En el piso, brotado, salpicado, termino con una apariencia de un sueño que no he de morder, y es un placer estético el no pensarte, porque ayer que no llovía, como lo días en que no hay lluvia me distraje con una historia de una virgen que no quería ver la imagen de las finitas mujeres satisfechas por la mañana, que por ser matinales se sonrojan, que por ser sonrojadas como duraznos perduran en mi lengua inequívoca que palidece en...el piso, brotado, salpicado, termino por seguir al ego y me quedo en la presunción y es que cuando soy mas farsante, es que puedo contar una historia, como ayer que no llovía, como lo días en que no hay lluvia pude ver que en la esquina del universo, estaban el alter ego, el yo y el superyo, y ahí en esa esquina, no pude más que resoplar una alarido para la disfunción mental, borre el pasado y la historia farsante quedo en el piso, brotado, salpicado…
Ancianos - Gaviota Romero - España / Suecia
Dedicado a nuestra querida gente mayor
10-05-1999
Hoy día, en un mundo carente de amor y de respeto al prójimo.
Se ven a las personas ancianas como un estorbo, una carga difícil de llevar.
A estos ancianos los abandonan en gasolinera, cuando llega el tiempo de las vacaciones u hospitales, alegando enfermedades que en la mayoría de las veces sólo es consecuencia de la propia vejez, y carencia de amor.
En lo mejor de los casos los dejan en residencia para la tercera edad; suena mucho mejor para algunas conciencias.
Todos debemos pensar, que si no morimos de joven, tarde o temprano nos hacemos viejos.
Mi madre me contó cuando niña un relato, que me hizo impacto en aquel momento, y siempre sigue emocionándome cuando se lo cuento a mis hijos.
Andaban por el camino polvoriento, padre e hijo, hacia un calor sofocante.
El padre arrastraba los pies, le costaba trabajo andar.
De vez en cuando miraba a su hijo con ojos tristes pero, el joven no se percataba de la tristeza que embargaba a su padre.
El anciano miraba sus manos ya no eran fuertes y firmes ahora estaban deformadas, y apenas tenía fuerzas en ellas.
¡Cuántas veces había levantado del suelo a su hijo! Cortando durante semanas los troncos que los calentarían en el largo y frío invierno.
Todas las mañanas madrugaba, para llevar las hortalizas al mercado del pueblo; sus manos entonces fuertes guiaban diestramente las riendas de los caballos.
Respirando profundamente, dijo con voz queda, ¿cómo podía una persona cambiar tanto con el paso de los años? Nunca obtuvo respuesta a su pregunta.
Sentía sus piernas pesadas pero, no obstante, siguió caminando hasta que sus piernas empezaron a temblarles.
Le pide a su hijo, que por favor hagan un alto en el camino, pues se siente agotado, así, que se sienta en una piedra, que hay en un lado del camino; saca un pañuelo, se limpia el sudor que baña su arrugada frente; y mirando al suelo comienza a llorar amargamente.
Su hijo, sorprendido le pregunta: -¿padre por qué lloras?
El padre con la voz entrecortada por los sollozos, responde:
-Hijo mío, hace muchos años atrás mi padre se sentó en esta misma piedra, cuando yo lo llevaba al asilo donde tú, hoy me llevas.
Él hijo con la voz temblorosa le dice abrazándolo... - ¡vamos padre, levántese! Regresemos a casa. El padre sorprendido pregunta, -¿no vamos al... asilo?
No padre, no quiero que el día de mañana mi hijo, llegara hacerme algo tan terrible, como yo pensaba hacer.
Cuando te haces viejo.
El tiempo, como el agua, que río abajo va
¡Nunca volverá a su origen materno!
El ayer recuerdo, siempre joven y bello.
¿Por qué no duró?
¡Sólo fue un momento!
¿Por qué nos parece el pasado mejor,
el presente aburrido, y futuro tan incierto?
Todo quedó atrás, se lo llevó el viento.
¿Qué pasa en mi piel?
¿Qué siente mis huesos?
