Yo soy psicólogo especializado en deporte, lo de editor es una
profesión en segunda convocatoria. Me apasiona el deporte, practicarlo y verlo.
Me encantan las Olimpiadas. Excepto la hípica y el hockey sobre hierba creo que
soy capaz de tragarme todas las especialidades sin pestañear.
9 de septiembre de 2013
Mi análisis sobre Madrid2020
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29 de junio de 2010
Reflexiones abzurdas en medio de la huelga...
Publicado por Mariano Zurdo en 23:03 17 comentarios
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28 de septiembre de 2009
Sí, yo también tengo una corazonada...
Sin más dilación, mi corazonada es que el viernes en Copenhague se va a liar parda pase lo que pase. Preparaos para una serie de abrazos y ósculos más falsos que la falsa moneda, ya sean con sonrisitas o llantos hipócritas, según quedemos primeros o no.
Y es que con el enfangamiento político que estamos viviendo actualmente (y digo actualmente porque tampoco es plan de mentar ahora a los dinosaurios) se van a dar reacciones paradójicas inter e intrapartidos.
A nadie se le oculta que los grandes beneficiados de la victoria serían Gallardón y Zapatero, por ese orden (que los madrileños fuéramos beneficiados estaría por ver). Si nos conceden las olimpiadas, por tanto, al primero que se le van a poner las orejas tiesas es a Rajoy y después a Esperancita.
Con el asunto Gürtel creciendo a pasos agigantados con la levadura periodística (El Mundo también se ha apuntado a denunciar la financiación ilegal del Pepé) y con el caso de los espías madrileños asentándose (Gallardón, Cobo y Prada no tienen ninguna intención de que el caso pase por alto) el ínclito alcalde le daría una buena patada en la espinilla a unos cuantos de sus compañeros de partido y se postularía claramente como presidenciable. Eso sí, como no seamos olímpicos que se vaya preparando, porque las cornetas de la dimisión vendrán desde la propia Génova, por haber supeditado la política madrileña a un empeño personal y carlos tercerista.
Con Zapatero pasa tres cuartos de lo mismo. Si somos olímpicos se apuntará el tanto (es muy dado a vender la moto sociata con los deportistas, como se ha visto recientemente con Nadal y Gasol, que poco menos que nos ha dicho que hacen pesas en Ferraz) y podrá desviar mínimamente la atención de la subida del IVA, de los meandros de su política económica y de sus francachelas/rivalidades con los distintos grupos mediáticos. Si no somos olímpicos, sólo le quedará el paraguas de una oposición desgobernada, que no es tanto como podría parecer a primera vista.
Y por si fuera poco para el folletín, los nervios de unos y otros por ver si Juan Carlos, nuestros insigne monarca, es capaz de hilar el discurso sin trompicones y sin exabruptos.
Así que os conmino a ver atentamente la retransmisión el viernes y a que analicéis las miradas, sonrisas y abrazos en función del resultado final. Podemos asistir a una clase magistral de hipocresía y oportunismo colectivo (cosa que tampoco sorprende, claro está, vista la calidad de nuestra clase política).
Y como se dice en la prensa deportiva, para calentar el evento, os propongo la siguiente encuesta:
¿Crees que nos van a conceder Madrid2016?
SÍ111111 NO111111 Me la reflanflinfla
¿Quieres que nos concedan Madrid2016?
SÍ111111 NO111111 Me la reflanflinfla
Publicado por Mariano Zurdo en 11:48 27 comentarios
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8 de septiembre de 2009
Soy psicólogo
No pretendo nada con ella, es sólo una reflexión espontánea y en alto (vamos, apretando muy fuerte las teclas).
A raíz de varias entradas de amigos blogueros en los últimos días y, sobre todo, a raíz de múltiples conversaciones en los últimos años, me animo a confesarlo. Sin tapujos. Sin pudor (bueno, con un poco):
Sí, soy psicólogo.
Apenas ejerzo ya, mi relación con la psicología es residual. Doy algunas clases de vez en cuando, pero poco más. Hace mucho tiempo que no hablo de esto. Y hoy me apetece. ¿Por qué? Yo qué sé…
Yo de pequeñito quería ser biólogo. Soy de la generación de “El hombre y la tierra” y, como muchos de entonces, quería ser el nuevo Félix Rodríguez de la Fuente. Empecé Biología y, por razones que ahora no vienen a cuento, lo dejé al terminar el primer curso. En un arrebato para el que no busco explicación, me cambié a Psicología. Es una de esas decisiones que se toman a la ligera, aparentemente, pero de la que me alegraré toda la vida, a pesar de los sinsabores, que han sido muchos. Más que a nivel profesional, me ha ayuda a nivel personal, ya que me ha permitido ampliar la perspectiva, aumentar el ángulo y la profundidad de visión, ser más permisivo; y más exigente.
Una de las cosas peores de ser psicólogo es intentar ligar y que se te escape que lo eres. Habrás ganado otra amiga y habrás perdido otro polvo. Gracias al dios de los ateos estoy retirado del mercado…
No, tranquilos, no voy a hacer una disertación sobre escuelas de psicología, sobre diferentes terapias ni nada por el estilo.
Ni siquiera voy a intentar salvar al gremio con cuatro frases bonitas. Que la gente empiece a tener menos suspicacias con ir al psicólogo, depende en gran medida, aunque no sólo, del trabajo diario que se haga en las consultas.
Eso sí, creo firmemente en la utilidad de la psicología, y también en la libertad individual de echar mano o de renegar de ella. Y rompo una lanza por todos los que están haciendo su trabajo de una manera eficaz y profesional, que son muchísimos.
Sólo pretendo dar una visión de lo que para mí puede aportar un psicólogo en un momento dado en la vida de una persona.
Hay mucha leyenda y mucha creencia falsa alrededor de los psicólogos. Y ojo, muchas veces potenciadas por los propios psicólogos, porque incompetentes y prepotentes hay en todas partes. La diferencia sustancial es que los psicólogos trabajamos con personas. ¿Obvio? Debería serlo. Sé que esto escocerá entre mis antiguos colegas, pero hay demasiado psicólogo que se aprovecha de su situación de poder para convertirse en una figura paternal, dictatorial, de gurú, sin la que el cliente (lo siento, pero jamás he utilizado la palabra paciente) se siente cojo, perdido. Vaya porquería de terapia si supedita el bienestar a convertirse en la sombra del psicólogo. No hablo de oídas, lo he visto. También he visto trabajar a magníficos profesionales de los que he aprendido muchísimo (casi todos ellos, lejanos al ámbito universitario, por cierto).
Y tampoco me vale el psicólogo que no entiende que el primer paso es crear un ambiente de confianza en el que la relación terapéutica pueda crecer de una forma paulatina. El psicólogo no tiene un status tal que el cliente tenga que hacerle caso de una manera ciega, tiene que ganarse el respeto y la confianza. El cliente no va al psicólogo por capricho, sino porque necesita orientación. La terapia es un proceso entre dos, en el que ambos tienen que llegar a consensos y estar convencidos de que quieren trabajar por un camino determinado. ¿Se establecen relaciones de poder? Sin duda, por la naturaleza propia de la relación terapéutica, pero hay que saber manejarlas.
