En estos últimos días, tengo el pensamiento ocupado por el rebrote del Covid. Ha cambiado para mí su status, de ser un ataque que debía combatirse con cuidados y abstenciones, un deber a cumplir en pro del bien propio y de nuestros compatriotas se convirtió en un ramillete de 4 mutaciones principales, que llegaron juntas y en dos semanas aumentaron en más del 40% los contagios en Argentina.
Un rebrote, que según uno de los ministros de salud, no podremos resistir, una “catástrofe sanitaria”, un florero cargados de flores del mal, que se ha quedado en el umbral de nuestras casas.
Volveremos al combate, pero ahora con el conocimiento, que la mayoría de los soldados nos han salido cobardes e irresponsables.
No se trata sólo de mi país, las naciones fronterizas: Uruguay, Brasil, Paraguay, Chile, la están pasando mal. Algunas muy mal y con pésimos pronósticos.
Nosotros tuvimos una cuarenta de 7 meses, los detractores del gobierno se llenan la boca, diciendo que fue la más larga del mundo. Yo me adapté tan bien a ella, que no la recuerdo como un peso, sino como una medida excepcional que desde el punto de vista sanitario, nos hizo el favor de aumentar nuestro equipamiento en terapias intensivas y de cuidar que murieran muchos más argentinos, de modo que no nos viéramos en la situación de otras naciones, que debieron elegir a quien dejar vivir.
La conexión férrea que mantenemos con Europa, por aquello de ser nietos muchos de los argentinos de personas que inmigraron de aquel continente, o por mera servidumbre intelectual, nos mantenía informados acerca de la inminencia de la segunda ola.
Y se anticipó.
Comenzó en los últimos días del verano, que vinieron demasiado frescos.
Este segundo año, volver a las restricciones será más difícil, porque probamos la dulzura de los hábitos corrientes interrumpidos.
Siendo franca, como nunca pudimos bajar la guardia, esa libertad pasó principalmente (para los responsables), por sentarnos en la vereda de un café, o ir a los restaurantes, cosa a la que jamás me animé.
Yo noté como mi marido reverdecía cada mañana, cuando tomaba su cafecito cortado en un vaso descartable y me decía:
-¡Qué bien se está acá!
Miraba a su alrededor, como si estuviera en un paisaje maravilloso, aunque estábamos a 200 metros de casa, en una esquina habitual.
No queda otra que cuidarse y los cafés, quedarán pospuestos hasta el próximo impase. Siento, que ya no soy como el primer año, un soldado cumpliendo las órdenes sanitarias; como un tango vengo más propensa al lagrimón.