lunes, 25 de agosto de 2008

PALAS, RABAS Y CALOCA





Estoy en una playa cercana a mi domicilio familiar. Después de darme un refrescante baño analizo algunas diferencias entre los mares Cantábrico y Mediterráneo, siempre desde un punto de vista muy personal. Calculo, en primer lugar, que la temperatura del Cantábrico, aquí en Santander, es 4 o 5 grados más baja que el Mediterráneo a la altura del norte de la Comunidad Valenciana. El olor del Cantábrico es más intenso y su sabor más salado. El mar nórdico es más violento, más impetuoso. El oleaje es intenso, no da respiro al nadador.
El olor a caloca (algas secándose o en proceso de descomposición) que puede ser repugnante, no digo que no, me traslada a momentos de mi infancia y su perfume me produce una energía especial. Algo así como: estoy de nuevo en casa. Contemplo un trío de chavales jugando a las palas. El “rallie• de la pelota dura eternos minutos sin caer a la arena. Cuando tenía unos años menos también duraba mucho tiempo jugando sin ningún receso técnico. Ahora, en cambio, cuando lo hago con mi sobrino, me cuesta mantener esos ciclos temporales tan alargados.

Aprovecho tumbado al sol leyendo un cuento de Agustín Fernández Mallo, un escrito de Juan Cruz sobre la Playa de Santa Cristina en Coruña, que tan bien conozco. -me desilusiona saber que ya no existe la lancha que unía Coruña con Santa Cristina- y el primer capitulo de “After Dark” de Haruki Murakami. Trata de un encuentro casual entre dos jóvenes en un bar nocturno y promete. Me encanta como Murakami analiza las situaciones y sus personajes, no se le pasa ningún detalle. Es uno de esos libros que te engancha y estarías leyendo de un tirón hasta finalizarlo. El único problema es que todavía no está editado. La editorial Tusquets lo publicará en nuestro país el próximo mes de octubre.

He apartado los ojos de mi lectura debido a que dos parejas, cercanas a mí, comentaban a grito pelado las incidencias de la noche anterior. Tuvieron problemas para que les atendieran en un restaurante del centro de Santander y cuando llegaron a Cañadío estaban cerrando los locales nocturnos y tan sólo pudieron tomar un “cubata”. Cuatro o cinco parapentes pasan ese momento por el cielo. Tiene motor incorporado y hacen un ruido ensordecedor. ¡Joder!, pienso, aquí no respeta el silencio ni dios…

Por fortuna, una sensación olfativa estimulante me sacó de conversaciones y ruidos. Era un olor conocido, a rebozado… por supuesto a rabas cocinándose. Así que cogí el “pendique” y a los pocos minutos tenía sobre mi mesa una descomunal ración de esos calamares tan especiales. Hacía un solecito agradable, todo estaba tranquilo en la terraza y me esperaba mi familia para comer todos juntos. En el horizonte varios días de vacaciones. Días sin complicaciones. Todo es, por suerte, fascinante y cautivador.

4 comentarios:

Hache dijo...

Nos has hecho compartir contigo esos pequeños momentos que hacen de cualquier situación algo grande.

Me trasladé desde la butaca de mi oficina a ese mar del norte que tanto me gusta, olí el mar y deseé estar allí tumbada, con un libro .. oye, el de Murakami promete, me gusta su estilo.

Sigue disfrutando y cuidadito con las rabas, dicen que engordan ;-)

Luis López dijo...

Querida Hache, también la tele engorda :-))))))))

Anónimo dijo...

El Eterno Candidato da siempre en el clavo: felicidades.
Además, es bien chulo.

Lo dicho, suertudo...

Anónimo dijo...

Pero claro es que el Cantábrico es más frío y violento que el Mediterráneo...está más abierto; el Mare Nostrum es una laguna gigantesca con un paso natural y otro artificial a mares más abiertos.

Los encuentros casuales debiesen de ser tomados como son...pero al parecer Murakami le da una perspectiva nueva con los detalles. Y la verdad es que cuesta encontrar lugares al aire libre donde el silencio sea la norma; pero nada que una buena delicia gastronómica no pueda remediar.

Saludos afectuosos, de corazón.

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