viernes, 24 de abril de 2009

martes, 21 de abril de 2009

Una mirada ballardiana de la Masacre de Columbine

"Mi impresión es que lejos de ser un acontecimiento de enorme trascendencia para los niños, el asesinato fue un asunto relativamente poco importante. Creo que los asesinatos propiamente dichos no fueron más que una última posdata a un proceso de alejamiento del mundo externo que había empezado hacía muchos meses, quizás años.
(...) la identidad de las víctimas probablemente no tenía ningún significado especial para ellos. Mi opinión, incluso, es que para que se produzcan esos asesinatos, las muertes de las víctimas deben carecer de todo significado".

J. G. Ballard "Running wild - Furia Salvaje", pág. 114-115.

Empiezo con las aclaraciones: cuando pongo "mirada ballardiana" con un extracto de esta novela vinculado a la masacre escolar de la que se cumplió un nuevo aniversario, es más por la idea de la cosificación de las víctimas, que por el contexto previo que motivó los asesinatos.
Dice uno de los personajes del libro: "Los niños no se rebelaron contra el odio y la crueldad. Se rebelaron justamente contra lo opuesto. Contra un despotismo de bondad. Mataron para liberarse de una tiranía de amor y cuidados".
¿Quién sabe contra qué se habrán rebelado los tiradores de Columbine? Yo no.

domingo, 19 de abril de 2009

Alfredo Jaramillo: Poesía-rocker y los bigotes de Caparrós

Lo primero que quiero decir es que Alfredo Jaramillo me caía mal.
Lo escuchaba haciendo notas para Canal Diez y lo detestaba sin conocerlo.
Esa voz más propia de un programa de cable de San Isidro que de un noticiero del Alto Valle, de ese Alto Valle ahumado al ritmo del fuel oil y las cubiertas en llamas, de las manzanas de acá a la vuelta más caras que las bananas de Ecuador. De ese Alto Valle del que Alfredo piró hace un par de años y al que volvió por un rato.
El afectado y puto tono de Jaramillo es el primer recuerdo que tengo de él.
El tono que llenaba un aula chica de la facultad cuando compartimos una capacitación con Eduardo Anguita (bastante pedorra, por cierto).
Debe haber sido en el 2003 ó 2004. Anguita bla, bla, blaba y, antes de seguir, se ofrece: “¿alguien tiene una pregunta?”.
Como suele suceder, nos miramos como boludos y antes de que el coautor de “La Voluntad” retomara su charla, se escuchó la voz de Jaramillo.
“¿Los bigotes de Caparrós… son de verdad?”
Anguita no contestó, lo debe haber mirado de costado y siguió con otro tema.
Yo miré a un amigo al que cada vez miro menos y pensamos lo mismo.
Sólo que enseguida me di cuenta que, en realidad, odié a Jaramillo en ese momento, porque hubiera querido ser yo el que hiciera esa estúpida-impertinente-genial pregunta que para la mayoría pasó de largo.
¡Podés creer lo que preguntó este hijo de puta!
Esa pregunta, un par de charlas, algunos tragos y una tempura alcanzaron para que nos hiciéramos amigos.

Jaramillo volvió a Roca para presentar “Grunge”, su libro de poemas.
Libro que, alguna vez escribí, está destinado a convertirse en un suceso minúsculo e ineludible en los peores barrios de las mejores ciudades… y en los mejores barrios de las peores ciudades, también.
En un sucucho digno de los grises pubs post 2001, hubo cerveza barata, poesía exquisita y rock visceral.

En el principio fue la luz. Una luz que iluminó a Héctor Kalamicoy cuando salió del baño.
El Poeta de la Perca, algo entonado, escudriñó con una de esas miradas desquiciadas antes de disparar “Cómo te quiero Ko Ko” e “Introducción a un feo lugar”.
Kalamicoy ahí al frente, mordiendo las palabras.
Héctor Kalashnikov con cara de psicópata, capaz de clavarte una palabra filosa en el corazón o perderte un poema en el culo.
Aplausos.

Difícil tarea la de Federico Aríngoli subir al escenario después.
Aprieto que se pasó por las bolas con un análisis admirable de “Grunge”, un texto que si el puto medio periodístico fuera más o menos justo lo tendría que disparar a la jefatura de la sección Cultura del diario en el que trabaja.
Bueno, aunque tampoco sé si será lo mejor para él.

