Ana Lucía Montoya Rendón

ÚLTIMA EN SABER...



He sentido los pies descalzos y mi alma brincando por paisajes pedregosos. He visto a la desolación tendida sobre bordes de eternos caminos. He vestido la desnudez de mi Ser, aún estando cubierto con un traje hecho de refulgentes hilos de fuego que al contacto con mi piel se hicieron denso llanto. He sentido que se diluyen mis ideas, que rebosan como copa de ansiedades infinitas. He sentido cómo se me va la vida en cada expiración y no puedo hacer nada. He sentido anudados mis puños, y mis dedos hechos garfios, se enredan y se pierden entre los deseos de un mágico encuentro. Me he vuelto mil veces torpe y mil veces he caído. He caído desde lo alto de mi ego derrotado. He caído sobre mis ilusiones hechas puntas de cristales rotos. Sí, mil veces he sentido que me elevo como ángel, y mil veces he caído desde un cielo que invento cada día hasta el fondo de mi infierno cierto. He querido ser agua de algún río corriendo libre entre las peñas, golpeando con brillos diamantinos la cara ruda de las piedras y de su archivo. He sentido el vértigo cuando me asomo desde el filo del aprisco hasta los oquedades de mi sino. Enloquezco en lo alto del Monte de la Soledad retando al vacío cuando intento cancelar mil historias echando al aire las páginas de mi libro de la Vida, tan magro, tan pueril. Y me impongo ante los fantasmas que he creado, y todos se vuelven hacia mí como ejército enemigo. He cabalgado mis miedos, fustigado a mis anhelos para que rompan las cadenas. Los he empujado hasta la celda donde vive lo que queda de mí. Así, siempre he estado suspirando, rogando algún abrazo. Y he gritado, llamando a alguna sombra de aquellas que cuidan a los niños para que arrope mis tormentos. Mas en medio de tanto intento he entendido que mi voz no tiene eco ni mi aliento tiene vaho, pues el espejo en que me miro siempre está brillante como lago. En él me miro, me observo y me veo tan gris, tan descolorida, tan desdibujada. Y me toco. Las yemas de mis dedos recorren los contornos de mi rostro, de mis senos, de mi vientre, de mi celo y me entero... Sí, me entero que hay una mano recorriendo una mortaja, que detrás de mil cortinas, un coro de dolientes canta algún réquiem... Sí, me entero que fue tanto lo que La he llamado ,que hace tiempo Me llevó y no me había dado cuenta.
LLUEVE


Suave repiquetear de gotas en el techo. Llueve .Llueve y el golpeteo se vuelve mas fuerte, más intenso. Aguacero que cae sin previo aviso. Me sobresalta un trueno. Pero me quedo extasiada mirando la lluvia. Miro las gotas que chocan en la tierra, son dardos de agua que se estrellan y deshacen convirtiéndose en charcos.
La brisa ya es viento que agita las ramas como despertando el letargo de los árboles jóvenes que se balancean como esquivando las gotas de la lluvia que bañan sus troncos. Llueve y la tierra agradece con aromas de tierra mojada. Aspiro ese aroma. Ese peculiar perfume que emana de la tierra.-Llueve en mi barrio. Llueve en mi ciudad.-
El reencuentro


Perdoname mi entrada por sorpresa, no tenía cómo comunicarme. pero una circunstancia no iba a frustrar lo nuestro. Teníamos planes, sueños, es cuestión de adecuarlos y continuarlos.
Mirá hoy, charlamos como en los viejos tiempos. Fue una noche hermosa, quién diría, tan pacífica, a pesar de la multitud. Se pierde la sensación del tiempo.
Lo que llama la atención es la cantidad de perros sueltos. Todavía es apresurado pensar en quedarme, aunque quisiera, pero quién sabe cómo lo tomarán acá. Así que hoy tenemos que despedirnos. El sábado hay luna llena, podríamos salir a caminar un poco. Hasta entonces, querida. No hace falta que me acompañes, yo cierro.
El hombre le dio un beso, cerró, tomó la pala y volvió a tapar la fosa.

Sebastián Olaso

Catálogo de errores XXIII




Que el mal de muchos sea el mayor consuelo. Que el mal de muchos nos habilite lo absoluto. Digamos, pregonemos, postulemos, decretemos que nadie puede nada, que todos vamos a sufrir, a morirnos, a fracasar, a luchar sin recompensa. Entonces podré entrar en la burbuja, invitarte a dormir para ya no despertarme. Vamos. Vamos a matarnos de vida natural. Que siga tocándonos el número sin premio, el naipe más inútil, la taza rajada, el plato roto, el muñeco sin cabeza. Qué más da. Quién da menos. Dejemos que naufraguen todos los aviones, que los cantantes queden huérfanos de cordura vocal. Matémonos así, cobardemente, escapémonos del dolor físico, de la agonía moral, de la peste social, de las iras del amor y de los amores que se irán. Celebremos el insomnio a lágrima podrida, el temblor en el pecho, en las venas, en el epitafio de aquellas alegrías que no eran más que máscaras. Vamos, reparemos todo el absoluto bajándonos del barco, descarrilando el barco, haciendo el amor, la muerte, el escándalo, la traición con el barco. Cometamos desauxilio, eutanasia, infuturo, antilucha. Dejemos que nos tiren a la zanja porque así no se puede. No se puede seguir. No se puede empezar. No se puede hacer más que lo que no se perdona. Seamos los líderes de un movimiento sin danza. De una quietud sin ojos. Seamos los fantasmas que nadie quiere ver, ni mostrar, ni imitar, ni salvar. Dejemos que todos se arrinconen, se abracen, se enamoren de la vida. Dejemos que el absoluto nos deje sin boletos. Que el mundo nos deje sin maletas. Que la salida de emergencia sea la única salida. La única salida de muchos. Que nuestra rueda rota sea el mal de todos. Que nuestra palabra maloliente los espante. Los decida a latir. Los consuele por los ciclos de los ciclos. Que así sea. Y que así sean.

Sebastian Gabriel Barrasa

Tentaciones


Hay dos clases de personas. No; son tres clases de personas. No: cuatro. Cuatro clases de personas.
Están los que van por la vida sin darse cuenta de las tentaciones. Les pasan por delante y no las ven.
Están los que van por la vida, ven las tentaciones, pero las esquivan, y se dicen qué horror y se inventan religiones y esas cosas.
Están los que descubren las tentaciones, las aceptan y las aprovechan.
Y están, estamos, los que van por la vida buscando, inventando, descubriendo, mostrando las tentaciones. Invitándonos a jugar.

SEBASTIÁN BARRASA

QUIÉN SOSTIENE LA LÁMPARA


El genio sabe que Aladino va a frotar la lámpara. Lo sabe, porque es genio.
Y porque es genio, sabe también cuáles son los tres deseos que Aladino va a pedir.
Es más: no son deseos de Aladino; son los deseos del genio y él se los transmitió a Aladino para que los pida. El genio materializó a un muchacho llamado Aladino para satisfacer sus propios deseos. Hace lo que quiere y lo hace cómo quiere, porque para eso es el genio.
El genio es un hijo de puta.

Y vos… me hacés creer que soy yo el que maneja la relación.

MARITZA GOMEZ CRUZ

Mi viejo Chevrolet del 95 llegó renegando a una intersección de mucho tránsito, se paró y no hubo modo de que diera un solo paso adelante. Después de revisar cuidadosamente todo lo que pudiera ser reparable por mi inexperta mano y comprobar que no había solución, llamé a la grúa (el mecánico se había negado tajantemente a desplazarse hasta donde me encontraba). Una vez que ésta cargara con mi traste, comencé a llamar a familiares y amigos, en procura de un raid hasta mi casa; pero unos no podían, otros estaban trabajando, etc, etc. Desolado, constaté la vaciedad de mi bolsillo: definitivamente no tenía dinero suficiente para un taxi, y en la casa menos ( hasta el puerquito alcancía había sido alevosamente sacrificado en días de mucha agonía económica). Así que sólo me quedaba una opción, la más económica: el bus. Por suerte, tenía registrado en el celular, de épocas aún más difíciles, el número de Miami Dade Transit, que es la entidad que te brinda información acerca de los recorridos, los horarios, las tarjetas easy transit y todo lo que tenga que ver con el sistema de metrobuses de la ciudad. Así que llamé y recibí los datos que necesitaba para trasladarme hasta mi hogar en un flamante autobús de la red urbana. Qué calvario!! eran las cinco de la tarde cuando llegué a la parada, y a las 5 y 57 minutos fue que pude abordar la trepidante mole. Por suerte, siempre hay asientos vacíos y pude acomodar mis doloridos glúteos tan pronto me subí a éste. Con el sabroso airecito acondicionado, después de haberme "aterrillado' bajo el candente sol de la parada, me entró sueño y quedé medio adormilado, recostado a la ventanilla. El viaje prometía ser largo y la parada donde debía bajarme era la última, así que podía aprovechar. El chofer me despertó al rato con un "hey man, this is de last stop", y medio asustado por no saber bien dónde estaba, me bajé a trompicones. El bus se alejó demasiado rápido-me pareció. Entonces miré en derredor y no reconocí nada. Ya había comenzado a oscurecer, y el páramo donde me encontraba era súpersolitario, no veía casas, ni edificios, ni negocios, sólo árboles y muchísima vegetación rara. Comencé a caminar, buscando orientarme, pero al término de lo que me pareció una calle me di cuenta que me encontraba dentro de un cementerio y no pude evitar un desagradable erizamiento. Ya había anochecido del todo y yo me sentía cada vez peor. Ya no caminaba, sino que corría por todas las callejuelas de la necrópolis, pero estas sólo me llevaban a otras vías del camposanto, sin encontrar salida. Transpirado y anhelante por el terror que cada vez se hacía más intenso me parecía que estaba en una carrera de obstáculos, pues ya no solo corría por las calles, sino a campo traviesa, por encima de las tumbas, derribando jarrones llenos de flores. En eso vi lo que me pareció fuera un celador del lugar y corrí hacia él, esperanzado por la ayuda que podría representar, para darme cuenta, demasiado tarde que era... ! El chofer de la guagua me sacudió con fuerza y me gritó, un poco molesto: "hey boy, this is de last stop". Y yo aterricé en la acera, el bus partió demasiado rápidamente y yo me vi, de nuevo, en el comienzo del infernal recorrido.

