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jueves, septiembre 08, 2016

Alinovi incendia París

Una lectura de París y el odio, de Matías Alinovi. Por Guillermo Roz para Soñamos España



Hay relatos que son como un relámpago en un campo oscuro: sirven para dejar iluminados ciertos perfiles de animales, fantasmagóricos en una breve eternidad. París y el odio (Editorial Entropía, Buenos Aires, 2016) es el relámpago que inventa Matías Alinovi, quien ya había sorprendido a la literatura en castellano con su novela anterior La Reja, para eternizar y dejar a la vez en la oscuridad, un círculo de ciertos personajes de la cultura argentina que pasaron parte de su vida en la capital francesa.

Tres historias se cruzan y se tocan: un joven argentino pretendiente a escritor pero profesional de la Física, un autor glorioso y ridículo a la vez, y un proyecto arqueológico desmesurado y surrealista. Así, todos mezclados, en medio de un París por momentos elevado a la categoría de mito y por otros vulgar y embustero, las viejas glorias argentinas se dejan llevar por la prosa de Alinovi. Alinovi, que bebe de Saer y de Cortázar y de Copi y de ninguno, compone un fresco de arrabal y nostalgia, de sueños rotos y pandillas de desclasados, y de un plan que acabe con la ciudad de Eiffel. Una novela que los mata a todos para revivirlos, y que crece al ritmo de una lengua literaria, la de Matías Alinovi, que arrastra a los lectores hacia el incendio magnífico de una gran literatura.

Testigos del milagro

Una lectura de Los incapaces de Alberto Montero por Antonio Jiménez Morato para el blog de Eterna Cadencia.



¿Qué es una novela? ¿Se ha escrito en estas páginas una, o se trata de otra cosa? ¿Interesa hacerse preguntas como esas? Sobre el primer libro de Alberto Montero, publicado por Entropía, "un segundo extendido de 369 páginas, donde al final tiene lugar todo y nada".