El psicólogo no hace magia.
El psicólogo no es más listo ni más fuerte que el cliente.
El psicólogo no es un aplicador de técnicas infalibles.
Cada cliente es diferente y no hay pautas prefijadas.
El cliente no tiene que hacer cosas que no quiera.
El cliente, por definición, no es millonario.
Asesorar no es lo mismo que imponer.
No todos los problemas tienen solución.
La solución, si la hay, no la tiene el psicólogo, la tiene el cliente.
Muchas veces los clientes buscan lo que no se les puede dar y los psicólogos dan lo que nadie les ha pedido.
Para mí el psicólogo tiene dos papeles fundamentales.
Uno, y no tan sencillo como parece a primera vista, es servir de oreja. Insisto, no es una tarea fácil, no sirve cualquier tipo de escucha ni cualquier tipo de acompañamiento. Es muy típico escuchar en muchos ámbitos lo de “yo es que soy muy bien psicólogo, porque sé escuchar y enseguida me cuentan todo”. Y no es una función baladí. Una escucha y un acompañamiento bien hechos pueden ser de gran utilidad.
Dos, analizar con ayuda del cliente qué recursos le faltan para afrontar ciertos problemas y entrenarle, asesorarle sobre cómo conseguir, potenciar y adecuar esos recursos a su vida diaria.
Siempre fue un psicólogo poco psicologista, en el sentido de que siempre he pensado que las soluciones empiezan siempre por uno mismo, pero tampoco soy un defensor de la heroicidad. Defender el fuerte con una sola persona no siempre es lo ideal. Y a veces es lo mejor. ¡Qué jodío!, pensará más de uno, este tío no se moja… No, no me mojo, efectivamente. Creo que la psicología es una herramienta muy útil y que cada uno puede utilizarla o no en función de sus creencias, fortalezas, debilidades, situaciones y experiencias vitales, apoyos cercanos, economía (dato importante) y un montón de circunstancias más que no tienen por qué estar catalogadas.
Ser psicólogo requiere de unos conocimientos asentados y de una madurez personal muy difíciles de conseguir. A veces se da el salto desde la universidad demasiado pronto y con escasa preparación. Pero también insisto en que hay magníficos profesionales realizando una labor fundamental y muy ingrata, porque, todavía, navegan a contracorriente.
Para mí es una de las profesiones más bonitas, muy dura, pero muy gratificante.
Claro, que ahora soy editor y librero, y es más fácil hablar de todo esto. O todo lo contrario.
Si habéis llegado hasta aquí, enhorabuena por el aguante. Cuando me pongo denso y se me ponen a hablar los codos no me soporto ni yo mismo…
Publicado por Mariano Zurdo en 17:50 35 comentarios
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23 de julio de 2009
Más abzurdeces: Miliki versus Maliki
Prometo que ayer leí el siguiente titular en ausencia de Mahous y en plena posesión de todas mis capacidades mentales que, bien es cierto, son pocas y mal avenidas:
Obama pide a Miliki que tome medidas para la reconciliación nacional en Irak
Como es evidente, en el titular no estaba Miliki (¡¡¡Cómo están ustedes!!!), sino Nuri Al Maliki, primer ministro iraquí.
Después de escribir con la zurda cientos de veces Debo de visitar al oftalmólogo (que casualmente tiene consulta puerta con puerta con el psiquiatra) volví a una de mis reflexiones abzurdas más recurrentes, que no es otra que nos iría mucho mejor si practicáramos más y mejor el sentido del humor. El sentido del humor no sólo como distracción y relajación, sino como signo de inteligencia, como una forma de encontrar vías originales y creativas para analizar, diagnosticar y proponer soluciones.
El proyecto empresarial en el que estoy embarcado nació y está creciendo básicamente bajo el recurso metodológico de decir gilipolleces (vale, algunos puristas prefieren el término técnico de "lluvia de ideas" y algunos fashionpuristas se decantan por brainstorming, pero es que nosotros somos más bien de eso, de decir gilipollces). Y no nos va mal. O sí, pero esto no viene al caso.
Vamos, y concluyo, que yo en las próximas elecciones vecinales, municipales, generales, europeas, terráqueas e interplanetarias pienso votar a la candidatura en la que estén Forges, Máximo, El Roto, Gila, Faemino y Cansado y, por supuesto, los payasos de la tele...
PD: ¡Olvidos imperdonables! (prometo añadir sugerencias sugerentes, bajo mi filtro zurdo, claro): los hermanos Marx, Harold Lloyd, Buster Keaton...
Publicado por Mariano Zurdo en 13:47 35 comentarios
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7 de julio de 2009
Naipes de arena
Algunos trucan la estructura con pegamento. O directamente construyen sobre una pirámide de hormigón armado.
Otros apuntalan sus castillos con los naipes de otra persona. Algunas veces esos naipes dan consistencia, pero otras hacen que el castillo se hunda por exceso de peso.
Hay personas que se desenvuelven a la perfección sin retocar la construcción. Se encuentran cómodos sabiéndose a merced del viento, como el equilibrista caminando sobre el alambre, que llega a disfrutar del vértigo de los dos abismos que se precipitan a ambos lados de la cuerda.
Y claro, luego está el nivel al que se produzca el desastre, porque no es lo mismo que se caiga una carta de la base que una de las de arriba, no es lo mismo que se desmoronen las almenas o que la arena se desprenda grano a grano. La altura y la calidad de la caída son bien diferentes. Sobre todo la capacidad de reacción, de aprendizaje; de reconstrucción.
Como casi siempre, no pretendo nada escribiendo estas líneas. Se están sucediendo solitas en una suerte de escritura automática. Me reconozco en ellas, eso sí.
Pero todo, hasta lo automático (o sobre todo, lo automático) tiene un porqué. Esta mañana he conseguido desenmarañar un par de ideas que estaban demasiado enredadas y que le restaban fuerza a la novela corta que estoy escribiendo. Esto no quiero decir que el camino esté expedito, pero sí que puedo coger carrerilla de nuevo para enfrentarme a la siguiente maraña que, sin duda, aparecerá en uno u otro capítulo. Y nada más dar con la solución he recordado que hace apenas dos o tres semanas pensé muy seriamente en dejar de escribir. Una ráfaga de viento acertó en varios de los naipes que me sostienen. No los hizo caer, pero sí vibrar con fuerza. Arriba lo viví como un auténtico terremoto. De repente, escribir no era una necesidad sana, ni un tercer pulmón, ni una manera de expresarme ni de pensar en alto. Descorazona la falta de oportunidades editoriales y el anonimato al que te obligan, sí, pero eso nunca hará que deje de escribir. El que deje de hacerlo porque las editoriales no le quieren, se ha equivocado de vocación. ¿Razones? Varias y ninguna. Es la segunda vez que me pasa. La primera estuve siete años sin escribir una sola línea. Esta vez, apenas una semana.
El viento está calmado, la estructura está quieta, pero sé que los naipes no se han quedado en el mismo ángulo en el que estaban, y que el desequilibrio ha ganado terreno, lo cual no tiene por qué ser necesariamente malo. Simplemente tendré que cogerle todavía más gusto a la sensación de vértigo.
