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Cathleen Turner y Michael Douglas |
Las desavenencias en una pareja pueden cuajarse a lo largo de períodos de tiempo más o menos prolongados en los que el conocimiento del otro (el contrario, cuando se está inmerso en pleno proceso beligerante) hace que salgan a flote ciertos defectos que antes no parecían estar ahí.
Al surgir el amor siempre se tiende a idealizar al compañero si no se conocía de antes, por lo que ese conocimiento es necesario para saber si en esa idealización hay cualidades reales que hagan de la pareja alguien que merezca la pena; si no fuese así lo normal sería que comenzasen los problemas.
La convivencia desgasta normalmente si no hay libertad, un espacio propio en el que desenvolverse como individuo. La violencia, el sometimiento, la coacción son un veneno para la relación. No sólo llega con quererse, hay que respetarse para que la pareja se perpetúe en el tiempo y se ahuyenten los conflictos.
Es en la convivencia y en el conocimiento recíproco cuando llegan las fricciones si no se vieran las cosas de una manera similar y, consecuentemente, los tristes desengaños; y más cuando uno creía estar enamorado de su pareja.
Este trabajo parte de los conflictos de la pareja que nacen del desengaño, una reacción muy interesante de analizar que siempre suele ir acompañada de frustración, amargura, tristeza.
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Revolutinary Road, de Sam Mendes
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Pero no sólo la convivencia y el conocimiento mutuo provocan conflictos. Hay otros factores externos ajenos a esa relación íntima que podrían causar problemas, no sólo existen las diferencias irreconciliables que tantos divorcios provocan, las ilusiones rotas, las maneras de vivir la existencia o el que la pareja sencillamente no se soporte, como ocurrirá en la película de Danny de Vito, La guerra de los Rose, aunque en ésta ese sentimiento sea tan sólo de uno en relación al otro y ese otro reaccione pareciendo en un momento concreto que el sentimiento es recíproco, no ocurriendo exactamente eso ya que Michael Douglas no dejará de querer a Cathleen Turner por muchas putadas que le haga. Algunas circunstancias como la familia (hijos, padres, hermanos), el trabajo, los amigos, las relaciones sociales o incluso, y yendo más lejos, otra persona que pueda llegar a atraernos lo suficiente y que provoque celos pueden acarrear problemas o rupturas si la relación se desestabilizara lo suficiente.
El desgaste provoca también conflictos. El deterioro se produce en ocasiones por simple y duro desgaste. La vida suele deteriorar casi todo lo que pasa por ella, los cambios son irremediables y esos cambios suelen producir llagas. ¿Y qué puede producir el desgaste? Yo diría la monotonía, esa rutina que nos apalanca y nos hace parecer vegetales poco menos, el aburrimiento, la falta de ilusión, los planes en común que se terminan estropeando, las pequeñas decepciones del día a día por ese conocimiento del otro del que hablé…
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Martha y George en ¿Quién teme a Virginia Woolf?
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Pero también hay conflictos sin la necesidad de que haya desgaste por choques puntuales que son como tempestades y que no tienen por qué ir a más ni tener tanta importancia, sólo producir fuertes enfrentamientos pasajeros que consolidan la relación por ser algo así como demostraciones en las que el otro te importa tanto que las emociones poco menos que explotan en una demostración de amor muy distinta a la habitual que tiene que ver con la ternura.
En La guerra de los Rose el conflicto parece llegar de repente, sin apenas niveles de intensidad, o gradualmente. Oliver Rose (Michale Douglas) notará ciertos síntomas extraños en la conducta de su esposa Barbara, pero cree que forman parte de su personalidad especial y motivados por enfados pasajeros; hasta que se produce su inesperada declaración cuando su marido sufre un dolor agudo en el tórax que creen podría ser motivado por un infarto y Barbara no lo va a ver al hospital, aunque sepa lo ocurrido.
Cuando se conocen se atraen; se puede decir sin temor a equivocarse mucho que tienen un flechazo. No tardarán en acostarse y en hacer planes de futuro. Enseguida llegarán dos hijos y vivirán un período feliz, casi como en un cuento de hadas.
