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miércoles, enero 17, 2018

"Escribo sobre lo que no sé, lo que me interpela tiene que ver con esos agujeros"

Dolores Pruneda Paz lee Las tormentas, de Santiago Craig, y lo entrevista para la agencia Télam:


El libro "Las tormentas" reúne ocho cuentos de Santiago Craig, historias cotidianas atravesadas por el intento de entender qué es el tiempo, donde lo metafísico se cruza con lo corpóreo sin distinciones y desarrolladas en una lengua poética y precisa.

Craig escribió estos cuentos a lo largo de siete años. Los escribió junto a otros libros, como Veintisiete maneras de enamorarse, de pronta aparición (27 relatos vinculados con las relaciones de pareja) y el poemario Los juegos, que apareció en 2012; también hay otro libro de relatos que aguarda su edición, mientras escribe una nueva novela.

Esa forma de funcionar es un poco cómo entiende lo literario Craig, donde la lírica se confunde con la prosa y se desentiende de límites de forma y género. Las tormentas fue un poema que después se convirtió en nouvelle, y luego en el cuento que da título al libro que ahora publica Entropía.

Los parajes alejados y espacios que se despegan del trajín urbano son un recurso en estos cuentos y parte de una geografía adoptada: “Hay dos cosas que me apropié de mi esposa –cuenta Craig a Télam–, el intento de encontrar cuestiones que tienen que ver con lo femenino y los pueblos de provincia. Ella es de Santa Fe, estuve mucho ahí y eso me quedó”. Pero además le interesan las voces y las cadencias que pueda imaginar como lenguaje: "La manera en que yo creo o invento que existen en esos lugares", asevera.

La mirada sobre los hijos y las voces infantiles son otra constante que se despliega en estos textos: "Creo que la paternidad es un lugar donde se mezcla un deber ser que tiene bordes y a la vez no los tiene. Ves cómo se va gestando el ser humano, es raro, veo a mi hija a los ocho años y digo ahora estás siendo lo que vas a ser para siempre y sigo sin entender, no puedo asir eso y llevarlo a un cuento".

Craig nació en Buenos Aires en 1978, estudió psicología en los 90 mientras trabajaba de telemarketer ofreciendo planes de Internet, pero ejerció “poquito”, dice: “Leía a Freud como si fuera literatura”. Hizo un máster en periodismo y ejerció como periodista, asistió a talleres literarios y ahora dicta un taller y trabaja en una consultora.


- Télam: Los textos parecen atravesados por distintas formas de entender el tiempo.

- Santiago Craig: No es una cosa muy racional, no dije voy a hacer un libro sobre el tiempo, tampoco dije voy a hacer un libro, sino simplemente fui escribiendo cuentos a lo largo del tiempo y en general me pasa que estoy pensando todo el tiempo en el tiempo. Eso se filtra en lo que escribo, desde lo autobiográfico y como recuerdo sobre otros, lo que yo imagino de ellos. La sensación obvia es la de no poder asir el tiempo, y en ese esfuerzo por asentar algunas cosas, escribo.


- T: La reiteración, la rutina y la memoria como otra forma de hablar del tiempo también están presentes.

- S.C.: El cuento más representativo de mi idea sobre el tiempo es “Hacer un pozo y meterse adentro”, que trata del esfuerzo de controlar y desarrollar algo –una mirada, una constancia, una permanencia– y todo lo que interfiere en la vida para que eso no suceda. Habla de ese loop. Mientras el protagonista, Bruno, porfía en hacer el pozo, el cuento va evidenciando todo lo otro que va sucediendo en esa vida.

- T: La imposibilidad de comunicación se reitera en los cuentos, algo aparece en “Formosa”, en esos dos hombres que decían “casa, ruta, pueblo agua y todo sonaba a un idioma inventándose”; o en “Olivia”, cuando el narrador escribe sobre su madre cosas como “a los otros no los conocemos nunca”.

- S.C.: Eso me pasa en la vida cotidiana, termino imaginando que hay un código común y que entre todos más o menos sabemos lo que pasa, pero dándome cuenta todo el tiempo de que no hay dos personas que digan lo mismo cuando dicen silla. Es algo muy tangible que siento tal vez con una intensidad un poco atrofiada, muchas veces me reprimo hablar de esas cosas en un contexto del día a día porque en la vida hay momentos en los que no tenés que dudar, pero cuando escribo dudo todo el tiempo de todo, es el lugar donde puedo desplegar esa perplejidad. Pobres tipos sobre los que escribo, están perdidos en esa especie de rulo y de multiplicidad de sentidos, posibilidades y tiempo que se abre permanentemente.


- T: La metafísica y lo corpóreo circulan mucho en los textos, extrañados por una especie de ensoñación.

- S.C.: Me gusta la literatura que borra esa barrera porque me parece más realista, mi vida tiene ese carril: trabajo, subte, marcha, quilombo y una parte mía que percibe y está dentro del cuento. Vivo y pienso así, para mí es cierto lo que me figuro de las cosas, no me pone un límite la cosa en sí, las personas con las que me relaciono son lo que yo me imagino de esas personas y no lo que son. Lo que digo es que son una construcción.


- T: El narrador va variando pero mantiene una conciencia de soledad existencial a lo largo de los textos.

- S.C.: Con un amigo que hablo estas cosas, decíamos que se trata de ver cuán bueno y cuán malo está darse cuenta de algunas cosas y de ver adónde poner el esfuerzo para no verlas y estar más tranquilos. Son bastante evasores los personajes de este libro, pragmáticos es otra manera de decirlo. Yo escribo sobre lo que no sé, lo que me interpela tiene que ver con agujeros, con cosas que no están, escribo siempre rodeando un pozo, esa es la sensación de estar en la escritura para mí.


- T: El caos, como concepto nutriente y creativo se cuela en todo el libro, en las atmósferas de los cuentos, en intervenciones de los personajes y en la estructura de algunos textos, como intentaras dejar a la vista el motor, el corazón de la narración.

- S.C.: Eso es un proyecto de mi escritura, me gusta que, en un punto, se evidencie que se está generando una narración y dejar engranajes a la vista es algo que trato de hacer, es un proceso que está bueno no esconder, me parece que abre más puertas que las que cierra.

- T: La voz de infancia también se reitera en las diferentes historias.

- S.C.: Adoptar esa perspectiva tiene que ver con que hay un resto de las convicciones de infancia que permanece en mÌ, no hay tanta diferencia entre mi perspectiva de hoy y la de los ocho años respecto de varias cosas, y hay muchas cuestiones de base –lo familiar, la permanencia, el grupo– que quedan asentadas. Abrís un poquito esa caja y ese registro está, no se fue.

lunes, diciembre 04, 2017

"Los ojos son trabajadores calificados"

Emilia Racciatti lee El trabajo de los ojos, de Mercedes Halfon, y entrevista a la autora para la agencia Télam:


En "El trabajo de los ojos", Mercedes Halfon traza un itinerario de interrogantes y reflexiones sobre la mirada, sobre cómo el desplazamiento y la condensación implicados en ese ejercicio construyen un estilo y una identidad, que en este caso toma cuerpo a partir del estrabismo de la escritora.

En "El trabajo de los ojos", editado por Entropía, la narración empieza cuando muere el oculista de la protagonista y eso dispara un recorrido por sus vínculos familiares, desde las enfermedades y cuidados heredados hasta el fantasma de lo que puede pasar con la vista de su hijo, sin dejar de pensar en la mirada como insumo para su trabajo de periodista, crítica de teatro y escritora.

"¿Hasta qué punto los anteojos me generaron entonces una «forma de ver»? ¿Hasta qué punto generaron además una narrativa de mí misma?", se pregunta Halfon durante la entrevista, en la que asegura que "los ojos son trabajadores calificados".

—¿Cómo surgió el trabajo del libro?

—Hace ocho años me invitaron a un ciclo de lecturas organizado por Cecilia Szperling donde la propuesta consistía en producir un texto que diera cuenta de algo privado, íntimo, una confesión. Se me ocurrió escribir sobre mi estrabismo. Un tema que me daba pudor nombrar. Mis problemas en la vista siempre fueron varios, tengo astigmatismo e hipermetropía en escalas elevadas desde los tres años, pero el estrabismo es el que rige todo lo demás. El uso de anteojos desde antes de tener una "forma de ser" me resultaba intrigante.¿Hasta qué punto los anteojos me generaron entonces una "forma de ver"? ¿Hasta que punto generaron además una narrativa de mi misma? Había algo ahí. Toda la cuestión me incomodaba.

—¿Cómo fue el proceso de escritura?

—Me costó escribir, encontrar las palabras, ir al fondo y por eso mismo me di cuenta de que existía un núcleo al que tenía que acceder lentamente. Ese texto tenia cuatro páginas y a partir de ahí pasaron muchas cosas. Tuve distintas hipótesis de lo que el texto podía ser, tuvo momentos en que la ficción era más fuerte, después eso fue como adelgazando y otros aspectos se fueron robusteciendo, fui encontrando un tono, una forma, una estructura. Y a la vez fui leyendo sobre oftalmología, nutriéndome de un lenguaje específico. Mientras estaba en ese trabajo fui madre y abandoné el texto algún tiempo. Después también atravesé la cursada de la Maestría de escritura creativa de Untref donde seguí pensando el texto desde distintos enfoques. Un año después de terminar la maestría quedó esta versión.

—La narradora dice que existe una vinculación entre mirar y escribir. Hay algo de eso que persiste en el libro.¿Cómo explicás esa relación?

—Creo que todo el libro intenta responder esa pregunta. En realidad esa afirmación nace de mi dificultad para mirar y la reflexión sobre por qué, siendo que me cuesta ver, lo que quiero hacer es eso: mirar, leer, escribir, cosas que se hacen con los ojos. Mientras estaba escribiendo este texto, leí en algún lado que el estilo nacía de la debilidad. Todo lo contrario de lo que el sentido común indicaría: que la posesión de un estilo en el arte sería alcanzar una cierta perfección en la ejecución de las formas. Acá se proponía pensar que el estilo está en la falla, en el síntoma, el error convertido en programa, y la escritura como lo que hace cuerpo ese error. La idea me resonó profundamente por el modo en que se inició el proyecto de escritura de este texto, el estrabismo, una falla que me había marcado desde siempre. Esa debilidad constitutiva de mi cuerpo había sido el motor de mi escritura.

—¿Por qué elegiste la cita de Kerouac como introducción? ¿Puede funcionar como anticipo del cruce entre el relato y el ensayo que propone el libro?

—La cita la elegí porque me encanta ese poeta y cuando leí la frase me pareció que anticipaba un poco la idea de obsesión que está en el libro. El ojo dentro del ojo, la piedra dentro de la piedra. Es uno de "sus principios", una lista de 30 ideas sobre literatura que está en el libro, La filosofía de la Generación Beat. Cuando la leí me resultó muy inspiradora, muy graciosa esa lista, principios para abrir, para estimular, no para cerrar nada. Lo cierto es que yo soy poeta, es de ahí de donde vengo y lo que leo la mayor parte del tiempo. No sé si este libro haya terminado siendo de "prosa poética" como en algún momento pensé, pero sin duda la estructura se da por suma, por adición de elementos disímiles, más que por consecución. La narración adelgazada, la metáfora como modus operandi permanente sobre la visión, son elementos que traigo de la poesía, mis armas, digamos, para abordar el texto.

—¿Lo definirías como un ensayo?