¡Qué largo es el tiempo,
cuando te haces viejo!
10-05-1999
Hoy día, en un mundo carente de amor y de respeto al prójimo.
Se ven a las personas ancianas como un estorbo, una carga difícil de llevar.
A estos ancianos los abandonan en gasolinera, cuando llega el tiempo de las vacaciones u hospitales, alegando enfermedades que en la mayoría de las veces sólo es consecuencia de la propia vejez, y carencia de amor.
En lo mejor de los casos los dejan en residencia para la tercera edad; suena mucho mejor para algunas conciencias.
Todos debemos pensar, que si no morimos de joven, tarde o temprano nos hacemos viejos.
Mi madre me contó cuando niña un relato, que me hizo impacto en aquel momento, y siempre sigue emocionándome cuando se lo cuento a mis hijos.
Andaban por el camino polvoriento, padre e hijo, hacia un calor sofocante.
El padre arrastraba los pies, le costaba trabajo andar.
De vez en cuando miraba a su hijo con ojos tristes pero, el joven no se percataba de la tristeza que embargaba a su padre.
El anciano miraba sus manos ya no eran fuertes y firmes ahora estaban deformadas, y apenas tenía fuerzas en ellas.
¡Cuántas veces había levantado del suelo a su hijo! Cortando durante semanas los troncos que los calentarían en el largo y frío invierno.
Todas las mañanas madrugaba, para llevar las hortalizas al mercado del pueblo; sus manos entonces fuertes guiaban diestramente las riendas de los caballos.
Respirando profundamente, dijo con voz queda, ¿cómo podía una persona cambiar tanto con el paso de los años? Nunca obtuvo respuesta a su pregunta.
Sentía sus piernas pesadas pero, no obstante, siguió caminando hasta que sus piernas empezaron a temblarles.
Le pide a su hijo, que por favor hagan un alto en el camino, pues se siente agotado, así, que se sienta en una piedra, que hay en un lado del camino; saca un pañuelo, se limpia el sudor que baña su arrugada frente; y mirando al suelo comienza a llorar amargamente.
Su hijo, sorprendido le pregunta: -¿padre por qué lloras?
El padre con la voz entrecortada por los sollozos, responde:
-Hijo mío, hace muchos años atrás mi padre se sentó en esta misma piedra, cuando yo lo llevaba al asilo donde tú, hoy me llevas.
Él hijo con la voz temblorosa le dice abrazándolo... - ¡vamos padre, levántese! Regresemos a casa. El padre sorprendido pregunta, -¿no vamos al... asilo?
No padre, no quiero que el día de mañana mi hijo, llegara hacerme algo tan terrible, como yo pensaba hacer.
Cuando te haces viejo.
El tiempo, como el agua, que río abajo va
¡Nunca volverá a su origen materno!
El ayer recuerdo, siempre joven y bello.
¿Por qué no duró?
¡Sólo fue un momento!
¿Por qué nos parece el pasado mejor,
el presente aburrido, y futuro tan incierto?
Todo quedó atrás, se lo llevó el viento.
¿Qué pasa en mi piel?
¿Qué siente mis huesos?
¡Qué largo es el tiempo,
cuando te haces viejo!
La caja china - Juan Yanes, España
Colecciona literatura fractal, siempre ha sido un poco excéntrico. Pesca lagartijas por el rabo para que se muerdan la cola. Le gustan los textos que contienen referencias al propio texto, que se miran el ombligo. Textos autorreferenciales, espejos que multiplican las imágenes. Le gusta la narración tautológica, la escritura de la propia escritura, el escritor que escribe viéndose a sí mismo escribir sobre lo que escribe. El escriba Salvador Elizondo. La rosa es la rosa es la rosa es Gertrude Stein. Le gustan los ciclos, las repeticiones, esa recurrencia exasperante. Le gusta Escher. Pero un día, recibe un juego de cajas chinas. Abre el paquete y ve una caja de madera natural muy oscura, ébano seguramente. La toma en las manos, la mira. Está adornada con taraceas de marfil que hacen una especie de dibujo geométrico concéntrico. Cuando la abre no encuentra dentro otra caja que tenga otra y luego otra y otra, como esas historias que tienen dentro otras historias. Sólo encuentra un sobre cerrado con lacre. Una lágrima de lacre rojo. La rompe. Abre el sobre, pensando que será una felicitación o el agradecimiento por algo que no consigue recordar, pero no. Dentro del sobre hay una tarjeta. La lee en voz alta: «Esto no es un juego de palabras, dice. Está usted dentro de una caja china. La que tiene en las manos es la última».
