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Lee Marvin en La leyenda de la ciudad sin nombre |
El western
se suele identificar con la aventura, la violencia, la astucia, valentía o
fuerza de los personajes que lo configuran. Es habitual que haya malos y buenos
enfrentados, individualmente o en grupo. Hay constantes como los duelos, las
peleas a puñetazos, tiroteos, hombres a caballo a trote, o al galope si son
perseguidos poco después de haber cometido un atraco calculado al banco local e
intentan salir del pueblo llevando tras de sí a un grupo de lugareños entre los
que normalmente se encuentra el sheriff del pueblo, cuyo banco acaban de
atracar, y sus ayudantes.
Hay en
ocasiones sentido del humor, como no podía ser menos, pero ese factor no suele
ser determinante en la historia ni esencial en su cometido, creo que ese
aspecto correspondería más a la aventura y a la acción en mayor o menor medida,
aunque también es cierto que hay westerns cuya esencia es otra. En Jhonny Guitar,
por ejemplo, hay un intimismo que se explota y en Sólo ante el peligro no hay
precisamente aventura ni tampoco demasiada acción, aunque sí mucha tensión y
suspense.
De
cualquier manera, y aunque el humor no sea objetivo primordial de los westerns,
más bien lo es de las comedias como todos vosotros ya habréis pensado sin
demasiada dificultad, hay películas que mezclan oportunamente y sin ningún
disimulo, encajando no del todo mal, el género del western con el humor.
Si Luis Buñuel
tiene una película titulada Simón del
desierto, Peckimpah tiene otra
que en España bien se podría haber
titulado Hogue del desierto.
En esta película de Sam
Peckimpah el humor viene determinado por la socarronería de sus escenas y
por unos personajes que ayudan en el
desarrollo de ese espíritu que se le quiere imprimir a la historia.
No sólo nos encontramos con un protagonista, Hogue, excéntrico, tacaño y con un
cierto primitivismo, pero de buen fondo
y corazón tierno, que en su actitud poco amistosa, sobre todo al iniciarse la
aventura, manifiesta un contraste que descoloca y nos hace sonreír sino también
a un reverendo que no parece serlo por su picardía y esa atracción hacia el
género femenino imposible de controlar.
La tacañería de Hogue
por preservar lo que la suerte le ha concedido resulta hilarante. Su aparición
en la ciudad, que representa la civilización, es todo un espectáculo, exótico y
divertido para alguna de la gente del lugar, esperpéntico para los más remilgados.
Él es un inadaptado para manejarse en la ciudad y se encuentra torpe en ella;
no es su medio y eso produce un caos que nos vuelve a resultar gracioso. Lo
suyo no es la civilización. Es por eso que prefiere el desierto y la soledad, o
una compañía mínima que le agrade. El negocio caído del cielo es, pues, una
bendición.
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Oráculo Jones en La batalla de las colinas del whisky |
Su encuentro con la mujer en la ciudad está lleno de
sinceridad desde que la ve por primera vez pues no esconde sus emociones. Hogue irá a por ella en todos los
sentidos. El tratamiento desinhibido del sexo y la ternura, con un algo de
pillería y tosquedad, son una herramienta más y muy adecuada para resaltar el
sentido del humor. En la ciudad provocará un tumulto por la reacción de la
mujer cuando quiere cobrar las atenciones prestadas y el hombre no está por la
labor de pasar por caja. Necesita el dinero para continuar con el nuevo negocio
montado en el desierto.