Estoy pasando por una etapa intimista, que no secreta. Esto es un aviso para navegantes (navegastes blogosféricos). Jamás escribo en mi blog para divertir, pero tampoco me gusta aburrir, así que entenderé que más de uno/a se tome unas largas vacaciones zurdas. Y que conste que no busco con esta entrada comentarios de ánimo ni nada parecido. No busco nada. Excepto escribir, con lo que eso conlleva. Ahora sí.
Besitos/azos para todos y todas.
Publicado por Mariano Zurdo en 14:13 19 comentarios
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30 de junio de 2009
Reflexiones editoriales
Ahora, y desde hace un año (a la vida le gusta jugar con este tipo de paradojas) estoy al otro lado. Ahora soy yo el editor y las luchas son otras. Ahora soy yo el que da calabazas y el que se deshace en justificaciones para darlas.
(Aclaro que probablemente debería escribir esta entrada en plural, pero es que yo soy un escritor de primera persona del singular y me encuentro más cómodo expresándome así.)
Durante este año he tenido la oportunidad de leer muchos manuscritos, de entablar conversaciones muy interesantes e instructivas con diferentes autores, desde primerizos hasta avezados (estos últimos, con diferente grado de éxito). Así mismo, he tenido la suerte de compartir experiencias, y sobre todo de aprender, con otros editores.
Prima la visión catastrofista. En todos los sentidos. La catástrofe económica de las editoriales independientes (agravada y mucho por la crisis), la catástrofe puramente artística, ante la avalancha de libros escritos por cualquiera y publicitados por los grandes, la catástrofe profesional, con un descuido del libro como objeto que está llegando a límites panfletarios... La catástrofe editorial, la catástrofe, la catástrofe...
Hace poco me preguntaba alguien en la presentación de un libro cómo veía yo el mercado editorial. Y uno, que es un optimista patológico (difícil de llevar con mi alter ego, el melancólico patológico) comentaba que es cierto que la crisis está agravando el bipartidismo. Vamos, que las grandes editoriales están acaparando aún más el mercado: bajando los precios (no mucho), apostando más sobre seguro (más de lo que ya lo hacían) y aumentando su cuota de publicidad. Eso es cierto y es difícil de rebatir. Basta hacer un repaso de las listas de ventas o de las estanterías en las librerías. Pero yo le decía que, frente a eso (algo común en época de crisis), está resurgiendo un interesante movimiento editorial, empujado por personas particulares que han decidido dejar su escaso dinero y su poco tiempo (sin inversores y compaginando su pasión con otros trabajos) para intentar enriquecer desde abajo, desde el detalle, desde el matiz, probablemente desde la insignificancia, el mundo editorial, que no es más ni menos que parte del entramado social y cultural de un entorno determinado.
Llevo tiempo pensando más como editor que como escritor (aunque sin dejar de escribir, o al menos intentándolo). Y no pensando en inventar proyectos, no, sino en poder sacar adelante proyectos que ya existen, que sólo están a la espera de que alguien confíe en ellos. O lo que es peor y más real, que alguien tenga dinero para invertir en ellos. ¿Lo malo? Nadie de las grandes se animará a bajar a las cloacas a buscar príncipes y princesas entre las ratas y los ratones. ¿Lo bueno? Joder, para haberme declarado optimista patológico me encuentro sin respuesta... Yo (nosotros) y muchos editores con más capacidad que nosotros decimos no a obras interesantes de autores interesantes por una única y sencilla razón: nos rascamos los bolsillos y no nos llega. Así de simple.
No me preguntéis por qué hablo hoy de esto. Bueno, podéis preguntarlo, sois libres, aunque no creo que os satisfaga con una respuesta sesuda y convincente.
Quizás porque estoy ahora escribiendo una novelita corta sin más pretensiones que pasármelo bien, sin planes futuros de enfrentarme a los noes.
Quizás porque ayer mantuve una interesante conversación con un amigo y sin embargo escritor sobre el proceso creativo y el proceso comercial.
Quizás porque me gustaría publicar el doble de lo que publico porque tengo el triple de manuscritos interesantes.
Yo, poco dado a la moraleja, regalo hoy una a todos y todas los que escribís: hacedlo sólo por el placer que supone. Lo demás llegará. O no.
Y una súplica. Si hay alguien navegando por la blogosfera con posibles, pues eso, que se anime al mecenazgo o la inversión, porque hay un buen número de editoriales independientes que gestionarían de mil amores y a las mil maravillas cualquier aportación.
Y para finalizar, un ruego para los lectores de libros, en especial para los que escriben. Reservad un porcentaje pequeño anual o mensual, aunque sea ínfimo, para comprar libros de autores y editoriales desconocidas. Os llevaréis más una sorpresa. Y encima, agradable... Apoyaros entre vosotros. No es garantía de éxito, sin duda, pero puede formar parte de una base más sólida sobre la que apoyarse.
Publicado por Mariano Zurdo en 15:12 20 comentarios
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8 de junio de 2009
Hablar solo
Claro, que en los tiempos que corren, primero hay que asegurarse de que son auténticos y genuinos habladores solitarios, porque perfectamente pueden estar hablando por el móvil con el micrófono que cuelga del mismo auricular. O quién sabe, pueden ser espías contratados para dios sabe qué confabulación en contra de a saber qué personajillo.
Ojo, que se sobreentiende, y si no lo aclaro, que hablo de las personas que hablan en alto, porque hablar solo, lo que se dice solo, lo hago yo muy a menudo; vamos, casi todo el día. Sólo que yo prefiero el lenguaje interno. Quizás sea porque oigo mejor por dentro que por fuera, o quizás sea porque quiero ser el primero en enterarme de lo que pienso. A saber…
A estas alturas estaréis pensando más de uno que a dónde quiero llegar, que cuál es la moraleja de esta entrada. Para el que quiera continuar con el zapping bloguero en busca de post menos estériles, ya le anticipo que no quiero llegar a ninguna parte, aunque quizás tenía que haberlo advertido en el propio título para no embarcar en lecturas prescindibles.
Hay otra modalidad de hablar solo y en alto más sofisticada, y es contarle algo a alguien sin el más mínimo interés de que ese alguien escuche y posteriormente opine. No es sino una manera más enrevesada de explicarnos a nosotros mismos cosas que se nos han escapado en un momento dado. Más de uno habrá tenido la sensación de encontrar soluciones a problemas justo cuando le está contado ese problema a otra persona. ¿La excusa? Que la otra persona encuentre la solución por ti. Es un riesgo, claro, porque las soluciones que encuentra cada uno no tienen por qué ser similares; ni siquiera compatibles. Así que te vas a casa otra vez hablando en alto, pero esta vez en solitario, para que nada ni nadie te contradiga por el camino.
No, no me estoy volviendo loco (ya lo estaba de antes). Es que esta mañana iba una mujer bajo su paraguas con la autoconversación más expresiva que he visto jamás de los jamases. Y he pensado que a lo mejor, yo mismo, sin darme cuenta, en una de esas ocasiones en las que voy cuestionándome a mí mismo, o dándome la razón, o animándome o pisoteando mi propia autoestima o vaticinando un fracaso o deseando un éxito, a lo mejor, decía, también elevo la voz sin darme cuenta y tú o tú o tú me habéis visto hablar solo por la calle. Si alguna vez me veis en esa tesitura, no me despertéis, dejadme dormir.
