Mostrando entradas con la etiqueta Yucatán. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Yucatán. Mostrar todas las entradas

miércoles, 28 de abril de 2021

Ruth Pérez Aguirre

 

Ruth Pérez Aguirre (Mérida, Yucatán). Egresada del diplomado de Creación Literaria de la escuela de escritores SOGEM José Gorostiza. Diplomada por el INBA 2016 de Actualización para Escritores. Becaria por FECAT 2006. Escribe poesía, novela, cuento, microficción y literatura infantil. Ha publicado 35 títulos en los diferentes géneros. Es traductora de italiano al español. Antologada en 98 obras.

Con el propósito de promover la lectura, fundó una Editorial Cartonera en 2011: Ediciones htuRquesa Cartonera, a través de la cual asiste a encuentros, y formó parte del proyecto Cartoneras en América auspiciado por la Universidad de Surrey, Inglaterra, en 2018. Sus libros están indexados en la Biblioteca de la Universidad de Madison, USA.

Ha obtenido premios en Barcelona y Palma de Mallorca, así como menciones de honor y especiales en diferentes ciudades de México y otros países como Cuba, EEUU, Argentina, Chile, España, Italia, Australia, Bolivia, Brasil. Recibió el Premio a la Trayectoria por SELAE, de Milán, Italia. 2014. Premio a la Trayectoria por la Academia Literaria de la Cd.Mx, 2018. Premio Gustavo Ponce por trabajo literario en 2019.

Inició un proyecto llamado Mujeres que NO callan, cinco antologías hasta 2020, que se han presentado en diferentes ciudades y varios países, incluido Marruecos, en el XIII EIDE, Encuentro Internacional de Escritoras.

Ruth forma parte del proyecto de la Dra. Adriana Pacheco: Hablemos Escritoras en el episodio número once, auspiciado por la Universidad de Austin, Texas.

 

Contacto: ruthperezaguirre@yahoo.com.mx

 

 

 

Ni trick and treat

 

Durante todo el mes de octubre, mamá sólo usaba las sábanas blancas. Cuando las cambiaba las ponía en un canasto, arrugadas y malolientes. La noche del 31 los fantasmas llegaban, pero se iban de la casa ofendidos y desnudos por tan grosero recibimiento. Cuando ella falleció, sus hijos continuamos con la misma costumbre: ninguna sábana blanca en los tendederos ni en la ropería.

 

 

Todo en mínima medida

 

Tití era la más pequeña y consentida de la familia. Fue creciendo rodeada de mimos por parte de todos y si no, los exigía. Le deleitaban los pequeños detalles, los objetos chiquitos y simpáticos. Cuando murió, sus cenizas las metieron en un ánfora para mascotas y eso sí la enfureció.

 

 

¿Por qué ponen comida en los altares de muertos y no libros?

 

Ramiro siempre detestó los altares del Día de muertos, tradición mexicana donde se colocan los retratos de los ya fallecidos de la familia de cada casa, entre velas y comidas, y los criticó sabrosamente. El día en que su foto ocupó el lugar más reciente ya no pudo decir nada.

 

 

Andrea y sus amigas

 

Andrea era tan buena amiga que todas ellas la querían mucho. Su don de saber escuchar, sin opinar y sepultar en su interior los comentarios la convertían en un ser único. Seis amigas íntimas, a cual más terribles, le platicaban sus cuitas: uso de drogas, abortos, relaciones lésbicas, robo en tiendas departamentales, días de pinta…

Andrea las escuchaba con asombro y se cubría el rostro con las manos, pero… cada día, no sabía por qué, iba ganando peso, se estaba haciendo más voluminosa, más lenta para caminar y su respiración más agitada. Su familia se preocupaba por ella porque Andrea comía poco, decía que siempre se sentía muy llena.

Un día, en plena clase en la universidad, empezó a contar en voz alta cada uno de los secretos que llevaba guardados en su alma. Cuando hubo “vomitado” todo, Andrea recuperó su peso, su agilidad para caminar y su respiración normal.

 

 

Solsticio maya

 

X-Tul desde niño asistía, en cada solsticio, a contemplar cómo descendía la serpiente emplumada por el templo del sol…y le daba miedo, pero tenía que ocultarlo si no su padre lo castigaba.

Cuando era joven, su padre falleció a causa de una mordedura de serpiente, entonces él decidió lo que le correspondía hacer: matar a la serpiente el próximo solsticio. Llegado el momento, sale corriendo de entre los matorrales blandiendo una lanza con la punta mortal de obsidiana que dispara hacia la cabeza de Quetzalcóatl. Éste le responde con un rayo al pequeño maya y lo fulmina ipso facto. X-Tul cae muerto para asombro de los mayas.