—No creo que sea un ensayo, pero sí que tiene elementos ensayísticos, también algunos de crónica, autoficción, otros ficcionales. La verdad es que el género de este libro es un poco misterioso, por eso también los editores de Entropía decidieron publicarlo en la colección Apostillas que sencillamente no responde a esa pregunta, si no que ubica cosas raras, un poco inclasificables, experiencias literarias donde el horizonte es más bien la disolución de los géneros.

—¿Cómo hiciste el título?

—Apareció al final. Como dicen los poetas: bajó. Releyendo uno de los capítulos, el dedicado a Georg Bartisch, de pronto me apareció en relieve esa frase. Porque el trabajo de los ojos ¿cuál es? mirar, analizar, distinguir, ubicar, orientar, percibir/se, conectar, leer, tal vez también escribir. Igual se puede escribir sin ver. Se puede leer sin ver. Pero no siempre fue así. Los ojos realizan un trabajo que es natural, fisiológico, pero también es cultural, emocional e individual. Los ojos pueden dejar de cumplir alguna de sus funciones. Cada ojo puede apuntar a un lugar diferente. Uno puede funcionar y el otro no. Los ojos son trabajadores calificados.

—Trabajás como periodista, poeta y crítica teatral, entre otras labores con las letras ¿Cómo definís tu relación con la escritura?

—Antes me peleaba con esa dispersión, esa condición híbrida, envidiaba a los que podían hacer una cosa y abocarse totalmente, pero al final acepté que eso no me iba a salir nunca. Igualmente creo que en las artes no hay caminos separados y paralelos. El periodismo es mi profesión y me encanta, porque fue lo que a lo largo de los años me permitió seguir investigando, pensando y vinculándome con las cosas que más me interesan. Claro que mi relación con la escritura es central, es siempre el principio y el final de las cosas que hago, el medio por el que mejor me expreso, pero tampoco tengo una idea muy conclusiva de eso. Periodismo, narrativa, poesía se contaminan. Por ejemplo, en mi poesía también está ?-quizás estuvo- muy presente la idea de registro, lo documental. Claro que los procedimientos poéticos ahogan cualquier atisbo de realidad palpable, pero detrás de ellos está lo verdadero, lo auténtico, lo confesional. Me costaría mucho hacer una poesía puramente lúdica, pero nunca se sabe.

“La escritura es un esfuerzo por sostener algo que se está yendo”

Luciano Lamberti lee Las tormentas, de Santiago Craig, y entrevista al autor para el blog de Eterna Cadencia:


Santiago Craig nació en Buenos Aires en 1978. Publicó los relatos de El enemigo y el libro de poemas Los juegos. Trabaja como psicólogo. Nos juntamos en el bar de Eterna Cadencia una mañana, después de haber dejado a nuestros hijos en el colegio, para hablar del flamante volumen de cuentos que acaba de editar Entropía (Las tormentas) y del libro Veintisiete maneras de enamorar a una chica, que saldrá en Interzona el año que viene.


¿Cómo empezaste a leer?

Empecé leyendo historietas. Mi plan de chico, alrededor de los ocho años, era ese: ir con un amigo al Parque Rivadavia y comprar Patoruzú viejas. Tía Vicenta, Quino, me había agarrado la loca por ahí. También dibujaba, combinaba eso. Ya en la secundaria empecé a escribir poemas, escuchaba Jim Morrinson y me agarró por ahí. A través de la música, fue. Mi viejo era disckjokey de pibe, y en casa había discos, no había libros. No tenía biblioteca en casa. No era un tema el libro. La formación era más por la música. Yo lo seguía a él y era casi un hippie enano, lo que me gustaba a mí era lo que le gustaba a él. Jimmy Hendrix, esas cosas. Lo que me diferenciaba de él era que me gustaban los Doors o Lou Reed, y para mi viejo eso era malo. Decía que Lou Reed era un perro, y yo le encontraba como un misticismo. Jim Morrinson en su momento me voló la cabeza, yo tenía trece años y empecé a seguir su bibliografía, leía a William Blake, a Rimbaud, Baudelaire. Fue la transición a comprar libros, empecé a ir a las librerías. Porque en casa no había.

Tu escritura es muy poética, por el trabajo de la lengua y los climas que generás. ¿Es algo de lo que sos consciente?

En realidad lo que me gusta leer en general tiene que ver con ese tipo de escritura. Y sí, cierto extrañamiento si se quiere lo busco. La poesía tiene de alguna manera cierta verticalidad. Y la escritura son esos momentos en los que estoy fuera. No encaro la escritura como “voy a contar una historia”, me paro a decir, a pensar. Yo lo tengo por ese lado. Por ahí me voy un poco a la digresión, a lo poético, pero es instintivo, me gusta hacer eso, me sale.

Pero también trabajás con marcos de mucha tensión. Como si se percibiera la inminencia del desastre.

Sí. Yo lo noto más en una relectura que en el momento de escribir. Lo que está sucediendo siempre es una amenaza que puede pasar. Es una manera de pensar. Mi mujer me critica mucho: vos nunca estás tranquilo, siempre pensando que puede pasar algo. No puede estar todo bien.

¿Te pasa lo de descubrir cosas tuyas a partir de lo que escribís? ¿Ves alguna especie de cruce entre tu profesión y tu escritura?

No sé, más allá de que lo que quiera mantener alejado yo, no creo que esté muy asociado. Sí, por alguna razón estudié sicología en su momento y tengo como alguna tendencia a ser analítico. Fui a la UBA, no me interesaba demasiado el sicoanálisis, me resultaba más interesante Freud como personaje. Yo leía como cuentos los casos clínicos. Leí a Freud, a Jung, me interesaba más la parte literaria. Los aspectos más técnicos y más teóricos de la escuela francesa ya llegaba un punto en el que me embolaban. Supongo que la escritura es un recorrido donde te vas poniendo en evidencia en determinadas reiteraciones, o temas, o búsquedas. Estás. Pero no hago un trabajo de analizar eso después. Soy más un lector de la realidad en clave literaria que en clave sicológica.

Me pareció que había dos autores que podían llegar a relacionarse con tu libro. Por un lado Sara Gallardo, sobre todo Eisejuaz, y por otro Plop de Pinedo.

No leí Eisejuaz. Lo empecé, porque está en casa, pero no lo terminé. Me gusta mucho Sara Gallardo. El país del humo, se llama uno, que son relatos cortos. El cuento “Las tormentas” lo fui haciendo por partes en un largo tiempo. Primero fue un cuento corto, que era el primer capítulo solo. Después lo empecé a seguir, en un momento tenía bastantes páginas más, era casi una novelita corta, y lo empecé a achurar y a achurar y quedó algo que dije: acá está. A lo largo de ese tiempo, que fueron años, tuve distintas lecturas. Sí, probablemente haya algo de Sara Gallardo ahí. Y Pinedo me suena, sí, yo conocí a su esposa. Y en su momento leí fragmentos y cosas porque me los pasaba ella. A ese libro después lo reeditaron, hubo una zona gris donde no se conseguían. Ahora me hiciste acordar que debería leerlo.

¿Cómo fue tu aprendizaje como escritor?

Hasta tercer año iba a un colegio de curas varones donde dibujar o escribir era algo que estaba bien. En ese lugar dibujar, escribir, hacer historietas era algo que te convertía en popular. Y me cambié a otra escuela, porque me pegó Jim Morrinson y me quería dejar el pelo largo, en donde eras un boludo. Pasé a ser el nabo. Y había una amiga de mi vieja que me llevó a un taller que era la Escuela del sol. Lo dictaban Caron y Bettina, el libro está dedicado a ellos dos. Caron era un tipo muy dedicado al surrealismo, un demente, divino. Éramos todos adolescentes y el tipo nos agarró en el momento justo. Yo era un chabón, rollinga, y los pibes ahí eran más sofisticados. Venía una piba y me hablaba de ópera, yo no entendía nada. Era un ambiente en que la escritura era parte de la vida, leía a Girondo, a Pizarnick, cosas que para ese momento era importante. Yo en esa época escribía mucha poesía.

¿Cómo trabajaste estos cuentos?

Los cuentos que están ahí, creo que el más viejo debe tener siete años. Son cuentos que a lo mejor después los agarré y los reelaboré un poco en función de eso, de ver si tenía un libro. Hay otro cuento que no está ahí, que se llama “Elefante”, que ganó el premio Cambaceres. Y en ese momento pensé: por ahí me dan bola en algún lado ahora que gané eso. El tema es que en ese cuento encontré una especie de voz. Y vi algunos otros cuentos que tenían como lo mismo. Pero la verdad es que los cuentos me venían y los escribía, y no sé si necesariamente iba pensando en un vínculo parejo, iban saliendo.

¿Qué tiene que tener un cuento para vos lo consideres como tal?

No tengo muy definido qué es un cuento en mi cabeza. Cuando leo a otro exijo que el cuento tenga determinados elementos, pero cuando lo escribo yo soy más laxo. Cuando leo me interesa la historia, me interesa meterme en un conflicto. Pero si algo de lo que yo escribo no tiene alguno de esos elementos encontraré la forma de justificarlo. En general la forma más directa de que un cuento termine es que encuentre en mi cabeza una forma circular. Digo: bueno, tiene un dibujo. A veces es medio deforme pero cierra. En general tengo una imagen que de alguna manera tiene que suceder, pero ser al principio, al medio, al final. Y después escribo alrededor de eso.

¿El hecho de ser padre influyó de alguna manera en tu escritura? ¿Los niños son víctimas en el libro?

Mirá, hay un librito que me editó la Universidad Nacional de Córdoba porque gané un concurso, con un poema bastante largo, de una mamá que está cuidando a su hijo en el pelotero y se viene el fin del mundo. Me gustaba esa situación: la única que puede ver lo que está pasando es esa mamá y empieza a enloquecer. Evidentemente influye ser padre, cambió mi perspectiva respeto de la fragilidad de todo. Tengo esta paranoia un poco apocalíptica donde todo se puede romper en cualquier momento, y me esfuerzo porque eso no suceda. La escritura es un esfuerzo en ese sentido: el de sostener algo que se está yendo, como el agua entre las manos. Más allá de un montón de cuestiones positivas y lindas que tiene la paternidad, la sensación está. Ahora mis hijas están más grandes, pero cuando eran bebés yo no entendía que se enfermen, todo tenía que fluir y funcionar. Pero puede ser. No lo había pensado.

¿Escribís mucho?

No le doy tiempos a otras cosas. Hay momentos para comer, para dormir, para estar con mi familia. Pero entre a tomar una cerveza con mis amigos y escabullirme para escribir termino haciendo eso. No tengo mucha vida social. El otro día llegué un ratito antes a un partido de fútbol y estaba en el auto escribiendo, o sea, a ese nivel. Aprovecho los huecos. En un momento pensé que mi escritura se iba a volver un poco fragmentada por esto.

¿Seguís escribiendo poesía?

Tengo muchos cuadernos, a veces los agarro y les doy una mirada. Pero es como que me sale. Está siempre vinculada a algo movilizante. Algo que me pasa. Me metí en un quilombo de la tele, me entró algo en la cabeza y me pongo a escribir. Hace poco me salió algo sobre una de las tantas minas que habían matado. Me había pegado por ahí, y salió por ese lado. Pero no como algo sistemático.

¿Ves alguna diferencia entre Las Tormentas y Veintisiete maneras? Me pareció que el segundo era más lúdico y el primero más denso, más oscuro.