Publicado por Mariano Zurdo en 23:04 19 comentarios
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29 de abril de 2009
La fiesta del libro y el miedo a los libros
La semana pasada los libros y yo hemos sido uno. Fue una semana dura, durísima. Físicamente he acabado agotado, anímicamente estoy genial porque ha ido todo bien y he tomado alguna decisión un tanto loca que espero me salga bien, glub, y económicamente (no me refiero a mi peculio, sino a los del negocio) ha sido muy positivo, un oasis en medio de la profunda crisis. Con estos condicionantes, ya podréis imaginar que la semana ha sido provechosa y propicia para las reflexiones abzurdas que me caracterizan.
Comencemos por el final, que es lo propio. El jueves fue el día internacional del libro. No sé en otros sitios (Barcelona no vale, que no pasa el control antidoping por exceso de libritis/rositas), pero en Madrid se vivió una auténtica fiesta. Yo creo que se unieron varios factores, concretamente dos que interaccionaron para crear una noche interesante: el buen tiempo y los descuentos. Después de un invierno crudo, estos días están siendo maravillosos climatológicamente hablando (parece que por poco tiempo) e hizo una noche estupenda. Y creo que el 10% de descuento que se hacía en casi todas las librerías (no digo todas porque sé que alguna no lo hacía) fue la excusa perfecta para mucha gente para despojarse del traje gris de la crisis, para, por una noche, olvidar cifras y pesimismos. Claro que había mucha gente calculando cuántos libros podía comprar, pero con otras caras que días anteriores. Me da que la gente está hasta los mismísimos atributos sexuales de los mensajes apocalípticos, porque cada uno conoce de sobra los agujeros de sus bolsillos sin necesidad de que se lo estén recordando a todas horas. Lo cierto es que disfruté mucho, porque la gente entraba a la librería con ganas de descubrir, de charlar, de proponer. Lástima que estuviera tan cansado, pero de verdad que conocí gente estupenda y esa gente conoció nuestra librería y nuestro proyecto, que es lo que importa.
Y sigamos por el principio. Y quiero hacer una aclaración pertinente o impertinente. Lo que sigue ahora no tiene ningún afán sociológico, ni de alcanzar el grado de verdad, ni de señalar/estigmatizar a nadie. En realidad no tiene afán de nada, más allá de reflexionar sobre todo; o sobre nada.
El libro es una cosa que para algunos es neutra, para otros es objeto de fetichismo y adoración y para otros, simplemente, un arma arrojadiza. Que los libros dan miedo a una parte de la población no es novedoso. Las quemas de libros han sido uno de los fuegos artificiales preferidos de los dictadores cabezahueca. Para el que le gusta leer, la relación con el libro suele ser normal, más allá de actitudes más o menos adictivas, o más o menos fetichistas, como decía. Eso sí, para una parte de la población a la que no le gusta leer (no hablaré de porcentajes porque los ignoro y, además, me importan poco), el libro es como una mina antipersona, un elemento creado por el mismísimo diablo para dejarle en evidencia delante de todo el mundo (como si todo el mundo estuviera pendiente del resto...). No hablaré hoy de la relación inteligencia-sabiduría-sensibilidad-riqueza-lectura, pero podríamos establecer un interesante debate algún día de estos.
Hay muchos nolectores con las ideas claras, que no se escudan en nada ni alardean tampoco de nada. Pero hay otros que se sienten como acorralados e intentan escabullirse por las trincheras. Ya lo había comprobado otras veces, pero es que la semana pasada tuve un muestreo salvaje, ya que mostré mi librería a muchísima gente fuera de ella. Y no es lo mismo un libro en su hábitat natural que fuera de él. Entre las reacciones más típicas (e insisto, no lo hago con afán exhaustivo ni excluyente) se encuentran las siguientes:
- El graciosillo (y mi experiencia me dice que son casi todos graciosillos y casi ninguna graciosilla): “¡Mira qué de libros, qué lástima que no sepa leer!, jajajaja” (un jajaja redundante que pretende reafirmar la jocosidad del comentario, por si alguno no se había percatado).
- El decidido/la decidida: se acerca con ímpetu a la mesa, elige uno, lo señala, lo toca con golpecitos de índice, dice “Este libro es buenísimo”, y con ésas, se aleja con el mismo ímpetu con el que vino y sin mayor interés en el resto de libros que rodean al “buenísimo”, que generalmente suele ser el bestseller de turno.
- El excusador/la excusadora: “Me los compraría todos, pero claro, es que tengo la casa llena de pilas de libros”. Sé que un porcentaje de estas personas no miente, pero si todos los que lo dicen dijeran la verdad, IKEA tendría un gravísimo problema de abastecimiento…
- El cabeza de familia orgulloso de eso, de la familia (y también suele ser exclusivamente varón: “Yo no, pero mi mujer y mi hija devoran los libros, se los beben”.
Pues hasta aquí la abzurdez del día. Y como dijo no sé quién, dejad que los libros se acerquen a mí. O no.
Publicado por Mariano Zurdo en 12:37 17 comentarios
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23 de marzo de 2009
Huelgas encubiertas, intromisiones y afiladores
Llevo días mordiéndome la lengua. Hace tiempo que me prometí a mí mismo rebajar el contenido político de éste, mi blog, blog culto por antonomasia, de los de jersey de cuello vuelto y chaqueta de pana, donde mis barricadas pacíficas desentonan con la estética que se respira (o la entona, que ya no sé muy bien). Decía que llevo días mordiéndome la lengua, pero es que ya me sangra. Primero fue la campaña papal contra el preservativo y ahora la campaña de la conferencia episcopal española contra la ley del aborto (todo ello unido a la ya comentada miniciudad vaticana que nos van a endosar en las Vistillas). A ver como lo digo… Que estoy hasta los mismísimos cojones de las continuas intromisiones de la iglesia en la vida civil, sobre todo como, en este caso, si las injerencias se producen en el campo de la salud pública. Me parece muy bien que desde el púlpito conminen a los feligreses a no usar el preservativo y a no acudir a una clínica para practicar un aborto. Hasta me parece bien que ingenuamente se piensen que el cien por cien de sus feligreses y feligresas les hacen caso. Pero hasta ahí. Confunden moral católica y ley con una desfachatez que da asco. Propongo que empecemos una campaña para que se prohíban las exhibiciones ostentosas de copones de oro y de botafumeiros de plata. O para que prohíban el uso de cilicios porque son atentatorios contra la dignidad y la salud de la persona (o al revés, que les obliguen a ceñírselos un poco más). Y ya sin ironías, empecemos una campaña para llevarles a los tribunales por delitos contra la salud pública, porque señores de las sotanas, con el SIDA no se juega. Y con la dignidad y la libertad individual, en este caso fundamentalmente de la mujer, dentro de la legislación, tampoco.