Andrés Ruiz Segarra-España

La musa


Húmeda se propaga sobre mi piel tu sabia. Y me cubres con tu aroma, deslizándote en mi espalda, rezumando en mí tu esencia como sangre derramada, como gigantescas olas en mi manantial sin agua.
Susúrrame el frágil verso, en ese aliento que abrasa, y dejaré huir mi cuerpo, y sólo, tendrás mi alma.
Haz que de nuevo amanezca, como hiciste que temblara, como desgarraste el sueño de la noche envenenada, y si en tus dedos perezco, no me juzgues hasta el alba; hasta que el helor del viento me cubra de fría escarcha.

SEBASTIÁN BARRASA

Invaluables


Están los que valoran tus certificados de doctor o ingeniero, tus matrículas, tus licencias, tus títulos de propiedad.
Y están también, los que te valoran a vos.

MARITZA GOMEZ CRUZ

PARANOIA




Mi viejo Chevrolet del 95 llegó renegando a una intersección de mucho tránsito, se paró y no hubo modo de que diera un solo paso adelante. Después de revisar cuidadosamente todo lo que pudiera ser reparable por mi inexperta mano y comprobar que no había solución, llamé a la grúa (el mecánico se había negado tajantemente a desplazarse hasta donde me encontraba). Una vez que ésta cargara con mi traste, comencé a llamar a familiares y amigos, en procura de un raid hasta mi casa; pero unos no podían, otros estaban trabajando, etc, etc. Desolado, constaté la vaciedad de mi bolsillo: definitivamente no tenía dinero suficiente para un taxi, y en la casa menos ( hasta el puerquito alcancía había sido alevosamente sacrificado en días de mucha agonía económica). Así que sólo me quedaba una opción, la más económica: el bus. Por suerte, tenía registrado en el celular, de épocas aún más difíciles, el número de Miami Dade Transit, que es la entidad que te brinda información acerca de los recorridos, los horarios, las tarjetas easy transit y todo lo que tenga que ver con el sistema de metrobuses de la ciudad. Así que llamé y recibí los datos que necesitaba para trasladarme hasta mi hogar en un flamante autobús de la red urbana. Qué calvario!! eran las cinco de la tarde cuando llegué a la parada, y a las 5 y 57 minutos fue que pude abordar la trepidante mole. Por suerte, siempre hay asientos vacíos y pude acomodar mis doloridos glúteos tan pronto me subí a éste. Con el sabroso airecito acondicionado, después de haberme "aterrillado' bajo el candente sol de la parada, me entró sueño y quedé medio adormilado, recostado a la ventanilla. El viaje prometía ser largo y la parada donde debía bajarme era la última, así que podía aprovechar. El chofer me despertó al rato con un "hey man, this is de last stop", y medio asustado por no saber bien dónde estaba, me bajé a trompicones. El bus se alejó demasiado rápido-me pareció. Entonces miré en derredor y no reconocí nada. Ya había comenzado a oscurecer, y el páramo donde me encontraba era súpersolitario, no veía casas, ni edificios, ni negocios, sólo árboles y muchísima vegetación rara. Comencé a caminar, buscando orientarme, pero al término de lo que me pareció una calle me di cuenta que me encontraba dentro de un cementerio y no pude evitar un desagradable erizamiento. Ya había anochecido del todo y yo me sentía cada vez peor. Ya no caminaba, sino que corría por todas las callejuelas de la necrópolis, pero estas sólo me llevaban a otras vías del camposanto, sin encontrar salida. Transpirado y anhelante por el terror que cada vez se hacía más intenso me parecía que estaba en una carrera de obstáculos, pues ya no solo corría por las calles, sino a campo traviesa, por encima de las tumbas, derribando jarrones llenos de flores. En eso vi lo que me pareció fuera un celador del lugar y corrí hacia él, esperanzado por la ayuda que podría representar, para darme cuenta, demasiado tarde que era... ! El chofer de la guagua me sacudió con fuerza y me gritó, un poco molesto: "hey boy, this is de last stop". Y yo aterricé en la acera, el bus partió demasiado rápidamente y yo me vi, de nuevo, en el comienzo del infernal recorrido.

Sebastián Olaso,

Catálogo de errores XV



Es que son otros los protagonistas. Los otros. Cientos de otros que toman las riendas, colocan la carpa, venden los boletos, domestican las fieras, atraen al público. Cientos de miles de otros que hacen malabares, cruzan el aro de fuego, dominan la cuerda floja, reciben aplausos. Cientos de miles de millones de otros. Cientos de miles de millones que te dan la espalda. Cientos de miles de millones de ausentes. Todos hacen, pueden, crecen, avanzan, construyen, triunfan, revelan. Y mientras tanto, vos estás ahí, en un rincón que no parece ser parte de ninguna parte. Ahí. En la búsqueda de, en la resistencia contra, revolviendo entre, jugando a, luchando por. Cientos de miles de millones de cadáveres, de cuerpos, de embriones, de fantasmas, de historias y de mapas te aniquilan. Te arrinconan. Te sacan de la escena. Entonces la escena se vuelve incomprensible, inenarrable, irremontable, irremediable, indestructible, incómoda. Ya no hay ni intimidad ni intimación. Sólo un agujero en el mundo por donde cae todo menos el deseo. Todo menos los otros, todo menos los protagonistas, menos la escena, las fieras, la carpa, el público. Un agujero en el mundo por donde no cae casi nada. Por donde sólo cae el todo del deseo que hay en vos. Un deseo sólo tuyo que sólo desea un escenario sin tu escena.

Sebastian Gabriel Barrasa

Moebius


Se despertó desnudo. Pero esto no era algo que debía llamarle la atención: él siempre se dormía desnudo. Lo llamativo era que no estaba en el catre de su barco. Pero lo más extraño era que el nunca había sido capitán de navío y de hecho nunca había estado en un barco. Esto era así, básicamente porque en su mundo no existía el mar.
Entonces pensó en porque se había despertado con esa sensación de algo tan desconocido para él. Y pensó en por qué le había parecido extraño estar desnudo ya que en su planeta nadie usaba elementos para cubrir su piel.
Como los de su especie podían dominar los sueños, decidió volver a dormirse y soñar que era un hombre que vivía en un lejano planeta azul. Un hombre con dos piernas y dos brazos, que soñaba con ser astronauta y descubrir nuevos mundos habitados, por ejemplo, por unos extraños seres que vivían en la desnudez de su piel turquesa
Pero en medio de ese sueño lo despertó una gran ola que impactó contra su barco y quebró parte de la proa. La ola no era parte del sueño: era un recuerdo del naufragio. Porque él ya no estaba en su catre del barco Holandés que viajaba hacia el Caribe para comerciar especies y otras cosas. Estaba semidesnudo y mal herido en la playa de una isla perdida.
En la costa quedaban los restos de su nave. Probablemente era el único sobreviviente.

Susana Cattaneo

ALGUNAS PALABRAS


Si pienso en la palabra “sol” estoy en la ternura de todos los que amé: ladridos, sonrisas, trinos, mediodías que hacen jóvenes los sueños.
Si alguien me habla y me dice “mar” estoy en aquella playa donde la felicidad era cada destello de amarillo, donde las dunas eran un paseo por la dicha.
Si alguien conversa y me dice la palabra “noche” estoy en la libertad silenciosa de la creación de poemas.
Si leo “tristeza” estoy en el mundo de la nostalgia.
Si susurran “soledad”, en el misterio de la vida.
Si me hablan de los ojos del amor, entonces soy la visión del infinito.


Andrea Victoria Alvarez

CON LA BOCA SECA

AÑO 2035.


-Señor, ¿cuánto cuesta un vaso de agua?
-Eso depende-respondió el hombre con la boca pastosa-, si es un vaso de agua contaminada 5 dólares, si es un vaso de agua corriente 10 dólares, y si es un vaso de agua filtrada 30 dólares.
-Ahh!
El hombre revisa sus bolsillos y extrae algunas monedas.
-Entonces, sirva un vaso de la más económica, de la contaminada.
Y bébasela.

Senén Rodríguez Perini

La decisión de Arrecho Abreu



Llegó al Bar con muchas copas dentro, y a él el alcohól lo ponía agresivo.

El cuerpo le pesaba. Se detuvo en la puerta, mojó los labios con la lengua, afirmó el cinto.

Pestañando en camara lenta, a través del vidrio sucio vio cantidad de gente y abrió la puerta con fuerza, decidido.

Se hizo un silencio.

Todos lo miraron, algunos con odio, otros con miedo, ninguno con alegría.

Pese al alcohol, desde esa posición pudo ver al turco Abdul apoyado en el mostrador, de copas con el brasilero Carvalho, los dos contrabandistas de ganado. (Él sabía bastantes cosas de esos dos y tenían cuentas pendientes)

En la mesa contra la ventana estaba al judio Brunstein haciendo numeros con el pelusa Contreras, gaucho de casi dos metros y 130 kilos, su empleado y “cobrador personal” en casos de insolvencia del deudor, finiquitando entre ellos quien sabe cual de sus tantos negocios turbios.

Por las mesas del medio junó a la parda Manuela - “su” parda - subida en la falda del malevo Rosales – esto era demasiado - y solo con la mirada de furia que les tiró, casi le hace un barbijo en la frente. Ella sintió el odio clarito, y quedó temblando.

Lleno de bronca espesa, apretó los puños.

Para la izquierda del cafetín vio cantidad de gente y entre ellos bastantes elementos - figuritas conocidas - con los que tenia otros asuntos. “Tiempo al tiempo”, pensó.

Se palpó el facón con la derecha y acarició la Beretta en el sobaco, porque venía dispuesto a cualquier cosa y todos lo sabían.

Fueron vivencias lentas, degustadas, esperadas, fatales, que parecían horas pero duraron segundos.

Con dificultád comenzó a entrar al tugurio.

Al ver el movimiento Rosales se paró de golpe llevandose la mano a la cintura – utilizaba la faca agarrada en la espalda con el cinto - dejando a la parda desparramada en el piso. Brustein desesperado juntaba el dinero ayudado por Contreras que ponia los inmensos brazos en los bordes de la mesa controlando no se cayera ningun recibo. El gallego Manuel y el turco Abdul se dieron vuelta mirándolo de frente con desprecio. Manuel metió mano en la cintura y agarro el mango del facón. Abdul – zurdo perdido - coloco la mano izquierda en su sobaco derecho y la dejo apoyada en el Smith & Wesson 38.