Hay que desconfiar de los embalajes. No sé cómo, a día de hoy, con toda la experiencia que tenemos como consumidores, seguimos cayendo en las trampas del empaquetado. Por ejemplo, hace unos meses la gente de Entropía sacó, bajo el formato novela, así lo dice en la tapa, una frase larguísima, escrita por Alberto Montero y bajo el título de Los incapaces. No, no estoy de broma, se trata de una frase de 369 páginas en la que una voz narrativa se va retorciendo una y otra vez sobre su pasado familiar, sus obsesiones personales, su voluntad de escribir una novela y su incapacidad de concluirla, y, cómo no, sobre sus referentes estéticos a la hora de lanzarse a la escritura de esos conatos de novela. Pues bien, el asunto no es, como algún malintencionado podría pensar, que las buenas gentes de la editorial Entropía nos quieran dar gato por liebre y nos coloquen como novela una cosa que no lo es. Antes de hacer una afirmación tan osada sería obligatorio preguntarse qué es una novela. Nadie lo sabe. Es por ese espíritu proteico por lo que la novela es siempre un género lozano desde que hace unos cuatro siglos la reinventasen Cervantes y quienquiera que escribiera el Lazarillo. Y precisamente por eso ha habido siempre voces, más o menos reputadas, que anuncian el fin del género, queriendo ponerle puertas al campo o encerrar definitivamente el genio en una lámpara que sólo ellos pueden frotar. O sea, Los incapaces puede ser una novela si no quiere leerla de esa manera, o cualquier otra cosa si uno pretende leerla bajo otro prisma. Lo importante, lo verdaderamente determinante, es que es una frase larguísima en la que uno se sumerge gozosamente y que no puede dejar de transitar hasta llegar a ese punto final, el único que hay en las casi cuatrocientas páginas del texto.
Acaso el gran problema, para algunos, de Los incapaces, su adscripción o no el género novelístico, pase por la narratividad de este torrente verbal. Obviamente hay un lecho narrativo que surge de la misma concepción del lenguaje, sucesivo, y del modo en que este se va vertebrando a medida que cobra existencia. De hecho, el que lea la novela, yo sí la considero novela, lo que pasa es que un tipo de novela muy singular, comprenderá que bajo otra perspectiva que no sea la de la acumulación de hechos que sí se trata de una novela plenamente canónica. Esto es, el texto, este monólogo del terapeuta que conforma el cuerpo de Los incapaces, tiene como núcleo un cambio fundamental. Hasta cierto punto podría decirse que estamos ante una novela de aprendizaje, o de logro. Es la primera novela de su autor. O, usando las categorías de Macedonio, su primera novela buena, la primera terminada, la primera en la que, atentos, sucede algo. El narrador, la voz incontinente que se va construyendo, no la que vamos escuchando o leyendo, sino la que se construye ante nosotros, puede finalmente hablar de sus traumas, de su familia, de la escritura y de sus obsesiones hasta completar una frase, hasta cerrar una idea, un pensamiento, que se vertebra en esa extensísima frase de 369 páginas. Meditación compleja, sí, y ardua, que presenciamos de modo simultáneo con su emisor. Somos, como lectores, testigos privilegiados de una epifanía, posiblemente terapéutica, posiblemente fruto del tratamiento psicológico autoimpuesto por el terapeuta a sí mismo a través de la escritura. Digo testigos porque la novela no consiente, no permite, que haya espectadores, entes pasivos que contemplan lo que sucede en la distancia, sin involucrarse en los hechos, es imposible que alguien comience a deambular por esta frase sinuosa, cambiante, sin pasar a formar parte de los hechos, como sucede con los testigos, que se introducen, muchas veces en contra de su voluntad, en el tejido de los hechos. El narrador de Los incapaces, que no es sólo una voz, sino el escenario mismo de los hechos, parte de sus referentes, explícitos, saqueados y citados hasta el delirio, pues nada hay más cercano a la salmodia reiterativa e insistente de la voz con la que se expresa que la del austriaco Thomas Bernhard, profusamente citado, nombrado, invocado en el libro, en especial su primera gran novela, Trastorno, que funde a la voz de Los incapaces como modelo y cianotipo sobre el que vertebrarse. Podría haberse llamado, también, Trastorno, esta Los incapaces, pero no habría sido la misma novela, ya que si hay algo que Montero va también construyendo a lo largo del texto es su obsesión personal, por su familia, por su tierra, por esa esquina del mundo –¿no vivimos todos esquinados, fatalmente esquinados, inevitablemente esquinados, inexplicablemente complacidos en nuestro esquinamiento cuando decidimos dedicarle tiempo  y esfuerzos a escribir y comenzar a poner en duda, tensionar, hacernos preguntas sobre los mecanismos de la escritura?–, que al final le da su tono, su voz, su novela y, lo que es más importante, el destino al que llega cuando toma conciencia de ellos y puede, al fin, escribir un punto con el que cerrar esa anhelante necesidad que lo empujó a escribir.

Porque, y ése es el fin último de la novela, y por eso aparece puesto en evidencia con los síntomas que van emergiendo durante su escritura, es registrar el delirio de la escritura, sus manías –en una computadora o en otra–, sus antojos, que a la postre sea más que una vocación una sumisión de la que no se sale indemne. Todo eso sucede en una frase, en un segundo extendido de 369 páginas, donde al final tiene lugar todo y nada, la hoguera en la que se expían los demonios particulares y también la ceremonia en la que se santifican. Acaso por eso la novela termine por honrar con su título a los que han fracaso, los incapaces de llegar a ese punto final, a lograr escribir, sobreponiéndose al delirio, la transformación, a los que han logrado concluir la terapia en la que se sumergieron tan necesitados de una solución como desconocedores del camino. Un camino que Montero ha, finalmente, encontrado y que sucede frente a los lectores, testigos que pueden dar fe del milagro.

miércoles, junio 10, 2015

Las esferas invisibles

Rescatamos de las redes dos comentarios de lectores sobre Las esferas invisibles, de Diego Muzzio


Por Sebastián Vargas:

Hoy les comento sobre “Las esferas invisibles”, de Diego Muzzio. El libro, precioso, cuadradito, en un formato pequeño, ultra cómodo de llevar de acá para allá y muy bien editado, fue publicado (recién recién) por Entropía. (...)
El libro está integrado por tres nouvelles (cuentos largos o novelas cortas, como prefieran considerarlos) que tienen en común una ubicación histórica precisa: Buenos Aires en 1871, el año de la gran epidemia de fiebre amarilla (la misma ubicación histórica tiene también una de las más recientes novelas de Franco Vaccarini, “Fiebre amarilla”, que me estoy debiendo pero leeré próximamente).
Las tres nouvelles (“El intercesor”, “El ataúd de ébano”, “La ruta de la mangosta”) comparten también una cercanía con lo inquietante, lo sobrenatural y lo tenebroso-diabólico, con esas “esferas invisibles” que titulan el libro y remiten a un epígrafe de Melville. La mímesis con las grandes voces del terror fantástico del siglo XIX es perfecta: al leer estos textos uno se siente como leyendo a Conrad, a Poe, a Stevenson, a Kipling. Por momentos, con conexiones a la literatura gauchesca, a los textos costumbristas del 1900, a “El inmortal” de Borges, a “El señor de las moscas” de Golding, a Lovecraft. Y es que estas nouvelles de Muzzio están tan bien escritas y tan impecablemente estructuradas que son, ya, en mi opinión, textos clásicos por prepotencia de trabajo (como diría Arlt).
En “El intercesor” (texto que dialoga con Conrad, ya desde el epígrafe, tomado de “El corazón de las tinieblas”), un joven sacerdote escucha (onda “El exorcista” de W. Blatty) el relato final de un viejo ciego (y cuasi diabólico) que en su juventud había sido deportado por Rosas a un fortín alejado de todo, a una frontera desierta donde solo rondaban la locura, la miseria y fuerzas desconocidas y siniestras.
“El ataúd de ébano” muestra a dos buscavidas delincuentes que vacían y roban ataúdes para revenderlos a precio de oro, considerando la gran demanda existente en la ciudad a causa de la peste. Pero mientras arrastran un ataúd, se les presenta una niña (que podría tranquilamente ser hija de Poe) que les pregunta por qué tardaron tanto y les exige que la sigan dentro de la casa y le entreguen el ataúd…
“La ruta de la mangosta” muestra cómo un joven se vuelve a la vez aprendiz de fotógrafo y de inmortal, aunque para ello deba entregar su cuerpo (y tal vez su alma) al opio y seguir una ruta de guerras, pestes y desgracias, para conseguir cadáveres frescos que le permitan sostener su juventud y su amor.
En síntesis: muy buen libro de Diego Muzzio. Recomendado.


Por Mariano Blatt (editor en Blatt & Ríos)



 Leí este. Son tres relatos largos que tienen como eje la epidemia de fiebre amarilla que azotó Buenos Aires en 1871. Pero los tres textos van, cada uno a su manera, mucho más allá. El primero, de hecho, transcurre en un fortín alejado de la frontera entre el sur de la provincia y el comienzo del territorio de los indios. Como si el paisaje, de por sí hostil y desolador, no fuera suficiente, los personajes son siniestros y la historia que se cuenta, todavía peor. Hay, en particular, un personaje, un pequeño desprendimiento de la historia, un detalle, que todavía no me puedo sacar de la cabeza. No lo quiero contar, porque aunque no es importante para la historia (es, efectivamente, sólo un detalle), bueno, igual, lo que le pasa a ese personaje, no sé, no sé a qué cabeza se le puede ocurrir algo tan desgraciado. El segundo texto es la travesía de dos ladrones de ataúdes en una ciudad ya prácticamente abandonada. La manera en que se recrea esa Buenos Aires desolada, las atmósferas, las calles, los cementerios, es escalofriante. En el tercero se cuenta el nacimiento de la técnica fotográfica y, a través de ella, la posibilidad de la inmortalidad. Un fotógrafo, y luego su aprendiz, viajan por el mundo siempre tras el paso de las epidemias o guerras, porque en el acto de fotografiar cadáveres está su salvación. Llegué a este relato ya bastante perturbado (por no decir, asustado), con el ánimo apesadumbrado, así que la grotesca cantidad de cadáveres y fantasmas terminó por liquidarme. Libro ideal para leer a la noche, solo, viajando en un tren vacío. Qué bueno cuando los libros te afectan tanto. “Las esferas invisibles”, de Diego Muzzio, editó Entropía.

jueves, diciembre 16, 2010

viernes, septiembre 05, 2008

Hoy, Viernes, en Pachamama

El Quinteto lee a Molina

Gorostiza
Funes
Levín
Oyola
Romero

21hs. en Argañaraz 22

lunes, junio 23, 2008

Confesionario

Leen: Sonia Budassi, Manuel Esnoz.
Música: Rosario Bléfari.
Confesora: Cecilia Szperling.