Llevaba varios días por el barrio escuchando aquello de “¡El afiladoooooooooor!”, acompañado por la típica musiquita del chiflo que les ayudaba a presentarse. No sabía muy bien si era producto de mi imaginación, esa es la verdad. Pues hoy, después de escucharle (o imaginarlo) le he visto. Es un afilador en toda regla, a la antigua usanza, con su bicicleta, con su bata azul y con el cartel pegado a la maleta trasera en el que pone “Profesional, se arreglan paraguas”, porque antiguamente compaginaban las dos tareas, afilar cuchillos y tijeras y arreglar paraguas. Le he visto en plena faena, pedaleando para rejuvenecer unas desgastadas tijeras de pescado, mondadientes en ristre, concentrado en los aún romos filos de las hojas. Lo lógico es que todo hubiera tomado tonalidades de UHF y bandas sonoras de carta de ajuste y de NO-D. Pero, en vez de eso, la primavera ha explotado un poquito más. Quien me entienda, que me compre.
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4 de marzo de 2009
La parte psicológica de la crisis
Desayunaba yo hoy mientras que hacía zapping por las diferentes tertulias mañaneras de la tele, y me reafirmaba en una opinión que vengo manteniendo desde hace semanas: al final nos hará todavía más daño la parte psicológica de la crisis que la propia crisis. Intentaré explicarme.
Por un lado está Zapatero y su optimismo antropológico (que de un tiempo a esta parte está derivando claramente a un optimismo patológico), mezclado con el desasosiego que transmite Solbes y el desconcierto del resto del gobierno. Esta mezcla genera de todo menos confianza, desde luego. Y lo que es peor, independientemente de que tome medidas acertadas o no. La confianza es otra cosa, se asienta más es previsiones de futuro avaladas por alguien al que consideramos competente.
Por otro lado está la oposición, empeñada en hacer leña del árbol caído. Y claro, con semejante tala, nos vemos abocados a un incendio de proporciones infernales. El sentido de estado se barre bajo la alfombra de los posibles votos. ¿La estrategia?, crear más desconfianza, más desasosiego.
Pero esto no se acaba aquí. Queda una tercera pata, los mensajes apocalípticos con que todos los días nos bombardean desde los medios de comunicación. Esta mañana han pintado un panorama que casi me han dado ganas de suicidarme con un atracón de magdalenas.
La pregunta es fácil. ¿La crisis que estamos viviendo es tan grave? La respuesta es igual de sencilla, me temo: pues sí. Eso no cabe ninguna duda. Que se lo digan a todos los parados y paradas que están sufriendo los efectos devastadores de un ciclo económico cuyo repunte parece que tardará en llegar.
Si reconozco que la crisis es grave, ¿a qué viene el título de esta entrada y mi frase rimbombante del principio en la que afirmaba “al final nos hará todavía más daño la parte psicológica de la crisis que la propia crisis”? Creo que se está generando un miedo excesivo. El que lo está pasando mal no necesita que se lo recuerden día a día, porque ya se lo recuerda de oficio su cuenta del banco. Lo que necesita es ayuda. El que no lo está pasando mal repite como en un mantra “cuando las barbas de tu vecino veas pelar…” y reduce su consumo drásticamente aunque no sea necesario. Y sin consumo no se sale de la crisis. No hay otra. Lo veo a mi alrededor, los pequeños comercios se están yendo al garete como castillos de naipes. Y por desgracia, yo no puedo vivirlo como algo ajeno. El pensamiento de “eso sólo les pasa a los demás” está descartado de serie.
¿La culpa es entonces de los consumidores, perdón, de los no consumidores? Pues no, ya está bien de echar la culpa a las víctimas. La culpa es de una clase política y periodística que no está a la altura de las circunstancias. El sentido de la responsabilidad (el sentido de estado no es otra cosa que responsabilidad, pero a lo bestia) brilla por su ausencia. O llega un momento que empezamos a tirar todos del carro como ya se está haciendo en otros países o el chiringuito se va a tomar por culo. O entre todos generamos confianza (no fe ciega, sino confianza) o no hay nada que hacer.
Pues sí, aquí me veis metiéndome en camisa de once varas, opinando de economía sin saber nada de economía, hablando de psicología cuando hace tiempo que no me da de comer, y, sobre todo, tildando a alguno de optimismo patológico y proponiendo yo abzurdeces que demuestran que soy un ingenuo de tomo y lomo…
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8 de enero de 2009
Menos tres
No discrimino en las pisadas si el hielo está en el suelo o si mis dedos son el hielo.
Cada poro, un alfiler; la acupuntura invernal es una de las mejores terapias contra mi pereza (o la mejor excusa para refugiarme bajo la cobija, si pudiera).
Tres horas de tregua.
Empieza la cuenta atrás.
Dentro de tres horas volverán a caer las bombas. Uno no se da cuenta de qué deprisa pasa el tiempo hasta que la espada de Damocles pende sobre su cabeza.
Veintiuna horas de bombardeos. Uno no se da cuenta de qué despacio pasa el tiempo hasta que no necesita que las hojas del calendario caigan al ritmo de un gotero que te salva la vida.
Tres millones de desempleados.
Sólo es una cifra.
Una cifra escalofriante, eso sí, pero insuficiente.
Insuficiente desde un punto de vista cualitativo, porque detrás de las cifras hay personas.
Insuficiente desde un punto de vista cuantitativo, porque habría que sumar a los que están trabajando en condiciones precarias.
La crisis no es ese elemento de marketing, ni esa arma arrojadiza, ni esa justificación para sanear empresas. La crisis es la vida de las personas que le dan forma a las cifras.
El umbral de la pobreza ya no es esa cosa sobre la que se hacen magníficas películas subtituladas que sólo se pueden ver en la sesión golfa.
Tres días para la manifestación en Madrid contra la masacre en Palestina.
Bajo el lema "Paremos el genocidio, no al holocausto palestino".
Día 11 de enero a las 12 horas, desde Neptuno hasta Sol.
La impotencia tiene su espita en los gestos. Acudir a la manifestación será mi gesto; minúsculo lo sé.
Publicado por Mariano Zurdo en 11:54 16 comentarios
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19 de noviembre de 2008
Navidades clandestinas
Y no me enfangaré en cuestiones como tradición y religión, porque me da una pereza enorme.
No, no voy de tipo guay, alternativo y contrasistema. Soy uno más de los que protesta airadamente pero no hace nada por cambiar todo esto. A toda mi familia menos a mí le encanta la navidad. Casi todos mis amigos tienen hijos pequeños y disfrutan como enanos en esas fechas (los enanos y ellos), así que soy víctima de la inercia. Bueno, en realidad soy víctima de mí mismo por no revelarme/rebelarme.
Y os estaréis preguntando, ¡sagaces, que sois unos sagaces!, que si no me gusta la navidad, qué carajo hago hablando de ella a día 19 de noviembre. ¿Demasiado pronto para hablar de la navidad? Pues va a ser que no, porque lo que me tiene tan atareado y tan alejado de vuestros blogs (y del mío propio) es precisamente la celebración de tan entrañables fechas. Mi vida en estos días se podría titular “Si no quieres caldo, pues toma dos tazas”.
Pues sí, me hallo inmerso en la preparación de la librería para poder contentar a las largas colas que se esperan en La clandestina de papás y mamás nöeles y reyes magos. Yo, con lo que he sido (o no) abogando por el consumismo desaforado (siempre que se circunscriba a nuestras cuatro paredes, hombrepordios…).
