La verdadera valía de una poeta y su poesía se reconoce en el paso del tiempo. Si esa poesía puede aún leerse y afectar a la sensibilidad del lector, si este puede hacerla suya, captar su lenguaje, encontrar puntos comunes con el autor e incluso reflejarse en las palabras que un día fueron escritas, esa poesía es buena, y es un clásico.
Esto sucede con San Juan de la Cruz. Hombre de espíritu crítico y ascético, San Juan es conocido por sus dos vertientes, la de reformar de la orden de los carmelitas, lo que conllevó para él numerosos problemas, entre ellos la prisión, y el de poeta místico.
Ese misticismo de su poesía, esa expresión del amor entre Dios y el alma, expresados con una pasión y una dulzura excepcionales, confieren eternidad a su poesía. Pero esta poesía puede leerse desde otro punto de vista que también sigue presente para los lectores, el de la unión amorosa, carnal, entre un dos amantes.
Alma y Dios, convertidos en enamorados, en amantes, huyen de sus quehaceres, se escapan de sus casas y sus labores, para unirse en un apasionado encuentro amoroso. Llamas de amor que arden en el interior de los amantes se representan en los poemas de San Juan, en el cuerpo de los lectores que han sentido o sienten esas llamas.
San Juan tuvo que explicarse a sí mismo en un volumen en prosa más amplio que sus poemas. Explicar la unión de la que hablaba, la alegoría que estaba creando. Pero ese doble significado, esa posibilidad de doble lectura, religiosa y amorosa, da a su poesía aún más valor, más tiempo en la que estar vigente y ser posible y cierta.
Esto sucede con San Juan de la Cruz. Hombre de espíritu crítico y ascético, San Juan es conocido por sus dos vertientes, la de reformar de la orden de los carmelitas, lo que conllevó para él numerosos problemas, entre ellos la prisión, y el de poeta místico.
Ese misticismo de su poesía, esa expresión del amor entre Dios y el alma, expresados con una pasión y una dulzura excepcionales, confieren eternidad a su poesía. Pero esta poesía puede leerse desde otro punto de vista que también sigue presente para los lectores, el de la unión amorosa, carnal, entre un dos amantes.
Alma y Dios, convertidos en enamorados, en amantes, huyen de sus quehaceres, se escapan de sus casas y sus labores, para unirse en un apasionado encuentro amoroso. Llamas de amor que arden en el interior de los amantes se representan en los poemas de San Juan, en el cuerpo de los lectores que han sentido o sienten esas llamas.
San Juan tuvo que explicarse a sí mismo en un volumen en prosa más amplio que sus poemas. Explicar la unión de la que hablaba, la alegoría que estaba creando. Pero ese doble significado, esa posibilidad de doble lectura, religiosa y amorosa, da a su poesía aún más valor, más tiempo en la que estar vigente y ser posible y cierta.