Todo quedó en silencio.

El dueño del cafetín, el vazco Iñaky, se tiró de cabeza atrás del mostrador, jalando de abajo la poyera a su mujer para que hiciera lo mismo, pero ella estaba paralizada por el miedo, como estatua.

Arrecho Abreu tenia problemas personales con varios de los presentes y esa noche los iba a arreglar por las malas o por las peores tambien. (Se acordó por un instante de unos cantores del pueblo y casi penso la frase con el mismo tono y ritmo de la canción)

Todos los músculos de todos se tensaron.

Avanzó.

Tropezó en una rebarba de la madera de piso, quiso recuperar el equilibrio pero el alcohol no lo dejó, trastabilló dos pasos y cayó pesadamente hacia adelante haciendo el cuerpo una pirueta extraña partiéndose la frente contra la mesa del malevo Rosales, quedando difunto ipso facto con la sangrante cabeza abierta apoyada en la falda de la parda Manuela que se desmayó con un suspiro.

En cierta manera, logró lo que quería, aunque debemos reconocer que no en una forma convencional. Ya no le afectarían más sus malas relaciones con todos esos malandros despreciables.

Sus problemas quedaron resueltos.

Julia del Prado

Secreto de luz


Cada noche la luz se desvanece dentro de una mochila cargada de años. Sin embargo todos los cuatro de setiembre desde el año de 1939, a las siete de la noche en punto Lola y Juan la ven con una luz intensa, en todo su apogeo. Sonríe sin efectos especiales y les hace sólo a ellos un guiño gatuno.

NEDDA

Los extraños


En la tenebrosa región de los que no están vivos ni tampoco muertos, las criaturas vagan sedientas por conocer su origen. Están furiosas y tristes a la vez, avergonzadas por no encajar en ningún lado.
Temidos y odiados por sus vecinos (nada acrecienta más el odio que el miedo) descansan de día bajo un manto de tierra fría, para erguirse aturdidos con las primeras sombras. A veces, sus sentidos pueden llegar a confundir un día muy nublado con el atardecer, y entonces terminan apaleados, o heridos con las armas más mortales que posean los hombres.
Pero cada anochecer deben retomar su extraña existencia y, babeando, caminan balanceándose en busca de raíces y pequeñas alimañas que sigan manteniendo su no-vida, su no-muerte.
Yo los he visto a veces desde mi ventana, confundidos con el ramaje que puebla el campo. Se agitan oscuramente bajo la lluvia o las estrellas, mientras sollozan por lo bajo. Ya no les temo, y algunos llegan hasta el cobertizo para buscar frutas, queso o miel.
Después, antes de que amanezca, desaparecen bajo las ramas de los nísperos y paraísos, mientras el viento arrastra muy lejos sus gemidos.

Emilio Medina Muñoz

Una preciosa criatura, caminaba por la acera de lo superfluo, mirando los envoltorios de fina seda, que se asomaban a los escaparates de la abundancia. Unos zapatos de doce centímetros, hacían equilibrios, para no derribar a tan bella portadora.
Distraídamente, vio las lágrimas del animal, reflejadas en los brillos de un carísimo bolso, mientras la indumentaria de pulido brillo blanco, envolvía la silueta de un relleno de porespan.

En la esquina, un hombre pobre, un paria, un deshecho de la sociedad, tomaba del suelo la punta de un cigarro, lo encendía con gran ceremonia, y sonreía de su buena suerte. Tenía tabaco y el Sol alumbraba. ¿Para que más?

Pascual Marrazzo

La Ventana



Las ventanas de mi barrio no sólo se adornaban con glicinas y malvones. Algunas, eran verdaderos marcos del arte cotidiano. Otras, famosas por las bellezas de las muchachas, aumentaban el tránsito por sus veredas y la barra de las esquinas.
Yo solía frecuentar una de balconcito bajo y barandas de bronce, donde brillaban las caritas traviesas de las hijas de Casimiro.
Era tan joven que no puedo precisar ahora, si a mi paso lo obligaba el amor o la vanidad de mi cabecita engominada.
Lo que sí recuerdo bien, es que a pesar de los rumores de la época, podía recibir esas muecas cómplices que duraban por días dentro de mi corazón.
Un día el viejo Casimiro aprisionó la ventana con una pesada reja y no contento con ello, la enlutó con unas cortinas negras. Había inutilizado la ventana y por ende, despoblado de muchachos la vereda y la esquina.
Tal vez, si se hubieran medido las consecuencias, nadie hubiese osado robar. Lo cierto es, que la macana estaba hecha y a una de las hijas de Casimiro, le faltaba un beso.

Liliana Díaz Mindurry

LA ABANDONADA

Ahí mesmo me despedí / de mi infeliz compañera. / Me voy –le dije-,andequiera/ aunque me agarre el gobierno, /pues infierno por infierno, / prefiero el de la frontera.
JOSE HERNANDEZ


Hubo una vez o había una vez o es un eterno, miserable presente en el que marchan, marcharon o marcharán por el desierto (si es que eso es un desierto), ambos a caballo (si es que eso es un caballo), él, los ojos cortados a tijera de escritorio, colocados a golpes de maza sobre el cráneo chato, ojos donde bailan los perros pero los perros de escenografía (él, si es que él existe), ella, ojos aguados con barcos que no se amarran a ningún puerto –porque la llanura es un mar verde donde nadie llega a ninguna parte- barcos deshechos (ella, si es que ella existe), él, nublado o avanzando en humaredas, como si tuviera el cuerpo hecho de letras, versos, estrofas, o quién sabe, frases, cara de papel y tinta, ella, algo más corpórea en su neblina, pero también hecha de la sustancia deleznable de las palabras, el caballo que se hace cada vez más fantasmagórico, incluso a veces deja de existir y su relincho es apenas una brizna de silencio o un ruido de hojas ejecutado por cualquier mano más o menos aburrida, la noche, la tremenda noche del desierto, apenas un lienzo negro esbozado a lápiz, el desierto, una sábana verde y una línea interminable que termina sin embargo en un falso horizonte trazado con regla, hubo una vez, habrá una vez o hay una vez en la que el caballo se mueve en un movimiento ficticio hacia ninguna parte, donde hay recuerdos, pero pertenecen al presente, un entierro en el pajonal, y después el hambre, el hambre hecho de tristeza o la tristeza hecha de hambre, sobre todo el miedo de ella, la de ojos aguados, miedo del indio que acecha o de otra cosa muy solapada más temible que las tolderías, comen a veces carne cruda o raíces de sueño, carne cruda y raíces sin gusto ni consistencia, son guiados por estrellas, vientos y animales imaginarios, animales que son ruidos o insectos pequeños entrelazados de collares que entran en la retina de Alguien que lee en algún escritorio, y es una noche o es un día, o son días y días que son como una sola noche, qué llanura, qué noche, qué caballo, qué animales, vientos y estrellas, qué hombre, qué mujer, qué entierro, qué pajonal, qué alimentos, pero hay tristeza y hambre en alguna parte, hambre de existencia, el hombre –Martín Fierro lo llaman- le habla a la mujer –cautiva le dicen- le habla con palabras huecas como suspiros de muerto: que han alcanzado la estancia, la tierra sin salvajes, que debe irse, le habla en verso de infiernos y de fronteras, y entonces ella le contesta con otra voz, hueca también, pero diferente a la de antes, que por favor no se vaya, que no la deje sola, por favor, por Dios, si es que hay un Dios más allá de las cadenas de escritorios, él con voz siempre hueca, pero diferente a la de antes, se enoja, le dice que no lo distraiga, que ya no puede responder en verso, que José Hernández ha dispuesto que debe encontrarse con sus hijos y que ése es el destino, José Hernández dispone, no hay otro Dios que no sea José Hernández en su teología y no es posible escapar a sus designios, ella, aterrada, le explica que entonces desaparecerá para siempre, se hundirá en la nada, no te hundirás, responde él siempre airado y con la voz diferente, prosaica, sin palabras gauchescas, será el eterno retorno, volverás cada vez que alguien te convoque, así le dice y ella: volverá el indio y mi dolor, volverá a morir mi hijo, así ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencios, volverás a pelear, a bailar en la sangre, pero él ya se ha ido como si no hubiera estado nunca, como si jamás hubo una vez no hay ni habrá ni la más ínfima vez, los ojos aguados lloran lagos, mares, océanos de tinta con la suavidad del odio, a lo lejos hay una luz de amanecer, una diminuta luz, una luz que no es luz, una luz enmascarada, disfrazada, con antifaces, ella deja de llorar y observa asombrada que todavía existe, que Martín Fierro ha partido hacia su destino encuadernado, pero ella todavía existe, soy, piensa, no me han hecho de letras, de palabras, de giros gramaticales, soy, piensa, soy, y tiene ganas de torcerse de alegría, se ha escapado de su eterno retorno con el indio y el hijo muerto, aunque el indio y el hijo están hecho de la misma sustancia apalabrada, entonces, no la rodea un campo dibujado, no mira un caballo fantasmagórico, mis ojos aguados son reales, los barcos de mis ojos se amarran a un puerto, estoy hecha de carne y sangre, no soy vació disfrazado, hay un Dios fuera de los dioses de escritorio, ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencio, destinada no obstante a desaparecer cuando termine la interminable frase en ese excremento de mosca fantaseada, en esa brizna, en esa nada del punto.
(De "Ultimo tango en Malos Ayres", 2º edición, Ruinas Circulares, 2008)

SUSANA CATTANEO

ELLA



Ella camina sobre las puertas del bosque. Encierra la luz entre follajes y liebres. Detiene su sombra sobre mi rostro. Saluda campanarios y flota sobre el mediodía que se cubre de magia.
Sigue caminando de espaldas al tiempo con una cesta cargada de jade. Tiene, también, la liviandad del azogue, de los navíos amarrados al último arcoíris.
Tanto esperó para soñar la realidad del fuego. Tanto para vestirse de niebla y rubíes de agua.
Ella, ahora, llega a la llave de todos los misterios. Entra en mi corazón. Lo llena de infinito y me regala la eternidad.

