Olvidar es imposible. E indebido. El recuerdo, sobre todo después de tantos años, no conlleva sentimientos de venganza ni animadversión. Las víctimas saben que, a estas alturas, el conocimiento de la verdad les permitirá condenar el hecho delictivo pero ya no al delincuente. Sin embargo, podrán participar en la construcción de democracias en las que las ideas y actitudes que llevan a estos desmanes no puedan repetirse, y quienes hoy mantienen posiciones de esta naturaleza deban rectificar su comportamiento.
Descubrir lo que sucedió exactamente y sin fronteras, para paliar el dolor de las familias y amigos de las víctimas, para que "sepan" lo acaecido y obtengan las compensaciones a que haya lugar.
Sólo con memoria, con el conocimiento en profundidad del pasado, sabremos construir un futuro apropiado a nuestro destino común. Memoria del porvenir. El pasado ya está escrito. Debe describirse fidedignamente. Pero el por-venir (me gusta repetirlo) está por-hacer. Y sólo podremos hacerlo con memoria sin fronteras, con justicia sin fronteras.
Una justicia que aplique leyes progresivamente perfeccionadas con imparcialidad, con la mayor objetividad posible... y que no vuelva a repetirse el espectáculo incomprensible y bochornoso de leyes interpretadas según la ideología y pertenencia partidista del juez.
Justicia sin fronteras para una memoria sin fronteras, imprescindible para la convivencia armoniosa que todos anhelamos.
Como científico, sé que el futuro es lo único que importa y no puede diseñarse desde la bruma, la ambigüedad, la mentira, la simulación... Sólo habrá democracia genuina --sépanlo bien quienes acusan a los que piden memoria y justicia de ponerla en riesgo- cuando todos podamos mirar hacia atrás y hacia adelante libremente, conjuntamente.