DÍA
2
Mi,
por llamarlo de alguna manera, disritmia circadiana, parece que ha pasado. Ayer
por la tarde estaba sentado en el sofá y notaba cierta fatiga que me
adormilaba, tardaba más de la cuenta en recuperar el ritmo habitual. Han sido
días duros los últimos que he pasado en el trabajo, excesivo calor,
preocupaciones diversas… lo que me ha llevado a una situación de agotamiento en
todos los sentidos. Ahora, cuarenta y tantas horas después de llegar, es cuando
empiezo a recuperar mi equilibrio físico y mental, esperando que llegue la hora para, con mi amigo Manolo,
realizar una cata de Caro Dorum, que aquí, al lado del Mediterráneo -espiándolo
mientras escribo- sabe a gloria, incluso me atrevería a decir que mejor que en
el interior, pero no, no creo que sea así, más bien es el “sincio” (las ganas)
de beber un buen vino con alguien al que me une más que una amistad. Momentos
imprescindibles para recuperar el tono amable que produce el afecto y que hace
olvidar otros tantos más amargos.
Día
2, veintiséis grados a las ocho de la tarde, mar tranquila, buena música y días de vacaciones. Cuando he llegado del
hiper me he topado con Olga y Víctor que
iban con Arthur, su perrito, a la sierra de Irta. Ahora veo a Ramón que se va
de la playa y lo espera Isabel. Un velero se desliza a gran velocidad y el horizonte se va cubriendo de una bruma que
produce un efecto algo raro en contraste con el sol. El tiempo transcurre con normalidad cuando
acabo de recuperar la medida de mis sensaciones. Espero que todo vaya despacio
ahora.
La
luz se va y comienza la noche con su orden instaurado.