Cualquier situación que pudiera ser en otro film cualquiera
de tensión, en La balada de Cable Hogue
pierde su dramatismo por su tono complaciente y siempre divertido. Si me
preguntasen por el género, yo etiquetaría la película como una comedia-western
intimista-medio costumbrista con ramificaciones románticas y con un poco de
aventura y acción. Spoiler (No leer el
spoiler en color azul para no descubrir partes de la película) Y es que hasta la muerte
de Hogue se convertirá en eso, en una
comedia... la civilización convertida en un coche que se lo lleva por delante
de una forma en la que parece que no se sufra lo suficiente. /Fin Spoiler
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Jason Robards y David Warner en La balada de Cable Hogue |
Este film se cuenta como los
clásicos westerns de toda la vida, en el que no deja de existir ni el malo de
la película (en este caso acompañado de gran parte de una familia muy
numerosa). El tono divertido se sostendrá no sólo por los golpes de humor, como
esos gags característicos del género de la comedia disparatada (el cascar
piñones, creo que eran, en determinados momentos de la peli, repitiéndose en
los momentos más (o menos) oportunos, el viejo momia tan gracioso que en un
momento dado está demasiado estático y con su mirada fija, tan tieso que lo que
le ocurre es que está muerto, etc), sino que se irá incrementando por las
circunstancias que rodean el caso en el que John
hereda un club de señoritas.
Una vez instalada la pareja
protagonista en la casa, la coña será patente. John no esperaba heredar tal negocio. Cuando se entera la sorpresa
es mayúscula y la circunstancia resulta hilarante.
La madame lo querrá hacer
sentirse como si fuera un miembro más de la familia, pero él parece tener la
idea de no querer quedarse con el negocio. Es un hombre con su reputación y no
pretende ser relacionado con tal club social. Su intención es clara: quiere
despedir a las chicas.
Más humor al asunto: en el
pueblo, al saber quien es John, la
gente lo tratará con mucho mimo. Se convertirá sin pretenderlo en toda una
personalidad...demasiado bueno como para dejar lo que parece un regalo, sin
embargo lo hará porque tiene sus principios y en éstos no entra el regentar un
club de chicas de vida alegre. Cuando se entera la gente del pueblo del cierre,
el trato hacia John cambiará
radicalmente; ya no es bien visto y no tiene el acceso a ciertos privilegios
con los que contó durante poco tiempo, mientras ejerció de patrón del club, sin
quererlo y sin que la gente supiera que era su intención. Esto me hace pensar
en la labor social del club en sentido literal del término. En esta ocasión lo
moral transgrede lo
convencional.
La delicadeza, belleza y dulzura
de las chicas (o picardía cuando es necesario), añadido al buen trato hacia la
pareja de amigos, harán que se produzcan situaciones de humor cuando John quiere darles la mala noticia del
cierre y no sabe como hacerlo sin herir sus sentimientos. Una vez tomada la
decisión de cerrar una conmoción se apoderará de las chicas, que no se alegran
precisamente.
El humor también se da de una
forma evidente en la relación que mantienen John
y Sullivan (Henry Fonda). Es una relación particular y muy graciosa. Sus
personalidades difieren bastante, pero se acoplan de una forma sorprendente por
la gran camaradería que existe entre ambos. La interacción entre ambos da mucho juego, además del desconocimiento
que tiene John de gran parte del
pasado de Sullivan. El que Sullivan siga a John sin que éste se lo hubiera pedido nunca ayudará a hacer más
surrealista la relación.
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El
coronel Thadeus Gearhart interpretado por Burt Lancaster
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En La batalla de las colinas del
whisky todos están locos por el whisky. Los indios lo veneran, y en un
final absolutamente desmadrado contemplamos una orgía festiva de dicho licor al
que ellos llaman, y es por todos muy sabido, agua de fuego. Es como si los
indios adoraran dicho fluido que provoca unas reacciones de alegría
incontenibles y un estado somnoliento embaucador, es como si su
existencia girara alrededor del alcohol.
Esta peli es un lío de padre y muy señor nuestro, un desbarajuste simpatiquísimo,
tan simpática como el personaje del coronel que interpreta el gran Burt Lancaster, Thadeus Gearhart.
El desencadenamiento de la acción se produce cuando hay una falta de whisky
en la ciudad de Denver. Allí los mineros se enteran de que en no demasiado
tiempo se acabará el licor. La llegada del invierno puede hacer que no se pueda
traer el whisky hasta la primavera, si no hay suerte hasta bien entrada dicha
estación. Pero ya hay una expedición en marcha, un convoy de carretas en la que
se transporta.