Pascual Marrazzo

Quebranto

Desde el Infierno puedo percibir el golpe de los pétalos, como si éstos al caer dejaran de ser besos, para transformarse en chapitas de cerveza. Tomo la música y, en mis manos, recibo el azote salvaje de sus cuerdas, .el mar me calma las heridas aquí en el horizonte, donde toca el cielo. Mis quebrantados sentidos, escuchan la luz por primera vez, oigo la voz azul del amarillo atardecer, hasta que sangra el crepúsculo. No sé si es tristeza, melancolía o tal vez el límite de la resistencia ¡Me duelen las rodillas del alma! ya no puedo caminar. Esto no sería tan grave, pues el cielo comienza bajo mis pies ¡Me duelen los hombros! y no puedo volar...

Romy Sosa

Después de hacer un viaje por la vida.... he vuelto. Los pies están sobre la tierra. Mi alma... esta en su lugar.

Karina Isabel Roldán

‎"Iluminar el camino por donde vamos y aquellos tramos que florezcan con la FE del corazón. No hay que temer a lo nuevo, desconocido y extraño. Tantas puertas se abrirán o cerrarán con la misma cadencia de los vientos mientras las percepciones galopan serenas asomando del escote, despertando un claro sentido extraviado. La naturaleza comprende el sentido de ubicar las piezas en un orden especial, luego nosotros nos adaptaremos o no al hermoso juego en el arte de vivir"

Luis Erker Ercolano

ahora nosotros
buscando un lugar que nos guarde cruzamos la noche, y no hay nada más que sitios sin riesgo, cómodos y complacientes. Aptos para hembras ligth, reservados para el insípido, inoloro, incoloro y vulgar muchacho de las inteligentes decisiones...el nervio del amor vibra en nuestras manos, no hallamos paredes que contengan nuestras inquietudes. no hay un puto ambiente de sana bravura donde la salvaje sensualidad de nuestro sexo pueda soltar sus perros y actuar...construir historias. ahora nosotros, nos toca, somos nosotros, ¿lo entenderemos? la música rebota en la cabeza como bala de vida que al explotar tapara por fin la fría sinfonía de todos los ringtones.

Sebastián Olaso

Catálogo de errores V



No: no van a admitir nada. Sin embargo, los adjetivos para el amor que pregonan son precario, tibio, ingrato, descartable. Los verbos para el amor que demuelen son traicionar, mentir, exprimir. Para ellos, el amor y el desprecio tienen las mismas cicatrices, quizás las mismas letras, quizás los mismos métodos. No van a admitir nada, no van a asumir su deriva. Golpean, destruyen, toman rehenes. Y después callan, porque hablar es un riesgo. Matan para teñirse de muerte, porque teñirse de vida los aturde. Y hoy, que no puedo distinguir entre el frío del invierno y el frío de sus ojos, me resisto al contagio. Trabajo para darles un sentido. Los salvo de mi furia y de mi lágrima. Les ofrezco otra mejilla. Me permito otras ruedas.

M Milagro Sena

Horas bajas...


Cansancio.., mucho cansancio, un humo gris envuelve el cuerpo,
un triste lamento, retumba en el alma invadiendo el pensamiento.
Es uno de esos vientos, que se cuelan a traición,
sin un leve sonido, en nuestros sentimientos, entonces...
El cansancio y la angustia ¡ de toda una vida ! se enseñorean, sin dilación
en tus atropellados y cansados, razonamientos.
Te golpea, azotando tus sentimientos más tiernos.
Te esquilma la vida, el silencio, el aliento, hasta..,el pensamiento.
Se adentra asfixiando los bellos momentos.
Te agarra por el pelo ..,
¡ Te arrastra por los infiernos !
Mientras.., escuchas los quejidos angustiosos,
de aquellos que fueron hermosos sentimientos.
Quieres auxiliarles, pero no encuentras asidero, intentas agarrarte a algo,
y.., te encuentras con las manos llagadas, por las ascuas de tus pensamientos.
Arrastrando los pies, pretendiendo avanzar, ¡ fallido intento!
Pruebas a gritar, pero... tu voz no esta dentro,
te esfuerzas, más.., es inútil tu lamento.
Así te debates en la noche de tus sufrimientos, solo y... desolado.
Cerrar los ojos al verse en los últimos momentos y...vislumbrar...
¿Por azar?, un rayo de luz , allá en lontananza, lejos, en el tiempo.
¡ Renace la esperanza.., resurgen los ensueños...!
Te aferras a ese resplandor, que vislumbras a lo lejos.
Con una furtiva esperanza, avanzas a su encuentro...
¿ Lo hallaras, será...o es otro...vano sueño?
¿ Quien lo sabe,?
¡ Es la vida, sueños, lamentos, fragmentos gozos y esperpentos!
¡ Hojas..., que pronto se secan, y se las lleva el viento !
¡¡¡ La vida solo son... unos momentos..!!!

HÉCTOR COBAS

SUEÑO


Oigo una voz: “Sígueme, te mostraré lo que está preparado para ti, para que puedas pasar de las tinieblas a la luz”. Aparece un reloj. Las manecillas giran rápidas. Detrás del reloj se dibujan unas figuras semejantes a monjes budistas tibetanos frente a una computadora y al costado unos gruesos códices manuscritos, un libro de Arthur Clark y otro de Baudrillard. Las caras de los monjes se descubren atónitas. Toda esta escena rodeada de un cielo nocturno, donde las estrellas se van apagando lentamente.
El sueño rápidamente se esfumó y el estado de vigilia me devolvió a esa dura cama en que cada noche encomendaba mi cuerpo. Traté por todos los medios de mantener las imágenes del sueño en mi mente despierta, ya que su espejismo me había dejado bastante consternado, vislumbrando en esas imágenes un profundo simbolismo, más rayano a una visión, que a un simple sueño. Era evidente que la lectura de Baudrillard, el día anterior, me había dejado bastante pensativo. Los nueve mil millones de nombres de Dios, tarea que los monjes budistas, durante siglo habían asumido escribir en los códices, se adherían a un anuncio que profetizaba, de que al completarlos, el fin del universo estaría sellado. El tiempo real en que se consumaría la tarea se extendería indefinidamente, por la lentitud del procedimiento y con ello también la duración del universo. Pero el cuento de Arthur Clark le destinó una computadora, con técnicos de IBM bastantes incrédulos de las opiniones de los monjes budistas. Los nombres de Dios surgieron vertiginosamente en la pantalla del ordenador y en un corto lapso de tiempo, la nómina se completó. Y los consternados monjes y técnicos empezaron a observar como las estrellas se iban apagando una a una. Toda esta historia se había adueñado de mis pensamientos que surgieron a borbotones desde mi inconsciente, dispuestos en imágenes que fui recomponiendo en una ardua tarea, tratando de ordenarlos en un todo coherente. Pero me surgía una pregunta ¿qué fondo oscuro ocultaba el sueño? ¿Qué otra cosa querría decirme? ¿Tendría que recurrir a un analista para qué lo interpretara? Como sigo siendo abstemio al psicologismo, traté de darme yo mismo una explicación. Varias ideas se encontraban ocultas y me empeciné en descifrar esas imágenes-signos. La idea primordial fue la de tiempo. El tiempo era un rasgo invisible en que se movió silenciosamente la construcción del sueño, aunque sabemos que la experiencia del tiempo no se hace manifiesto en los sueños. Es algo que rescato desde mi conciencia del sueño. La otra idea que atisbo es el pasaje de las tinieblas a la luz. Y por último rescato, la idea de término y de fin, apareada a la idea de caducidad de los cuerpos y por qué no a la extinción de mi propio cuerpo, se compendiaban en esa concepción apocalíptica, en la cual descubriendo el último nombre del Ser absoluto, como lo abarcador y ordenador del universo, los entes individuales se desvanecerían sumergidos en esa totalidad. Esas nociones explicativas fueron bastante tranquilizadoras para mí. Eran los devaneos del pensamiento filosófico abstracto transpuesto en imágenes y ficciones literarias arrancadas de la mística.
Me propuse darle forma de cuento o narración escrita, que llevaría por título
LOS SUEÑOS QUE OTROS CREAN, DESOCULTAN MIS PROPIOS SUEÑOS.

También me pedirían que escriba una sucinta biografía:
El autor nació en un apartado pueblo de la Provincia de Bs. As. , fue llevado desde muy pequeño a vivir en un barrio del Gran Buenos Aires, donde pasó toda su juventud y que a pesar de los grandes esfuerzos que realizó, nunca alcanzó plenamente la madurez. Trató de estudiar filosofía en forma sistemática en las sedes oficiales destinados a tal efecto, pero nunca llegó a concretar un título que lo habilitara como filósofo pensante. Las causas se ignoran, pero según algunos se debieron a su mente poco práctica, mientras que otros se lo adjudican por haber seguido el camino de malgastar el precioso tiempo de estudio, en construir fantasías utópicas en sombríos bares del suburbio bonaerense. Lo que sí, queda establecido, que se refugió en Miramar y en la actualidad emplea sus ocios, alternando sus quimeras con prolongados períodos contemplando el mar, teniendo la sospecha, que el nombre del Espíritu absoluto permanecerá oculto y que el afán de los humanos por revelarlo será infructuoso, y que tendrán que conformarse con perseguirse a sí mismos, a través de sus propios sueños.

Senén Rodríguez Perini

En ese hueco oculto a todos, detrás de la pequeña y gruesa puerta de madera maciza, el cuerpo mantenía una postura encorvada con la piel negruzca pegada a los huesos formando arrugas lineales irregulares que lo hacían especialmente dantesco. El cráneo aún se mantenía en su sitio sostenido por restos de cuero cabelludo con algo de pelo blanco en las sienes y la nuca. Las cuencas vacías parecían morbosamente decoradas con algo de cejas y piel putrefacta mientras la desencajada quijada estaba a punto de caerse.

Llamaban la atención esas manos como garras negruzcas sin uñas – se notaban arañazos en las paredes del cubículo que sugerían intentos desesperados de libertad - seguramente se las había arrancado rascando la madera y el cemento al quedar atrapado.