Sí, es así. Tengo esos dos registros siempre. Hay cuentos que forman parte de otro libro si se quiere que tienen la estructura de Veintisiete, son cuentos más parecidos a los de Las tormentas pero tienen un componente lúdico. Hay uno que se llama “El récord mundial de hamacas” y es de un tipo que quiere batir ese récord, y hay un japonés que se lo quiere quitar. Otro que es un náufrago en una plaza. Más Cortázar o por ahí. Yo con Cortázar tengo eso de que, aunque no lo relea, me atraviesa. Y lo dicen en cuarto lugar, si nombran las influencias. Yo a Bestiario lo asociaba a Sargent Pepper, de chico. Decía: así es un libro, así es un disco. No terminaba de entender por qué, pero era así. Tenía un tema, algo que lo cruzaba.

miércoles, noviembre 08, 2017

Otro lado de lo posible

Luis Adrián Vives lee Obra dispersa, de Santiago Loza, y entrevista al autor para Evaristo Cultural. Este es un pasaje de esa conversación:


–Un tema recurrente, que corre de punta a punta la obra, es la felicidad entendida de diversas maneras, pero siempre presente. Hablanos de ello, por favor.

–Supongo que la felicidad es lo que anhelan secretamente todos los personajes. Un tesoro esquivo. Un estado que por fugacidad o escasez los hace penar. Vinculo la felicidad con la lucidez o el descubrimiento. Como si por un breve momento se pudieran ver tal cual son y eso trajera calma. Como si tanta pérdida tuviera por un momento un sentido, un respiro. Pero como un hechizo se pasa y todo vuelve al desconcierto en el que estaban.


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"Se acentuó el divorcio entre el ser humano y la humanidad misma"

Alberto Szpunberg, autor de Como sólo la muerte es pasajera, recibe a María Malusardi y entre ambos arman esta entrevista para la Revista Kunst. En uno de sus pasajes, la charla sigue así:


-¿La poesía en tu caso tiene que ver con una búsqueda esencial del ser?

-Ser no es una palabra mía.


-Y qué palabra usarías.

-La vida, pero en sus términos cotidianos y concretos. Demasiado filosófico “el ser” y también a mí me suena pretencioso y falso. El planteo del ser deriva fácilmente en la idea de Dios y a mí no me molesta la idea de Dios, aunque no tengo tratos con Dios, soy ateo, pero soy dialoguista también. Por lo tanto, si mientras estamos charlando vos y yo ahora se sumara Dios, lo incorporamos a la conversación. Y si no conversa es porque es un dios muy débil y muy pobre. La poesía muestra precisamente la importancia del diálogo porque trabaja con el lenguaje y el lenguaje se realiza en el diálogo, siempre es uno y hay otro.


-En el ensayo Las poéticas del siglo XX, Raúl Gustavo Aguirre advierte que a partir de las vanguardias, la poesía se ha ido hermetizando, digamos, y de este modo marcando una distancia con el lector corriente. ¿Lo ves así?

-Yo no creo que la poesía se haya hermetizado. No. Creo que se acentuó el divorcio entre el ser humano y la humanidad misma. Y hoy estamos en plena eclosión de ese fenómeno y nos enfrentamos a un tejido social desgarrado. Parecemos una jauría de individualidades. No, ni siquiera, ni una jauría ni un cardumen. Sólo individualidades. Hoy el grado de alienación es mayúsculo. Ya no se puede reivindicar fácilmente ni a la clase obrera ni a los sindicatos, sólo como antecedente histórico. Fijate el tema de los indignados, estas revueltas juveniles, ese movimiento espontáneo puede encontrarse en la plaza pública, pero no en la fábrica, no en el seno de los sindicatos. Hay un vacío interior muy grande.


-En las primeras décadas del siglo XX, el dadaísmo y luego el surrealismo surgieron como grupos combativos, tanto desde el lenguaje como desde lo político y la acción social. “Es posible que la imaginación esté a punto de reconquistar sus derechos”, apuntaba André Breton en el Segundo Manifiesto. Los poetas estaban encaminados a hacer la revolución. Un siglo más tarde, ¿en qué situación nos encontramos, política y poéticamente?

-Es como que algo está tocando fondo. El mundo no puede seguir como fue hasta ahora. La revolución es más necesaria que nunca. Ahora la revolución es un cambio de conciencia. La que conocimos o leímos o intentamos hacer fracasó, entonces hay que inventar algo nuevo y ahí la poesía tiene mucho que decir y aportar, claro. No es que la poesía tiene que ser lo que ciertas elites tildan despectivamente como poesía política, sino que la poesía debe ser transformadora, liberadora. Eso es otra cosa.

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viernes, junio 02, 2017

Idiosincracia

Luis Adrián Vives lee París y el odio, de Matías Alinovi, y entrevista al autor para Evaristo Cultural:


–Me gustaría iniciar esta entrevista pidiéndote algunas reflexiones acerca de la libertad en su relación con las diferentes partes de la identidad: la del origen, la que se relaciona con la lengua, con el idioma, la identidad cultural; la de la política; la de la religión; la del género, la sexual…Las identidades parciales, como puentes hacia la aceptación o el rechazo.

–Es una pregunta difícil. Puedo decir esto: ninguna de esas contingencias –origen, idioma, cultura, género– restringen verdaderamente la libertad. Tendemos a pensar la libertad como pluralidad de posibilidades y creemos, en consecuencia, que si las cartas están jugadas de algún modo –soy hombre, luego, las posibilidades que tendría siendo mujer no me pertenecen; soy argentino, luego, las posibilidades que tendría siendo austríaco me están vedadas– somos menos libres que si no lo están. Queremos conservar el mazo entero entre las manos. Lo cierto es que el único modo de ser libre es elegir qué hacer con algo que no he elegido. Sartre llama facticidad a todo aquello que no elijo. La facticidad es, en definitiva, la que me permite elegir: es la condición de posibilidad de mi libertad. De todas formas, creo que tu pregunta apunta a otro lado. Me estás diciendo, según entiendo, que la facticidad puede ser aceptada o rechazada por mí. Sí, claro que sí. Creo, sin embargo, que en el rechazo de la facticidad, en el fingir que no soy argentino, por ejemplo, hay una cierta mala fe. Y los proyectos de mala fe no habilitan la libertad. No hago más que repetir ideas de Sartre, pero debo estar eligiéndolo.

Tal vez haya otra dimensión en tu pregunta, que yo estoy desconociendo. Podría ser que esos puentes hacia la aceptación o el rechazo a los que te referís supongan la aceptación o el rechazo de mi persona por parte de otro. Bueno, si yo elijo libremente algo –vivir una cierta facticidad de algún modo, digamos: sentirme orgullosamente cordobés, o esconder celosamente que nací en Córdoba, por ejemplo– lo elijo frente a los otros, que me hacen sentir las consecuencias de mi elección. Así, debo asumir lo que los otros opinen de mí –la aceptación o el rechazo en tu pregunta– como una nueva facticidad, que no limita verdaderamente mi libertad, sino que es consecuencia de ella.


–¿Qué podemos adelantarle a tus lectores sobre la personalidad de Eladio Marino y sobre sus verdaderas ganas, las de escribir y, otras, las de incendiar la París que no le cierra.

–Que las ganas verdaderas, e impracticables, se tramitan simbólicamente. O que el incendio es metáfora de otra cosa. Que no debo tener mucha imaginación, porque ya escribí otra novela con incendio. En principio, yo quería escribir una novela rigurosa sobre un estudiante argentino que llevaba su voluntad de incendiar París a la práctica. Explicarlo todo, salvo las razones del incendio. No explicar nunca por qué quería incendiar París, sino cómo lo hacía. Mostrar los medios con que contaba, las distintas posibilidades, si las había. Cómo ponía en marcha esos medios. Cómo convencía a otros, porque no creía que la tarea pudiera llevarse a la práctica de manera solitaria. Todo. No supe escribir esa novela. Y escribí la que pude. La historia de un estudiante argentino que proyecta escribir una novela en la que alguien quiere incendiar París. O que traduce la novela de otro y la tergiversa, y hace aparecer el incendio de París que el otro nunca contó.


–¿Cuándo y cómo Cortázar termina convirtiéndose en una especie de mochila que debería abandonarse para caminar mejor por la ciudad de las luces?

–Cuando se vuelve póster. Referecia cultural insoslayable. Pero no estoy seguro. Fui muy feliz leyendo los cuentos de Cortázar. Los buenos servicios es un cuento perfecto.


–Hablemos de los mitos que giran alrededor de París; y estoy tentado de pedirte una opinión sobre cuál habría sido la intención de hacer circular algo que, si bien en principio no calzaría en la categoría “mitos”, adquirió suficiente popularidad; me refiero a esa suerte de fábula sobre las cigüeñas que traen a los bebés desde aquel centro de la civilización.

–No lo sé. Me parece que, al revés, el mito de la cigüeña, si lo es, responde a la necesidad de dar una respuesta al modo en que los niños llegan al mundo. Y que al tener que inventar de dónde vienen, aparece la referencia a la centralidad por antonomasia: París.


–¿Cuándo, en qué casos el resentimiento pasa a estar justificado?, ¿siempre, nunca, excepcionalmente?

–Me cuesta pensar la relación entre sentimiento y justificación. Odio a alguien: ¿cómo se justifica ese odio? ¿Qué quiere decir que ese odio está justificado? Más bien tiendo a ser víctima del odio. El odio es un proyecto fallido, aunque a veces sea difícil de evitar.


–¿A qué respondería esa francofilia que se evidencia en las élites locales que decidieron la orientación de nuestra cultura nacional?; hablemos un poco de las élites letradas.

–Entiendo que es antigua, originaria, y que responde a la distancia extraordinaria que existía entre el Río de la Plata y París, centro mundial de influencia política y cultural, en el siglo XIX. Y también al viaje que Echeverría hace en 1830. Y a otras razones que no podría precisar. En un pasaje de su autobiografía, Vicente López enumera los autores románticos que el viaje de Echeverría les permite leer, los libros que trae con él –Cousin, Chateaubriand, Dumas, Saint-Simon, Hugo­– y explica: “aprendíamos a pensar a la moderna”. Es decir que el primer grupo de pensadores argentinos establece, y deja escrito, que España es el atraso y Francia es la modernidad. Esa idea hizo un larguísimo camino entre nosotros.


–¿Cómo compatibilizar la perspectiva de la alteridad con la intolerancia que nace del lenguaje, en virtud de una tendencia a lo hegemónico?

–Siento que la pregunta me supera, porque incurre en peticiones de principios y exige aceptar presupuestos sobre los que no puedo decir nada. ¿Por qué suponer que la intolerancia nace del lenguaje? Y si así fuera, ¿por qué esa intolerancia surgiría de una tendencia a lo hegemónico? ¿Y de dónde vendría esa tendencia hacia lo hegemónico? ¿De una impronta personal del lenguaje? ¿De la sociedad, de la ideología, del Estado? Además, existiría algo que en la pregunta se nombra como perspectiva de la alteridad, que debería ser compatibilizado. Creo que hay toda una filosofía implícita en la pregunta de la que yo debería saber algo para poder responder.


–Héctor Bianco, ¿un ejemplo de pensar y de sentir en otro idioma?; la tarea de ir moldeando una nueva identidad y el esfuerzo por llegar a cumplir sus deseos. Ficción y realidad. ¿Qué podés decirnos de este personaje, esencial, cuya historia se cruza con la de Marino?

