Ya hacía una semana que habíamos terminado las clases. También hacía una semana que no veía a Lucan, y también hacía una semana que no podía dejar de pensar en él. En su actitud intermitente, en su aspecto siempre perfecto. Como consecuencia, también llevaba una semana jugando a videojuegos con la esperanza de mejorar mi estrategia en la vida real, y con Avenged Sevenfold inundando mi habitación.
Ese domingo mis neuronas ya empezaban a resentirse, por eso, cuando sonó el móvil, tuve que pensar más tiempo del habitual en descubrir cómo descolgarlo. No tuve tiempo de decir nada, porque nada más cogerlo, escuché su voz:
- En media hora estoy en tu casa.
Y colgó. ¿En media hora? Estaba loco. Me tumbe en la cama y me quede dormida. Me desperté cuando llamaron a la puerta. Fue una de esas veces en las que te despiertas sin saber muy bien dónde estás, asique estaba totalmente desorientada. Pareciendo más un zombi sacado de una película de terror, que una persona, abrí la puerta.
Era él. Estaba con un brazo apoyado en el marco de la puerta. Estaba cerca. Estaba demasiado cerca. Si en los minutos anteriores había estado empanadísima, en ese momento no cabía la posibilidad de estarlo.
- Vaya querida, qué decepción. Esperaba verte desnuda.
Imposible. ¿De qué iba? Antes de terminar de ponerme roja, cerré de un sonoro portazo. Volvió a llamar y dijo:
- Nalla… lo siento ¿vale? – no contesté - ¡Oh venga! No te enfades.
Seguí callada, hiperventilando. Tenía a un chico más salido que el pico de una plancha en la puerta de mi casa, mientras que yo no tenía otra cosa mejor que hacer que llevar el pijama puesto.
- Escucharme sin enojos,
Como lo haces, amor es.
Mira aquí a tus plantas, pues,
De este corazón traidor
Que rendirse no creía,
Adorando vida mía,
La esclavitud de tu amor.
Me entraron ganas de echarme a llorar. No sabía si era por la risa que estaba reprimiendo, si era por la impotencia de tener la sensación de que aquella situación me superaba, o si simplemente era porque en el fondo era lo más bonito que alguien me había dicho. Algo se deslizó por debajo de la puerta. Eran dos papeles de forma rectangular. Los cogí. ¿Eran entradas para el teatro? Como si hubiese leído mi pensamiento aclaró:
- Esta semana la interpretan en el centro.
Suspiré y abrí la puerta de nuevo.
- ¿Don Juan Tenorio? – pregunte sin acabar de creérmelo.
- Pensé que te gustaría. – dijo encogiéndose de hombros, pero algo inseguro.
- mmm… vale, espera aquí.
- ¿No vas a invitarme a entrar?
- ¿Estás de broma? Por supuesto que no. No pienso dejar que un obseso sexual entre en mi casa mientras me cambio de ropa.
- Qué borde eres. Reconoce que te encantaría acabar pasando la tarde conmigo entre las sabanas de tu cama.
- Ja - Ja – Ja. Dame 10 minutos. – cerré la puerta y fui directa al armario.
******
13 minutos después salió de casa. No pude evitar decirle:
- Has tardado tres minutos más de lo previsto.
- Dicen que lo bueno se hace esperar.
Una vez más consiguió sorprenderme. Tenía que admitir que el comentario de antes había estado fuera de lugar, pero había sido bastante complicado encontrar algo que decir que tuviese sentido cuando me había abierto la puerta en pijama, y más cuando ese pijama consistía en una camiseta lo suficientemente larga como para parecer un vestido extremadamente corto.
Salió de casa y cuando se giró para cerrar la puerta me fijé en su nuevo atuendo. Una falda vaquera y una sudadera negra. El pelo castaño le llegaba hasta la cintura y sus ojos de caramelo dejaban bien claro que eran igual de bonitos pintados que sin pintar.
- ¿Qué bus hay que coger para llegar al teatro?
- ¿Perdón?
- Perdonado. – debí de poner cara rara – El autobús. Que cuál cogemos.
- Ninguno. He traído mi coche. – hubiese preferido la moto, pero estaba seguro de que se hubiese negado a montar en ella.
- ¿Tu coche?
- Claro. No va a ser el del vecino.
- No pienso montarme en coche contigo.
- ¿Y por qué no?
- ¿Y por qué sí? Nadie me puede asegurar que de verdad me lleves al teatro y no me secuestres para fines malvados.
- Estás loca. La telebasura ha debido afectarte a las neuronas. – no daba crédito a lo que estaba escuchado. ¿Qué tenía de malo mi coche? – Además, ¿para qué iba a querer gastarme un dineral en unas entradas que no tengo intención de usar? Me hubiese inventado otra cosa, ¿no?
Se quedó pensativa, para al final acabar diciendo:
- Si no vamos en transporte público, ya puedes ir buscándote a otra que te acompañe. – se cruzó de brazos.
- P-e-r-fecto. – refunfuñé - ¡Eres una auténtica L 7!
- ¿Qué me has llamado?
- L 7. ¡Cuadriculada, cabezota, exasperante! – la di la espalda – Vamos antes de que cambie de idea y te meta de cabeza en el coche. Al final llegamos tarde.
Princess_of_Hell