Pero ese cuento de hadas un buen día se torna en pesadilla.
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Annette Bening y Kevin Spacey en American Beauty
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A Barbara empiezan a molestarle detalles que antes le pasaban desapercibidos (aunque es posible que estuvieran ahí latentes esperando para asomarse con mala cara), como la forma en la que su marido corta la carne cuando se dispone a comer.
Las relaciones sociales que mantienen con gente del trabajo de Oliver y el modo que tiene éste de relacionarse con ellos exasperan a Barbara. No aguanta su perfección y que quiera demostrar siempre lo mucho que sabe de todo.
A algo como esto que tiene que ver con la personalidad de Oliver se unen otros problemas motivados por el estilo de vida de ella, una mujer a la que le gusta la buena vida y que consume a su antojo. Sus negocios para continuar con su tren de vida no son vistos con buenos ojos por su marido, pero ella insistirá en llevarlos adelante ya que busca independencia, una situación con la que se sentirá más libre. Tal vez sea por ver a su marido como alguien represor, aunque disimulado por la falta de violencia, el principal motivo por el que se produce el cambio en la mujer.
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Barbara y Oliver Rose en La guerra de los Rose
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Y es a partir de aquí, sobre todo, cuando la película se convierte en una mordaz sátira sobre el matrimonio, la convivencia y los problemas que surgen si cualquiera de la pareja empieza a no soportar al contrario, todo con un sentido muy negro del humor.
Es cuando comienza el proceso de divorcio cuando la guerra hace acto de aparición. Los juegos sucios iniciados por Barbara provocarán en Oliver una reacción de resistencia pertinaz. Oliver le hace frente. Una ley de la que le informa el abogado que lleva el divorcio (Danny de Vito) hace posible que en la separación Oliver pueda volver a la casa en la que vive su mujer.
Como en los mapas de las guerras, hay en los planos de la casa zonas de colores que corresponden a los dos bandos beligerantes; también hay coloreadas zonas neutras en las que hacen vida con sus hijos.
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¿Quién teme a Virginia Woolf?
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De cualquier modo Oliver seguirá queriendo y desando a Barbara, aunque a ella le ocurra todo lo contrario y sin una explicación clara del motivo por el que ha dejado de sentir lo que parecía sentir antes. Y es que el amor nunca es cosa de uno sólo, desgraciada o afortunadamente.
En Revolutionary Road, la película dirigida por Sam Mendes, con guión de Justin Haythe y basada en la novela Vía revolucionaria, de Richard Yates, April Wheeler es una aspirante a actriz que no consigue llegar a hacer carrera por carecer de las cualidades necesarias para abrirse camino en ese mundo. La mujer se inspirará en los sueños de su marido Frank cuando era más joven para ilusionarse y anhelar un cambio de vida. La pareja se ama, pero el cambio a un nuevo hogar en la calle Revolutionary hará que coincida con el deterioro de su relación en la que prevalecerán egoísmos personales y miserias. Cuando la llama de la pasión parecía estarse apagando por la rutina, la decisión de trasladarse a París vuelve a reavivar la llama; París es su destino y como una obsesión para la mujer. Allí pretende que la vida en compañía de su marido sea bohemia y libre. Frank podría encontrar su verdadera vocación, y si no lo hiciese podría vivir sin ningún tipo de responsabilidades relacionadas con el trabajo porque ella sería la que lo haría para mantenerlo; pero los planes irán cambiando irremediablemente al quedarse embarazada y al ofrecérsele a Richard la posibilidad de ascender en su trabajo.
Finalmente la individualidad primará y será más fuerte que el amor, por lo que no merecerá la pena continuar con la relación.
El desánimo es una constante en el insatisfecho e inconformista personaje femenino interpretado por Winslet, mujer víctima de la confusión a causa de una vida que no le corresponde, monótona y sin comunicación. Hay en ella un deseo imperioso por alcanzar la felicidad e independencia; ese hecho hará que sufra y se angustie. La relación, lógicamente, se deteriorará con su marido, mucho más conformista. El papel de éste será un cliché que servirá para desarrollar el de su mujer, mucho más interesante desde la profundidad de su psicología, alguien que se cree víctima de la rutina y la falta de ilusiones. Di Caprio será el contrapunto para hacer ver a su esposa donde le pueden llevar realmente sus sueños.