Martes 24 | 20.30 hs.
sala Abuelas de Plaza de Mayo.
Entrada gratuita

miércoles, junio 18, 2008

Lectoescritura en Casa Brandon


















Nos invitan acá.

"Hombres, Hombres, Hombres"
Ernesto Mallo/ Juan Rearte/ Sebastián Martínez Daniell/ Pablo Keyes/ Alan Pauls/ Matías Pailos/ Ignacio Mastroleo.

Jueves 19 de junio
21 horas
Luis María Drago 236

jueves, marzo 06, 2008

Lecturas + Música

Leen: Romina Paula
Pedro Mairal
Música : Sergio Pángaro y Baccarat

Presenta: Cecilia Szperling

Jueves 6 de marzo. 20:30 hs.
Casa del Escritor. Lavalleja 924

martes, octubre 23, 2007

Esto no es una presentación

Editorial Entropía y la Fundación Centro de Estudos Brasileiros invitan a

Buenos Aires/ Escala 1:1
en la FUNCEB

Leen Marina Mariasch, Iosi Havilio y Félix Bruzzone
(Entonces: es una lectura, la presentación “oficial” es el mes que viene.)

Jueves 25 de octubre, 19hs.
Esmeralda 969

miércoles, octubre 10, 2007

¿Qué escriben los que nacieron después de 1960?

MARTÍN KOHAN
IGNACIO MOLINA
PATRICIA RATTO
PAULA VARSAVSKY

Y el bonus track intergeneracional:
MARÍA ROSA LOJO

Coordina ELSA DRUCAROFF


Domingo 14 de octubre, 18 hs

CasaBrandon
Luis Maria Drago 236 (a dos cuadras de Canning y Corrientes).
Parque Centenario, Buenos Aires

jueves, diciembre 22, 2005

Lecturas

[gzal wrote:]

La nueva librería Prometeo es estupenda de amplia y confortable, y ahí, en el segundo piso, nos dispusimos a la lectura en estas vísperas de navidad.
Los únicos que leímos bien fuimos Ignacio y yo. Neutros, afables, sin altisonancias, cada uno llevó adelante su material (Ignacio un excelente cuento de su “Los estantes vacíos” y yo algunas lonjas de Hidrografía). En cambio SMD (que cerró el evento y ofició, si, con eficiencia, de presentador) exageró con cierto énfasis de su potente voz. Pero, claro, lo peor nos lo tenia reservado, cuando no, Romina Paula. Primero, con su indignante actitud de ir y tomar un ejemplar nuevo de “¿Vos me querés a mí?” de un estante al lado de la mesa, cuando el resto teníamos los libros marcados con esmero, o hojas impresas con amor. Abrió su libro y empezó por el principio, lanzándose a la interpretación de un diálogo entre la protagonista de su novela y un noviecito, en electrizante contrapunto, mostrando una vez más que la literatura le importa un rábano (o ni sabe lo que es), y que lo suyo, lo único que le interesa, es el teatro.
Opino que a ella y a SMD (que sigue casi sin producir comments para este blog) habría que estudiar expulsarlos del catálogo.

lunes, diciembre 05, 2005

Lecturas II

Infantilmente timados por el Banco de Galicia, que se robó el único micrófono que había en la Sala Jorge Luis Borges para jugar a la lotería de cartones (o anunciar quién sabe qué espurio premio), editorial Entropía se quedó sin su esperada sesión de lectura en la feria Periférica. El público, en un primer momento furioso ante la gambeta (hasta el punto de montar un pequeño piquete en las escalinatas de mármol), fue luego malamente sobornado (y diezmado) por las autoridades de la entidad crediticia con Coca-Cola diluida y fosforitos de jamón y queso.

viernes, diciembre 02, 2005

Lecturas

El programa oficial de Periférica dice "Mesa presentación de Editorial Entropía". Cuando en realidad se trata de una sesión de lectura. A saber:

Gonzalo Castro: Hidrografía doméstica.
Sebastián Martínez Daniell: Semana.
Romina Paula: ¿Vos me querés a mí?
Ignacio Molina: Los estantes vacíos.

Lo que sea será este domingo a las 18 en el Centro Cultural Borges, con entrada libre y gratuita.