Yo ya estoy haciendo mi lista de reyes. ¿La parte material?, libros. ¿La parte no material (aparte de pedir que se acabe el hambre en el mundo y esas cosas? Estoy en ello. De momento he pedido:
-que este año dé el discurso de nochebuena la reina.
-que no echen a Schuster del Madrid.
-que Mariano Rajoy siga al frente del PP.
Voy lento pero seguro…
La otra cosa que me tiene ocupado es la edición de Blogs de papel. Estamos con los últimos detalles, y sólo puedo adelantar que está quedando estupendo (y aprovecho para dar las gracias al G-15 por involucraros tanto el proyecto como nosotros mismos). Ale, que ya tenéis otro regalito de navidad…
Publicado por Mariano Zurdo en 12:17 23 comentarios
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14 de noviembre de 2008
Espejos
Siempre he pensado que se puede ir por la vida viendo escaparates y/o espejos. Son dos formas de enfrentarse a la realidad que no tienen porque ser incompatibles. Es más, creo que vamos alternándolas en función de nuestro estado de ánimo y de la potencia estimular de lo que esté al otro lado del cristal, aunque también es cierto que hay personas empecinadas en quedarse con una sola de las alternativas. Y no es menos cierto que a veces los cristales se vuelven opacos (o los volvemos) y no dejan ver lo que hay al otro lado.
¿Qué no os estáis entendiendo nada? No me extraña. Anda, venid y tumbaros conmigo en el diván, que hoy toca una entrada psicutreanálitica grupal. Y tranquilos, que es gratuita (al menos crematísticamente hablando, porque lo mismo os cuesta una buena jaqueca y unos cuantos bostezos).
Con dos pies y dos ojos (los primeros para andar y los segundos para ver, obviamente) tenemos a nuestra disposición el gran teatro del mundo. Caminando, vemos personajes de toda clase y condición. Nosotros somos uno más del elenco. Hay muchísimo personaje secundario, la mayoría, y apenas si les prestamos atención. Pasan a nuestro lado y por nuestra retina como bultos esporádicos. Sólo cuando tienen alguna característica llamativa los convertimos en protagonistas. El número de protagonistas per cápita depende de lo sensibles que seamos a determinados estímulos, lo curiosos que seamos, lo normalizadas o no que tengamos ciertas cosas… Nos fijamos en los guapérrimos y en los feísimos, en los muy altos o en los muy bajos, en los muy gordos y los muy delgados, en ropas y peinados extravagantes, en los que hablan otro idioma, en los que van por la calle hablando solos (aunque esta categoría está bajando en el escalafón de “atenciones”, ya que cabe una alta posibilidad de que estén hablando por el móvil). Nos fijamos en los que les falta algo en su cuerpo, en los que les falta algo en su cabeza, en los que les falta algo en su alma o en su bolsillo. Y a veces, incluso, no nos fijamos en nada. Dos ancianos besándose tiernamente pueden convertir el resto del mundo en un escenario paralizado.
De los que aún estéis despiertos, alguno dirá: «Bien, Zurdo, muy interesante, ¿pero qué tiene que ver esto con los escaparates y los espejos?» ¡Impacientes! Ya voy, ya voy…
Algunas veces vemos a estos personajes desde la lejanía, como algo ajeno, como maniquíes que posan en un escaparate. El desapego nos permite ignorar, olvidar e, incluso, juzgar. Los escaparates nos proporcionan un continuo que va desde el desprecio hasta la admiración. No tienen nada que ver con nosotros. Ni lo tuvieron ni lo tendrán.
Otras, sin embargo, al ver a ciertas personas no vemos reflejados como en un espejo, y no necesariamente porque su pasado, su presente y su futuro sean similares a los nuestros. Algo pone en marcha la empatía y hace que esos protagonistas no sean ya meros maniquíes. El reflejo puede ser de muchos tipos. Nos puede devolver la imagen intacta, distorsionada, agrandada o empequeñecida. Nos puede devolver una imagen del pasado, una imagen en tiempo real o anticipar imágenes del futuro.
Mis reflexiones casi siempre nacen de lo cotidiano, no suelo enzarzarme conmigo mismo de oficio. O sí. En las últimas semanas he coincidido casi a diario con dos personajes que son los que me hicieron escribir este post. Iba a describirlos, a describir la situación, a describir lo que me provocan, pero no lo voy a hacer. No viene al caso, no es importante para mis reflexiones abzurdas. Simplemente os diré que él es un chico de mi edad, más o menos, que duerme en el hueco del cajero de una sucursal bancaria cerca de la librería. Ella, una mujer de unos cincuenta que me encuentro a menudo en el metro. Es ciega y no se apaña. ¿El resto? Os dejo que lo imaginéis, lo inventéis o lo ignoréis.
Feliz fin de semana para todos y todas
(Y feliz cumpleaños anticipado para dos blogueros que mantendré en el anonimato, que salgan ellos si quieren, porque mañana cumplen años.)
Publicado por Mariano Zurdo en 16:10 26 comentarios
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4 de noviembre de 2008
¿Un negro en la Moncloa?
A veces vemos el racismo en la víscera ajena, pero no lo vemos en nuestras propias tripas. En este caso no hablo de racismo de una manera literal y rigurosa. Probablemente sería más apropiado hablar de etnocentrismo. Quizás para muchos la diferencia de matiz no tenga importancia, pero yo creo que muchas veces confundimos una palabra por otra. Creo que está más extendido lo segundo que lo primero, afortunadamente, aunque en épocas difíciles los dos conceptos tiendan a juntarse.
Mi pregunta del día, después de varios párrafos que van a la deriva es:
¿Creéis que, a día de hoy, estaríamos nosotros preparados para votar a un candidato negro, latinoamericano, chino, magrebí…?
Publicado por Mariano Zurdo en 11:55 21 comentarios
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31 de octubre de 2008
Estimado Felipe...
Me ha pedido mi amiga Wen que te envíe una cartita sugiriéndote amable y razonadamente que abdiques, dimitas o como se diga eso porque, según ella, a Juancar (o sea, tu señor padre) no le bajan del trono ni con aceite de oliva extra virgen. Y es que yo (aparte de sumiso), opino lo mismo.
Soy muy torpe, al final no te estoy dando razones para que abdiques. Te daré una, que me estás cayendo bien, ¡colchonero! Que digo yo que por la parte económica que no te preocupes, que ahí tienes el ejemplo de tu hermana, la mayor (yo creo que con 200.000 euros al año para empezar te podrías apañar). Seguro que tú, con tus contactos (algún favorcillo te deberán con lo de tus premios) encontrarías mejor trabajo, incluso. Además, una vez que dimitas, Leticia puede volver a los telediarios de RTVE, y con dos buenos sueldos no tendríais que pasar mayores apurillos.
¿Y lo feliz que serías yendo al Calderón con tu bufanda rojiblanca, con tu buen bocata de tortilla, tus pipas, tu cervecita, llamando cabrón al arbitro y celebrando los goles como un energúmeno, que es como más se disfruta el fútbol?
Estimado Felipe, como ves, me cuesta darte razones, porque para mí es tan obvio que me sobra la argumentación. ¿A que tú de pequeño te hiciste algún corte a propósito para comprobar que no tenías la sangre azul? Pues tan sencillo como eso.
