Eramos 5 en ese lujo asiático que para nosotros fue el Albergue de Calvor. Teníamos un dormitorio de 30, solo para nosotros. Un poquito de charla, y a las 10,30 estábamos todos dando vueltas en la cama.
A eso de las 6 de la mañana, de repente, otra vez la luz como el día anterior. ¡Mierda!, a ver si todos los albergues van a estar programados para que la gente se prepare de madrugada. Despues de unos minutos buscando un interruptor, Yogui se vino para mi cama, quitó la almohada y apagó la luz, jejeej, había sido yo el capullo que en esa ocasión, sin querer, había despertado al respetable.
A las 8,30 ya estábamos preparados y saliendo. Nuestros tres compañeros habían salido 45 minutos antes (Que no sé muy bien el gusto que da ir caminando de noche cerrada)
Teníamos 5 kms hasta Sarria, que los hicimos a buen paso, ya que no habíamos desayunado. A la entrada, vimos un bar inmaculado, reluciente. A mí me daba palo entrar, porque nuestras botas ya llevaban barro. Yogui me empujó. Al expresar al camarero mis disculpas me cortó aseverando que los sitios habían de estar limpios, y más temprano por la mañana, y que si rechazaban a los peregrinos no vendían un clavel (Me pareció una razón de peso)
Un buen desayuno despues y, a la salida, nos encontramos a nuestro angel de la guarda particular. La señora que nos había dado de cenar la noche anterior, y a la que no le dí un beso de tornillo en recompensa, por no salir delante de la escopeta de caza de su marido. (El cochino ya sabemos como lo habían dejado. Muchas ganas de emularle no teníamos)
Y descubrimos su secreto...el maravilloso pan que nos había dado la noche anterior, salía de la panadería de al lado del bar (Un pan para recordar con lágrimas en los ojos).
Sarria es uno de los centros más importantes del Camino. Dado que se encuentra a 115 kms de Santiago, es el primer núcleo importante desde el que se puede salir para obtener la Compostela (Has de recorrer 100 kms a pie o a caballo o 200 en bicicleta)
En su Rua Maior se situan no menos de 5 albergues, y puedo imaginar que esa Rúa Maior, en verano, puede ser un centro internacional de ligoteo de primera magnitud, en cualquier idioma conocido...o no.
Despues de cruzar Sarria y caminar entre castaños, llegamos a Barbadelo, donde disfrutamos de la bellísima Iglesia de Santiago, un poco retirada del Camino. Fue una constante, salir del Camino siempre y cuando pudiésemos disfrutar de una Iglesia, ermita o cruceiro.
Estábamos llegando a Brea. Hito importante del Camino. Mojón de los 100 kms. Ahí adelantamos a un grupo de catalanes que iban con las manos en los bolsillos. Posteriormente coincidimos en Portomarín y Palas de Rei, y observamos que les seguía un autobús con la Impedimenta.
Nos sentimos satisfechos. Ibamos quemando etapas pero, sobre todas las cosas, íbamos disfrutando de todo.
Esta etapa, como la de Arzúa, al final se hace larga. La entrada a Portomarín, con una bajada abrupta hasta el Miño, parece que no llega nunca desde que lo divisas en la lejanía. En esa bajada pasamos a las dos chinas del primer día que se iban desmadejando a cada paso...no me creo que hubiesen podido llegar hasta allí en el mismo tiempo que nosotros, dos días, sin vehículo a motor mediante. ¡Pero si se morían a cada paso que daban!
Llegamos al Albergue, eran las 3 de la tarde, y ya había bastante gente. (Llenariamos dos dormitorios de unas 40 camas cada uno). Necesitábamos ducharnos, pero ahí no había un VIPS ;-)...o sea, que para evitar quedarnos sin comer, nos fuimos a jalar (Y bien que lo sentí por los camareros, que aguantaron nuestra peste sin un leve fruncimiento de narices).
A la salida, dos italianas con las que nos habíamos cruzado por el camino y habíamos cambiado unas frases en vete a saber tú que idioma, muy despistadas no sabían donde dormir. Les indiqué que en el Albergue. Solo me preguntaron si tenía calefacción. Les contesté que estábamos en crisis, pero que Galicia, aun en el Oeste, no era el Far West. ¡Vete a saber dónde habrían estado durmiendo estas antes, si no era su primer día!
Preguntamos por el mejor sitio para comer y nos dirigieron a O Mirador, con una espectacular vista sobre el Miño. He de decir que salimos como si fuese nuestra Boda, despues de un pulpo riquísimo, un chuletón de un kilo, postres...Pero lo que fue un pecado, un licor de hierbas que tenían escondido y del que dimos buena cuenta.
La conversación fue una de las más deliciosas que recuerdo, y me vais a perdonar que no la revele, pero el tema está relacionado con un gallego desconfiado que me acompañaba al que no gustaría que se airease ;-). Salimos del restaurante cerca de las 6 de la tarde cuando ya ni siquiera olíamos mal...
Despues de la ducha, descansamos un poquito y fuimos a tomar una cerveza con Eugenio, Paco y Nieves, con los que habíamos dormido en Calvor. En principio no queríamos cenar, aunque cuando ellos se fueron, decidimos picar algo en el mismo restaurante de antes.
La comida fue, para variar, sobresaliente. Al acabar, nos dejaron otra botella de hierbas entera, encima de la mesa, igualita que la de la hora de la comida.
Lo que fue autenticamente inolvidable fue la conversación que mantuvimos. Una conversación de esas que solo son capaces de tener los hombres muy hombres. Esos que son capaces de expresar miedos, incertidumbres y temores y donde las mujeres y el fútbol no tienen cabida.
Empujados por el alcohol, pero no gracias a él, un vasco y un gallego abrieron su corazón, y se dijeron aquello que solo son capaces de decirse los amigos. Cuando acabamos la botella (A mí me enseñaron de pequeñito que en la mesa no se debe de dejar nada, que es de muy mala educación) debían de ser las 11 y media de la noche. ¡mierda! El albergue debía de estar cerrado desde las 10.
Dos Ingenieros pensando, y con no excesiva diligencia, la manera de entrar en un recinto cerrado sin violentar nada ni montar un escándalo. Buscando una chimenea o balcón para entrar como Papá Noel. Ya me daba por vencido y estaba a punto de ir a un hotel (Gracias a Dios, sacar una habitación para dos todavía me lo puedo permitir), cuando vimos a Stephan, un peregrino berlinés, leyendo con una linterna de minero para no molestar. Nuestros gestos le hicieron comprender que no eramos vendedores de enciclopedias y que, quizás, debíamos dormir allí.
Así, violentando las normas, y escribiendo en minúsculas para que nadie se entere, pudimos entrar a dormir en el albergue, con el alma tranquila, y el cuerpo recompensado.
Antes de meternos en nuestra litera, nos miramos por última vez. No nos abrazamos, mariconadas las justas, pero tanto Yogui como yo sabemos que esa noche ambos dimos algunos pasos importantes en nuestra vida.