El whisky será el desencadenante de conflictos entre grupos de gente heterogénea que por uno u otro motivo tendrán un acercamiento a él
desde diferentes posiciones. Por un lado los mineros de Denver, muy interesados
en poder beberlo en los bares cuando salen a divertirse después de un duro
trabajo en la mina; éstos formarán, bajo los iluminados consejos de un
personaje especial llamado Oráculo,
una milicia civil que saldrá al paso del convoy que trae el alcohol. Por otro
lado tenemos al dueño del licor, que lo transportará en sus carretas y que
cuenta con la ayuda de unos irlandeses que, no contentos con las condiciones
laborables que tienen, le plantan cara al dueño y quieren hacer una huelga al
no aceptar sus reivindicaciones. Esto está muy gracioso porque se comportan
como si formasen parte de un sindicato inglés de finales del XIX en plena lucha
de clase. Pero aún hay más, mucho más, porque también hay un grupo de mujeres feministas que luchan contra los efectos no
sólo físicos sino morales que causa la ingesta
del alcohol. Es un grupo prohibicionista que no deja de dar el incordio durante
todo el metraje y cuya líder tiene tanto interés en el coronel del fuerte en el
que paran para celebrar la reunión que toca como en su misma asociación, un
interés bien escondido durante la primera parte del film, pero que aflora en el
último cuarto de metraje. Este grupo, al enterarse de que un convoy con whisky
va en camino de Denver, saldrá a su encuentro para detenerlo, pero en el camino
hay indios interesados en el agua de fuego y no dejarán pasar la oportunidad de
conseguir el preciado líquido. Es por tal motivo por el que el destacamento
segundo de caballería del fuerte escoltará al grupo activista de mujeres que no
dejan de cantar una y otra vez durante el viaje. Pero antes, otra columna, la
primera de caballería, ha salido también al encuentro del convoy para
asegurarse de que todo va en camino y seguro. Y los indios por ahí andan
esperando salir en busca del convoy... hasta que se juntan todos y arman un
buen lío, no sólo por coincidir en un mismo espacio con propósitos diferentes,
muy enfrentados, sino porque en ese momento una tormenta de arena hace que todo
sea pura confusión. Tal situación generará alguna que otra carcajada mezclada
con incredulidad.
En La batalla de las colinas del
whisky el humor viene marcado por aspectos como que el personaje del
coronel resulte bastante simpático, por la actitud incívica y granuja de los indios y su
comportamiento tan fanático a la hora de relacionarse con el whisky, por otros
personajes que le aportan humor y que resultan bastante entrañables, como Oráculo Jones y su interés desmedido por
el whisky, tanto interés como el que tienen los indios, pero que se acerca a él
(y lo consigue) con más picardía aún, sabiendo moverse mejor y más sigilosamente
hasta el punto de hacerse amigo del mismo transportista empresario para
conseguir sus objetivos. Este Oráculo
servirá tanto para un roto como para un descosido. Es adivinador del futuro y
en Denver los mineros lo tienen en alta consideración, hace de guía cuando la
milicia ciudadana sale en busca del convoy, aunque se esconda como una comadreja cuando atacan los indios, o se junta al empresario que
lleva el alcohol, haciéndose amigo de él, para no perder el rastro y no
quedarse fuera de juego sin una buena parte de la mercancía.
Lee
Marvin, Clint Eastwood y Jean Seberg en La leyenda de la ciudad sin nombre
|
Que los trabajadores irlandeses que llevan el whisky se pongan en huelga, y
las mujeres prohibicionistas se unan a ellos en la protesta tiene su
coherencia, pero no deja de ser hilarante, como lo es la reacción desmedida de
rabia del empresario transportista cuando siente que le roban, un buen ejemplo
de lo que es un capitalista al que le quieren llevar lo que es suyo, o cree que
es suyo, o la tremenda incoherencia que se produce cuando la líder
prohibicionista, protagonizada por Lee
Remick, se pone a beber whisky delante nada menos que del coronel, un
aficionado a la bebida. Pero su humor también vendrá por el contraste entre el
coronel y la líder prohibicionista, entre alguien al que le gusta pimplar de
vez en cuando y una mujer que critica esa costumbre que degenera al que la
lleva a cabo; esa antítesis tiene gracia, y más cuando ese grupo de féminas
prohibicionistas, que son tratadas como si de una plaga se tratase, no dejan de
ser un incordio para el coronel.