–No digamos nada del meollo de la cuestión.

Puedo decir que el personaje de Bianco decide que ser, en París, es ser parisino. Y entonces olvida voluntariamente que no lo es. Olvida su origen, su lengua, y un pasado ambiguo. Y se convierte en uno de los inmortales de la academia.


–Tu mirada sobre la librería Shakespeare, y la inteligencia de incluirla en la novela. Hablemos de ello, si te parece.

–El primer departamento en el que viví en París, muy poco tiempo, estaba pegado a la librería Shakespeare. Todos los días miraba la vidriera, entraba, veía a la gente extasiada. El lugar se me fue configurando como un simulacro bien montado. Y se me convirtió en metáfora de París.


–La homosexualidad aparece con cierta fuerza acompañando relatos que conforman esta novela y, fundamentalmente, en lo que hace a personajes vinculados al arte y a la literatura; ¿esto tiene que ver con París o se trata de una mirada más amplia?

–En alguna entrevista, Borges dice que tiene algunos amigos homosexuales –cuando alguien usa el giro “tengo un amigo x”, todos temblamos, ¿no es cierto?– y que a esos amigos les ha advertido lo siguiente: no vamos a hablar de tu homosexualidad, porque igual hay otros temas, por ejemplo el universo.


–Un pasaje brillante, como tantos otros, tiene que ver con “las vidrieras europeas”; me pregunto si cuando te referís al “viejo” de la librería, no estarías haciendo por vía de implicación, alguna alusión indirecta a otro personaje principal -pensé en H.B.-

–No lo había pensado. Pero no puedo rechazar la interpretación. En principio, me refiero a George Whitman, que fue el propietario de la librería, y al que yo veía todos los días, sentado detrás de la vidriera. Whitman era un personaje de París, de esos entre genuinos y falsos que hay en todos lados, como dice Bioy Casares. Pero de repente me doy cuenta de que tu interpretación es increíblemente certera: la impostura de Whitman sería a su librería, lo que la de Bianco a París. Sí.


–Para ir cerrando esta entrevista, te pregunto por el proceso de escritura, y por el dominio del lenguaje que hace de la lectura, de París y el odio, un placer adicional al enriquecer la trama y el argumento.

–Del proceso de escritura no sé bien qué decir, salvo que siempre escribo menos de lo que quiero. Menos tiempo, con menos empeño.


—Y, por último, te pido nombres de aquellos escritores, hombres y/o mujeres que consideres que, de un modo u otro, pudieron haber ejercido alguna influencia en tu formación, más allá de este estilo propio.

–Contesto como un revolucionario heroico: no voy a dar ningún nombre. Me parece que todo lo que uno lee sirve para algo. Para saber qué quiere hacer, o qué no, de un modo general. Para recordar el placer extraordinario de ciertas lecturas y sostener la ilusión de que uno también podrá alcanzarlo.

lunes, abril 17, 2017

“El avance tecnológico es más rápido que el crecimiento moral”

Martín De Ambrosio lee Circuito de memoria, de Raúl Castro, y entrevista al autor para Planeta azul:

Raúl Castro (Buenos Aires, 1936) es uno de esos inventores casi secretos que tiene Argentina. Desde los nueve años, y después de encontrarse con un libro sobre la física de la electricidad de 1860, se dedicó a hacer inventos, perfeccionarlos y, lo más notable, vivir de eso en un lugar del sur de Sudamérica, cuando “eso” era tecnología de punta mundial.

Sus memorias de inventor –focalizadas en aquellos años en que las radios a galena eran toda una novedad- fueron editadas recientemente por Entropía bajo el título Circuito de memoria. “El libro es un homenaje a todos los que teníamos en esos momentos fe y fervor en el futuro, que estaba más claro. Cuando nos parecía que la ciencia iba a ser algo, el hilo conductor. La verdad es que nos fuimos encontrando con bastantes atolladeros a lo largo de todo el siglo XX”, dice Castro, sentado en un sillón de su casa de Villa del Parque, con algo de desilusión por el curso de la humanidad.

-¿Qué lo impulsó a dedicarse a inventar desde tan chico?

Mi timidez me impulsó, mi poca aptitud para comunicarme. Y también que nunca me gustó seguir el camino fácil. Por ejemplo, en el secundario, cuando tenía física y mecánica en los exámenes usaba fórmulas alternativas. No hacía el desarrollo esperado, sino de otra manera, y después tenía que explicarles a los profesores por qué lo había hecho.

-Se acuerda de cosas que pasaron hace mucho en una Buenos Aires que ya no existe, con tranvías y antes del reinado de la imagen.

Lo notable es que antes de escribirlas yo no creía que podía retener esas memorias. Pero me di cuenta de que el olvido contiene a la memoria. Tomando el desarrollo tecnológico como guía me fui a otros lugares que tenía como una foto, según fui viendo. Fue casi una arqueología de la tecnología, hasta lo que hay ahora.

-Otra de las cosas que sorprende es la construcción de televisores de manera artesanal, con sus propias manos. Hacer algo así hoy sería imposible por los niveles de complejidad requeridos.

Construí cientos de televisores, algunos eran bastante difíciles de hacer por los componentes que tenían. Fue una pasión como cualquier otra. Pero me incidió en el lenguaje: yo no pensaba con palabras sino con componentes. A través de mecanismos lo que hacía era traducir de otro idioma. Por eso cuando apareció el transistor fue como un cambio de idioma, como irse a vivir a otro país. Eso me pegó un sacudón hasta que engrané de nuevo.

-Todo ese mundo de individuos solitarios con aptitudes tecnológicas que se cuenta en el libro en cierto sentido murió.

Sí. Yo acompañaba los procesos, pero como hay fenómenos de realimentación positiva, va demasiado rápido la ciencia, tan rápido que no se puede alcanzar. El avance es peligroso porque es más rápido que el crecimiento moral de las sociedades, del sentido de la vida. Es como que el proceso superó a nuestras capacidades. Ahora es imposible además hacerlo de manera individual, todo es en equipo y está fragmentado, no se alcanza a conocer todo. A veces, quien lo hace no tiene remota idea de qué hace.

-Arthur Clarke decía que se llega a un momento en que la tecnología es indistinguible de la magia.

Tal cual. Eso lo planteo al final: los científicos están en una nebulosa, en parte son como los poetas. Cualquier teoría que pueda pensarse no se aparta de un conjunto significativo y las hipótesis se les ocurren de muchas maneras. La tecnología es una cosa, son trabajos en equipos, pero los teóricos, como los que postulan la teoría de cuerdas pueden y deben volar con la imaginación. Pero debo decir que no me gusta la ciencia ficción. Al contrario, me genera rechazo. Soy un mal lector porque leo y me embalo. La palabra me reverbera en la cabeza y me sugiere cosas que hace que yo pueda plantearme la posibilidad de actuar. Entonces, dejo de leer y me pongo a hacer.

jueves, marzo 16, 2017

Giallo criollo

Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Evaristo Cultural. Por Nicolás Ferraro



Temporada. Villa Carlos Paz. Juan Carlos y Perla se van de luna de miel con Mauricio, el mejor amigo-enemigo de Juan Carlos, y los tres comparten habitación. Pero eso no es lo más incómodo. Una vedette es asesinada. Y solo es la primera. Un asesino serial de vedettes pone en jaque la temporada y las vidas de las personas involucradas en la farándula.

Videntes que quieren su minuto de fama. Celos. Ganas de fama. Peleas de cartel. Hipnotismos. Crímenes desproporcionados. Impredecible. Chicos haciendo quilombo. Casi, casi como cualquier otra temporada de verano en Villa Carlos Paz. 
Sólo que Ávalos Blacha se encarga de agregarle bastante más de sangre.

¿De dónde surge Malicia?

Por un lado, surge de la idea de hacer algo sobre Carlos Paz, cuando pasé por ahí en unas vacaciones, hace varios años. Me llamaba la atención algo muy intenso que se producía en la calles, mucha ebullición en torno al mundo del espectáculo en una ciudad más bien chica, que estaba creciendo como plaza teatral. Los actores, los móviles de televisión, los fanáticos. Mucha interacción. Y todo concentrado en unas pocas cuadras llenas de gente. También cierta intriga por lo que era el teatro de revista o por qué la gente iba a ver un género que, si alguna vez funcionó con cierto misterio alrededor de las grandes vedettes, ahora estaba cada vez más próximo a la televisión, hasta casi no diferir de ella. Como un reality. Esto se cruzó con algo que siempre había querido hacer, pensar una novela en sintonía con los giallos, las películas de Darío Argento o Mario Bava, por ejemplo. Por los espacios que usaban como ambientación (muchas veces teatrales) y la importancia que suelen tener los personajes femeninos pensaba que podía hacerlo funcionar con el teatro de revista como marco.

Con el correr de las páginas nos metemos en una novela coral, con situaciones que se van saliendo de control página a página. Una historia -que se agradece- impredecible. Con un entramado tan complejo, me gustaría conocer cómo fue el proceso de escritura de tu novela. ¿Tenías planteado un esqueleto o fuiste descubriendo la historia a medida que la escribías?

Nunca tengo una estructura tan armada en la cabeza, mientras escribo. En este caso había un mínimo esqueleto, se podría decir, dado por algunos momentos que plantea lo policial de la novela (los crímenes, pensar una figura de detective, los sospechosos, la resolución). Algo bastante escueto. Tenía claro que era un arco en el que se iban a trenzar otras historias, que llevaran la novela a lo sobrenatural. Creo que el texto avanzó a partir de los personajes, que estos me fueron marcando hacia dónde ir. Y, a la par, determinadas situaciones por las que quería que la novela transitara (como, por ejemplo, el juego, los casinos, la presencia del satanismo o los extraterrestres), u otras que eran frecuentes en los giallos y quería incluir.

Malicia está plagada de personajes pintorescos, ¿cuál fue el que más te sedujo a la hora de escribirlo?

Disfruté, especialmente, de lo que ocurre con el personaje de una nena, Celina, que en la novela entra en contacto con el espíritu de una de las vedettes asesinadas. En especial porque fue la puerta para trabajar con la voz en primera persona de una vedette medio Andrea Rincón, y con los programas de espectáculos. También porque es un personaje que da pie a otros fenómenos sobrenaturales, algo vinculado a Poltergeist, pero desde lo mediático.

Ya desde los epígrafes que elegiste para abrir la novela hasta el teatro de revistas inspirado en Batman y el Joker, el imaginario de la cultura pop parece dejar cada vez una huella más fuerte en las obras contemporáneas. ¿A qué creés que responde esto? ¿Qué es lo que más te atrae de esas construcciones?

Me parece que, en primer lugar, muchos de esos discursos son los que me formaron. Las historietas, las revistas, las películas, la televisión. Me interesa, en general, el modo que tienen de narrar, de entretener, funcionan como influencias naturales. Siempre me atrajo la figura del Joker, más que las de los superhéroes, y mientras pensaba en la figura del asesino de la novela se me fue haciendo muy presente. En los giallos es recurrente el tema de la locura, lo traumático, algo que ronda al Joker, cómo la locura es una puerta de escape a las zonas oscuras de la memoria. Incluso desde lo estético se acercaba al asesino de guantes del giallo. Pensar una obra de revista sobre el Joker me servía para que ese rasgo demencial fuera un condimento presente en el texto de forma continua, tanto en la obra como fuera de ella, a través de la publicidad, por ejemplo. O con otros discursos en los que vivimos inmersos (lo mediático, el espectáculo, las redes sociales). Me gusta la literatura que se nutre de todo. Que arrasara con dicotomías como culto/popular, géneros mayores/menores, lenguajes altos/bajos o cualquier cosa por el estilo. Que no tenga miedo ni prejuicios sobre el material con el que trabaja, sino que se enfoque en qué hacer con ellos. Lo que hizo Puig, Copi, Uhart, Sasturain, Aira, Shua, Gorodischer, De Santis, Puenzo, por nombrar solo algunos.