Jaramillo debe ser el único escritor que va a presentar un libro y no lleva ninguno para vender.
No importa, al menos trajo los poemas impresos para leerlos.
Para llevarnos con sus palabras a las bardas a tomar cerveza caliente, perder finales supersónicas, volver a pisar esa vieja terminal rodeada de bares llenos de tipos que cambiaron rabia por resignación, para respirar las pasiones adolescentes de los 90.
“Grunge” convertido en el folleto de promoción anti-turística de la Seattle argentina.
Un libro que no se va a leer en el Barrio Rincón de Emilio, pero que en algunas cabezas puede llegar a convertirse en la contraseña que, finalmente, lleve a Alfredo Jaramillo a cumplir su sueño: transformarse en el “Lou Reed de Plottier”.

PD: “Delirio Suburbano” no es la mejor banda de la cuadra ni tampoco lo será, pero ni siquiera Divididos hubiera rockeado como lo hicieron ellos el sábado a la madrugada.
“Delirio Suburbano” (que también podría presentarse bajo los nombres “Delito Suburbano” o “Mapa del Delirio”) disparó mística y se ganó su lugar en esta pequeña historia. Cuando tocaron “Heroin” sentí (sin haber consumido más que cerveza) que la cabeza se me despegaba, que éramos todos amigos, que la noche era perfecta, que estábamos viviendo un momento único, irrepetible, con todo lo triste y placentero que eso puede ser.

sábado, 18 de abril de 2009

Mosquitos

La humedad, dijo.
La humedad, repetí. Como en Kuala Lumpur. Menos de un año atrás, yo confundía las dos ciudades. Tal vez pasó, le conté, porque leí una historia sobre mosquitos que sucedió aquí, hace algunos años. Un enervante tufo a pescado invadió al país. En las costas, ensanchadas por la sequía, aparecieron millones de dorados, truchas, pejerreyes y bagres en proceso de descomposición, envenenados por los desechos de fábricas que los poderosos amparaban. El gobierno había impuesto una censura de hierro y los diarios no publicaron ni una palabra del suceso, por temor a perder la publicidad oficial o por connivencia con el poder de turno, callaron pese a que los habitantes, a través de los sentidos, confirmaban a toda hora la putrefacción. Como el agua de las canillas tenía un extraño color verdoso y parecía infectada, los que no eran pobres de solemnidad agotaron en los almacenes las provisiones de gaseosas y jugos de frutas envasados. En los hospitales, donde se esperaba una epidemia de un día para otro, se aplicaban a diario miles de vacunas contra la fiebre tifoidea.
Una tarde, entre ciénagas, se alzó una nube de mosquitos que oscureció el cielo. Sucedió de pronto, como si se tratara de una plaga bíblica. La gente se cubrió de ronchas. En las ciudades que tenían costas el tufo del río era intolerable. Algunos apresurados transeúntes que debían hacer transacciones monetarias o trámites urgentes se habían cubierto la cara con máscaras blancas, pero las patrullas policiales los obligaban a quitárselas y a exhibir los documentos de identidad. Por las calles del centro, la gente caminaba con espirales encendidas y, pese a la furia del calor, en algunas esquinas se encendían fogatas para que el humo ahuyentara a los mosquitos. La plaga se retiro tan imprevistamente como había llegado. Sólo entonces los diarios, que antes habían callado, publicaron, en las páginas interiores, informaciones breves que tenían un título común, “Fenómeno inexplicable”.

Fragmento de la novela “El cantor de tangos”, de Tomás Eloy Martínez.

miércoles, 8 de abril de 2009

Epígrafe de "Soldados de Salamina"

"Los dioses han ocultado lo que hace vivir a los hombres", Hesíodo en "Los trabajos y los días".

Epígrafe de "Soldados de Salamina", novela de Javier Cercas en la cual los fanáticos de Roberto Bolaño pueden encontrarlo como personaje.

lunes, 6 de abril de 2009

Punto Final

No me echen la culpa a mí, fue el Comando Norma Aleandro.