El humor de La batalla de las
colinas del whisky no es burdo, grueso o zafio; posee cierta finura que va desde lo surrealista a lo
payaso, algo que le da una configuración especialmente llamativa que tiende a
un disparate no del todo descontrolado, como sí podíamos contemplar sin embargo
en pelis como Los hermanos Marx en el Oeste (peli que muy bien podría haber entrado en el presente
post, u otra a la que le tengo muchas ganas El día de los tramposos, de Mankiewicz).
Hay situaciones de comedia muy identificables, a veces incluso de cine mudo, o
ridículas, que están muy bien incrustadas en un guión que sólo con contarlo ya
te produce una gran sonrisa.
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Jodie
Foster y Mel Gibson en Maverick
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En la
película de Richard Donner, Maverick, el humor llegará sobre todo
por la simpática figura del jugador de póker Bret Maverick, un granuja que hará lo indecible, con bastante
astucia y agilidad, para participar en una timba que se celebrará próximamente
en un barco fluvial que recorre el río Mississippi (¡cómo no!).
Algunos
detalles iniciales, como su aparición en un pueblo montado en un burro al que
va a parar para jugar, juegan, valga la redundancia, en favor de su humor, y
más si luego Maverick vende dicho
animal por un misero dólar para decir a continuación que lo hubiese regalado si
nadie le hubiera ofrecido tan mísera cantidad de dinero.
El
hombre se montará unos números de los más singulares, a veces espectaculares,
para hacer creer a la gente que es alguien que en realidad no es, un pícaro a
la altura de los mayores aventureros; se me viene ahora mismo a la cabeza al
mismísimo Indiana Jones; pero con un
añadido que le da una personalidad tremendamente atractiva y simpática: es un
tío taimado hasta la médula.
Hasta
que aparece Annabelle Bransford, la
chica que interpreta Jodie Foster,
alguien tan encantadoramente embaucadora como el mismísimo Mavercick, hijo en este caso, el padre aparecerá más tarde, y todos
comprobaremos los parecidos entre ambos, en un papel interpretado por James Garner, al que años atrás vimos
protagonizando la serie de TV en la que se basa la peli. La relación entre Gibson y Jodie Foster, que por cierto es una jugadora como Maverick, aparte de ladrona, tiene
momentos simpáticos de un tira y afloja bastante divertido. Su primer
encuentro-desencuentro (con besazo incluido) hace que la sinergia prometa.
Un
aspecto imprescindible, como en otros films comentados en esta entrada, que
hace darle más humor a la película es que cualquier situación, por muy tensa
que en teoría pudiera ser, como un atraco, llega a producir hilaridad, es
chistosa, sobre todo interviniendo Maverick
en ella, alguien que se toma la vida como un espectáculo en el que no sólo
engaña sino que siempre sale airoso, aunque en ocasiones lo que arriesga lo
lleva a situaciones límite.
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John
(James Stewart) y cía femenina en El club social de Cheyenne
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El personaje interpretado
por un excepcional Lee Marvin, en un
papel que ofrece descaro y simpatía, pecador como pocos, pero pragmático en su
inmoralidad, es el hilo conductor y el mayor reclamo del film. El humor partirá
en la mayoría de las ocasiones de él y se irradiará como una central nuclear alrededor
del abrasador foco de calor.