Haciendo un paralelismo, el otro lado de la mano, por decirlo de una manera, es la cultura mediática, quizás más condenada a un estallido desenfrenado de presencia en nuestras vidas, para después desaparecer efímeramente. ¿Qué pensás que es lo que atrapa de estas realidades? ¿Cómo decidiste trabajar con ese medio?

Al elegir el teatro de revista como fondo de la novela era imposible no atender de algún modo a la cuestión mediática. También porque tenía una presencia física en la ciudad (los móviles, los noteros, los televisores como ruido de fondo constante), tenía que tener la entidad de un personaje. Me interesaba esa capacidad de la industria del espectáculo de convertir todo en objeto de consumo y de forma inmediata, en simultáneo con el interés de la gente por consumirlo. Desde el lado de la producción de esos programas, a veces me resulta admirable la capacidad de fabricar una noticia, suspenso o intriga con los hechos más insípidos. O el “estrellato” al alcance de todos y por motivos absurdos, que nada tiene que ver con lo artístico. Me intriga qué morbo colectivo se activa para que eso despierte interés.

Malicia es un libro difícil de encasillar. Podría decirse que aborda el género policial y el fantástico, los dos géneros con más crecimiento en los últimos años. ¿Por qué creés que esté sucediendo esto? ¿Combinar estos géneros es una manera de combatir los clichés?

Siempre tengo la duda de si antes realmente no había tanta literatura de estos géneros o si existen, pero no encontraron la publicación. Y, en realidad, pienso más puntualmente en el caso de la ciencia ficción (que sin dudas tiene una producción argentina, no tan acompañada desde lo editorial en algunos momentos). En el fantástico y en el policial nuestra literatura tiene una tradición muy rica, basta con pensar en cuán presente están en la obra y en las lecturas de un escritor central como Borges. No sé por qué se da el auge, en especial en las series. También en ambos géneros se puede caer en clichés y, de hecho, una de las mayores dificultades en ellos es no hacerlo. Vivimos realidades cada vez más complejas, quizás el único realismo posible es explorar lo extraño. Pienso en las obras de colegas con obras no necesariamente de género, que precisamente trabajan ese umbral: Falco, García Lao, Zina, Schweblin.

Es interesante ver las dos caras de la tragedia, por un lado, fortaleciendo la unión de las personas para salir adelante juntos, y por el otro, los buitres decididos a alimentarse de los muertos. Me gustaría profundizar en esta idea.

A la mayoría de los personajes de la novela los imaginaba un poco apáticos en las formas, pero intensos e impulsivos. Siento que se unen solo por no tener una alternativa mejor o para no perderse el ser parte de algo. Hay giallos que, tras la muerte de una primera víctima, el whodunit dispara todas las intenciones secretas que su círculo íntimo pudo tener para matarla (como en Seis mujeres para el asesino). En Malicia la amistad de Juan Carlos y Mauricio es de odio, más que amor. El matrimonio de Juan Carlos y Perla es por lo menos extraño. Pero de algún modo son lo que tienen a mano. Otra cosa que me gustaba de los giallos es la presencia de ciertas prácticas radicales (el satanismo, la brujería, el sadomasoquismo, las drogas), en las que personajes de ese tipo encuentran la cuota de autenticidad que no tienen en la vida cotidiana. En Malicia la tragedia a veces actúa del mismo modo, es lo que puede darles cierta entidad, algo que contar, de ahí que también tenga algo festivo: como aceptar felizmente ser víctima del asesino para alcanzar la fama.

¿Cuáles fueron las principales influencias a la hora de dar cuerpo a Malicia? A los que les guste la novela, ¿qué obras le recomendarías?

Las influencias que tuve más presentes fueron los giallos: las películas de Darío Argento, Mario Bava, Sergio Martino. E Intrusos. Creo que en lo que escribo siempre asoma algo de los autores que más me gustan: Alberto Laiseca, César Aira, Copi, Wilcock, podría agregar a Fredric Brown, Kobo Abe, Yasutaka Tsutsui, Philip José Farmer. Moju la bestia ciega de Edogawa Rampo.

¿Cómo trabajaste el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?

Me parece que se da un diálogo entre esos aspectos. Uno no avanza sin el otro. Pero creo que es algo que se va ajustando en la marcha misma, mientras se encuentra un tono para el texto. Hay algo de la trama que tal vez da una pista para el lenguaje, una orientación, de qué manera debería contarse esa historia. Pero, al mismo tiempo, es el lenguaje el que va a definir el rumbo de la trama.

Publicaste tu primera obra hace más de diez años, ¿cómo ves, en la actualidad, el estado de situación de la literatura en general y cuáles creés que fueron los principales cambios desde que empezaste?

Me parece que la literatura argentina vive un estado de mucha efervescencia. Hay voces muy distintas, muchas editoriales, creo que también ganó un espacio más generalizado en lo que al periodismo se refiere (se les da más espacio a las editoriales independientes y a los narradores jóvenes), se traducen muchas obras. Lo que creo que no cambia es que ese “clima de efervescencia” tiene una vida muy circunscripta a Palermo, a Buenos Aires capital. Sigue siendo difícil que los libros circulen fuera de esta y que, a la vez, lleguen más editoriales y escritores del resto del país acá. No sé si es algo que puedan lograr las editoriales por sí solas, sin una política de Estado al respecto. Tampoco cambió esto respecto a Latinoamérica, con una lengua en común en casi todo el continente las obras no circulan si no fueron publicadas en un grupo editorial grande (aunque esto tampoco lo garantiza en sí) o en España.

Alberto Laiseca impactó como pocos el mundo de la literatura argentina, principalmente con su obra, pero también con una camada de discípulos que hace rato están siendo parte de los más interesante -y refrescante- del panorama actual. Me gustaría que me cuentes del impacto de su obra en vos y de él como maestro.


Creo que es el autor que más me influyó. Fue una sorpresa encontrarme con su obra primero, por el imaginario con el que trabajaba, esa mezcla de clase B, terror, delirio, sexo, humor. Fue una sorpresa idéntica conocerlo. Cómo impactaba con esa figura digna de encarnar a alguno de sus monstruos favoritos de la Hammer, pero tan cercano y querible después. Nunca buscaba influenciar directamente en la voz o en la estética que uno estaba creando. No emitía juicios de este tipo. Más bien era un trabajo de guía, de ayudar en el modo que uno iba conectando con su mundo. Eran clases sin una estructura fija tampoco. Leíamos o simplemente se charlaba, se discutía, se tomaba cerveza y salías con mucho olor a cigarrillo. Algo que siempre nos impactó fue el compromiso de trabajo de Lai. Sobre todo su idea en torno al contar sus cuentos y participar en lecturas. Laiseca lo practicaba mucho. Pensaba en qué iba a darle a esa persona que se sentaba a escucharlo.

miércoles, marzo 01, 2017

Romina Paula: “La muerte de uno siempre es la vida de los demás”

Entrevista a Romina Paula para La Voz del Interior, por Javier Mattio.



Romina Paula publicó su tercera novela, Acá todavía, donde recrea acontecimientos personales en un diario de ficción. La protagonista asiste en simultáneo a la muerte del padre y la maternidad.

Un antes y un después, y entre medio una conciencia suspendida que se asoma a lo que fue, es y será. Romina Paula (Buenos Aires, 1979) entrega en Acá todavía una tercera novela que bien podría formar una trilogía íntimo-generacional con Agosto (2009) y ¿Vos me querés a mí? (2005), aunque aquí tiene lugar un escarbar más denso y definitivo, una incipiente madurez surgida del duelo, la incertidumbre y la regeneración. Andrea, alias Trapo, pasa la primera mitad de la narración en los abúlicos pasillos del Hospital Alemán porteño, donde en vísperas de Navidad asiste junto a su familia a la convalecencia terminal de su padre. La vulnerabilidad de la situación la hará volver al pasado, a vacaciones familiares en Punta del Este y primeras salidas a boliches, a novios y novias de diversas épocas, a problematizar cualquier certeza sexual, existencial y afectiva.

Será en esa institución sanitaria que, vía una enfermera correntina con la que intenta un affaire, Andrea conoce a Iván, un interno de ambulancias del que queda embarazada. El viaje a Uruguay en busca del padre de la criatura por nacer signa la segunda parte de Acá todavía, en la que la protagonista agudizará aún más su introspección al preguntarse por el sentido de la maternidad en tiempos actuales, sobre la necesidad de un padre, de una pareja, a la vez que asiste a una instancia sobrenatural en las ruinas de un estadio en la que ve aparecer a los (a sus) muertos.

El conflicto subterráneo de Acá todavía es cómo afrontar la muerte y la vida –dos máximas biológicas- en un contexto de crisis total. “Quizás esté vencido un orden de cosas y haya llegado la hora de reestructurar. O de des: desestructurar. Lo viejo, lo rancio”, dice Andrea, reflejo subjetivo de ese tránsito histórico vertiginoso en el que así y todo hay que tomar grandes y urgentes decisiones. Romina Paula, que en un lapso de cinco años perdió a su padre y fue madre, imprime en Acá todavía cierto pulso autobiográfico mediado por el diario ficcional, con el fin de año como frágil punto de partida: “Empecé a escribir la novela en Navidad y también la enfermedad de mi padre atravesó una Navidad –dice-. Supongo que algo de lo climático de esos momentos, de las fiestas, atravesado por algo tan poco festivo como una internación, hace el contraste más doloroso. No es que las fiestas me interesen, pero sí es cierto que en ellas se abisma algo de lo familiar. Ahora que lo pienso, ambos eventos llevan en sí algo de la solemnidad de la ceremonia”.

Y continúa: “Es una novela que registra ciertos momentos de la vida, con sus respectivas ceremonias. Creo que la muerte de uno siempre es la vida de los demás también, porque confirma que los demás siguen vivos, que pueden asistir a esa muerte y contarla y eso no puede no ser vital. Pensé la escritura en términos de recambio generacional, si se quiere. Este impulso de tener hijos cuando los padres mueren, como si fuera algo atávico de preservación de la especie o, menos científico, algo del vértigo de que la vida continúa o con la voluntad de que continúe. Lo pensé más así: cuando la generación que nos precedía desaparece y queda uno ocupando ese lugar”.
El centro de la novela es la putrefacción, simbolizada por una invasión de gusanos que toma el departamento de Andrea por asalto mientras ella está en el hospital. Lejos de implicar un designio oscuro, esa instancia revulsiva abre un porvenir. Romina Paula: “Si algo se propone la protagonista es reconciliarse con la incertidumbre, el entre de las cosas. La incertidumbre siempre tuvo mala prensa y el paradigma determinista eclipsa el poder del azar: cada vez estoy más convencida de que lo inverosímil, lo improbable, es la regla. El otro día hablaba con la periodista Silvina Friera, porque en la novela escribí ‘Como siempre, la gente confiando más en lo verosímil que en lo real’, y llegamos a la conclusión de que acaso el problema sea eso que llamamos real o cómo se lee eso que llamamos real, que para mí lleva el peso de la verdad cuando en realidad está lleno de caos”.