Historias de pingüinos IV


Pingüinos en la playa

Entre los pingüinos circulan ciertas historias que nadie sabe si son verdaderas o si alguien las inventó para fomentar el turismo dentro del país. La más popular de ellas cuenta que una pareja de pingüinos fue de vacaciones a Brasil con sus dos pequeños hijos. El que iba a ser un recuerdo agradable se transformó en lo peor que les pudo pasar en la vida.
El segundo día juntaron sus cosas y todos partieron hacia la playa. Comieron y jugaron sobre la arena, disfrutaron de las olas y se reenergizaron con el agua salada. Pero la playa se pobló de seres de todas las raleas y el clima se fue enrareciendo. El mayor de los hijos pingüinos jugaba a la pelota con otros chicos y en cierto momento desapareció de la vista de sus padres. Pasó un rato hasta que se dieron cuenta de ello. El padre pingüino se paró para tratar de verlo, pero no estaba en ningún lado. La madre comenzó a desesperarse.
Atormentados lo buscaban con la vista y no podían verlo. Una mujer que estaba tomando sol a su lado, les dijo que ella podía cuidar al pingüino más chico mientras ellos buscaban a su hijo mayor. Sin saber qué hacer, aceptaron el ofrecimiento y corrieron entre la gente tratando de encontrar a su hijo mayor. Los guardavidas simularon no entender los que les decían. Solos recorrieron la playa por horas sin tener noticias de su hijo mayor. Abatidos, desolados, volvieron dispuestos a juntar sus cosas y hacer la denuncia policial.
Cuando llegaron hasta el lugar donde habían dejado al pingüino más chico al cuidado de la mujer, sólo encontraron una nota sobre la toalla llena de arena que decía “nunca separes a dos hermanos”.
La pareja nunca volvió a ver a sus hijos y ahora pasa las vacaciones en Argentina.

domingo, 5 de abril de 2009

Felicitaciones

"Siempre me causó gracia esa costumbre que lleva a los demás a felicitar al dueño de un auto o una casa nueva, 'Te felicito', dicen. Nunca te felicitan por tener una idea".

A mí me pasa lo mismo, a veces los felicito sólo para quedar bien, una muestra de cotidiana hipocresía para sostener el tejido social.
La frasde de más arriba es de Jorge Lanata en la carta de despedida tras dejar de ser el director de Crítica.

sábado, 4 de abril de 2009

La conjura de los necios

Si como dice cierto blogger "las efemérides son el último refugio de los productores de radio mediocres", me iba a comportar como uno de ellos en versión digital.
Es que había decidido hablar de "La conjura de los necios" debido a que la semana pasada se cumplieron 40 años de la muerte de su autor, el best-seller post-mortem John Kennedy Toole (a propósito, otro Kennedy que termina mal).
Pero me da fiaca, de hecho, me dio fiaca hacerlo en la fecha exacta.
Por eso, sólo voy a contar que leí el libro en la segunda mitad de 2001, gracias a esos buenos préstamos literarios que siempre me hizo el Colo.
Lo leía mientras viajaba en el Ko Ko común por ruta chica a Cipolletti para trabajar en el diario "Noticias del Valle", impresentable proyecto de Horacio Massaccesi, donde trabajé como diagramador, no cobré casi nunca, me divertí como en ningún otro trabajo y conocí a mi novia (ella dice que ya no somos novios porque pasó mucho tiempo, pero yo quiero que sigamos de novios).
De ida, "La conjura de los necios" a la hora de la siesta con la calefacción al palo o cagado de frío.
De vuelta, "La conjura de los necios" a la medianoche, eso cuando los colectiveros se copaban y no apagaban la luz.
Una novela que me hizo reír mucho en un año en el que no había demasiados motivos para estar contento.
Un personaje de esos que una vez que conocés, te das cuenta de que no lo vas a olvidar jamás.
Un libro que compramos recién hace un par de años, que está acá atrás, recién lo fui a espiar para ver si seguía en la biblioteca.
Y sí, está ahí, en el segundo estante (entre "Lolita" de Nabokov y "Héroes" de Ray Lóriga).
Tan vivo como desde que nació, un clásico con mística.
Ignatius J. Really continúa escribiendo su manifiesto contra la modernidad, reclamándome que vuelva a recorrer New Orleans en sus páginas, que regrese a una de mis novelas preferidas, que la comparta con ustedes.

miércoles, 1 de abril de 2009

Historias de pingüinos III

Un pingüino está tomando una chocolatada helada en un bar del centro, los clientes lo miran como suele mirarse a un pingüino que está tomando una chocolatada helada en un bar del centro. El mozo se pregunta cuál será la propina que deja habitualmente un pingüino, pero lo distrae una persona que entra al bar gritando.
La atención de todos se centra en el recién llegado que, emocionado, anuncia que alguien amenaza con tirarse desde el techo del edificio de departamentos de la esquina. Los clientes desaparecen en cuestión de segundos. El mozo larga la bandeja y, haciendo caso omiso a los llamados del patrón, se suma a la carrera.
El pingüino sorbe ruidosamente el fondo de su chocolatada, se para, saca una moneda de 50 centavos y pone una canción en la fonola.

PD: Acá tienen que poner play y escuchar “El rosario en el muro”, de Los Visitantes en Caliente.

Póker de Alfonsín en tapas