la supervivencia del ajolote que como buen anfibio,
es extremadamente sensible a la contaminación que absorbe a través de su fina y
delicada dermis.
Aún cuando Xochimilco no estaba tan contaminado y los
ajolotes eran aún abundantes, su vida no era fácil pues tienen un papel muy
importante en la gastronomía tradicional mexicana. Se les consume por su alto
valor proteico y por sus supuestos valores medicinales, se cree que alivian las
afecciones cutáneas y respiratorias, aunque evidentemente al haber tan pocos,
casi ninguno en estado salvaje este consumo se ha visto reducido.
A día de hoy el ajolote está casi extinguido en estado
salvaje aunque su supervivencia está asegurada en cautividad pues son muy
fáciles de criar en circunstancias controladas, de hecho, se fomenta su
tenencia como mascota para diversificar su genética y evitar la endogamia.
Una vez asegurada su supervivencia en cautividad, el
siguiente paso para salvarlo de la extinción es restaurar su ancestral y
maltrecho hábitat para así poder ir reintroduciéndolos gradualmente en el lago
que jamás debieron abandonar.
Carlos Micó Tonda