Estar en el mundo

-La mirada atrás pone en retrospectiva al país. De la década de 1990 la protagonista dice: “La década colorinche, mal cortada, cínica y bronceada”. Y agrega: “Aquello era la angustia, esto podría ser tristeza, pero con dignidad”. ¿Es el “Acá todavía” un lema aplicable a la Argentina?

-Es probable que el “Acá todavía” sea muy argentino. Escribí esa descripción de los ‘90 cuando el panorama político no era el actual. Más allá de entrar en una discusión partidista, se podría decir que se puede pensar en el “Acá todavía” como algo negativo, una definición de no progreso. Por mi parte lo pensé como todo lo contrario, un sinónimo de estar vivo, “Acá todavía” en el mundo.

-Te dedicás también a la actuación y la dramaturgia, estás por debutar como guionista en televisión (en el unitario "El maestro" de Pol-ka, con Julio Chávez). ¿Qué lugar ocupan tus novelas? 

-Si bien es cierto que siempre digo que lo que menos soy es actriz, últimamente ya no pienso tanto en esos términos e intento concentrarme y entregarme cuando estoy haciendo cada cosa y, entonces, ya más a salvo de las definiciones, hago lo que hago en cada momento sin pensar tanto qué soy. En los últimos años pasé más tiempo en teatros que otra cosa, montando mis obras. Pero al mismo tiempo siempre estuve con alguna novela en proceso. Y cada tanto actúo en alguna cosa. Podría decir que lo pienso más de adentro para afuera que al revés: doy algo mío en cada una de esas cosas y con mejores o peores resultados, aunque eso ya sería pensar de afuera para adentro.

Leandro Ávalos Blacha: “Confío en el camino que se van haciendo los libros por sí solos”

Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Revista Almagro
Texto: Gustavo Grazioli / Fotos: Francisco Odriozola


Una escritura que no repara en ciertas cuestiones del canon más clásico, historias que juegan con desparpajo con guiños cinematográficos y lenguajes televisivos. En todas estas operaciones se puede mencionar a un solo responsable: Leandro Ávalos Blacha, un escritor que camina terrenos en donde lo que pesa son esas construcciones de mundos que parecen homenajear a su maestro, Alberto Laiseca. Las historias se cargan otro verosímil y en ellas pueden convivir, por ejemplo, cuatro docentes y una punk zombie sin perder ese estado de querer llegar hasta el final. Puede, también, rendir tributo al autor de Los Sorias a través de nombres que utiliza para sus personajes, y ponerle a una vedette de su último trabajo, Malicia, Sisi Iseka.

Ávalos Blacha (1980) lleva la imaginación hasta los lugares más recónditos de la literatura y es quien por intermedio de este dispositivo vuelve a revivir, junto con Sebastián Pandolfelli, el legado de ese realismo delirante que inauguró Laiseca. “Sin imaginación la sociedad humana se destruye, porque la sociedad funciona por imaginación”, sabía decir “El conde”. Y es de esta forma como todo parece convivir en Berazachussetts (Entropía, 2007), Malicia (Entropía, 2016), Serialismo (Eloísa Cartonera, 2005) y su libro de cuentos Medianera (Eduvim, 2011).

-¿Elegís el mundo de la literatura para desajustar la realidad?
-Es muy difícil, no sé. Siempre me gustó mucho leer y en algún momento se fue dando lo de empezar a escribir. Pero empezando por las lecturas, mis gustos siempre tuvieron que ver con la literatura de género. Todos los autores que más me conmovieron siempre tuvieron que ver con autores que presentaron mundos un poco torcidos.
Porque a veces no son autores estrictamente de género… Aira, Laiseca… Son gente que no hace propiamente ciencia ficción, pero sí es una literatura que coquetea con una realidad atada a otro verosímil. Por eso siempre me pareció interesante hablar de mundos realizados con zombies, por ejemplo, pero desde una perspectiva de género que no estuviera atada a lo cotidiano. A veces, como lector también me resulta muy chato. Me interesan las obras que se proponen construir algo distinto, que no se quedan con lo que tienen al alcance de la mano.

-¿Pensás que lo cotidiano es una manera de obstaculizar la imaginación?

-No es que no me guste una historia realista solo por eso. Sí es cierto que lo autorreferencial no es algo que me atraiga. Pero sé que hay modos de hacerlo que básicamente tienen que ver con la escritura y con el lenguaje. Una novela que lo hace es Acá Todavía, de Romina Paula, que trabaja mucho con lo íntimo. Hay un juego con el yo, con la memoria y la experiencia, pero más allá de eso construye un artificio que funciona muy bien en la narración. Es una voz que, por lo menos a mí, me resultó muy hechizante y que podría estar hablando de un mundo de marte o un recuerdo de la infancia y las dos cosas me resultan atractivas. Todo depende de cómo estén trabajados esos materiales. Lo cierto es que ese tipo de literatura del yo no es la que más me atrae. Ese ego del escritor ahí funcionando, la tortura de la escritura. Eso, la verdad no me interesa demasiado.

-Pasaste por el taller de Laiseca, ¿qué elementos pudiste encontrar ahí para incorporar a tu ficción?

-Fue importantísimo el taller, básicamente para empezar a escribir. Era la primera vez que hacía taller y tenía ganas de que fuera con algún escritor. Lo que un poco pasó con Laiseca es que no lo conocía demasiado y se había empezado a hacer muy visible por los cuentos de terror en I-Sat, y a la vez empezaron a publicarse muchos textos. Lo primero que leí fueron Las aventuras de un novelista atonal y fue medio la misma impresión de cuando había leído Crónicas Marcianas. Son como esos libros mazazo. Fue ver un tono que no tenía tan presente en la literatura argentina: mezcla como de humor negro y delirio. Así empecé con Lai. Antes escribía pero como una inquietud personal, el taller lo que me dio fue como esa constancia de todas las semanas generar algo. Después, el grupo que se formó fue muy importante: estaba con Sebastián Pandolfelli y dos compañeras más, y de a poco eso se convirtió en un grupo de autoayuda, entonces cuando por ahí no escribía era un espacio de literatura. También Laiseca a veces leía los textos que por ahí estaba escribiendo o explicaba los cuentos que iba a contar después, era muy estimulante. A veces leía autores que en ese tiempo tal vez no estaban tanto en circulación. Me acuerdo que hablaba mucho de El camino del tabaco (novela de Erskine Caldwell) que en ese momento no se conseguía en cualquier lado, tenías que ir a algún parque; o agarraba antologías medio perdidas y te encontraba un cuento que era buenísimo. Las lecturas de Lai de por sí eran muy disímiles: podía leer de física, economía, magia, tenías saberes muy heterogéneos y podía incorporar esas cuestiones en el taller. Trabajaba de una forma muy libre, nunca eran devoluciones que tenían correcciones muy incisivas. Nunca te iba a cuestionar un estilo. Pretendía seguir estimulando la escritura y que cada uno encontrara su tono de una manera libre. Laiseca fue fundamental en todo, no solo como maestro en taller sino como escritor en general. Siempre pienso en él, Aira o Copi, y en ese canon alternativo.

-En Berazachussetts hay un grupo de amigas que se disputan la diplomacia con la mujer zombie. ¿Creés que estás poniendo en la mesa un universo de miserias sociales?

-No creo nunca en eso como una motivación. Creo que eso pasa inevitablemente porque uno trabaja con el lenguaje, personajes y un discurso que hace que de forma irremediable lo social se construya en eso que se está representando. En ese sentido no hay ninguna obra que pueda escapar a eso. En algún punto en Berazachussetts quizás era algo que tenía más presente porque básicamente creo que era una novela que cuando la escribía funcionaba como un imaginario más apocalíptico. En Malicia, en cambio, cuando empecé incluso como disparador y todo, siempre tuve esta idea del cine italiano y de cierto referente que tenía que andar por ahí. Quizás hay como una mínima trama policial más definida que en Berazachussetts, que es todo más caótico…

“Lo que más me interesa tiene que ver con el cruce de géneros”

Entrevista a Leandro Ávalos Blacha por Silvina Friera para Página 12

Foto: Rafael Yohai

El aparente desorden del universo es simplemente un orden más elevado, un orden implícito situado más allá de nuestra comprensión”. La frase –que pertenece a Asilo Arkham de Grant Morrison– podría preludiar una historia policial “delirante” que sucede durante la temporada de verano en Villa Carlos Paz (Córdoba). Penetración, sutileza y sagacidad. Leandro Avalos Blacha otra vez lo hizo con Malicia (Entropía), novela cuya principal extrañeza consiste en combinar una heterogeneidad de elementos del cine, el cómic, el terror, el thriller y el humor que, a priori, parecerían no ser aptos para convivir en ese “orden elevado” construido por el escritor. A esa ciudad de las Sierras Cordobesas llega un “trío” circunstancial que se las trae: Perla -que pronto se transformará en una estrella a partir de su debut en El Joker- y su marido Juan Carlos, un jugador compulsivo. A la pareja de recién casados se les ocurrió la “feliz” idea de invitar a compartir la habitación a un amigo del marido, Mauricio, para ahorrarse unos pesos. Los amigos en cuestión, presas de un individualismo exasperado y un egoísmo ilimitado, compiten deslealmente y están impulsados por viejos rencores. La trama se inicia con el crimen de la vedette Sisí Iseka, que integra el elenco de El castillo de las secuestradistas, título de un cuento de Alberto Laiseca (1941-2016), maestro con el que se formó Ávalos Blacha, a quien llama “Lai” desde el afecto abreviado. Pronto se sumará otro asesinato más: el de la mediática Bárbara Rainbow. La galería sobrenatural se completa con una médium que busca capitalizar sus servicios, una niña poseída que sabe demasiado y un grupo de monjas siniestras.


   Avalos Blacha –autor de la celebrada Berazachussetts (2007), novela con la que ganó el Premio Indio Rico– maneja los resortes de la narración con una pericia excepcional para componer una diversidad de atmósferas que rompe con las convenciones. “Las mandíbulas de las religiosas se alargaron hasta adquirir la anatomía de bestias. Lo tomaron de los brazos y lo arrojaron contra la pared. Soldi observó espantado cómo les crecían los dientes y las espaldas. Soltaban un vaho irrespirable y lo estudiaban, esperando un mínimo movimiento suyo para despedazarlo”, se lee en una parte de la novela. “Las monjas se reían como hienas y murmuraban una especie de oración en latín. Soldi se percató al rato de que la tonada era una canción infantil que le cantaban de niño y que las voces de las mujeres eran ahora la de sus padres muertos”. Otro ejemplo más, cuando en la sala de un teatro –y entre relámpagos– comenzó a cobrar forma el rostro de Celina con los cabellos crispados. “Su alarido se expandió como un golpe de corriente por la conexión eléctrica del teatro. Estallaron todos los circuitos: cables, enchufes, luces, parlantes, artefactos. Brotaron pequeños incendios. Los espectadores luchaban desesperados por alcanzar la salida. Minutos más tarde, los gritos de Celina cesaron, y con ellos toda la electricidad”.

