Un día leí un libro y toda mi vida cambió. Ya desde las primeras páginas sentí de tal manera la fuerza del libro que creí que mi cuerpo se distanciaba de la mesa y la silla en la que estaba sentado. Per, a pesar de tener la sensación de que mi cuerpo se alejaba de mí, era como si más que nunca estuviera ante la mesa y en la silla con todo mi cuerpo y todo lo que era mío y el influjo del libro no sólo se mostrara en mi espíritu, sino también en todo lo que me hacía ser yo. Era aquel un influjo tan poderoso que creí que de las páginas del libro emanaba una luz que se reflejaba en mi cara: una luz brillantísima que al mismo tiempo cegaba mi mente y la hacía refulgir.
Pág. 11
Los afortunados que vivieran ese momento incomparable, después de que el accidente estallara con un estruendo increíble, saldrían de entre los supervivientes de los asientos de atrás. En cuanto a mí, sentado en la primera fila observando deslumbrado la luz de los camiones que se aproximaban, entre asombrado y temeroso, tal y como había observado la increíble luz que brotaba del libro, pasaría de inmediato a un nuevo mundo.
Comprendí que aquel era el final de toda mi vida. Pero yo quería volver a casa, no quería en absoluto pasar a una vida nueva, morir.