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American Beauty, de Sam Mendes
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La familia Burnham se compone por tres miembros: Lester (Kevin Spacey), su mujer Carolyn (Annette Bening) y su desencantada hija Jane (Thora Birch). American Beauty trata temas como la importancia que se le da, sobre todo en las sociedades occidentales, a las apariencias y al dinero, y como eso menoscaba las relaciones interpersonales, cambiando su naturaleza hasta su deformación y haciendo una constante por parte de alguna de las víctimas, e incluso una prioridad existencial, la necesidad de escapar de las situaciones generadas por culpa de una sociedad en la que el éxito y lo material, y no así lo espiritual, lo es todo.
La esposa de Lester, Carolyn, es una ambiciosa vendedora inmobiliaria a la que sólo parece interesarle el éxito profesional. Ella misma pone de manifiesto que su compañía vende una imagen y es parte de su trabajo vivir esa imagen. Eso hará que explote un conflicto con su esposo cuando ella empieza a notar que Lester es un fracasado, que su vida empieza a cambiar y ya no le da importancia a lo que sí tiene para Carolyn, el prestigio social, la imagen, el éxito profesional. Las relaciones que mantendrá Carolyn con su esposo serán frías al ver la vida de un modo muy distinto, y con su hija serán poco cariñosas y cálidas, impersonales por ese querer aparentar siempre de una madre obsesionada con el éxito. Muchas veces Carolyn tratará a su hija de adefesio, algo que no debería corresponderse con lo que es una madre si lo dicho es en serio.
Si nos fijamos en las dos películas de San Mendes comentadas en esta entrada, Revolutionary road y American beauty, los papeles de Carolyn y de Frank le darán más importancia a la posición social y a una estabilidad material, sólo que en Carolyn de una manera descarada e inmadura, y en donde el otro tipo de estabilidad, la humana, no sabrá como expresarla, y en el papel de Lester y de April habrá menos compromiso social y más libertad individual que tendrá que ver con una vida encorsetada de la que se quieren desembarazar.
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Frank (Leonardo DiCaprio) y April (Kate Winslet)
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Nada más comenzar se tiene la sensación de que la mujer,
Martha, es insoportable, de trato complicado, y te preguntas si a lo largo del film se explicará el porqué de su agresivo comportamiento hacia
George, su marido. Al principio su marido se mantendrá a la defensiva. Es curioso como ella, cuando adopta esa actitud, prefiere verlo enfadado. Le dice que no sabe pelear por las cosas, que no tiene agallas (según un eufemismo dicho por él mismo y que hace que los dos se rían), en una clara insinuación hacia su trabajo y la ambición que debería tener para triunfar. Y es en ese punto donde nos enteramos del conflicto que hay entre los dos a causa de la profesión de
George.
Martha le tenía planificada su carrera profesional como buena hija del rector universitario que era, pero él no dio la talla y eso hizo convertirlo en un fracasado. No sólo será un perdedor por no ascender en su departamento de la facultad de historia, lo será por sus proyectos literarios que no tendrán salida por resultar poco entendibles y de difícil apoyo por parte de su suegro.
¿Quién teme a Virginia Woolf? es un continuo tira y afloja, un mal rollo extenuante con ramalazos de ternura, un herir de alguna manera a cualquier costa. En la invitación de Martha a una pareja de jóvenes, Honey y Nick, para pasar la velada en su casa se representará una especie de psicodrama en el que el alcohol servirá de fluido social, como decía uno de los personajes de la película de los hermanos Coen, Barton Fink, de inhibidor de conductas para no dejar de hablar y decirse todo lo que hay que decir, sin cortarse, humillando siempre que se pueda. “Una noche de borrachera llegaremos mucho más lejos”, le dirá Martha a su marido en plena pelea dialéctica. En la reunión las humillaciones serán constantes, sobre todo mutuamente entre Martha y George, o a las que somete George a la joven pareja en un juego cruel que parece tener algún propósito, como el que tenían las humillaciones en forma de juego en las que Lawrence Olivier sometía a Michael Caine en el excelente film La huella, de Joseph Leo Mankiewicz. Habrá secretos y se descubrirán verdades dolorosas que tendrán que ver con la joven pareja invitada, e intereses agazapados y listos para salir cuando llegue la oportunidad, eso se verá en el joven profesor de biología.
