Hace poco leí un artículo de Benjamin Lee Whorf, donde aborda la hipótesis del relativismo lingüístico, también conocida como hipótesis Sapir-Whorf. Esta teoría postula, para decirlo sencillamente, que debido a que pensamos con palabras, y que cada lengua efectúa un determinado recorte de la realidad, la lengua que hablamos condiciona nuestra manera de pensar. A lo largo de su obra, Whorf se dedica a analizar el hopi, una lengua de un pueblo nativo americano, y compararla con el SAE (el estándar europeo, la familia de lenguas que engloba al inglés, el alemán, el francés y tantas otras que provienen de un mismo tronco).
De esta manera, Whorf consigue -al menos por un rato- desnaturalizar la lengua, verla como un recorte aleatorio posible entre tantos, y comprender cómo ciertas concepciones del universo que tenemos por ciertas son simplemente consecuencia de la clasificación arbitraria del lenguaje en el cual pensamos.
Una de las cosas que a Whorf le llama la atención es cómo nosotros, los hablantes de SAE, concebimos al tiempo a partir del recorte de nuestra lengua entre presente, pasado y futuro. La idea del tiempo como algo lineal, como una "grilla de cuadritos" a ser completada día a día, no solamente se manifiesta en metáforas: "qué día largo y pesado", "cuánta distancia me separa de mi adolescencia", "quiero llegar a recibirme a fin de año", son seguramente sólo algunos de entre los tantos ejemplos que pueden pensarse; también queda patente esta concepción del tiempo como algo físico en nuestra gestualidad, los movimientos que hacemos con nuestras manos al intentar transmitir ideas temporales.
Por supuesto, esta concepción que tenemos incorporada nos hace adoptar ciertos hábitos: el culto a las fechas, los calendarios, los relojes; la organización de rutinas que nos aportan seguridad y nos hacen desechar el elemento imprevisto. Whorf sostiene que la cultura hopi desconoce todo esto: no saben de cumpleaños ni de aniversarios. El tiempo no es algo lineal sino cíclico. Los días no se suceden como si se tratara de los vagones de un tren, se acumulan una y otra vez, como si fuera un mismo día con ciertas modificaciones.
Me puse a reflexionar al respecto el otro día en clase, cuando los chicos me preguntaron cuánto faltaba para salir a jugar al recreo. "A short time", les respondí. "¿Cortito, cortito así?", preguntó una nena, juntando sus deditos índice y pulgar. "No, largo asíííí", dijo otro chico, extendiendo sus bracitos todo lo que pudo. Junto con la lengua materna, han incorporado a sus cinco años la noción de espacialidad del tiempo, algo que nos resulta totalmente natural y que, no obstante, es tan arbitraria como cualquier otra clasificación que una lengua humana cualquiera hace de la realidad, objeto por completo inaprensible.