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Marcos Rodríguez Leija - Nuevo Laredo, Tamaulipas; México

Ana


Ana la llaman, Ana “La Nana”. Cada mañana abraza la danza amarga: alza la casa, lava, plancha.
La carga cansa, acaba. La ama maltrata, paga mal. Ana calla, agachada. La ama, Sara Lara (dama malvada, capataz), la manda a labrar.
Ana acata cansada, labra la granja, amarra las parras, trabaja, trabaja, trabaja... Al acabar, Sara la amarra a la cama. Hasta la mañana la para. ¿A yantar? ¡Para nada!
—¡A trabajar, haragana pagana! ¡A trabajar, zángana!
Ana acata. Cansada, abraza la danza amarga. Al acabar, acaba amarrada.
Ana trama matar a la ama. Al llamarla para trabajar al aclarar la mañana, Ana agarra la pala, ataca sagaz, la mata. Sara sangra. Ana la ata, agarra la pala, cava... Al acabar arrastra a la canalla al parral, a la zanja cavada. Al zamparla, la tapa.
—¡Rata malvada! ¡Larva!
Acabada la zangamanga tramada, Ana “La Nana” va tras la gata, la atrapa, la abraza.
Ana danza sardanas, alaba a Satanás. Satán alaba la hazaña.
Ana danza halagada, canta... canta...


Dios

Dictador de doctrinas, detentador, Dios dice: “¡Discípulos, dadme dinero, derramad dádivas dignas de Dios!”
Decepcionado, Don Diablo, decente decano de demonios, decisivo dice: “¡Dios, deja de defraudar discípulos!”
Disgustado, Dios desafía: “¡Defiéndete Diablo!”
Defensivo, Don Diablo dice: “¡Desvergonzada deidad decadente, deja de delinquir! ¡Demuéstranos dignidad! ¡Déjate de discursos disparatados! ¡Danos democracia!”
—¡Diablo..! ¡Déjate de diatribas! —Dios, desatado, desenfunda... dispara...
Don Diablo, desfallece dolorido.
Dios, deidad divina disfrazada de diablo, desmoralizado determina desenmascararse.

La caja de recuerdos

Al abrir el baúl del abuelo despertamos un animal prehistórico dormido en el tiempo; habló de sí nuestra ascendencia desde fotografías en blanco y negro; se dispersó en el aire el aroma de un siglo pasado y el viejo olor a lavanda de un pañuelo; un celuloide disparó el breve pasaje de una guerra jamás documentada por la Historia; una brújula remarcó las rutas que desaparecieron bajo nuestro paso; floreció un clavel entre las hojas secas de un diario de viaje; y los dragones rojos que de niño dibujó el abuelo salieron volando de un cuaderno.