Boy Novak es una chica pobre de Nueva York que vive con un padre maltratador que se dedica a la desagradable tarea de criar enfermizas ratas para exterminar a las de los demás en una especie de grotesca orgía caníbal entre roedores. Harta del deprimido ambiente que la rodea y que le impide una vida digna, se escapa de casa y coge un autobús que la llevará a Flax Hill, donde encontrará un clima aparentemente más sano, pero en el que no terminará muy bien de encajar. Aunque la historia se centra principalmente en ella, seguiremos también de cerca a un conjunto de personajes, vinculados principalmente con la familia Whitman, que, con ciertas reticencias, terminarán por acogerla como una más. A los problemas de Boy se sumarán los conflictos familiares internos de los Whitman, con sus redencillas y una historia de amor triple donde la comodidad y la razón harán frente a sentimientos pasados.
Boy, Snow, Bird es una novela turbulenta, protagoniza por tres mujeres y que posee una estructura a medio camino entre la Bildungsroman y la saga familiar, con importantes tintes de novela social, principalmente cargados de ironía, y alguna que otra escena que roza de pleno la cursilería, pero que, por lo general, no tiene la mayor importancia, por lo que no le resta calidad al contenido. Boy crece como mujer en el poblado de Flax Hill; allí llega en los 1950s y lucha por sobrevivir, por tener qué comer, por encontrar un empleo digno en un mundo que no tiene en cuenta la voz de las mujeres, sólo su cuerpo. Sin embargo, Boy es inteligente, ha sufrido y sabe moverse. Pronto conocerá a Mia Cabrini y a Arturo Whitman, uno de sus remotos amantes. Arturo tiene una hija pequeña llamada Snow, que destaca por su extraña belleza albina y por su inocente corazón. Snow, que perdió a su madre en el parto, busca en Boy una nueva, pero la forastera, que se siente sumamente incómoda, e incapaz de reaccionar de otra forma la tratará con la frialdad y la crueldad con la que le ha cincelado el carácter su padre.
La tercera protagonista es Bird y su incursión en la novela como narradora de la segunda parte se me antoja algo inconsistente, sobre todo porque tras más de ciento cincuenta páginas pasamos de una narradora adulta como puede ser Boy con la que ya empatizábamos plenamente a escuchar la venturas y desventuras de una niña que parece que sólo nos puede interesar por ser la hija negra de la anterior. Al igual que Boy es una chica a la que se le ha obligado a ser dura como el estereotipo del "macho", Bird destaca por su imaginación, que parece que se la va a llevar volando en cualquier momento. En su parte, un tema que había sido desarrollado tangencialmente como el de "ser negra en los Estados Unidos de su momento (totalmente extrapolable a los de ahora y los de fuera de las fronteras norteamericanas)" cobra un interés mucho mayor porque Oyeyemi nos obliga a ver ese mundo negro con los ojos de alguien que está dentro. No nos engañemos, en nuestro sistema social funcionan unas jerarquías mentales que divide el mundo en géneros binarios que funciona por mera sencillez y comodidad. ¿Es el hombre lo contrario de la mujer? ¿Lo blanco lo contrario de lo negro? Desgraciadamente, la apreciación de otras posibilidades (ya sean estas intermedias o no) continúa siendo un imposible para muchas personas. Oyeyemi juega a deconstruir estos valores a lo largo de su novela y sorprende al lector, porque, a diferencia de los otros personajes, las protagonistas de Boy, Snow, Bird carecen de muchos prejuicios y eso permite que descubrimientos de lo que para cualquier otra persona sería circunstancial y necesario a ojos vista se demoré muchísimo. Y esto puede molestar a quienes leemos por dos motivos: 1) porque puede parecernos inverosímil y sacado de chistera que obviedades que incumben a las formas de existir de los personajes aparezcan cuando ya nos habíamos creado una sólida visión de ellos, y 2) porque tras los desvelamientos uno se siente tan cargado de prejuicios y tan miserable que si se lo piensa dos veces lo mismo hasta le duele. Oyeyemi consigue darnos una lección importantísima en este libro y que va más allá de las pequeñas fábulas que incorpora, que, por otra parte, no tienen demasiada trascendencia: nos recuerda que por mucho que conozcamos (o creamos conocer) a alguien, nunca tendremos ni tenemos por qué tener todas sus claves, por lo que hay que evitar caer en juicios precipitados. El universo es más relativo de lo que aparenta ser.
He de decir que el texto me ha entusiasmado y que creo que esconde una profundidad mucho mayor que la que puede desprenderse de su superficie. Como ya he dicho antes, si bien no creo que la cursilería de algunos episodios reduzca la calidad intrínseca de Boy, Snow, Bird he de advertir de ella a aquellos que quieran emprender su lectura, porque lo que para mí puede ser una molestia menor para otros puede resultar un error garrafal de la autora que haga de la novela un plato intragable. Os recuerdo que esta es siempre mi visión y que no tiene nadie por qué coincidir con ella. Si queréis escuchar otras os recomiendo las de Orlandiana (cuya reseña, mucho más sopesada y mejor redactada que esta, me descubrió la novela maravillosa de una maravillosa autora) y Un libro al día (donde parecen muy molestos porque la estructura de la fábula no se aplica en la rigidez en la que creen que debería, lo que, como os digo, para mí es lo de menos).