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miércoles, mayo 21, 2008

Sobre la espacialidad del tiempo

Hace poco leí un artículo de Benjamin Lee Whorf, donde aborda la hipótesis del relativismo lingüístico, también conocida como hipótesis Sapir-Whorf. Esta teoría postula, para decirlo sencillamente, que debido a que pensamos con palabras, y que cada lengua efectúa un determinado recorte de la realidad, la lengua que hablamos condiciona nuestra manera de pensar. A lo largo de su obra, Whorf se dedica a analizar el hopi, una lengua de un pueblo nativo americano, y compararla con el SAE (el estándar europeo, la familia de lenguas que engloba al inglés, el alemán, el francés y tantas otras que provienen de un mismo tronco).
De esta manera, Whorf consigue -al menos por un rato- desnaturalizar la lengua, verla como un recorte aleatorio posible entre tantos, y comprender cómo ciertas concepciones del universo que tenemos por ciertas son simplemente consecuencia de la clasificación arbitraria del lenguaje en el cual pensamos.

Una de las cosas que a Whorf le llama la atención es cómo nosotros, los hablantes de SAE, concebimos al tiempo a partir del recorte de nuestra lengua entre presente, pasado y futuro. La idea del tiempo como algo lineal, como una "grilla de cuadritos" a ser completada día a día, no solamente se manifiesta en metáforas: "qué día largo y pesado", "cuánta distancia me separa de mi adolescencia", "quiero llegar a recibirme a fin de año", son seguramente sólo algunos de entre los tantos ejemplos que pueden pensarse; también queda patente esta concepción del tiempo como algo físico en nuestra gestualidad, los movimientos que hacemos con nuestras manos al intentar transmitir ideas temporales.
Por supuesto, esta concepción que tenemos incorporada nos hace adoptar ciertos hábitos: el culto a las fechas, los calendarios, los relojes; la organización de rutinas que nos aportan seguridad y nos hacen desechar el elemento imprevisto. Whorf sostiene que la cultura hopi desconoce todo esto: no saben de cumpleaños ni de aniversarios. El tiempo no es algo lineal sino cíclico. Los días no se suceden como si se tratara de los vagones de un tren, se acumulan una y otra vez, como si fuera un mismo día con ciertas modificaciones.

Me puse a reflexionar al respecto el otro día en clase, cuando los chicos me preguntaron cuánto faltaba para salir a jugar al recreo. "A short time", les respondí. "¿Cortito, cortito así?", preguntó una nena, juntando sus deditos índice y pulgar. "No, largo asíííí", dijo otro chico, extendiendo sus bracitos todo lo que pudo. Junto con la lengua materna, han incorporado a sus cinco años la noción de espacialidad del tiempo, algo que nos resulta totalmente natural y que, no obstante, es tan arbitraria como cualquier otra clasificación que una lengua humana cualquiera hace de la realidad, objeto por completo inaprensible.

viernes, febrero 22, 2008

Tan sólo seis grados de separación

Hay veces en que determinados mensajes nos llegan por más de una fuente en un mismo día, y entonces, al menos en mi caso, me resulta imposible no creer que el universo me quiere decir algo. Hoy, por ejemplo, me deja un mensaje Flor, que es la primera vez que viene al blog, y que justo había escrito esto. Y yo justo estuve hablando con mi amiga Lucre de la teoría de "seis grados de separación" (six degrees of separation). Les comento brevemente lo que ésta dice.
Si vos y tu amigo se conocen, están separados por un grado. Si tu amigo conoce a otra persona que vos no conocés -por ejemplo, su profesor particular de guitarra- el profe y vos están separados por dos grados. Pues bien, la teoría dice que en el mundo no hay dos personas que estén separadas por más de seis grados. En fin, que el mundo es un pañuelo, qué chico es el mundo, etc.
Esta teoría se ha intentado demostrar matemáticamente así como con experimentos, pero nunca ha sido reconocida científicamente, por lo que algunos no la consideran más que una "leyenda urbana". Por lo demás, ha dado origen a una obra de teatro, películas, series de televisión (cómo no pensar en la primera temporada de Héroes, por ejemplo).

Me puse a pensar. Por lo pronto, no me queda muy en claro qué significa exactamente "conocer" a alguien. ¿Puedo decir que "conozco" a Bono, el cantante de U2, porque lo vi cuando se asomó a saludar a sus fans -entre los cuales me encontraba- desde el balcón del hotel cuando estuvo en Buenos Aires? Me parece que no, ni qué decir por haberlo visto a veinte metros desde el estadio donde la banda tocó para 80.000 personas. O sea, yo podría cancherear y decir "conozco a Bono", pero esto es a todas luces falso desde el momento en que Bono nunca va a decir "Sí, yo conozco a Mariana, era una chica alta y flaquita de remera negra que estaba sobre los hombros del novio cuando tocamos One el 7 de marzo de 2006 en River...". Ok, entonces definamos que conocer a alguien implica, mínimamente, que los dos reconozcan que "conocen" al otro y sepan al menos su nombre.
¿Y qué hay con alguien que conociste en el pasado pero hace años que no ves? Por ejemplo, ¿puedo decir que con mi maestra de la sala amarilla aún estamos separadas sólo por un grado, o ya es parte de la anónima multitud? Bueno, de todas maneras, seguro que mi mamá conoce a la que resulta era tía de un compañerito mío que hace poco se encontró por la calle con la señorita Myriam y que ésta le dijo "Dieguito, qué grande que estás...".

De cualquier manera, me parece que algo de verdad puede haber en esta teoría de los seis grados. Hoy charlando con mis compañeras en el jardín donde trabajamos alguien tira el ejemplo de Bush, creo. Pensándolo bien, con los famosos es fácil: supongamos que conozco a un amigo que tiene un amigo que conoce a alguien de medios. No sería tan raro. Este periodista conoce a la presidenta, o al menos a alguien en su entorno directo. Y bueno, la presidenta tiene el (dis)gusto de conocer a Bush, al menos, como dirían en su lengua, "on a first name basis".
Lo más difícil es creer que algo me une con el ejecutivo que acaba de ser despedido por una multinacional en Tokio. O con la panadera nicaragüense que todas las mañanas madruga para amasar. O con un bebé desnutrido nacido en Somalía. Sin embargo, con un poco de imaginación, llego a imaginarme que estamos, de alguna manera, todos nosotros conectados.
¿Qué implicaciones tendría la teoría de ser cierta? Para empezar, estamos todos mucho menos solos. Para los corazones solitarios que buscan al amor de su vida en multitudes anónimas, es un alivio saber que sólo seis pasos los separan de él o ella. Ja, si bastaría con conocer a alguien que te presente a alguien que conoce a alguien que justo conoce a alguien que conoce a alguien que te presente a ese bombonazo espectacular con el que tanto soñaste...
A la vez, qué laberinto de gente para llegar a encontrar esos seis pasos. Somos tantos, cada vez más. Tal vez la teoría de los seis grados de separación fascina porque en realidad es tan remotamente improbable y sin embargo, podría ser cierta. ¿Acaso alguien está en condiciones de refutarla?