 


miércoles, 15 de octubre de 2014

Ermilo Abreu Gómez


Ermilo Abreu Gómez (Mérida, 1894 - ciudad de México, 1971). Escritor, profesor y crítico mexicano. Inauguró los estudios neocolonialistas desde su profundo interés por el período prehispánico. Fruto de esa fascinación es su obra principal, Canek (1947), que recibe su título de Jacinto Canek, personaje que en 1761 dirigió una rebelión contra los españoles. Enamorado de los temas y leyendas de su país desde una perspectiva nacionalista, escribió El Corcovado (1924), Quetzalcóatl, sueño y vigilia (1947), Martín Luis Guzmán (1968), obra sobre la vida de un escritor y revolucionario mexicano contemporáneo y La vida del venerable siervo de Dios, Gregorio López. Asimismo es autor de una autobiografía novelada, de cuentos infantiles y de diversos estudios literarios sobre sor Juana Inés de la Cruz, Ruiz de Alarcón y el Quijote.



Uay poop


Uay Poop es un ave negra con alas como escamas que sólo vuela a media noche. Es un ave carnicera en cuyo cuerpo se mete el espíritu maligno de Kakasbal. A veces Uay Poop cae sobre sus presas y las levanta con sus garras y remonta el vuelo y se aleja y se pierde en la oscuridad. De sus víctimas jamás se vuelve a saber nada.



Las alas de la mariposa


Una mariposa perdió sus alas y se echó a llorar y su amigo Tamaychi le dijo:

          —¿Por qué lloras?

          —Perdí mis alas.

          —Sigue mi consejo y serás feliz.

          —Lo seguiré cualquiera que sea.

          —Camina hasta que llegues a esa lomita.

          —¡Está muy lejos!

          —Pues sólo si llegas a ella podrás ser feliz.

          —Iré entonces porque sin alas me siento morir.

         La mariposa se puso a caminar y a caminar y así caminando llegó a la lomita, a tiempo que caía el sol. Pero estaba tan cansada que se quedó dormida y soñó entonces que tenía alas y que volaba y volaba. Cuando despertó, Tamaychi se le acercó y le dijo:

          —Te veo feliz mariposita.

          —Oh, sí muy feliz. Soñé que tenía alas y que volaba.

          —Sigue soñando, que la felicidad soñada, ya es felicidad.



Agua serenada


Beber agua serenada es como beber agua de luceros. La gente tiene la costumbre de sacar por la noche una jarra de agua para que reciba el sereno. Al día siguiente muy de mañana, se recoge y se guarda. Para los enfermos del corazón no tiene precio. Unos se alivian y otros se mueren pero éstos llegan a la muerte con gran serenidad.



Exhalaciones


Cuando en noche clara, rueda por el cielo una exhalación, hay que hacer tres cosas: persignarse, decir ¡Ave María Purísima! Y pedir algo que sea, al mismo tiempo, lícito y soñado.



Nubes


Cuando los fantasmas duermen, las nubes son blancas; vuelan despacio para no despertarlos. Los mecen y los llevan lejos. Cuando los fantasmas despiertan, las nubes se vuelven grises y se agazapan en el horizonte. Cuando los fantasmas se enfurecen, entonces las nubes se tornan negras, se agrietan y estallan.

lunes, 24 de febrero de 2014

Jorge Daniel Ferrera Montalvo


Jorge Daniel Ferrera Montalvo (Mérida, Yucatán, 1990), escritor de relatos fantásticos. Actualmente colaborador en la barra de opinión del Diario Notisureste, también forma parte del consejo editorial de la revista Delatripa: Narrativa y algo Más. Por otra parte, publicado en la revista Sinfin, auspiciada por la Facultad de filosofía y Letras de la UNAM, así como en la revista el Búho, del escritor René Avilés Fabila. Asimismo, en la gaceta electrónica Río Arriba e incluido en la antología de microficciones Pluma, tinta y papel. Tiene estudios universitarios -dos años- en la carrera de Literatura Latinoamericana de la UADY.



FORMATOS

Sinopsis: Las manos de Abdul

Durante la crisis económica de los años veinte, un hombre ha sido sentenciado a pena de muerte: su nombre es Abdul, un judío converso exiliado a causa de la primera guerra mundial. Zapatero de profesión, Abdul secretamente alimenta en su alma una afición erótica por los zapatos.  Esclavo de su frenética obsesión, Abdul llegará  al extremo de penetrar zapatos de sus clientes hechos- claro- con sus mismas pieles humanas.


Sinopsis: El Cuadro y el Espejo

Todos los días  un hombre inevitablemente contempla en el espejo el lienzo de una casa rupestre. El cuadro nunca ha sido de su agrado, pero el lazo familiar que lo une le impide romperlo. Hastiado, decide lanzar una piedra al espejo. Inesperadamente, el hombre comprueba que el espejo dentro de la casa del lienzo también se ha roto.


Avisos económicos:

Por apertura de empresa se solicitan cadáveres para casa funeraria. De preferencia contar con experiencia. Traer solicitud elaborada.