Pero habrá algo más de lo que Martha no deberá hablar a los invitados, de lo que ellos llaman el problema, de su hijo, eso que tanto les preocupa y que martillea sus vidas como una terrible y angustiosa obsesión.
El resultado de la reunión parece un juego de humillaciones que se hacen con algún fin, el de hacer de terapia para sus males, para su tormento. Llegará un momento en el que el profesor de biología no sabrá si están mintiendo o no, si es una representación lo que contempla o algo real.
En la relación tormentosa entre Martha y George se insinúa algo que tiene que ver con la culpa; pero la ambigüedad hará que no lo sepamos con certeza. El no es el culpable de la muerte de su hijo; sin embargo en un momento concreto creeremos que su esposa así se lo hace sentir.
En el juego escenificado se podría creer, o interpretar, que él mata al hijo si tuviésemos en cuenta que es pura ficción y no hay nada de real en lo contado, sin embargo quedará esa duda por un momento, sobre todo cuando George le cuenta a su invitado la siniestra y dura historia del muchacho que mató a su madre y a su padre (la verdad podría estar cambiada en lo referente al accidente en el que el hijo pierde el control del coche y mata al padre; tal vez fuese al revés y George lo disfrace para no resultar demasiado evidente y dramático, y para continuar con ese estilo de representación, de juego), como queda aquella otra duda en la que se pregunta uno si Martha y su marido pueden tener hijos y que es inducida por la insinuación que le hace Nick al atormentado matrimonio.
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Merle Oberon y Melvyn Douglas en Lo que piensan las mujeres
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Spoiler (no leer el spoiler en color azul para no descubrir partes de la película)
Finalmente se descubrirá que el hijo no existe. Él es una escusa que servirá de apoyo para esa catarsis, una realidad inventada y que necesitarán para soportarse, una ilusión que será como un oasis en una vida infeliz y de sufrimiento. / Fin Spoiler (Ya se puede seguir leyendo sin problema)
Pero la vía de escape cumplirá su función y al final sospecharemos que Martha y George se quieren, aunque quedarán abiertas demasiadas puertas a pesar de que se perciba un rayo de esperanza. ¿Continuará todo como hasta ahora o será un volver a empezar?
Jill Baker, interpretada por la atractiva y exótica Merle Oberon, y Larry, interpretado por un elegante y distinguido Melvyn Douglas, son un matrimonio con una buena posición social. La rutina y el acomodo profesional de Larry, vicepresidente de una importante compañía de seguros y enfrascado en su trabajo obsesivamente, harán que la pareja deje de relacionarse como lo hacían en el inicio de su relación.
Jill padece insomnio y sufre ataques de hipo cuando está nerviosa. En el psicoanalista descubrirá, de una manera bastante chistosa, que sus síntomas son originados por la monotonía de su vida conyugal.
Erns Lubitsch trata el conflicto que acontece en Lo que piensan las mujeres en un tono de comedia elegante, lleno de sugerencias, de un dominio magistral del espacio y el tempo narrativo y de sutileza. Sin embargo ese conflicto es desarrollado de una forma simple, débil, en el desarrollo de ese triángulo formado por Jill, su marido Larry y el pianista interpretado con enorme entusiasmo y fuerza de convicción por el excelente y simpatiquísimo Burgess Meredith. Hay poca incisión en la desintegración matrimonial mostrada, un hecho que merecería más hendidura antes de ese inevitable happy end final.
De cualquier modo la poca profundidad que se le da al tema no deja de estropear una gran comedia ligera que no espera otra cosa más que divertir sin agobios; una lección de buen cine, otra más, del maestro Lubitsch.