Mulata de tal - Julia del Prado, Perú
Desde esa luna llena sale la mulata de tal, la marimba la recibe, estira su cuello, mueve su vientre, mira a la gente. Y luego corre al encuentro de Miguel Angel Asturias.
Y me dejó ... Carlos Adalberto Fernández - Buenos Aires, Argentina
Mañaña. Mañana, tené paciencia.
Me lo dijo el jueves. Lo recuerdo clarito porque el día anterior había sido miércoles.
"Prometo leerte mañana a la noche", me dijo.
Mojé la pluma en mis venas sangrantes, volqué palabras quemantes, hice de la vida un cuento.
Y entramos en mi tumba a esperarla, mi cuento y yo.
"Buscándose", se llamaba.
Buscando qué, si ni me muevo desde ese jueves
El sicomoro ya está crecido, sus raíces penetran el polvo que fue carne mía, comen mis huesos nutren mi memoria.
Pero no volvió.
Me quedé sin Amparo.
RIP
Me lo dijo el jueves. Lo recuerdo clarito porque el día anterior había sido miércoles.
"Prometo leerte mañana a la noche", me dijo.
Mojé la pluma en mis venas sangrantes, volqué palabras quemantes, hice de la vida un cuento.
Y entramos en mi tumba a esperarla, mi cuento y yo.
"Buscándose", se llamaba.
Buscando qué, si ni me muevo desde ese jueves
El sicomoro ya está crecido, sus raíces penetran el polvo que fue carne mía, comen mis huesos nutren mi memoria.
Pero no volvió.
Me quedé sin Amparo.
RIP
Loreto Silva, Chile
Estaba, como acostumbraba, mascullando mi resentimiento, ese que nació conmigo cuando me parieron. Me avisaron que morirías pronto y necesitabas pedirme perdón. Un destello de sonrisa triunfal cruzó mi rostro, esperé toda mi vida ese momento. Entré a tu habitación, vivías tan pobremente que me sorprendió. Siempre dijeron que eras rico y poderoso, mi odio se reavivó. Ahora que te tenía a mi merced tendrías que escuchar, cada palabra de mi discurso largamente meditado, te escupiría al rostro: el odio que recibí, la carencia de amor de madre, la envidia a mis hermanos cuando ella los acariciaba, te pasaría la cuenta de toda mi vida amargada de hija desamada e indeseada. A ella no la culpo, ¡pobrecita! bastante hizo con no abortarme y criarme a los catorce años, siendo yo la hija de un violador. Miré hacia tu cama, no vi a un hombre poderoso sino un bulto de huesos envuelto en pellejo, encogido por el dolor. Desestructurada e incapaz de insultar a un ser humano con esa implorante suplica de perdón, en las pupilas acuosas, atiné a preguntar. ―¿Le duele algo? Me respondiste con voz temblorosa.―La conciencia hija, me duele la conciencia.
Tolerancia Total//Loreto Silva-Chile
La señora Caracol era diferente a los de su especie, esto causaba escozor entre los miembros de su comunidad sobre todo entre las otras caracolas, como era simpática los machos le tenían cierto aprecio, pero ellos no lo reconocían delante de sus esposas, a los jóvenes les parecía valiente ella hacia lo que quería sin molestarse en dar explicaciones y la admiraban por ello; a los niños les parecía muy entretenida, claro, excepto cuando dormía.