La luz de la linterna apenas lograba ver esa momia, no había sido fácil llegar hasta ese alejado rincón en medio de infinidad de otros objetos abandonados en el pequeño cubículo. Era fácil ver que hacía mucho que nadie pasaba por el sitio. Un típico aroma de humedad acompañaba cada movimiento. Más allá de la sorpresa, el hallazgo revivió en cierta forma su pasión por lo antiguo que de joven lo había llevado a estudiar arqueología.

Asombrado miraba el descubrimiento que jamás hubiese pensado encontrar en esa zona, mirando todo lentamente, intentando guardar en la retina cada detalle, cada pequeño signo.

Increíblemente por fin vio ese anillo grueso de oro en el anular de la mano izquierda junto con otro de plata, más grueso, coronado por una piedra de obsidiana blancopálida en el meñique de la misma mano.

Fue el dato fundamental que permitió datar el hallazgo con total seguridad, incluso ahora podría definir la identidad de la momia.

Solo para confirmar las sospechas dio vuelta el cuerpo momificado y en lo que había sido la cintura pudo ver restos de ropa atados con una simple cuerda anudada con triple nudo, lo que era una típica costumbre de ese sujeto en su tiempo.

Lo que intuía, contra todo pronóstico, estaba confirmado.

Con gran dificultad retrocedió por donde había venido, buscando aire fresco.

Se detuvo y respiró profundamente.

Ya repuesto de tanta emoción gritó a su compañera con toda la fuerza de sus pulmones:

-¡Martaaaaa! ¡Martaaaa! ¿Dónde estás? – la voz rebotando en las paredes generaba un eco lúgubre –

- ¡Estoy aquí afuera, de donde me estas gritando, apenas te escucho!

- ¡Arriba, aquí arriba, en el galpón viejo, en la buhardilla!.

- ¿Qué querés?

- Fijate que siempre estuvo aquí, no se había ido de vacaciones ni salió con nadie… ¡con razón la policía nunca supo nada!

De abajo la mujer le preguntaba a los gritos porque no entendía demasiado:

- ¿De que hablas... qué me estas diciendo?

- ¡Que tenemos que limpiar más seguido... ¡encontré al abuelo carajo, encontré al abuelo!

Pascual Marrazzo

No permitas que nos alcance

El mañana llega y se suicida a las doce de la noche. Como un tren que se tropieza con el tiempo, arrasa las horas que escapan de los rieles desnudos. Una boca que traga la luz y la oscuridad, el ruido y el silencio. No esperes a que nos devore, regálame unas horas sin minutos, que se puedan expandir en la fantasía. Donde el mañana siga siendo hoy, porque es hoy que tu perfume me entra por los poros y lo oigo pasar. Es ahora que tu aliento encadena nuestros labios y escucho caer una de tus sandalias y la otra... El momento exacto en que tus piernas me abrigan hasta el final de las vías, sin más estaciones donde parar.

Senén Rodríguez Perini

Una madrugada, un carbonero


En una madrugada fresca - no fria, apenas fresca - la primavera de 2011 en Calella, pequeño pueblo costero de Catalunya, Nación ocupada por España hace mas de 500 años, me despertó una voz juvenil, carrasposa, una voz “de vino”, que rebotaba en los techos de todas las casas, en los edificios, en los muros de los apartamentos, en los árboles, en todo, y se agotaba en el infinito, una voz que yo conocía por su tono, por la pronunciación de determinadas letras, por el dolor y la soledad que contenía su canto, una voz claramente uruguaya que cantaba-gritaba-reclamaba: “Peñaroooooolllllll Peñarooooolllll... que grande sossssss, como te quieroooooo, co-mo-te-quie-ro.... Peñaroooooolllll” y repetía el canto aurinegro por las calles vacías esa madrugada fresca cuando el reloj marcaba cinco menos cinco y alli recordé que el aurinegro jugaba un partido importante por la Libertadores y como teníamos una diferencia horaria de cinco horas, en Montevideo era casi media noche y seguramente el viejo Peñarol había ganado y la mitad del pais oriental estaria festejando en la propia tierra o desparramados por el mundo como estornudo de mellado - que asi estamos desde hace tantos años - y este paisano era uno de esos del medio pais desparramado que venía de festejarlo en la casa de algun otro uruguayo o argentino o boliviano, que en el exilio la patria latinoaméricana es una sola, se puede sentir en las tripas sin necesidad de ningún discurso, porque los “sudacas” de todos los colores somos uno, nos sentimos naturalmente uno en la vida del exilio y él lo seguía festejando por el medio de esa calle catalana solitaria, fresca, absolutamente silenciosa, atronando con su canto a capela “Peñarolllllll, Peñarooooolllll que grande sosssssss, como te quiero, como te quiero Peñaroooooollll Peñaroooooolll” subiendo y bajando los decibelios y afirmando la voz con cada pisada - porque se sentían claramente las pisadas de este solitario cantor de la noche al que no precisaba ver para saberlo con altos niveles de alguna bebida espirituosa en sus entrañas - y asi llegaron la voz y las pisadas hasta la esquina y pasaron y siguieron y se fueron alejando y alejando y “Peñaroool, Peñaroool, Peñarooooollll como te quiero Pe-ña-rooolll” quedó resonando en las calles vacías de la pequeña ciudad mediterranea en la costa catalana donde la mayoría de los vecinos no podia saber cual era el motivo para que ese hombre fuera despertando a todos con sus cantos y gritos de alegria, más aún, seguramente muchísimos ni siquiera entendieran el castellano, solo escuchaban a otro ser humano alegre y pasado de alcohol que vociferaba sus asuntos mientras cataratas de puteadas y maldiciones en catalan, en castellano, en dialecto mandinga y otros idiomas africanos, en voces latinoamericanas variadas, en voces europeas variadas, en voces asiáticas variadas – que Catalunya es un crisol de nacionalidades - una lluvia inmensa de groserias salia de todas las casas, de todos los edificios, de todos los balcones, maldiciones que yo imaginaba como invisibles papelitos de colores dando vida a las calles solas, acompañando el paso del solitario hincha en su festejo, algo dificil de entender para los otros humanos mal dormidos, algo inesperado, realmente surrealista, un imbecil despertando a todo el mundo en plena madrugada con ese grito que para mi sí era descifrable, porque era el sonido del dolor que conocemos los que por este o aquel motivo tuvimos que exilarnos de nuestra tierra, ese grito de “Peñaroooooollll Peñaroooollll, que grandee sooooossss, que grande sooooooss, Peñaroooool Peñarooooll co-mo-te-quie-ro Peñaroooollll”, que podia ser Nacional o Defensor o cualquier otro equipo latinoamericano, pero esa noche era Peñarol, ese grito de alegría mentirosa, porque en realidad es un inmenso aullido de soledad, un himno al desarraigo, al dolor que se lleva muy adentro, a la rabia contenida, a la soledad impresionante que no se puede trasmitir ni transferir ni abandonar y que nos tiene siempre abrazados casi hasta la asfixia y por eso el grito de “Peñaroool que grande sos como te quiero Peñaroool”, ese lamento disfrazado nace en las vísceras del hombre y retumba al salir por la garganta rompiendo misteriosamente por unos instantes esas inexistentes cadenas que nos parece sentir en el tobillo anclándonos a una tierra que aunque podemos quererla muchísimo, no es aquella y con esa misteriosa magia tambien transforma la realidad mientras dura el canto y la euforia y nos permite sentir en el alma casi como si estuvieramos entre todos, con los nuestros, en la Plaza del Entrevero, en pleno centro de Montevideo, en el frio del otoño del sur, entre la niebla que oculta los plátanos que pierden sus hojas, sintiendo el revolotear de las palomas asustadas por el bullicio, empujadas por el viento salitroso, fresco, con ese inconfundible olor a puerto tan integrado a nuestro Ser, mientras la nostalgia y los recuerdos nos invaden y el “Peñaroooll, Peñarooooll, como te quieroooo Peñarooooll” se va haciendo cada vez mas inaudible a la distancia, pero no cesa, jamás cesa porque sigue resonando en nuestra cabeza como toda la vida lo ha hecho, como lo hace hoy y lo hará con toda seguridad mañana.

Daniel Montoly

RABO DE NUBES

Para mis amigas/ que vuela...

Dicen que ella resplandecía/ como una estrella aunque afuera el sol exhibiese el ego más bastardo/ porque tenía los pies enclavados en un diamante/ pero cuando un mendigo la encontró tirada encima de una nube/ ella se estremecía del frío/ el pobre hombre la abrigó/ la hizo suya/ como solo se abraza la verdad/ una sola vez en la vida/ y ella/ desde entonces/ vuela/ vuela…/ y escribe cuando vuela…/

Pascual Marrazzo

Me desarmo



Mi cuerpo que no piensa, ante el tuyo se desarma, se le pierden las piezas más vitales. Ruedan mis ojos sobre tu piel. Desde la punta de tus pies buscan las sendas de tus rodillas, se enmarañan en tu pubis, se acunan en tu ombligo, descansan. Mi lengua que viene galopando detrás, los expulsa, vuelven a rodar, ahora hacia las cimas oxidadas de tus pechos. Pero ella no les da tregua, los persigue, ruedan en tu boca, ya los tiene. Dos labios apasionados se cruzan en su auxilio y se funden en tus ojos. He perdido las manos, los dedos sueltos, desparramados, se hunden en tus nalgas. Se escapa mi cabeza tras la quemadura de un collar de besos ardientes y siento, como un corazón caliente me roba el sexo

Susy Quinteros

El ángel de mi abuela me visita.


Me habla de semillas, pájaros, aleros, cascaritas de pan, pañoletas negras, vasos licoreros en estaños de invierno.
Escucho sus pasos, el tropel de trenes en paraderos destinados, las trancas de la noche, escándalos de pluma y sembradío en las mañanas.
El ángel de mi abuela me visita.
Trae ojos de agua con luces del arroyo, parcelas con vertiente, perfume de duraznos y rosales que aquietan sus pétalos, cunas con hijos, sabores de frutilla y de canela.
Escribe secretos en todos mis papeles, dice lo que no debe, abre las puertas de su corazón, deja cartas de seda en mis almohadas.
El ángel de mi abuela me visita.
Llega cuando la tarde cambia su amarillo por los rojos y se columpia en los gajos del aromo. Descuelga vestidos solitarios, la copita de anís, un rayo de sol guardado en el rodete, el tapado que llora en el ropero y una gargantilla de rosas deshojadas.
Y vamos él y yo, el ángel y mi abuela, hacia el puño cerrado de sus días en la casa grande de los techos altos, donde ella, la hija de los campos, vivió entre jardines, las lluvias, los caballos, las mirillas verdes del Gená.



