sábado, 1 de marzo de 2008

BICHO MALO NUNCA MUERE




Cuando me dirigía a retirar el coche del garaje una niña de grandes ojos oscuros y larga melena rizada esperaba a que su madre la recogiera junto a la puerta. A su lado llamaba la atención una mochila descomunal. Calculé que dentro de ella cabría la ropa que suelo llevar cuando paso cinco o seis días fuera de casa (el equipaje que en ese momento llevaba preparado para viajar al salir de mi trabajo). Al bajar las escaleras pensé en la responsabilidad que tiene en nuestra sociedad un chaval de, simplemente, nueve años. La niña parecía estar abstraída en algún pensamiento propio de una edad más madura. Al salir en mi coche por la puerta del garaje la niña todavía estaba esperando. Cruzamos nuestras miradas en el espejo retrovisor. Su mirada era penetrante, propia de un adulto. Durante mi corto desplazamiento hasta el centro médico no pude quitarme su perspicaz y triste mirada de encima.

Días atrás había pasado una atípica ¿gripe? y llevaba unos días despertándome por un dolor en el pecho tres o cuatro horas antes de que sonará el despertador. Luego ya no conseguía dormir, tenía que levantarme. Mi médico me envió urgentemente a hacerme un “electro” y unas placas de rayos X. Al volver a su consulta entraba con el resultado de mi electrocardiograma al despacho de un colega. Me hizo una seña para que le esperara. No tardó en salir pero esos momentos se me hicieron eternos, estaba claro que algo raro había detectado. Me enseño un pico o valle que sobresalía un poquito sobre el resto de la lectura y preparó un informe muy conciso para que me trataran en urgencias del hospital. Posiblemente no seria nada grave pero de esa manera se quedaría más tranquilo. Había muchos pacientes en urgencias (luego me enteré que estaba todo colapsado y que no quedaban camas vacías en el hospital) pero mi nombre sonó por megafonía a los pocos minutos de ingresar, fui el primero en ser llamado. Todo me parecía excesivamente extraño y vertiginoso. Una enfermera me hizo entrega de uno de esos pijamas azulones con el logotipo de la institución a la vez que me ordenaba quitarme la ropa y colocando sobre mi muñeca una pulsera de plástico con mi nombre. Nada más ponerme el raquítico pijama me solicitó tumbarme en la camilla. Una doctora de mi edad comenzó a hacerme preguntas sobre mi historia médica y las posibles herencias familiares mientras dos enfermeras me repetían electrocardiograma, me colocaban el termómetro, sacaban de mi cuerpo tres grandes tubos de sangre, comprobaban mi tensión… Luego me abandonaron a mi suerte en una sala repleta de enfermos, todos ellos acompañados de sus familiares. Era el único que se encontraba solo recordando los grandes ojos de aquella niña de la gran mochila, con seguridad sus problemas –si es que los tenía- no serían tan importantes como los míos. En esa sala se encontraban dos rusos, dos ecuatorianos, dos chinos, un chico nacional y yo. Todo un mundo Babel. Pasaba el tiempo y no ocurría nada así que fui analizando todos los zapatos, relojes y colgantes de los pacientes, lo único que nos diferenciaba (además de nuestra nacionalidad) a los unos de los otros. Comprobé que todos, en esa tesitura (y en la incertidumbre) somos iguales. En esos momentos imágenes de familiares que pasaron largo tiempo en el hospital aparecieron en mi mente. Les recordé con nostalgia y con cierta conmiseración.

La médico que me atendió una hora antes me llamó para preguntarme algún dato de relevancia. Le respondí a su pregunta y me informó que si los análisis estaban correctos me daría el alta. No se me había pasado por la imaginación que estaba ingresado en urgencias. Qué horror. Tan sólo había estado, hasta entonces, ingresado en el hospital una vez, como consecuencia de una herida producida por asta de toro. Permanecí una semana allí con grandes dolores y alimentándome (si puede llamarse así) de suero fisiológico. De nuevo estaba en sus manos. En las dos horas que permanecí allí sentado se me pasaron por la cabeza mil historias, el tiempo se hacia eterno, sentía que había perdido mi libertad y que me encontraba retenido contra mi voluntad.

Afortunadamente los análisis descartaban cualquier problema cardiovascular. Eran tan positivos como era habitual en todos los que me realizó anualmente. La doctora me participó que se trataba de un dolor pasajero y que no le diera mayor importancia, se iría como había venido, probablemente producto de esa gripe de días atrás.
Me dieron el alta, mi organismo se encontraba a punto y recobré mi ansiada libertad. Esa misma tarde me puse de viaje y por la noche lo celebré con algunos de mis seres queridos, realmente mis pensamientos habían sido muy negativos y me había instalado en lo peor. Ahora todo lo veía de color de rosas. En este momento me encuentro bien, los dolores (casi) han desaparecido y en mi mente todavía flota la mirada de esa niña, un poco adulta, que, probablemente volveré a ver a mi regreso a casa. Espero que nuestras miradas se crucen de nuevo en el inconsciente espejo con el deseo de poder seguir reencontrándonos día a día. La salud es lo que importa, el resto de problemas puede esperar. CARPE DIEM.

13 comentarios:

Raquel dijo...

Efectivamente. Y sólo cuando estamos enfermos o al salir de una enfermedad es cuando solemos decir eso.
Me alegro de que sólo haya sido un susto.
Un abrazo

C.C.Buxter dijo...

Me alegro de que todo haya salido bien, Luis, pero... ¿fuiste herido por un asta de toro? No me dejes en ascuas, ¡eso tienes que contarlo!

Anónimo dijo...

En momentos de extrema necesidad, ricos y pobres somos iguales en el sufrir...el entorno podrá ser distinto, pero a la hora de la verdad somos iguales aunque se niegue.

Un momento...¿herida producida por asta de toro? ¿Cómo y en qué instante te ocurrió eso? Ahora, lo que no entiendo demasiado es la presencia de la niña de nueve años de pelo rizado y con el bolso descomunal. Saludos cordiales.

Luis López dijo...

Raquel. Gracias, sólo ha sido un susto.
c.c. Un poquito largo lo del toro, algún día me animaré a contarlo ¿vale?
Luis- Te he contestado arriba. Iba a recoger mi carro y allí había una niña. Nada más.

Anónimo dijo...

Luis:
Preciosa observación la de la mirada de la niña. ¿sabes qué quiere decir eso, verdad? Que estás muy, pero que muy vivo.
Y estoy segura de que tu deseo de reencuentro se cumplirá, seguro.
Carpe Diem, sí, pero sigue escribiendo aquí, please, que yo quiero seguir leyéndote…
Un abrazo fuerte , hoy especialmente.
Maryluz

Luis López dijo...

Maryluz, has dado en el clavo. Esa niña es los ojos del futuro, de la libertad, de mirar más lejos... Me encantó tu entrada sobre la "tierruca" y las nostálgicas fotos. Aquí me tienes para lo que desees. Un besuco.

Anónimo dijo...

Vaya, me ausento un par de días y te me pones malito... :-)
Me alegra que estés ya bien. Un beso grande.

Luis López dijo...

Anuski, no te vuelvas a ir ¿vale? :-)

Anónimo dijo...

¿Vale cualquier deseo ...???
( bromeo,be quiet).
Gracias por tu generosidad, de momento sólo pido seguir leyéndote, de momento.
Un besuco-ico.

Luis López dijo...

Onlymary portate bien :-)

Anónimo dijo...

:-):-)

Luis López dijo...

Muchas risitas (risicas). :-D
Un besito.

Mariluz Arregui dijo...

Mi piolín: )

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