Y ese era su pero, a diferencia de los de su especie, su herencia genética debía tener alguna información confusa o errónea porque insistía en ponerla a hibernar todos los otoños cuando las hojas caían, bastaba este simple fenómeno para que el sueño la consumiese y se enroscase en su concha, guardara su cola, cerrara la puerta y a dormir se ha dicho.
Quizás qué habría sido de ella si el amoroso señor topo no hubiese asumida su cuidado, él vigilaba a su amiga cual centinela leal y con los dedos de sus manos peludas le sacudía la caparazón y la protegía de los extraños. Durante el invierno, cuando llovía él la llevaba rodando al lado más alto del jardín y si nevaba se preocupaba de ponerla al interior de su madriguera para que no se congelara.Ella, ajena a todos los cuidados que su situación requería, obedecía a su naturaleza diferente y dormía profundamente al interior de su caracola, tan profundo era su sueño que a veces el señor topo se asustaba de su letargo, pero había descubierto que bastaba con sacarla al aire primaveral para que la luminosidad de los más largos y cálidos días le avisara a este ser extraño que era hora de despertarse.
El había visitado la biblioteca para investigar todo lo referido a enfermedades sicosomáticas y mentales y hasta estudió un tratado sobre hibernación, pero nada le daba luces para entender por qué su adorada amiga Caracol se dormía al llegar el invierno. El terminó por considerarla un "caso", todo un "caso" y finalmente la aceptó, entendió que la vida junto a ella era de sólo primavera y verano porque en cuanto el otoño llegaba ella caía presa de su profundo sopor. Y nada importaba sus deseos y soledad. Así pues, se tornaba nuevamente en su cancerbero.
Y ese era su pero, a diferencia de los de su especie, su herencia genética debía tener alguna información confusa o errónea porque insistía en ponerla a hibernar todos los otoños cuando las hojas caían, bastaba este simple fenómeno para que el sueño la consumiese y se enroscase en su concha, guardara su cola, cerrara la puerta y a dormir se ha dicho.
Quizás qué habría sido de ella si el amoroso señor topo no hubiese asumida su cuidado, él vigilaba a su amiga cual centinela leal y con los dedos de sus manos peludas le sacudía la caparazón y la protegía de los extraños. Durante el invierno, cuando llovía él la llevaba rodando al lado más alto del jardín y si nevaba se preocupaba de ponerla al interior de su madriguera para que no se congelara.Ella, ajena a todos los cuidados que su situación requería, obedecía a su naturaleza diferente y dormía profundamente al interior de su caracola, tan profundo era su sueño que a veces el señor topo se asustaba de su letargo, pero había descubierto que bastaba con sacarla al aire primaveral para que la luminosidad de los más largos y cálidos días le avisara a este ser extraño que era hora de despertarse.
El había visitado la biblioteca para investigar todo lo referido a enfermedades sicosomáticas y mentales y hasta estudió un tratado sobre hibernación, pero nada le daba luces para entender por qué su adorada amiga Caracol se dormía al llegar el invierno. El terminó por considerarla un "caso", todo un "caso" y finalmente la aceptó, entendió que la vida junto a ella era de sólo primavera y verano porque en cuanto el otoño llegaba ella caía presa de su profundo sopor. Y nada importaba sus deseos y soledad. Así pues, se tornaba nuevamente en su cancerbero.
Así Fue//Samuel Lijovitzky-Nazareth illit, Israel.
Y estaba allí tendida
La espalda tensa.
Gruesas gotas de transpiración cayendo desde su nuca.
Bajaban y se perdían en la humedad de la sabana
Jadeos
Sus ojos se abrían y cerraban
Sus ojos se abrían y cerraban
Apretaba las manos. Sus uñas hundidas en sus palmas
Jadeos
Respiración agitada
Respiración agitada
Temor
Dolor
Recuerdos
Todo su cuerpo vibraba
Jadeos....jadeos y más jadeos.
Abrió la boca
Surgió el grito ahogado
desde el fondo de su garganta
Sus ojos se abrieron inconmesurablemente
El liquido fluyó
Relajó su cuerpo...