(Gená: arroyo de Entre Ríos, cercano al campo en donde nacimos mi abuela y yo)

José María Marcos

Sal gruesa


El calor dilataba la tarde en la pampa húmeda.
—Se viene la tormenta —dijo la Tía Jorja, mientras tomábamos mate sentados en los sillones del jardín—, vamos a buscar la sal gruesa.
La imité cuando se incorporó, y caminamos hacia la casa. Ella conocía algunas cuestiones mejor que nadie y sabía escuchar ciertas voces acalladas.
—Soñé con un torbellino y con grandes destrozos —me explicó, al buscar en la alacena el manchado frasco naranja—. Aquí está —dijo cuando al fin tomó el pote que años más tarde alguien tiró en un descuido.
Fuimos hasta el fondo, acompañados por nuestro perro Batuque, y vi cómo formaba una cruz de sal en la tierra y murmuraba oraciones.
Traté de prestar atención a lo que decía, pero sólo oí sus palabras mezclarse y dialogar con el viento.
A la madrugada, me asomé por la ventana de mi habitación y pude contemplar el ardor contenido de la noche. Mis padres dormían. A lo lejos se veían refucilos, pero no llovía.
La Tía Jorja murió pocos años después, y desde entonces sospecho que, quizá, el pasado sea apenas una melancólica invención.
Hoy siento placer al visitar parajes deshabitados. Sin testigos, arrojo sal gruesa con esperanza.
A veces creo percibir a los dioses, en una brisa o en el movimiento de los árboles, y sonrío.
Todavía no logro descifrar sus señales. Pero confío en que la vieja sabiduría siempre está ahí para ser descubierta. Para revelarse. Al acecho.

Daniel Freidemberg

¿CUÁNTOS VAN A LEER EL POEMA QUE UNO ESTÁ ESCRIBIENDO?...



¿Cuántos van a leer el poema que uno está escribiendo? ¿Qué alcance podrá tener en la sociedad, en la cultura o la historia? Quién sabe, y en todo caso no es de eso de lo que se trata. Siempre se trató de otra cosa: de que alguien alguna vez va a leerlo, de que eso que escribiste, el poema, va a estar ahí, para que alguien lo lea, y que alguien lo lea ya es mucho, si son más de uno, o muchos más de uno, mejor. A alguien, alguna vez, va a pasarle algo porque eso que pudiste conformar está ahí, a su alcance. Y de otra cosa también se trata, y tal vez sea la que más importa: hiciste un poema, algo que merece llamarse “poema”, pudiste hacerlo, y saber que pudiste nunca será poca cosa. Algo, un conjunto de palabras puesto de cierto modo, que no tenía por qué existir, ni su razón de estar en el mundo era previsible antes de que lo hicieras, fue hecho, por tu mano, está ahí.
Pero, ¿para qué va a escribir uno poesía si no creyera que la experiencia que propone su poema va a alterar en algún punto el orden del mundo, va a hacer ver de otro modo, aunque sea un poco, las cosas, incluido lo que pueda cada uno ver de sí? ¿Para qué lo va a hacer si no espera que de algún modo vaya a agrietar o descolocar o poner en crisis el relato que establece los sentidos que tienen las cosas en el universo, y el de estar uno mismo en el universo, o ante sí?

(publicado en el blog Aromito de José María Pallaoro)

HÉCTOR COBAS

LUGAR MISTERIOSO




Toda historia tiene un inicio, que muchas veces no sabemos muy bien donde se origina. Son las circunstancias las que nos llevan a crearlas y también las motivaciones con las cuales nos inspiramos para que un acontecimiento no pase desapercibido y sirva de base para que acapare nuestra atención. Eso sucedió con una imagen que ocasionalmente apareció en mi máquina fotográfica digital. Había recorrido la zona rural que bordea mi ciudad, cuyo nombre no tiene importancia, porque puede ser cualquier ciudad de cualquier provincia. El hecho es que salió como de la nada y sin proponérmelo floreció ante mi vista, una construcción de material con una abertura sin puerta en cuyo interior se podía visualizar un televisor con la pantalla iluminada, tal vez mostrando alguna imagen indefinida pero que no se podía precisar qué representaba. Lo extraño del caso era que no se observaba ningún espectador y todo el entorno mostraba una tristeza solitaria, sin que se notara la presencia de algún ser viviente. Como la fotografía despertó mi curiosidad, traté de recorrer mentalmente los sitios que había visitado y regresar al lugar donde presuntamente se sacó ese retrato.
Así que subí a mi auto y empecé a recorrer las zonas donde me pareció, que lograría ubicar esa edificación que tanto había despertado mi interés. Luego de andar por distintos caminos, de improviso surgió ante mí una casona como la mostrada en mi cámara de fotos. Así que descendí del auto y comencé a recorrerla observando que todo se conservaba en la misma disposición de la estampa. Era una construcción redondeada, con una abertura sin puerta y se podía ver su interior, que no era muy espacioso, una mesa en la cual se encontraba un televisor encendido, y nadie veía la pantalla. Recorrí los lugares lindantes al inmueble pero sin resultado alguno. No pude encontrar a ninguna persona o ser viviente que pudieran ser una pista de que ese lugar estaba habitado. Me quedé un largo tiempo esperando ver aparecer a alguien, pero sin ningún resultado positivo. Lo extraño del caso resultó que posteriormente me enteré por comentarios de otras personas, que ocasionalmente llegaron a mis oídos, que un extraño personaje había vivido allí, por un corto tiempo, y que un buen día desapareció sin dejar ninguna huella, dejando abandonado el televisor encendido, que fue la única prenda que había quedado de su paso por ese lugar. Y a partir de este momento los relatos sobre la motivación que llevó al morador el haber tomado esa decisión, se tornan contradictorios, y entran en el terreno de la interpretación antojadiza del narrador de turno. Algunos comentaban que mientras estuvo en ese sitio, vieron sólo a un ocupante, y cuya única actividad conocida era mirar televisión, sentado en un sillón que ahora también había desaparecido. Luego las historias toman diversos cursos explicativos; alguna muy fantasiosa, como la que relató un creyente en los platillos volantes, contando que había observado que cierta noche descendió un extraño aparato no identificado y que lo abdujo hacia la nave, y que posiblemente fue llevado a otro mundo. Otro relato más realista, manifestaba que se había volatilizado porque tenía cuantiosas deudas y que cercado por los acreedores, prefirió huir del lugar. Otros le atribuían causas psicológicas y que el individuo había abandonado el trabajo, y sumido en una profunda depresión, se instaló a mirar televisión hasta que las circunstancias lo impulsaron a alejarse sin dejar ningún rastro de cuál sería su nuevo destino. Lo cierto que el lugar quedo abandonado, con el televisor expuesto a la vista de quien pasara por allí; y nadie tuvo la valentía de llevárselo, pues se había corrido la voz, que estaba maldito y que podía sumir en tremendas desgracias a quien resolviera adueñarse del aparato. Pero lo significativo, quedando como residuo de reflexión, que cualquier acontecimiento por insignificante que sea, motiva para construir una historia que tal vez pertenezca simplemente a los espejismos mentales de la curiosidad humana.

Lgdeantonio

[Cartas en blanco y negro](1)


-Noches de blanco satén, cuerpos solitarios como candelabros, besos tan amargos como macabros…
-Alcobas sin visillos, canas de ladrillos, amores que matan, la soledad que amamantan…
-Encuentros a la luz de una vela, orgasmos sin fiesta por la escalera, aromas de la piel amarga como la hiel…
-De tus besos…los míos, de los míos… tus lágrimas, pasos a la carrera de una vacía cartera, resecas la boca, por un amor que desespera…
-La noche cierra el día, día perdido esperando la luz, luz de tus ojos que iluminan, la noche que cierra…
-Amor mío, donde viviré la noche..? donde descansare por el día..? Amor mío…que dura y cruel, esta vida y sus noches, sin tus alegrías y tus reproches… Amor mío.




[Cartas en blanco y negro](2)


-Fina como la lluvia de la niebla, suave como la espuma y dulce cual nata y miel.
-Recorro tu piel con la mirada desde tu pelo... por tu espalda siembro mis besos, y en tus nalgas descanso mis deseos.
-Gotas de sudor y vapor…las que bebo y por las que me embriago de tu candor, caliente mi ardor…ardiente tu secreto, pasión entre muslos, tus piernas y mis manos bailan al compás de nuestro amor.
-Mis manos por tus mejillas, beso las cortinas de tu mirada, tu aliento sosiega mi corazón, tu corazón acelera mi pasión, de tu boca a la mía…fina como la lluvia y densa niebla.
-Tus manos abrazan mi ser, tus pechos acarician mi espectro de vejez, pezones que rezuman salvia de aliento y sosiego…de tu pecho recorro el camino hacia mi perdición.
-Dentro del laberinto de tu placer de mujer… dentro me pierdo, perezco y reviento, la sangre por mis venas, a raudales te llena de vida y me reseca la mía…¡que polvo! Mis ojos ciegos por la arena de tus tormentas.
-Regalo de gotas y espuma por la pile de ti… mi amada; beso y suspiro por cada poro de tu continente, desde las plantas de tu figura, me elevo hasta la razón de tu mesura, inteligencia sensual de una única mujer…de cualquier hembra y ser.
-Te abrazo…nos abrazamos; suspiros sin aliento en nuestras bocas, lágrimas de deseo en nuestros sexos…nuestros?, el tuyo y el mío, cobardes y a la vez aventureros; amantes y a la vez pendencieros.
-Entre la fina lluvia y la suave espuma…te conocí, te amé, te poseí…y al salir me siento morir…pues bajo la ducha, solo estaba yo y la espuma.



