Viajes en el tiempo, sueños, locura y realidad, dudas
que llevarán a un falso convencimiento para desechar lo terriblemente
inevitable, melancolía nostálgica con final de abundante romanticismo. James Cole será uno de los elegidos
para trasladarse al pasado como buen observador que es y conocer la causa que
originó el Apocalipsis por el que la poca población salvada se ha visto
obligada a refugiarse en las profundidades de la tierra para no ser aniquilada
por un virus letal. Nuestro hombre tratará de cumplir la misión, no sin dificultades,
para una reducción de la pena en su presente. La banda de los 12 monos es un
objetivo al que seguir cuando se sospecha que es la responsable del atentado
biológico. La banda estará presente en el pasado y en el futuro, como si de una
premonición se tratara, una coincidencia con sorpresa final.
Cole, protagonizado por Bruce Willis, será tratado como un loco
en su nuevo entorno y entrará en contacto casual con Jeffrey Goines, un anticonsumista que recuerda en buena medida a
los antisistema de hoy en día y al personaje que interpretó años más tarde el
mismo Brad Pitt en la película El club de la lucha.
En Doce monos hará un papel para
expandirse en todos los registros que tienen que ver con el exceso gestual,
pero que, por su personalidad psicótico-espasmódica (éste sí), no desencajará en
absoluto en dicho papel. La doctora Kathryn
Railly (maravillosa Madeleine Stowe) sentirá interés por la historia
de Cole por ser coherente dentro de
lo que todos suponen es alguien con problemas mentales (ella dudará); ese hecho
la descolocará. La fantástica huida de Cole
del psiquiátrico no hará más que aumentar las dudas de la doctora. Ésta
comenzará a creer seriamente que lo que contaba Cole era cierto.
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Cuando Willis
retiene, o secuestra de un modo no del todo intimidante, a la doctora y
empiezan las pesquisas para conocer lo que originó el caos, la historia de amor
cobrará protagonismo de un modo íntimo, tierno y trágico, con una tristeza e
impotencia por lo que parece inevitable que harán que nos sintamos mal no sólo
por el desastre general sino por el particular de la pareja protagonista recién
enamorada, una pareja que ya tenía muy claros sus sentimientos y había decidido
qué hacer y cómo continuar su vida en común de salir victoriosos de la amenaza.
El homenaje a la película Vértigo es
precioso y viene muy a cuento.
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El guión de Doce
monos es una maravilla y está basado en la peli (mediometraje) francesa La Jetée, del años 62. En el
largo de Gilliam lo fantástico se
refleja de un modo retro y es aceptado con agrado, convincentemente; le da un
estilo a la peli personal y creíble, algo que caracteriza a Terry Gilliam: nada de sofisticaciones
de estilo para recrear un mundo futuro influenciado por la moda más reciente.
Se mezcla lo clásico y conocido, no vintage, con la extravagancia más personal
del director para poder saborear un cocktail fascinante en su estética, una
ficción que navega entre el cuento de hadas y el cómic más retro. En pocas
palabras: una hermosa película que es como una montaña rusa de mucha adrenalina
en lo emocional y en los planes que debe llevar a cabo el protagonista, un Bruce Willis enamorado y atormentado por
un destino del que no puede escapar. Esa angustia del protagonista al creer que
puede no tener éxito se une a unos sentimientos que puede que se acaben casi
antes de haber comenzado, algo realmente triste, y más sabiendo de donde viene James Cole y todo lo que ha tenido que
pasar. Cole llegará a autoconvencerse
de que sí es un loco; en el psiquiátrico vivirá como el resto de enfermos y lo
drogarán con todo tipo de pastillas, como al resto. De ser así, de ser un loco,
la destrucción de la humanidad tal vez fuera producto de su mente divergente,
algo inexistente, tan sólo en su cabeza; si fuese así el sufrimiento tal vez
desaparecería. El complejo de Casandra
será manifiesto y de él hablará la psiquiatra en una de sus conferencias, como si hablase del
mismo James Cole: Casandra estará condenada a conocer el
futuro y a no ser creída cuando lo predecía; habrá en ella una agonía por conocer
algo que no podrá evitar.
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Encuadres en picados, primeros planos y sensación de
distorsión que recuerdan tendencias expresionistas, alteración de la realidad y
un pasado que es raro que no de nostalgia por la angustia que produce el no
poder volver a vivirlo mientras somos conscientes de que llegamos al final, una
nostalgia que es puro existencialismo de finitud. La espiral en la que se mete Cole es una especie de eterno retorno
sin salida, en la que no puede cambiar el pasado lo suficiente como para ser
feliz en el futuro en compañía de ELLA. Eso sí: ayudará a los científicos de su
presente (¿serán los gobernadores del mundo después del suceso que los llevó a
vivir bajo tierra, o estarán por encima los militares como suele pasar en estos
casos? Aquí tengo mis dudas. Tal vez estén los dos gremios en tal posición
privilegiada de dominio) a que puedan solucionar el problema que motivó la
destrucción.