Su hijo tan ansiado
Había ya nacido.
Suicidio//Andrés-Zamora, España
Iba, como siempre, ausente; pero el roce burdo de una piel en la mía me raptó del desenlace que ya soñaba feliz.
Eran diez mil arrugas en mi mano, eran cinco antiguos dedos, era una mano vieja que en mi mano joven se apoyaba.
La mano vieja y palpitante suplicaba de la mía vida que perdía.
Yo,receloso, aparté la mano y aquel cuerpo que sujetaba la mano comenzó a temblar hasta que cayó sin fuerza, como una mancha, sobre el asfalto negro.
Miré al monstruo que yacía y cargado de ira, loco, pisoteé unay otra vez sobre el asfalto negro aquella mancha vuelta negra.
Diréis: ¿fue un crimen? No, mis queridos hermanos.
Fue un suicidio.
La Carrera- Ito Kasuro (Perú)
Ella me tomó de la mano y me arrastró con su huida. Me hizo girar por calles, pasajes y avenidas. Me hizo chocar con personas sin siquiera mirar atrás. Corrimos sin decir una palabra. Fue hermoso. Romántico. Pero me agotó con su energía. Entonces, en el callejón más oscuro del lugar, se detuvo para besarme y decirme emocionada: “Es la primera vez que robo” Y recordé por qué corríamos.
http://tierragramas.blogspot.com/2006/11/microcuentos.html
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La Cena//Juan Yanes
Salían a cenar. Salían a cenar con relativa frecuencia y cada uno de ellos llevaba a su pareja. Bebían, recordaban cosas comunes, criticaban a los ausentes y hacían una breve incursión en la política para pellizcar al gobierno. Al cabo de unas semanas volvían a verse para cenar juntos, beber, recordar cosas comunes, poner de chupa de dómine a los ausentes, hablar mal de los políticos y quedar para la próxima cena donde beberían, recordarían cosas comunes, despotricarían de los ausentes y hablarían, de pasada, de las políticas neoliberales del gobierno. Hasta que un día se reunieron todos los ausentes vilipendiados, se tomaron unas copas, pusieron a parir a los que se reunían a cenar y los criticaban, censuraron moderadamente al gobierno y quedaron para salir otro día a tomarse unas copas... Hasta que el gobierno se enteró.
Metamorfosis - Luciano Ribero, Córdoba, Argentina
Siendo algo totalmente inevitable, vino a ser testigo de una tragedia que parecía flagelarle los ojos; y es que creyó cruel e injusta esa transformación de su silla en un almohadón roto, sus platos de vidrio en hojas de diario y la cama en una pila de cartones sobre el suelo, y en éste, los mosaicos que se vieron sustituidos por tierra.
Al frío no lo había notado, pero sucedida la secuencia de la metamorfosis supo que siempre estuvo allí, y que de haberse podido cubrir con algo nada hubiera cambiado. El frío fruto de la preocupación, el frío al escuchar el eterno llanto de la beba, el frío que le venía con el miedo. No, no era cuestión de abrigo.
Así, se dio prisa a poner en práctica su mejor solución. Volvió a cerrar los ojos, de nuevo el plato de vidrio, los mosaicos con florecitas y la silla de madera y la cama de dos plazas. Estaría cálida, hasta que se repita el rugido del estómago y todo se transforme otra vez.
Al frío no lo había notado, pero sucedida la secuencia de la metamorfosis supo que siempre estuvo allí, y que de haberse podido cubrir con algo nada hubiera cambiado. El frío fruto de la preocupación, el frío al escuchar el eterno llanto de la beba, el frío que le venía con el miedo. No, no era cuestión de abrigo.
Así, se dio prisa a poner en práctica su mejor solución. Volvió a cerrar los ojos, de nuevo el plato de vidrio, los mosaicos con florecitas y la silla de madera y la cama de dos plazas. Estaría cálida, hasta que se repita el rugido del estómago y todo se transforme otra vez.
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