[Cartas en blanco y negro)-(3)


-Tu figura persigo a través de mis oídos, tu perfume a piel de hembra mujer…atora mis pupilas; persigo una sombra, cada día en el umbral del amanecer.
-Paso las horas, el día eterno como el Universo paterno, descanso mis huesos, más no puedo relajar mis deseos…tu figura, tu perfume… tú!!!
-Retomo el solaz de la noche, entro en mi soledad al cruzar el porche. Mansión y castillo es mi chabola, habitación sin miedo…pero también sin sosiego.
-Tus pasos por las escaleras, me vuelvo y revuelvo…no te encuentro; más te siento y lo que es peor…te añoro! Más aun no te conozco. Figura, pasos, perfume…
-Noches y días, luces y sombras. Cada año una efemérides, cada regalo una lagrima. Ser o no existir! Donde estas…Amor mío? Las flores se marchitan, en la tumba de tu recuerdo.

HUGO PATUTO

Febrero 20, 2011


Uno tiene frente a sí las armas del pasado (algunos versos de John Donne, una pintura de Chagall, el hambre de la noche en el pueblo, una sinfonía de Beethoven, solo por citar) y sospecha que la victoria sobre los pasos de la muerte ha sido una canción, un trazo abismal en el empeño de la sangre.
¿Y qué fue de la sombra laboriosa, otro perfil compuesto en el detrás de escena del vivir con los demás? ¿Y del gusano de la vergüenza, herido y resucitado? ¿Y del amor que nunca olvida el perfume doloroso al abandonar el muelle?
Con las armas del pasado no hay luna de suicida, ni mensaje al borde mismo de la locura; simplemente aquel guiño donde mojar los labios permanece.

Pascual Marrazzo

Flor y truco


Hagamos una manito y desbarajemos el juego de nuestro amor para entrar en el truco de los enamorados. Donde las cartas bravas no tengan valor y las que se jueguen, sean solamente caricias. Barajemos la noche con gajos de mandarina, usemos las cáscaras como ceniceros, las semillas para tantear y el zumo para pintar tus labios de agridulce. Mezclemos bien cada una de las partes de tu cuerpo y el mío, para enredarnos en el mazo nuevo de las sábanas verdes. Demos de abajo, despacito, hagamos relumbrar el siete de oro de entrada para que salte el As de espada; nada de hacernos la sota y orejeando, orejeando, hasta que asome, no dejemos de palpitar una flor.

HÉCTOR COBAS

LA VIDA SENCILLA



¿Convocar al pensamiento para introducirnos en la poesía de Octavio Paz? Camino sinuoso pero transitable buscando un lenguaje para penetrar en la esencia de lo indeterminado. El hombre definido como Ser-ahí, arrojado al mundo, buscando echar anclas en fundamentos ahora perdidos e imposibles de rescatar; embarcados en vanos retornos con un pensar lógico y abstracto de un intelecto que ha perdido contacto con la vida y que sólo se refugia simplemente en un fundar la ciencia. Al rescate del sentido de la existencia, sólo acude la inspiración poética, que facilita los retornos a un lenguaje que descubra el misterio del ser o bien lo mantenga oculto en un decir sin fundamentos. Octavio Paz nos pone en contacto directo con el esencia del ser manifestado en un ente especial que es el hombre, solidificado en cuerpo-espíritu que se repone del trabajo de un quehacer esforzado en un mundo que construye sudoroso con sus manos , devolviendo el pleno significado a la palabra de “llamar al pan” pan y que éste “aparezca sobre el mantel” como siendo la culminación de un proceso de trigo triturado en la molienda, que se convierte en hogaza para alimentar al cuerpo y que le permite transformar la vida en canto y, “beber en la embriaguez y asir la vida” sumergiéndose en un baile rítmico en un mundo donde reine la armonía de una natural alegría y de poder “tocar la mano de un desconocido” sin que se interponga el puño crispado para golpear, sino que se perciba la mano extendida para sujetar al ser atormentado por un amargo simulacro de vida, hundida las más de las veces en una nada sin un futuro esperanzador. Octavio Paz, sólo nos pone ante un decir poético que nos señala un camino para recobrar un modo de ser sencillo y que en lo simple, descubramos el fundamento de una vida plena en una proximidad del ser, que se realiza en forma permanente en las cosas más cercanas, traducidos en significados de un lenguaje que nos devuelva lo auténtico del verdadero sentido del vivir, haciendo realidad aquello que alguien dijo como una verdad que viene de lo oculto del ser “lo que dura lo fundan los poetas”

Sonia G. Figueras

LÓGICA


Venía arrebolada, cargada de apuntes y libros. Se sentó a la mesa del bar junto a la vidriera. Había rendido un parcial. Le costó mucho preparar Lógica a pesar de ser una de sus materias preferidas. Apasionada por el razonamiento, Aristóteles con su Organon y su lógica tradicional era su libro de cabecera. Le atrapaba la estructura del conocimiento intelectual. Siempre fundamentaba la matemática aún para resolver pequeñas dudas o problemas y luego actuaba. No se manejaba por impulsos. Primaba en ella el juicio, el razonamiento y se atenía a las deducciones.
Detenida en las preguntas y respuestas dadas en el tema que le había tocado, se quedó mirando a la calle, y el Obelisco parecía hablarle desde su altura, el ruido de las gentes que pululaban por la calle Corrientes aplaudían su logro y los ruidos estridentes de las tazas de la barra eran la clack perfecta. El brillo de las luces y los caireles de las arañas que pendían del techo cantaban en un tintineo sin fin para el festejo.
Había risas que se adueñaban del ambiente y hubiera querido bailar ¿bailar?, sí con esa sensualidad innata en ella, orlada de hechizos con áureas guirnaldas prendidas en su pelo como solía hacerlo frente al espejo, ella, la soñadora de la lógica.

Un calor suave bajó, luego la invadió con ardor. Abrasada, deslumbrada en un sortilegio que no se rompió, en medio, hizo balances, facturas que fluctuaban en su orbe ancestral. De ahí en más, recordó con nostalgia su figura, la estampa del joven, del hombre en ese amor diluido, ese amor difuso, desatado. Vino a su boca el gusto de un dulzor y el miedo a perder lo descubierto en un único minuto. Ese día creyó verlo sucumbir ante el beso inesperado y con ansias locas de revivir aquel instante preciso, vital, del sentimiento puro, con dolor y tristeza prendidos en los ojos cuajados, húmedos de rocío, oscuros, no logró definir si quería que ese único minuto durara un tiempo eterno o no.

Se miró en el cristal de la vidriera y lo encontró nublado. Con ligereza pasó una servilleta de papel para limpiarlo. Descubrió una boca amplia y una mirada de amor que le sonreían.
Se olvidó de su amada Lógica y corrió a abrazarlo.

Juan Pomponio

"¿Nunca probaron tenderse sobre la hierba para dejar todo lo que no somos a un costado del tiempo?"

Pascual Marrazzo

El amor en la ferretería



Hay una tenaza que sujeta mi corazón y no lo puedo liberar con una pinza; tampoco me sirve una llave francesa o un destornillador, porque está libre de bulones y tornillos. La herramienta la maneja una mujer de hábiles manos que lima sus uñas. Es la misma que con un martillo clavó los clavos del amor en mis pies. La que le da a mis latidos el ruido de un viejo compresor. La que serrucho con mi aliento y mis desalientos. La que ilumina mis sueños con su lámpara de acetileno. Cuando taladro mis pensamientos encuentro los alambres que me atan a la piedra esmeril buscando afilar la mecha de mis pesares. Tropiezo con las nuevas soldaduras de mis huesos envueltas con cinta aisladora y me conecto la manguera del oxígeno para poder respirar. Mis pesados ojos viajan en carretilla. Las miradas indiscretas pesan, se cargan con la pala y una cuchara en un balde de plástico. Quisiera subir por una escalera y desde arriba gritar como un macho enamorado, decir cuánto la quiero, para que un pájaro con pico de loro desatenace mi corazón y me vuelva la calma.

JUAN CARLOS VECCHI

LA APUESTA


Apuesto lo que no tengo a que Federico no llega al cuarto renglón.
Mírenlo: ahí viene caminando, siempre tan pancho, siempre tan distraído; atentos que Federico va a cruzar una calle.
Qué hermoso automóvil, lo que debe costar... ¿no viene demasiado rápido? Upa...
¿Qué me gané?

José María Pallaoro

28 DE MARZO DE 1968



Habrá sido un viernes o un sábado. No lo sé. Ayer hablé con Emilia. En realidad antes lo había hecho con Juan. No se acordaba. Ni siquiera el año se acordaba. Yo pensaba que fue en 1970. Pero no. ¿Había llegado el hombre a la luna? “No lo sé, che. Tengo 73” (y no hablaba de una fugaz primavera).

La calle 15 seguía de tierra. Al Gordini lo pintaron con cal y palabras y buenos deseos y anudaron latas a hilos de algodón que ataron al paragolpe trasero. Emilia prometió que iba a mostrarme las fotos. Y me confirmó el día: 28 de marzo de 1968. No le pregunté si fue viernes o sábado. Ellos se casaban. Hoy se cumple cuarenta y tres años. En esos días yo andaba por los nueve y un mes exactos. Y esa noche me enamoré por primera vez.

Jamás lo había contado. Tal vez no me lo hayan preguntado (y eso que es una buena pregunta), aunque sé que el asunto sólo a mí puede interesarme. "No se dio la oportunidad" posiblemente hubiese dicho mi vieja antes del ACV.

El tiempo hace que la carga vaya siendo más liviana. Por eso quiero decir que un 28 de marzo de 1968 me enamoré por primera vez. Dudaba un poco. Porque creía que la mujer que me hizo conocer el dolor del amor no correspondido había sido María Inés. Pero no. No. Con María Inés fue por el 70, o por el 71. Antes de entrar al secundario.

Pero, qué cosa ¿no? Recordar el día exacto que me enamoré por primera vez. Y el hombre aún no había llegado a la luna. No, no voy a discutir las diferentes teorías acerca del tema. La verdad es que nada me importó la banderita del imperio flameando en el suelo lunar. Para mí la luna es la de Li Po o la de Tuñón. Hoy y siempre.