   “Malicia fue lo último que empecé a escribir en 2009, cuando todavía iba a lo de ‘Lai’, después de unas vacaciones que había pasado en Carlos Paz –cuenta el escritor en la entrevista con PáginaI12–. Era un momento en el que cobraba cada vez más importancia como plaza teatral y lugar de vacaciones. Siempre me llamó la atención este hábito de que en el verano hay que ir al teatro de revistas. Al ser un lugar chico, había algo muy intenso en Carlos Paz en cuanto a la proximidad que se generaba; era una peatonal colmada de gente y los actores tenían que entrar a los teatros y se mezclaba todo: los móviles de televisión con los fanáticos”, agrega el autor de Serialismo y Medianera.

–¿Qué importancia tiene el cine en la combinación de elementos que se aglutinan en “Malicia”?

–Yo siempre quise escribir una novela que jugara con el género giallo de Darío Argento, Mario Bava o Lucio Fulci; películas que toman el género policial, pero que tienen una salida en la resolución que se vincula con lo fantástico o el terror. Hay un cruce de géneros bastante fuerte y muchas de esas películas tomaron escenarios artísticos como la ópera o la academia de baile. Me parecía que podía poner el foco en el teatro de revistas, pero ni siquiera conocía el género, nunca había visto obras y me causaba curiosidad ver cómo el teatro de revistas continúa existiendo con los cambios que hubo en el rol de la mujer, cómo era un revista más actual, por qué seguía teniendo vigencia. Vi algunas obras en las que trabajaba Florencia de la V –que entonces era como la reina de Carlos Paz–, otra con Nazarena Vélez y con Moria Casán y Carmen Barbieri. Pero no las fui a ver desde un lugar de prejuicio para reírme de lo que hacen. En lo que tenía que ver con el humor, me acuerdo que en la de Carmen Barbieri, el comediante era Beto César, que atrasaba como veinte años y hacía los mismos chistes en relación a las mujeres.

–La novela dosifica lo siniestro, que aparece con más fuerza sobre todo hacia el final. Al principio, el policial va llevando la narración. ¿Cómo trabajó la construcción de la novela en estos registros que van del policial a lo siniestro?

–Hay climas que no son tanto de terror, sino que puede remitir a cierto imaginario presente en películas como los Poltergeist. No sé si busca producir miedo, sino acercarse a ese imaginario. Sí pensaba que fuera más como un viaje hacia ese momento del final. Yo tengo la idea de hacer una trilogía. En la novela se juega con la llegada del que puede ser un Anticristo y en el terror hay unas novelas y unas películas emblemáticas como La profecía, que son tres momentos en la vida del personaje Damien, el supuesto Anticristo: su infancia, su adolescencia y su adultez. Pensé que podría escribir tres novelas diferentes y que cada una podría estar más atada a algún género que otras. La segunda novela cruzaría el terror y el western y en la tercera tendría que ver qué pasa.

–¿Continuarían transcurriendo en el escenario de Carlos Paz?

–No, como en el final de esta novela hay una especie de fuga, pensaba más la continuación como una suerte de caza de brujas de esta nueva secta que se generó. Todavía no tengo muy claro dónde transcurrirá, pero creo que se irá más hacia una guerra de sectas en la que habrá algo de ocultismo.

–¿Por qué aparecen en la novela prácticas vinculadas con el satanismo?

–Quizá lo que me causaba intriga no es la cuestión de la fe en sí, sino la búsqueda de una experiencia, que es algo que veía en varias películas. Hay giallos que toman la brujería y el satanismo y muchas veces son mujeres las protagonistas. Hay personajes que no pueden conectar con la vida cotidiana, que viven todo con cierta apatía y que en algún punto lo único auténtico que pueden experimentar son estas experiencias extremas como el satanismo. Son películas de los 60 y 70 y en algunas es muy fuerte cómo tratan los conflictos de cierto orden establecido más conservador con personajes contraculturales. Hay una película emblemática de Lucio Fulci, Lizard in a woman’s skin, en que la protagonista es una mujer de una familia muy tradicional que habla siempre con su analista de los sueños que tiene en relación a una vecina, que siempre hace fiestas y se escucha que tocan rock y los ven drogarse y tener sexo. Esta mujer sueña que asesina a su vecina. El analista le dice que tiene un conflicto entre deseo y represión, por todo lo que la vecina representa. Finalmente, a la vecina la matan tal como ella lo había soñado.

–¿Cómo combina los géneros para que la novela no se desmadre del verosímil?

–El verosímil es lo principal para que funcione la literatura fantástica o de ciencia ficción. Cuando se pierde el verosímil, en algún punto se pierde todo, se desconecta con todo. Como lector, cuando siento que hay algo que no tiene nada que ver con el realismo, algo que es exagerado o absurdo –pensando en la obra de Laiseca, que puede construir Camilo Aldao como si fuera la Unión Soviética–, la construcción de la voz y los personajes tiene que ser cercana para que no termine en el mero disparate. Me interesa mucho eso y en parte es algo que me gustaría que nunca se perdiera. En cuanto a la irrupción de lo fantástico, es algo que me atrae. Si quiero escribir una novela más realista, termina apareciendo algo que me desvía. Lo que más me interesa tiene que ver con el cruce de géneros. Algo que siempre está presente, que hasta atenta un poco contra el terror, es el humor, que me comentan que encuentran en la novela. Si el humor surge, no sé mucho cómo controlarlo. El trabajo con los editores de Entropía me ayudó a bajar un poco los decibeles y como escritor uno necesita que te lo marquen. Es un gusto encontrar editores que te den a veces ese mazazo necesario para que el texto funcione y crezca.

La sencillez y humildad de Avalos Blacha es digna de comentar. Pocos autores reconocen, al menos públicamente, la importancia que tiene el trabajo de edición en el pulido final de un libro. El escritor –que nació en Bernal en 1980– comenzó el taller con Laiseca en 2003 y dice que estuvo unos seis años. “Yo disfruté mucho el taller con ‘Lai’. Siempre se habla de la soledad de la escritura y del escritor… Y sí, uno escribe solo, pero después hay una instancia de compartir un montón de cosas. La lectura de los otros ayuda a enfocar la mirada. Y ni hablar si diste con una buena dinámica de taller, que es un poco lo que yo extraño. Está bueno encontrar a alguien que te acompañe –reconoce–. Al principio en la novela se menciona ‘El castillo de las secuestraditas’, que es un cuento de ‘Lai’, y en el primer borrador aparecían Alejandra Zina y Selva Almada como personajes de vedettes que terminaban pasándola mal. Y las saqué por algo que decía ‘Lai’ de que no había que atraer fatalidades en lo que uno escribe. En Berazachussets había un personaje que era un bebé muerto que se reanimaba y yo sin darme cuenta le había puesto Albertito. Y lo primero que me dijo ‘Lai’ fue: ‘¡Por favor, cámbiele el nombre!’. En lo que escribo hay algo del estilo que es cercano a lo de ‘Lai’, incluso por el humor”.

–¿De dónde viene su interés por el cruce de géneros?

–Lo primero que me atrajo fue El Eternauta, en esto de encontrar algo de ciencia ficción que hable, con una historia de género, desde la Argentina. Ray Bradbury decía que él había querido escribir Winesburg, Ohio y le salió Crónicas marcianas. Lo interesante es poder contar lo propio desde el género. Y tiene que ver también con la cuestión del verosímil: podés ambientar la historia en la luna o donde se te ocurra, pero tenés que sentir que está hablando del presente. Después hubo lecturas que me marcaron, como Fredric Brown en la ciencia ficción, un autor que siempre tuvo muy presente el humor en sus cuentos y que no tiene nada que ver con esa ciencia ficción más dura. O Philip Farmer, un escritor que tiene novelas en las que mezcla el policial con la ciencia ficción o cosas más de erotismo. Me gustaría poder escribir una historia más clásica. Ahora, para abril o mayo, sale una novela breve, Una casa de pie, que es como una historia de fantasmas de un chico que se va a vivir a una casa antigua refaccionada en la que hubo un taller de costura clandestino. En un incendio, murieron todas las mujeres que trabajaban ahí. Este chico charla con el fantasma de una de estas costureras. La idea de una ghost story clásica termina siendo rara como novela de fantasmas.

–¿Está escribiendo algo ahora?


–Terminé un libro de cuentos y lo estoy corrigiendo bastante; son dos cuentos que pasan a unas pocas cuadras de Bernal y que tienen que ver con las fiestas patronales. En una de estas fiestas hay fenómenos de abducciones. Quiero continuar la historia de Malicia, de la que tengo muchas notas, pero no pude empezar a escribir nada todavía. En abril me voy a hacer una residencia de escritura en Saint-Nazaire (Francia) por dos meses. Mi idea es aprovechar ese tiempo para escribir la continuación.

Cynthia Rimsky: "La literatura me amplió el mundo"

Entrevista a Cynthia Rimsky en Infobae, por Carla Grassi


Cynthia Rimsky, una de las voces más atractivas del espectro literario latinoamericano actual, acaba de publicar una nueva novela: El futuro es un lugar extraño (Penguin Random House). Rimsky rompe con el género tradicional de la literatura de viaje, en general autoficcional, y lo lleva a un extremo donde se mezclan la narrativa, la poesía, la memoria y el diálogo. Lo especial de su escritura radica en el desplazamiento de la mirada que fragmenta, corta, retrasa y adelanta el relato de una manera única.

Ninguno de sus libros tiene desperdicio. Desde Poste Restante, su primer libro, reeditado el año pasado por Editorial Entropía, hasta Los Perplejos y Ramal, una obra maestra. "Desde que leí Ramal soy fan de Cynthia Rimsky", dice Federico Falco. "De a poco he ido consiguiendo sus libros y disfrutándolos uno por uno. Son siempre extraños, delicados, y llenos de detalles mínimos y perfectos. Ahora Cynthia ha escrito una novela prodigiosa, durísima e impecable", sigue el escritor cordobés, quien colaboró en que la autora fuera publicada en Argentina.

El futuro es un lugar extraño narra la historia de una mujer que parece perdida en el presente, que le cuesta recordar el pasado y no entiende cómo avanzar. Se encuentra atada en un punto caótico en el cual conviven un juicio con su ex pareja y una democracia reciente que no se terminó de instalar, sino que continúa el modelo de la dictadura. Todo sucede delante de sus ojos y de los del lector, como si fuesen una cámara. Mira lo que quiere mirar y sugiere lo que no ve, sin juicios ni interpretaciones. Las imágenes hablan por sí solas.
Leer a Cynthia Rimsky es viajar sin moverse, es mover la mirada, desplazarse para volver a observar al mundo desde una perspectiva renovada.

-¿El viaje es tu único motor de escritura?

-Fue el motor de partida. Si lo miro desde ahora, resulta extraño, ¿no? Necesitar la distancia, el trayecto, la extranjería, para escribir. Pasé años, desde que salí de la Universidad, intentando escribir y nunca podía terminar un texto. De pronto, en un viaje en que no sabía si iba a volver, se produjo una mirada. La escritura vino después, cuando volví a casa y me di cuenta que allí tampoco estaba la casa. la escritura se convirtió en un amparo. De ahí salió Poste restante. Después vinieron otros motores: la curiosidad intelectual, experimentar el tiempo muerto o, más bien, descubrir las vidas que hay en esos tiempos aparentemente muertos, la ficcionalidad de la historia… En todos ellos hay, no sé si un viaje, pero un desamparo o una intemperie, como escribe Gabriela Massuh.

-¿Cómo definirías a un viajero?

