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sábado, diciembre 22, 2007

Cómo superé la angustia de las Fiestas

Hace muy poquito escribí una entrada sobre el malestar que me provocan en la actualidad los días previos a las Fiestas, principalmente la Navidad. Esto se debe, entre otras cosas, a que me irrita la comercialización absurda y exagerada a su máximo exponente que se hace de la fecha en cuestión. Para ver otros motivos, recomiendo la lectura de este excelente artículo del blogger Martín Palma Melena.
Pero lo que quería compartir hoy no son razones para detestar las Fiestas, sino cómo este año me propuse pasarlas bien. ¿Quién sabe? Tal vez esto ayude a algún lector.

Para empezar, me angustiaba elegir regalos para la familia dentro de mi módico presupuesto. Bueno, ese tema lo solucioné como hace unos años: compré sólo para aquellos pocos con quienes compartiré Nochebuena. Para todos los demás, preparé unas bonitas velas artesanales de mi cocina. No gasté un peso y quedaron mucho más lindas que cualquier chuchería que hubiera podido comprarles. El sólo hecho de ponerme a hacer las velas me puso de buen humor, y esto ya cambió mis perspectivas sobre la Navidad.
En esta foto muestro orgullosa mis primeras creaciones, allá por la Navidad de 2001. Con la crisis que hubo, no estaba como para gastar en regalos...

Con respecto a pasarlas en familia, me di cuenta de que lo que me molesta no es ninguna persona en particular. Más allá de que el elenco familiar a pleno no lo elegimos nosotros, quiero a mi familia. En realidad me irritan las reuniones familiares cuando implican amontonamiento, roces, la alegría cuando es impostada, y me molesta que muchas veces haya gente a la que uno ni siquiera conoce, pero de compartir se trata después de todo. Y quiero pensar en aquellos con quienes sí quiero estar, personas que me dan amor todo el año, y que bien valen que comparta también este momento.

En cuanto a la irritación que me producen las vidrieras emperifolladas y la histeria de los compradores, decidí pasarla por alto olímpicamente. Dicho de un modo más grosero, ¡me ca** en el Santa Claus cocacolero!

Tal vez lo más importante sea, paradójicamente, no darles tanta importancia. Es tan sólo un momento para compartir en familia, como debiera haberlos varias veces en el año. Y, para aquellos que conservamos al menos parte de nuestra fe, una oportunidad para mirar adentro y prestar atención, no a las cosas que quisiéramos cambiar de la Navidad, sino a aquello que podemos cambiar de nosotros mismos.

Ahora sí, es el deseo de La Era... que todos pasen las Fiestas lo mejor posible y cada uno a su manera. Y no nos olvidemos que en muchos sentidos tenemos terrible cantidad de motivos para sentirnos agradecidos.

jueves, diciembre 06, 2007

La angustia de las Fiestas

Desde que era chica, las fiestas (sobre todo la Nochebuena) representaban para mí una gran alegría, mucha ilusión por tener a la familia cerca, compartir una rica comida y recibir regalos, y sobre todo hacerlos yo. Mi mamá me cuenta que incluso siendo una nena me dedicaba a preparar "regalitos" para la familia, me divierte más pensar en qué cara pondrán mis seres queridos cuando abran el paquete que yo preparé, que en especular qué podré recibir yo. En ese entonces, ni siquera el hecho de tener a mis padres divorciados podía opacarme la alegría de las Fiestas. Pasaba una con la familia materna, una con la familia paterna, y yo era feliz. De adolescente, empecé a disfrutar reunirme con amigos después de medianoche, y desde hace unos años, también comparto las Fiestas con mi familia "cusi-política".
Hasta hace poco, no comprendía a las personas que detestan las fiestas de fin de año. Pero desde hace un par de años, como para muchas personas, las Fiestas han pasado a ser motivo de angustia. Los habituales conflictos familiares me pesan más que nunca. No tengo ganas de reunirme con gente, no siento que haya demasiado que celebrar (¡incluso cuando he tenido un año excelente en muchos aspectos!). Me deprimen los preparativos, las vidrieras navideñas desde principios de noviembre, me angustia elegir regalos, sólo quiero que se terminen estas fechas y que enero llegue pronto.
¿Por qué será que esto le pasa a tanta gente? Hoy escuché un informe en el noticiero del 13 que decía que en diciembre se reciben más denuncias que nunca de violencia familiar. Hay más suicidios, esto lo leí en otro lado. Y por lo general la gente está más estresada y malhumorada que nunca. Decían que esto se debe a que todos tenemos en mente, aunque sea a nivel subconsciente, una "postal" de la familia ideal: todos armónicamente reunidos frente a la mesa navideña, compartiendo un momento de paz. Y que este ideal dista de ser nuestra realidad. El choque entre ambos produce conflicto.

Me pregunto por qué festejamos en realidad. El sentido religioso del nacimiento de Jesús ha quedado completamente trastocado, incluso para aquellos que aún se definen como cristianos. Hoy día Navidad es más que nunca una fecha comercial: consumir, consumir, consumir, parece ser la consigna. Papá Noel dejó hace rato de ser San Nicolás, un viejito italiano dadivoso que vivió hace unos siglos. Hoy es el gordo marketiero de la etiqueta de Coca-Cola. Y los chicos se ponen histéricos, más que felices, ante la inminencia de esa avalancha de productos: algunos pensando en lo que vendrá, otros (la gran mayoría) pensando en todo lo que les gustaría tener, y no está a su alcance.

¿Qué hacer? ¿Corresponde aislarse -como hace mi viejo- dejando a toda la familia en banda, preocupados por la propia ausencia? En este caso, ¿debo hacerme cargo de hacer sufrir a otros de mi familia sólo para ahorrarme un mal rato? O en cambio, ¿hay que ir, caretear, pretender que uno la está pasando bien? ¿Se puede hacer de cuenta que las Fiestas no existen y dejarlas para que las celebre un cada vez más pequeño grupo de cristianos creyentes que de verdad las sienta en su corazón? ¿Cómo pasarlas lo menos peor posible?

Mientras dejo estos interrogantes en el aire, me consuelo pensando en que tal vez en unos años tenga yo mi propia familia. Espero poder hacer las cosas distinto entonces.