Yo creía que la primera vez que me enamoré estaba bigoteando. Ahora sé que la rima de la lluvia tenía mis años, y que me gustaba encender el fuego escuchando Penny Lane porque lo único que se necesita es amor (la sed verdadera todavía no me había hecho tomar el tren hacia el sur), y la creencia de aguas claras no sonaban en el Winco, aunque las chicas hacían ruido en el Whisky a Go Go junto a Johnny Rivers (¡guau, micifuz!, ¡todavía conservo ese disco!), y no había necesidad de pintar el universo de negro porque todo comenzaba a ser color.

Hubo un tiempo, muy breve, que los Rolling me gustaron más que los Beatles. Quizás porque los simples de los Stones que traían mis hermanos mayores (adolescentes en ese momento) tenían un sonido más crudo, más bluseado, más “negro”. Igual el trayecto de las piedras rodantes fue cortito como patada de chancho (mi signo zodiacal chino) y las cosas volvieron a tomar su cauce: ¡Nunca sus majestades satánicas podían gustarme más que esos muchachos que cantaron a los hijos de la madre naturaleza!

Había mucha familia en casa de mis queridos tíos. Y también se encontraba la chica de la que me enamoré por primera vez. Tenía el pelo como oscurecido de nubes y a pesar de eso se parecía a Susanita. No deseo ser tan malo, digamos que una mezcla de Susanita y Mafalda. Físicamente más parecida a Mafalda.

Me quedé casi toda la noche en el jardín. Y la veía pasar por el largo y sinuoso camino que iba desde la casa hasta el quincho. Iba y venía, una y otra vez, la chica de la que me enamoré por primera vez.

Caminaba ligero y derechita como caña de bambú, con nueve años (casi diez) tenía personalidad. No recuerdo si llegamos a hablar, a decirnos algo. Siempre fui muy tímido y en esos años tartamudeaba, así que supongo que si alguien habló fue ella. Aunque no lo puedo asegurar.

Voy a esperar a que Emilia me muestre las fotos. La quiero ver a ella, y me quiero ver. No, no puedo creer en eso de que las fotografías quitan el alma a las personas. Tal vez haya quedado algo de nosotros en esos tarjetones amarillentos. Sí, después la vi infinitas veces. Pero nunca le dije que fue la chica de la que me enamoré por primera vez.

Ahora se lo estoy diciendo.

JORGE REBOREDO

Después de…



Los problemas, desde el punto de vista de George Berkeley, son: primero, la existencia de los objetos que vemos alrededor nuestro dependen de nuestra percepción, ¿qué es lo que causa esas percepciones en nosotros? Segundo: las cosas siguen existiendo aunque nosotros no las percibamos. ¿Cómo puede ser esto?, se pregunta Berkeley. Para clarificar el concepto del filósofo expongo el siguiente ejemplo: si un árbol es destrozado por el rayo de una tormenta en un bosque desértico y no hay nadie en ese momento, entonces esa explosión no hace ruido.
Zafiro naufraga en mis pensamientos, entendió a la perfección al obispo irlandés y su pertinaz refutación del materialismo.
Me dijo, (le creo), que al morir estamos solos, que el último suspiro y el lamento final, no hacen ruido. Antes de morir, mi viejo amigo me explicaba que las arrugas en la piel, la desalmada vejez, el pelo blanco marfil y el andar cansino, no son causas biológicas. Zafiro, afirmaba que el paso del tiempo no era el culpable del deterioro en el cuerpo. La única razón de envejecer es el dolor; sufrimiento olvidado que juega a las escondidas, se refugia en silencio y ningún órgano inocente lo advierte.
Y ahora sé que las marcas que surcan mi piel, son por las ausencias de los besos de las mujeres que amé. La tirana vejez es por el llanto que no recuerdo al nacer. El viento detiene mi camino, porque mis amigos, ángeles guardaespaldas, ya no me empujan con su aliento. Las mutaciones en mis cabellos, son por la tortura de mis enojos reprimidos.
Sé muy bien que pronto voy a morir. La mirada de los otros ancianos anuncian el final. Vi la muerte en los ojos medrosos de Zafiro. Los viejos nos convertimos en sabios poco antes del fin. Miro cómo los marcos de la ventana forman un cuadro de un sauce llorón. Mi deceso no será por la senectud ni por tantos años inexistentes, mentirosos. No quiero que nadie me vea, y como los perros, busco un lugar sereno para morir. La enfermera no se dará cuenta y el oxígeno confundido llamará a otro paciente. Me gusta el parque del asilo, poder respirar bocanadas de aire y abrazar el árbol que me llora. Y lo abraso porque no estoy tranquilo, tengo miedo.
Al entender el razonamiento de Zafiro, comprender que el dolor me convirtió en un desecho, la lección no termina, el dolor resucita otra vez, es cíclico. Le temo al siguiente cambio, al descuento del segundo asesino. Sé que mi muerte no hará ruido.
¿En qué me convertiré después? En algo peor que simples arrugas, seré un cadáver frío, bendecido por algunas piadosas lágrimas y maquillado para una fiesta sin invitados. Escucharé caer la tierra arriba de mi nuevo caparazón y todo será oscuro. Y en ese instante estaré solo (la carne empobrecida cautivará a los gusanos famélicos. Al saciarse con el manjar, ellos se irán sin escuchar mi segunda muerte, que será el crujir de mis huesos.

Patricia O. (Patokata)

PESADILLA


Despertó, gritando y sudando, en el preciso instante en que una bestia emplumada venía tras ella en su pesadilla.
Quedó petrificada cuando vio el piso del cuarto cubierto de plumas.




DECESO


Se fue desangrando mi pluma en éstas líneas, hasta quedar totalmente inservible...
Sólo resta anotar la hora de su deceso.



TOQUE MÁGICO


A un toque de su varita mágica el tiempo se desvaneció...



SUS OJOS


Cuando la miró a los ojos entendió...que en sus distintas existencias siempre habría un espacio para ella...

Iván Salomonoff

Roma


Hicieron el amor descaradamente. Nadie los oyó gozar mientras afuera gemían los truenos y la lluvia se hundía como puñales entre los adoquines de una ciudad gris. Se arrastraron como babosas, sudaron pasión entre sábanas blancas y nubes de alcohol. Se ahogaron en manos, ombligos y besos. Fundieron sus piernas brotando como pétalos entre espaldas y lenguas, almohadas y pies. Lucharon bajo un espejo de sal, ardiendo a las sombras de un juego onírico, casi real. Fueron gotas de un sueño anegado en deseo, laberintos de miel y fuego lacerando sus vientres. Una sola piel, un suspiro oblicuo erizando la atmósfera; un desierto de placer. El sol los descubrió en la mañana, cuando los pájaros silbaban las seis. Despertaron abrazados, borrachos de sexo y amor. Oliendo a primavera y hotel alojamiento.

JUANCA VECCHI

QUIROMANCIA


Con ojos seriamente redondos, la mujer leyó la mano temblorosa de Zacarías y predijo con voz de sótano clausurado.
-No se me entusiasme en programar mucha cosa para la semana que viene...
Zacarías desprendió como pudo los ojos de sus manos -éstas ya no temblaban, ahora tosían de miedo -; después, como pudo II, retiró sus dos manos de la mano de la vidente que las sostenía. Zacarías no dijo nada. Se levantó de la silla, como pudo III, y desapareció de la extraña habitación como laucha por tirante.
Para el domingo de la semana siguiente, Zacarías seguía vivito y coleando, e incluso sabiendo por qué la mujer le había recomendado aquello de no programar nada ya que no encontraba la agenda personal por ningún lado.

Stella maris taboro

Mi amante secreto


Siento al poema como a un caballero gentil que me acosa, su aliento seductor me lleva a la locura.
Cuando en noches clara de luna me susurra al oído... yo sucumbo y nos amamos hasta nos, casi eternamente. Pero cuando las noches son cerradas en su manto de oscuridad, el llega en un corcel y me rapta llevándome a mundos que nadie imagina pero sólo él y yo conocemos.
Tiene sus brazos casi atléticos, me anima personalmente en cada resplandor del día dotado de emotividad. Late conmigo al unísono .Giramos sin cesar impulsados por al diosa inspiración.
Me confesó que tiene celos del lector, porque posará su mirada en mis escritos. El guarda mis formas, mi esencia y mi ser. Me lleva a rincones de musas y las hace bailar y cantar sólo para mi.
Este amante secreto que me lleva por senderos de letras, este caballero amoroso, es el único que prometió, expirar conmigo...

Pascual Marrazzo

escalera

En la estación de Cipolletti hay una escalera abandonada. Escalera del Ferrocarril Sud. Si pudiera levantarla, si tuviese la fuerza necesaria, la elegiría porque es muy larga y descansa en el desierto. La subiría mil kilómetros arriba de las nubes.
Si cada durmiente despertase. Si cada uno recordase su vida, allá en los quebrachales del norte. Si se arrepintiesen de la sumisión y se rebelasen de dormir entre las piedras. Entonces, con la fuerza de ellos y las mías, lo intentaría.
Si cada riel, espejado en el llano pellejo de su lomo dejara de mirarse en el cielo y buscase alcanzarlo. Entonces; entre la fuerza del acero, del quebracho y de mi sangre, llegaría.
Lo haría, sí, trepando. No podría ser más lento que ahora, me llevaría: los pasos a niveles y las barreras; los timbres y las luces para dejar pasar a los pájaros y no dejaría cruzar a los satélites espías.
Cobraría peaje a los santos que nunca supieron lo que es vivir en Cipolletti y a los cuervos que nunca tuvieron que pagar el IVA.
Y, cuando llegase a la última garita, me pondría de banderillero, con la banderita roja de peligro, avisando que llegó el final.

JOSÉ MARIO CASTRO

POETA


El poeta eligió el poema. Luego la palabra. Luego la letra. Fue metiéndose, probando el agua, naciéndose su otro.


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PIEDAD


El ciego pide piedad: abrió tantas ventanas en su alma que ahora está siempre de día.

Mario Capasso

fines de octubre, más o menos



En esta época ya se empieza a escuchar la frase, cómo se pasó el año, se fue volando.
Entonces imagino que nuestro tiempo es un pájaro que nunca se detiene, que vuela siempre hacia el futuro, a veces más rápido y otras veces más lento. El viento, pienso, es su amor imposible, que por momentos lo impulsa y por momentos lo frena. Imagino también que el pájaro no conoce su destino, y que en cualquier momento se encontrará con una ventana cerrada.