Adiós a un viejo complemento
Fue algo muy súbito e inesperado. Me costaba gran trabajo escuchar las palabras de mi padre, que desde Santander me llamaba por el móvil: "Abre el cuarto cajón. Coge el metro plateado y llévaselo a una persona que te va a llamar para quedar con él". No me pude creer lo que oía "¿Llevárselo? Pero ¿Para enseñárselo?" Pregunté. "No. Para dárselo. Es suyo". Increíbles palabras. Ese metro llevaba más de cuarenta años con mi familia, y ahora resultaba que no era nuestro. Recuerdo que de niño me corté con el filo, al tocarlo, imprudentemente. Entre la sorpresa y la rapidez con que llamó su propietario, no caí en la cuenta de hacerle una foto de despedida. No es que fuera un gran metro; de hehcho, solo tenía hasta dos metros. Ah, pero eso sí, era muy resistente. Estaba casi nuevo. El hombre debió notar mi incredulidad, que me dijo: "Oye, que si no me lo quieres dar, no pasa nada. Quédatelo". "No es eso,