–No podría definir lo que es un viajero hoy. No sé si realmente nos desarraigamos cuando viajamos. Llevamos tantas certezas, seguimos tan conectados, nos han convencido que es tan peligroso saltarse las fronteras de los espacios turísticos… ¿Llevar en el equipaje un gas pimienta, un móvil conectado con la policía, todas las reservas previas de Airbnb? No lo sé, tal vez hoy el viajero es el que es capaz de mover la mirada, los prejuicios, los moldes, más que las geografías. Aunque si estuviese respondiendo durante un viaje te hablaría de esos instantes de descubrimiento, en que de pronto se te devela algo mínimo que te saca de la ignorancia.

-¿Sos acumuladora de objetos? ¿En qué tipo de objetos encontrás memorias o historias reflejadas?

-Me he mudado muchas veces y, cuando creí que iba a quedarme tranquila, me vine a la Argentina y en la aduana no te dejan pasar muchas cosas, así que los objetos los hago aparecer en mis historias. Me gusta más retener imágenes que objetos. Pero tampoco las retengo: por ejemplo, hace mucho tiempo que no escribo lo que veo, las dejo ir, tengo la sensación de que no hay que retener, que si hay algo que nos tocó, volverá a aparecer en el momento exacto transformado en otra cosa, creo más en perder que en retener.

-¿De qué manera la Historia atraviesa cada uno de tus relatos? ¿Qué importancia tiene en lo que querés contar?

-Cuando tenía 18 quería cambiar el mundo así que la historia es algo central. A partir de esa frase: "Querer cambiar el mundo", la fui deconstruyendo, la fui permeando con la curiosidad que uno no se permite en dictadura por la urgencia: existe el mundo, qué es el mundo, qué es el cambio y la voluntad, ¿qué es? En mis libros voy tejiendo micro historias con una supuesta macro historia política que comienzo a socavar. En Los perplejos cuento que la narradora va a un congreso sobre Maimónides en Córdoba y se encuentra con un especialista que no participa en el congreso porque cree que esos son falsos estudiosos de Maimónides y le dice que los libros escritos sobre él en realidad son fábulas de la época. A partir de ahí me pregunto por la veracidad de la Historia. En El futuro es un lugar extraño sumo en el olvido la historia de la dictadura y de la pos dictadura para que afloren fragmentos inconexos, desprovistos de sentido, superposiciones, sensaciones que quedan sepultadas por esa abominable lógica explicativa que se le impone a la historia.

-¿Cómo lidiás con la política, tan presente siempre en tus libros, de una manera casi tangencial pero con contundencia a la vez? ¿Pensás en el lector a la hora de hacerlo?

-Hablaría de una actitud crítica, de escribir desde lugares incómodos, desde las preguntas y no desde las respuestas o las afirmaciones. A veces, pienso en algunas personas que conozco, en las respuestas que entregan y, a partir de ellas, invento nuevas preguntas. A mí la literatura me amplió el mundo. Tal vez, si no hubiese sido por la lectura, hoy sería una persona más parecida a la que mis padres criaron, entonces, la pienso un poco así, como apertura.

-¿Cuánto investigás antes de escribir? ¿Qué recursos utilizás?

-Soy como las vacas, rumio, rumio, mucho antes de tragar. Sí, leo, investigo, nunca formalmente, utilizo información para borronearla, deformarla, como una base a la que hacerle las preguntas, y también me pongo en modo observación, en modo permeable.

-Llevás bastante tiempo viviendo Argentina pero tus textos siguen estando atados mayormente a Chile… ¿Ves Buenos Aires como un posible escenario?


-Buenos Aires está en el libro de crónicas Fui, que escribí los dos primeros años aquí. Salía a la calle y todo me parecía tan extraño. En El futuro es un lugar extraño está de un modo falseado, por ejemplo, la protagonista, la Caldini, es un apellido argentino, el bar Roma está en capital… Mis lecturas están ahí y aunque no aparece un Buenos Aires identificable, la considero mi primera novela argentina por el tono.

martes, febrero 21, 2017

Humor, cruce de géneros más teatro de revistas

Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Tiempo Argentino.
Por Juan Cinelli



Dos amigos, uno de ellos recién casado con una chica rara que conoció en la iglesia a la que asiste su madre, viajan a Carlos Paz en temporada. Su vínculo está signado por el recelo y la envidia, que los empujan a una competencia permanente. Pero sus vacaciones, en las que reparten el ocio entre el casino y los espectáculos del teatro de revistas, se ven alteradas por una serie de brutales asesinatos de vedettes que sacuden la tranquilidad de la ciudad. Así comienza Malicia, la nueva novela del argentino Leandro Ávalos Blacha, en cuyo primer capítulo la narración se desdobla a partir del uso de dos narradores, uno en primera y el otro en tercera persona, para dar cuenta del vínculo ambiguo de estos dos amigos. Tratándose de una novela policial, dicha alternancia genera un interesante juego de confianzas y desconfianzas que permite preguntarse por el vínculo que los lectores establecen con un texto, a partir de quién y cómo lo relata. Pero Malicia no sólo es una novela policial: una serie de elementos entre fantásticos y sobrenaturales pronto la convierten en un lúdico cruce de géneros, en el que no faltan el terror, la ciencia ficción, el pulp y el noir. Un híbrido extraño y delicioso en el que Ávalos Blacha se mueve con gracia y astucia.

“Esta novela me llevó mucho tiempo de trabajo y me siento muy a gusto con el resultado final”, comenta el autor. “Y siempre está bueno ver qué repercusión tiene entre los lectores o qué lecturas hacen los periodistas. No desde el lugar de cuánto puede influenciar una crítica negativa en mi modo de escribir, porque creo que los libros no tienen por qué gustarle a todo el mundo. Pero me interesa conocer las distintas lecturas que puedan tener, incluso en lectores que por ahí no sienten ninguna filiación con los distintos géneros con los que juega la novela, aunque tampoco se inscriba decididamente en ninguno de ellos”.

-Ese cóctel de géneros y la representación del universo del teatro de revistas está atravesado por el humor como elemento vital, a partir de una mirada que nunca se permite ser burlona.

-Es que una mirada burlona no fue algo que me interesara cuando se me cruzó por la cabeza hacer algo con el teatro de revista, que no era un mundo que conociera en lo más mínimo. Me interesaba tratar de entrar en ese mundo pero no de manera prejuiciosa ni para hacer una sátira, sino para ver de qué se trataba, cómo era una revista e incluso ver qué había pasado con ese género que seguía teniendo cierta vitalidad. O cómo había absorbido los cambios de la figura de la mujer en la sociedad, siendo un género en el que lo femenino tiene un lugar de objeto.

-Tomás ese universo para rodearlo de crimen y de un horror que en primer lugar se manifiesta a través del femicidio, tema que puede vincularse con las formas violentas de percibir lo femenino.

-Por un lado tiene que ver con esa secuencia de asesinatos seriales, un elemento que tomé del giallo italiano en el cine. Fue un disparador: imaginar una serie de asesinatos que tuvieran a la temporada del teatro de revista como escenario. Lo que pasa en muchos giallos es que al intentar descubrir a la persona que cometió los crímenes se termina mostrando un fresco de la sociedad. O al menos del grupo de personas que rodeaban a una víctima y cómo afloran las miserias que permiten creer que cada uno podría haber tenido un motivo para querer matar. Creo que eso es algo del terror que en esta novela funciona bien, más allá de los asesinatos en sí y de que lo más gore no son los crímenes, sino esa pulsión individualista que tienen algunos personajes. Creo que el horror está en ese círculo más que los crímenes mismos.

-La novela empieza en un tono de realismo policial cruzado por cierto costumbrismo, pero luego se dispara hacia lo inesperado.

-Mi intención era que la novela no entrara directamente con el código fantástico, sino que eso fuera apareciendo de a poco. Quizá por este interés que tenía en hacer algo sobre la forma del giallo, sobre todo las películas de Darío Argento o Mario Bava, donde de repente hay alguna trama policial en la que se presenta una hipótesis más ligada a lo sobrenatural como puerta posible para la resolución de un crimen. Quería que esa cuestión más fantástica fuera apareciendo de a poco, cuidando cierto verosímil. Que aún cuando la novela tuviera que ver con extraterrestres o satanistas, encontrar la manera de que no fuera un disparate, sino que fuera un mundo más realista en el que estas cosas van apareciendo.

-¿Y esa fachada costumbrista en torno al teatro de revista te sirvió para eso?

-Era la intención, aunque nunca lo tomé sólo como un decorado, sino como algo que es fundamental en el desarrollo de la novela. Además hay muchos giallos que tienen escenarios artísticos, como la ópera, la academia de baile o la escuela de modelos. En todos esos ámbitos está la figura femenina como cuestión central y entonces el mundo del teatro de revista me parecía ideal para esta historia. Otra cosa que me atrae del giallo es que muchas veces la mujer no es solamente la víctima, sino que son también los asesinos, y tienen un rol muy activo en las historias. Y siento que en todo lo que escribo los personajes femeninos son siempre los que cargan con el peso dramático y van haciendo que las tramas se muevan.

-¿Sentís que en tu escritura hay una influencia de la narrativa del cine?

-Creo que el cine me sirve de disparador, para pensar momentos o climas. Acá el cine me dio la estructura de la historia, porque casi todo estaba dado a partir de los elementos que veía que aparecían de manera recurrente en estas películas. Sentía además una filiación con el hecho de que se trata de películas que a veces incluso son malas o no aspiran a una perfección y eso también me interesa: una literatura que se atreva a buscar a través de una forma fallida, pero que busque algo que no sea lo convencional.

-Es muy fácil pensar en una adaptación al cine de Malicia. Ahora, ¿fantaseás con la idea de una adaptación al formato del teatro de revista? Porque dentro de la novela te das el lujo de casi de escribir el guión de una revista.

-Y… si alguien quisiera hacerla (risas). Por mí encantado. Creo que uno tiene que escribir la novela y después lo que pase con el libro ya no tiene tanto que ver con uno. Esos cuadros y números musicales que describo dentro de la revista tenían que ver con los de algunas obras que había visto, o el personaje de la vedette que encabeza el cartel del espectáculo es básicamente una doble de Moria Casán. Cuando fui a ver algunas obras del teatro de revista lo que estaba muy avejentado era todo lo que tenía que ver con el humor. En una creo que estaba Beto César y era un humor en el que parecía que no hubiera cambiado nada en 30 años…

-Lo más probable es que lo que no haya cambiado en 30 años sea Beto César.

-Sin dudas (risas). Era muy impresionante. Me parece que estaba en una revista de Carmen Barbieri. Era un año en el que ella y Moria estaban peleadas y era el tema del verano. En las dos obras pasaba que los cuadros de baile eran lo más atractivo, porque hay un auge del baile, mucha gente joven que se dedica a eso y me gustó la posibilidad de incluir algo de esos pequeños cuadros. Pero también está ese otro lado de la revista retrógrada. No sé cómo se podría llevar todo esto a la revista, pero si alguien se animara, bienvenido.

-¿Escribir esta novela no habrá sido una excusa para legitimar el placer culpable de ir a ver teatro de revista? 

-No (risas). Es algo que hubiera hecho de todas formas sin ninguna culpa. En todo caso fue encontrarle una utilidad a haberlo hecho y al haber perdido tanto tiempo viendo Intrusos y cosas así. Creo que hay algo del morbo que se juega en estas obras y me quería dar el gusto de hacer una novela con eso. «