Una población surgirá cuando se descubre oro, un lugar
al que se llamará La ciudad sin nombre, población masculina (menuda coña). Pero
aquello está aburrido y la llegada de un mormón con sus dos mujeres y el hijo
pequeño de una de ellas provocará el interés de los habitantes de la ciudad. En
la estampida para recibir a los nuevos visitantes se enterarán de la situación
de los recién llegados; al poco tiempo comenzarán a creer que aquello no vale
allí ya que no hay mujeres y sí muchos hombres, y alguien por muy mormón que
sea no puede tener más de lo necesario... con lo que se subastará a una de las
mujeres, la que no es madre; en la pugna Ben
(Marvin) la comprará cuando tenía una
cogorza de consideración. En el casorio, como no: fiesta, canciones, coña
mineril, pero con respeto hacia los contrayentes, aunque se le cuente algún que
otro chiste insinuando los atributos de la recién estrenada esposa (por
contrato comercial más bien, eso sí).
En la noche de bodas la población minera será paciente
espectadora fuera de la casa en la que se encuentran los recién casados.
Querrán ver como les fue, querrán admirar a la novia recién salida de la cama y
el semblante del afortunado esposo.
El humor de La
leyenda de la ciudad sin nombre nace igualmente de los contrastes, de unas
diferencias evidentes, entre la personalidad y sentido moral de Ben y los de Socio (el granjero protagonizado por Eastwood no es precisamente vicioso). A pesar de ello se
convertirán en socios, algo de lo poco que cumple y respeta Ben en esta vida (
y Socio será el nombre con el que a
partir de entonces usará Lee Marvin
para referirse a Clint Eastwood). Éste
sólo tendrá que cuidar de Ben cuando
éste cuando lo necesite, en los malos momentos de borrachera y melancolía,
cuando quiera hablar con alguien para espantar la tristeza.
La borrachera será, como no, el desencadenante
perfecto para que la chispa de la fiesta se propague; en la flagrante
diversión, el humor hará acto de presencia sin disimulos. Los festejos no
siempre terminarán bien y cualquier minucia será un buen pretexto para que
comience la pelea.
Los celos de Ben provocarán por sí solos la hilaridad entre los mineros (y por supuesto entre
nosotros). Las situaciones y consecuencias de los celos llevarán a plantearse
lo que en principio parecían majaderías, pero que no lo parecen tanto cuando Marvin convence con su elocuencia de que
traer prostitutas a la ciudad haría que los hombres se desahogaran y la ciudad
floreciera. Todos parecen estar de acuerdo, incluso los que en un primer
momento lo habían catalogado como un auténtico loco depravado.
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Jason Robards y Stella Stevens en La balada de Cable Hogue, de Sam Peckimpah |
La escena de la declaración del amor que sienten entre
sí el socio y la mujer de Ben está verdaderamente graciosa... “¿Y por qué una
mujer no puede tener dos maridos, quién lo prohíbe, y más en un sitio como La
ciudad sin nombre?”. ¡Viva la incivilización!, proclamará Marvin... el alcohol y la emoción del momento harán que Socio cambie la idea que tenía de la
moralidad y, en lo que le toca, decida “colaborar”, pero muy gustosamente. La
ciudad sin nombre se irá convirtiendo aceleradamente en la nueva Sodoma y
Gomorra. Un reverendo que predica el bien en una ciudad de vicio e inmoralidad
le recordará a la población ciega de lujuria las consecuencias de sus actos; pero
los mineros se reirán de sus palabras.
Será en el tramo final del film cuando la faceta más
pícara de Ben salga a la luz. Una red de túneles por todo el pueblo, pasando
por todos los locales de juego y señoritas, en los salones donde el oro que cae
al suelo se filtra por las rendijas de la madera, se utilizará una vez estén
escavadas las galerías para adquirir ese maravilloso oro que parece cegar a
quien entra en contacto con él como si del anillo del Señor de los anillos se
tratara.
El hundimiento apocalíptico del pueblo después de que
el reverendo se lo pidiera al Señor es verdaderamente desternillante,
magistral. La coincidencia es totalmente acertada, se produce en el momento
preciso y recrea una escena espectacular y magnífica en cuanto a lo que tiene
que ver con el humor.