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No esperarás

No esperarás que note que fuiste a la peluquería. Métete en la cabeza que eso no ocurrirá jamás. Te conformarás con que lo noten tus amigas, tu madre o la vecina del sexto. Él te verá por la mañana rubia con el pelo por la cintura y por la tarde pelirroja con permanente y te saludará como si nada. Puede que te diga «tu rostro tiene algo diferente», pero ten por seguro que no sabrá qué es.

Recordarás: si tu príncipe nota que fuiste a la peluquería solo puede significar una cosa: es gay.

No insistirás

¡Deja de insistir! NO recogerá sus calzones del suelo. La autora te avisa: no solo no le interesa escucharte, sino que apagó el audífono invisible que usa a piacere desde que nació. Él solo sabe desparramarlos, lo que es levantarlos es desconocido por su persona, pues su solícita madre lo ha hecho siempre por él.

Recordarás: practicar vocifering* no solo no le aportará beneficios a tu vida sino que te ganarás el odio de tus cuerdas vocales.

* Vocifering: deporte bipersonal en el que uno de sus participantes le dice en un elevado tono de voz y por trillonésima vez al otro jugador que recoja sus calzones del suelo. Este último participante simula que escucha mientras piensa en el nuevo fichaje de Boca Juniors/del Real Madrid, en la conejita de Playboy del mes de octubre o en las tortas fritas/torrijas de su madre.

No vituperarás

Cuando te vayas una semana o dos de viaje por trabajo, le encargues que se ocupe de peinar al gato y a tu regreso te encuentres a tu preciosa mascota con rastas, ¿qué no harás?: como el título te ya te lo ha anticipado, ¡NO vituperarás!

Recordarás: si vuelves de tu viaje laboral y tu felino todavía no se convirtió en anoréxico (y no porque se vio gordo y quiso hacer dieta, sino porque no tuvo qué comer ya que tu príncipe se olvidó de alimentarlo), te será suficiente.

No te meterás

Nunca jamás en lo que te queda de vida te meterás con su fútbol. Que ni se te ocurra decirle frases como «no le encuentro el sentido a pasar 90 minutos viendo a 22 sudorosos corriendo detrás de una pelota»; o cuando lo escuches gritando desaforado aconsejarle «no te pongas así, debería darte igual quien gane, lo importante es divertirse»; o preguntarle «¿para qué lado patean los de tu equipo?».

Recordarás: él quiere ver el fútbol a todo volumen mientras bebe todas las cervezas heladas que en su estómago quepan sin que tú existas.

No enjuiciarás

Jamás enjuiciarás, JAMÁS (y para decirte esto la autora está utilizando mayúsculas por si no te diste cuenta) la comida de su madre. Nunca dirás cuando salgas de la casa de tu suegra «la milanesa/el gazpacho tenía demasiado ajo», «el mondongo/potaje estaba soso» o «los ñoquis/calamares a la romana no son tan buenos como me los habías descrito». ¡NO, NO y NO! ¡Jamás! ¡Never! ¡Jamais! ¡Mai! ¡Jemals!

Recordarás: él ama la culinaria de su madre como pocas cosas en este mundo; te conviene que todo lo que tu suegra haga al vapor, hervido, escalfado, flambeado, asado en cenizas, a la papillot, en una sartén, olla a presión, horno, wok o grill te parezca exquisito.