Acabo diciéndote ingenuamente aquello que decían los Celtas Cortos: “espero que mis palabras desordenen tu conciencia”.
Recibe un abrazo de tu súbdito (por imperativo constitucional), un abrazo cordial, zurdo y, espero que no te moleste, republicano.
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24 de octubre de 2008
La higuera, la memoria y las heridas
El último libro, que ya comenté en una entrada anterior que estaba terminando, ha sido La higuera de Ramiro Pinilla. La mezcla de sencillez argumental, hondura de contenidos/sentimientos y capacidad narrativa, hacen que esta novela sea muy especial. Y lo es en sí misma, independientemente del tema que trata. Pero es que además es más especial por el tema que trata, tema tan en boga estos días como es el de la guerra civil, la dictadura y la memoria histórica.
El libro, y no desvelo nada, habla de los que quieren olvidar, de los que quieren que olvidemos, de los que quieren recordar y los que quieren que recordemos. Como mínimo ayuda a reflexionar. Y a sentir.
Soy un profundo desconocedor de temas legislativos y judiciales, así que no me voy a meter en camisas de once varas. Además, me parece que todo el debate actual sobre la disputa entre Garzón y el fiscal, con los políticos, la prensa y la iglesia de por medio, lo único que sirve es para enturbiar un asunto tan triste, trágico y serio como es el golpe de estado franquista, la guerra civil que provocó y los cuarenta años de dictadura. 140.000 desaparecidos creo que es una razón de peso suficiente como para ser valientes y tomar decisiones que intenten cerrar heridas (no abrirlas como se dice).
Podría utilizar argumentos muy sencillitos para avalar lo que pienso, como que si la iglesia puede beatificar a sus mártires de la guerra civil con toda la parafernalia con la que suele hacerlo y exigiendo respeto, por qué no se le concede la misma oportunidad (y con el mismo respeto) a todo el mundo. Vencedores y vencidos: heridas sin cerrar.
Oigo dos argumentos básicos a la derecha. El primero es la ley de la amnistía. Repito que lo ignoro todo sobre estos temas, pero sé dos cosas, que leyes similares se han superado por los acontecimientos y con una madurez que nosotros no parecemos tener, y que las leyes deberían servir para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, y por tanto deben ajustarse a las necesidades y no ser inamovibles y encorsetadas. La amnistía es un concepto de olvido legal, pero jamás habrá leyes que puedan bajar al olvido individual.
El segundo argumento, al que dan mucho peso, es el de que la memoria histórica reabre heridas. Siempre digo lo mismo, me repito como el ajo, para reabrir hay que cerrar, y muchas heridas llevan abiertas desde el mismo año 36. Quizás esta ley reabra las heridas, sí, pero la de los que las cerraron en falso, de los culpables, de los que las abrieron y las pretendieron cerrar de oficio.
Anoche vi un cachito del programa 59 segundos, programa que no suelo ver porque el formato me parece ridículo y porque los periodistas que asisten entienden el debate desde la tendencia y la confrontación (sin ideas). En un momento dado, un periodista joven, perdón por no dar más datos, dijo que todo esto es necesario porque en muchos puntos de España todavía hay miedo, confrontación, tristeza y es esencial que se aclare todo para volver a la normalidad. El director de ABC dijo que eso no era verdad, que eso él no lo percibía. El periodista joven argumentó que él había escrito un libro sobre esto recorriendo muchos pueblos de España y que sí que lo había percibido. La respuesta del director del ABC fue clave, dijo (no busquéis la textualidad, porque no es importante para la reflexión) que entonces es que ambos vivían en dos sociedades diferentes. Puede ser. Y eso sí que da miedo.
Este debate me recordó algo que he contado muchas veces, no aquí, porque me impactó. Corría el año 91. Yo era un estudiante de Psicología por aquel entonces. Durante una semana me fui a vivir a un pueblo del sur de la Comunidad de Madrid. ¿El objetivo?, realizar un trabajo de campo para la asignatura de Antropología social. Me pilló joven e ignorante. Lo que descubrí fue un pueblo aún enfrentado en dos bandos, rojos y nacionales, vencidos y vencedores (otra vez), con las rencillas familiares maceradas desde la guerra civil. Sí, con las heridas abiertas, tanto que hay gente que apenas se habla desde entonces. Alguien podría decirme, ¡hombre, de eso hace 17 años! A lo que responderé primero, ¿17 años? ¿Ya? ¿Y qué coño he estado yo haciendo todo este tiempo? Y una vez superado el trauma responderé que sí, que han pasado 17 años, pero que en el 91 habían pasado 55 años desde que Franco decidió tirar abajo un gobierno democráticamente elegido por los españoles, dato éste que parece insignificante (y que los que argumentan la amnistía obvian con una facilidad sangrante).
La amnistía podrá ser legal, pero jamás histórica. La ley podrá extinguir responsabilidades legales pero nunca extinguirá responsabilidades reales. A mí me birlaron esa parte de la historia. La obviaron. Lo poco que estudié venía a decir que la guerra civil surgió por generación espontánea y si se daban explicaciones, siempre eran justificativas. Franco hizo lo que tenía que hacer.
Vivimos tiempos en los que nos intentan confundir. A la justicia social le llaman revancha, a cerrar heridas, abrirlas. A mí me da que a más de uno sólo le interesa que siga quedando claro que hubo vencedores y vencidos per saecula saeculorum amén.
Y todo lo que he dicho sobra. Todo. Lo realmente importante es que las familias de los desaparecidos tienen todo el derecho a que se les ayude a encontrarlos. Y la familia de los asesinados, torturados y represaliados con juicios falsos, paseos a medianoche y mentiras, a veces de los más burdas, tienen derecho a que se les restablezca su honor. Es mi humilde opinión y no tengo ningún ánimo de revancha.
La memoria sirve para algo más que para abrir y cerrar heridas, sirve para aprender.
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17 de octubre de 2008
La inspiración, esa gran desconocida...
Iba en el metro, ¡qué raro!, leyendo, ¡qué extraño!, cuando un par de ideas se han colado entre las líneas que leía. Raudo y veloz he cerrado el libro y he buscado un bolígrafo y un papel donde apuntarlas, porque haberlas dejado al albur de la memoria hubiera sido suicidarlas en el olvido (mi retentiva esta últimamente algo perjudicada).
Me da en la napia que este golpe de inspiración tiene mucho que ver con lo que estaba leyendo. Ayer empecé La higuera, de Raimundo Pinilla (recomendación de Clandestino). Es una novela fascinante, como me había dicho. Me comentaba Clandestino que cuando uno lee este tipo de cosas le dan ganas de dejar de escribir. Puede, pero añado que acto seguido te dan ganas de escribir todavía más (lo malo es que en pleno berrinche hayas quemado las cuartillas, secado los bolígrafos y vaciado todos los discos duros, incluido el de tu cerebro). Me ha pasado varias veces ya esto de encontrar la inspiración durante la lectura de algún libro. Y no, que nadie se confunda, no hablo de plagiar, copiar ni nada semejante. Es otra cosa. Se trata de algo más sutil. Es como si ciertas obras maestras me abrieran los poros, me hicieran más permeable. La higuera no tiene nada que ver ni con mi estilo ni con el argumento que estoy pergeñando. Las soluciones que halla Raimundo Pinilla en sus páginas no dan soluciones a las preguntas que le hago yo a mi novela de por qué no avanza, pero lo que es cierto es que algo ha pasado mientras que leía...
La última vez que me pasó algo parecido, fue leyendo Mala gente que camina de Benjamín Prado. Hace poco menos de un año me lo encontré por la calle y estuve a punto de pararle y darle las gracias, pero mi pudor me cambió el paso, y el agradecimiento seguirá siendo virtual. Ojalá que la vida me dé otra oportunidad y me pille con el pudor durmiendo. Supongo que estará harto de oírlo, pero me encantaría poder decirle lo buen escritor que es.
Si alguien ha llegado hasta el final de esta entrada-ladrillo más propia de un filósofo del asfalto (cuando me pongo reflexivo-literario soy un auténtico coñazo, lo sé), que sepa que mi dolor de cabeza desapareció, que le deseo buen fin de semana, que el Atleti va a ganar mañana (por lo menos que no le cuelen seis, leñe) y que me voy un par de días con mi musa titular para prolongar lo máximo que pueda mi la inspiración.
Besitos/azos para todos y todas.
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15 de octubre de 2008
Prioridades y gestos
Sé que estas cosas entran dentro del sospechoso mundo de los gestos. Algunos piensan que todo gesto que no tenga acarreada una consecuencia positiva inmediata, cuando el gesto se realiza cerca de la utopía, es sinónimo de demagogia, pero yo no pienso así. Creo firmemente en la necesidad y en la potencia de los gestos, como forma de manifestación individual que se ampara en el efecto mariposa para provocar pequeños cambios, quizás infinitesimales. Su invisibilidad hace que cunda la desesperanza muchas veces, de ahí la importancia de los gestos, que sirven de recordatorio y de acicate.
Lo primero que podría escribir sobre la pobreza es que es tan fácil escribir sobre ella (y caer, aquí sí, en la demagogia) que no se me ocurre nada. Todos sabemos, aunque miremos hacia un lado, que está cerca, muy cerca, que el umbral de pobreza se ha convertido en una línea tan estrecha que apenas se distingue. Todos sabemos que se podría solucionar en gran medida si la pobreza fuera una prioridad, y también sabemos que no es una prioridad, ni para gobiernos, ni para los que manejan el dinero. Ambos les dedican migajas para acallar voces y para calmar sus conciencias. No se ha superado la etapa de la caridad, aunque muchas personas luchan porque así sea. La caridad palía, lo cual no es poco para el que la recibe, pero no soluciona.
Soluciones pocas, pero eso sí, la pobreza genera todo tipo de estereotipos, prejuicios, excusas y literaturas de pasquín que vienen muy bien para justificar ciertas medidas o algunas dejaciones. Detesto especialmente la de: “no, mejor que se dediquen a esto porque si no acabarían robando”. Pues no, señores y señoras, aunque sorprenda, no todas las personas pobres roban.
Y sí, soy así de raro, no voy a escribir nada más. Ya he hablado suficiente, quizás demasiado. Mi gesto de hoy ante la pobreza será callarme y reflexionar. Quizás me quede como estaba. O no.
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3 de octubre de 2008
Y por último háblanos sobre…
Si dejara el post en esta simple frase pues no sería noticia, la verdad. Tomarse un café podría tener su aquel si se tomara en alguna cumbre del Himalaya o si me lo hubiera tomado en esa misma terraza junto a Leonor Watling (por ejemplo). He estado muchas veces tomando algo en esa plaza con mi musa titular, lo cual no es noticia, sino un auténtico placer. Así que no me queda otra que añadir algo a la frase para poder justificar la entrada de hoy. Vamos a intentarlo…
Ayer estuve tomando un café con leche solo en una terraza de la Plaza de las Comendadoras mientras me hacían una entrevista para Esmadrid.Tv. Creo que ahora sí, ahora podré justificar la entrada de hoy.
La entrevista era para hablar de Relatos metropolitanos y la verdad es que fue muy divertido. Me grabaron varias tomas caminando y entrando en el metro, y varias tomas leyendo, pero lo mejor fue la entrevista en sí. Disfruté mucho, porque pude hablar de lo que más me gusta: escribir. No os aburriré con todo lo que me preguntaron ni, sobre todo, con todo lo que contesté (en cuando emitan el reportaje, que tardará, ya pondré un link para que lo podáis sufrir). Simplemente quería detenerme un poco en la última pregunta (que no pongo literalmente porque últimamente tengo memoria de pez): “Y por último háblanos sobre tus proyectos, sobre tu carrera, sobre si te quieres dedicar a escribir o simplemente es una afición”.
Casi le digo que si tenía prisa o algo (así como durante lo que quedaba de año) porque la disertación podía ir para largo, pero la verdad es que opté por la vía rápida y el mensaje contundente. “Pues sí, me quiero dedicar a esto de estirar la realidad con un bolígrafo”. Como soy de incontinencia verbal (diarrea literaria, que diría mi querida Mexileña) pues me extendí, claro está, que uno no tiene la oportunidad todos los días de salir en la tele hablando de su pasión (aunque yo ya he salido unas cuantas veces, pero ese es otro tema).
Siempre hago la misma reflexión. Si alguien te pregunta a qué te dedicas y dices “pues soy teleoperador, ingeniero, maestro, administrativo, funcionario o mecánico” pues no pasa nada. Eso sí, contesta “soy escritor”. Hay dos reacciones (reduccionismo al canto) que suelen ir ambas acompañadas de una frase del tipo “¡Qué interesante, nunca había conocido a un escritor! Las reacciones que acompañan al mensaje (a veces también verbales y otras de piel para dentro) o son de curiosidad verdadera (acompañando al mensaje) o del tipo “este tipo es un prepotente, mira que creerse escritor”. No me lo estoy inventando, que conste, que lo he vivido (alguna vez me han llamado pretencioso con la boca y otras con las pupilas). Y esto pasa por algo tan sencillo como que la gente hace la siguiente relación mental. Si dices que eres escritor estás diciendo que eres un buen escritor, porque claro los malos escritores no son escritores, son juntadores de palabras aficionados y no venden ni falta que hace. La gente tiene tan idealizado el arte (no todo el mundo) que uno no puede decir que es escritor tan a la ligera. Cuando digo que soy escritor no digo si soy bueno, malo o regular, como no lo hago cuando digo que soy psicólogo (claro, que para esto último tengo un papel que lo acredita, previo pago del impuesto revolucionario y la firma de Juancar, que por tamaño de fuente parece él el licenciado).
Yo digo que soy escritor porque así me siento y porque le dedico mucho tiempo real y mucho más tiempo mental. ¿Bueno, malo, regular? Yo tengo mi propia opinión que espero que vaya mejorando con el tiempo y la experiencia, pero la respuesta real la tienen las personas que me leen.
Y volviendo a la última pregunta que me hicieron, se confirma, hubiera bastado con un simple, rápido y contundente “Pues sí, me quiero dedicar a esto de estirar la realidad con un bolígrafo”.
Publicado por Mariano Zurdo en 17:44 32 comentarios
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