Agenda legislativa:

La Jornada, México, Distrito Federal. El presidente de la república presentó hoy ante el congreso, una iniciativa de ley para recolectar firmas contra deslaves y terremotos. Al parecer, la cámara de senadores y diputados han decidido aprobarla por mayoría


Estado del Tiempo

Esta mañana nos reportan que tiempo actualizó su información de estado: Ahora tiene una situación sentimental, con probabilidad de truenos en tres o cuatro meses. Los pronósticos no auguran buenos vientos.

lunes, 20 de enero de 2014

Carlos Martín Briceño


Carlos Martín Briceño. (Mérida, México; 1966) Narrador. Integrante del Centro Yucateco de Escritores. Premio Internacional de Cuentos “Max Aub” 2012, Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2003, Premio Nacional de Cuento de la Universidad Autónoma de Yucatán 2004 y Mención de Honor en el Concurso Nacional de Cuento San Luis Potosí 2008. Parte de su obra se encuentra en diversas publicaciones y suplementos culturales del país y el extranjero. Le han publicado Después del aguacero (2000), Al final de la vigilia (2003 y 2006), Los mártires de Freeway (2006 y 2008), Caída libre (2010) yMontezuma’s Revenge (2012). Algunos de sus cuentos aparecen en las antologías Litoral del relámpago (2003), La Otredad (2006), El espejo de Beatriz (2008), Prohibido fumar(2008), Un nudo en la garganta (2009) y Estación central bis (2009).



Cabriolas

Para Beatriz Espejo                                                                                       
                                                        
Le parecen repugnantes y sucios; dice que está cansada de limpiar las heces que dejan caer desde los abanicos de techo y de oírlos durante la madrugada. Es realmente tonta mi mujer; debería estar contenta: gracias a ellos no me he ido de la casa.
            Ayer, durante la cena, Ofelia hizo un berrinche mayúsculo. Un pequeño excremento blanquecino en el borde de su taza de café con leche desató su histeria. Aporreó las manos sobre el cristal que recubre la mesa:
            —¡Estoy hasta la madre de esos bichos asquerosos!
No hice caso. Me esforcé por no sonreír y me limité a engullir, sin levantar la vista del plato, un bocado del delicioso omelette de espinacas que ella me había preparado para celebrar nuestro aniversario.

Lo que me hizo alzar la vista la primera vez que los descubrí fue su vivacidad. Comprendí vagamente su propósito oculto: suplir la falta de lenguaje con agudos chasquidos, establecer un diálogo hipnótico. Esas pupilas, sobre todo, llamaron fuertemente mi atención: verdes e inescrutables canicas rodeadas de un cartílago rosa y suave. De sólo pensar que podría reflejarme en ellas, un escozor atravesó mi cuerpo.
            Comencé por identificarlos: manchas, cicatrices, tamaño, color. De esta forma supe que eran cinco los minúsculos saurios que habitaban las alturas de mi casa. Tres en el área de la cocina y un par en el estudio. La piel de los primeros era oscura. Tenían los vientres hinchados —supongo que de tanta mosca— y acostumbraban salir de sus escondrijos durante la mañana. Los otros, esbeltos y transparentes, solían esperar que apareciera durante la noche frente a la computadora para dar inicio a sus juegos. Fue este dúo el que me sedujo: había en ellos algo casi humano y, a diferencia del trío de la cocina, no escapaban al sentirme. Por el contrario, parecía llenarles de júbilo. Contorsionistas de las alturas, cada noche urdían nuevas cabriolas. Tal era su delicadeza que una ráfaga de envidia y fascinación por su forma de vida comenzó a gestarse en mi cerebro.
            Una noche decidí utilizar una escalera para verlos de cerca. Ofelia no sospechaba el motivo de mis frecuentes vigilias, creía que las exigencias de la editorial eran cada vez mayores —y ciertamente lo eran, aunque me tenían sin cuidado. A eso de las diez, antes de retirarse a la cama, mientras traducía comme amande a la attente de la  première morsure vino al estudio:
            —Pobre de ti, mira la hora que es. Ni siquiera ganas lo suficiente para vivir como Dios manda. ¿Hasta cuándo piensas continuar con ese trabajo de mierda?
            Nada dije.
Continué absorto en mi tarea sin levantar la vista del teclado hasta oír el portazo que indicaba su partida.
            Apenas vieron mi figura ascender, corrieron a refugiarse detrás de la reproducción del “Chat noir” de Toulouse-Lautrec, que tanto le gustaba a Ofelia.
Ansioso, hice un alto en el tercer peldaño. Sabía que de un momento a otro iban a salir; sudaba y las sienes me latían con fuerza. A los pocos minutos, uno de ellos comenzó a acercarse, arrastrando su vientre sobre la rugosidad de la pared, zigzagueando con ayuda de sus delicadas manitas de cuatro dedos hasta que se detuvo y fijó sus pupilas verdeazules en las mías. Entonces, en la profundidad esmeralda de aquellas medias lunas, descubrí la entrada a un crepúsculo silente, a un abismo de calma.
Era inútil sustraerse a su terrible luz, al influjo de su fulgor y al llamado de aquella inteligencia superior, ajena a cuanto yo conocía. Quise apartarme, pero el vértigo me lo impidió y, en ese instante, sentí un golpe de sol en los ojos.
    
Ahora sé que esto tenía que ocurrir. Después de todo, yo propicié el encuentro. Y no me arrepiento. He aprendido, entre otras cosas, a disfrutar de esta libertad en las alturas y a enriquecer la variedad de mis chasquidos. La noche de ayer fue para retozar; corrimos un buen rato hasta yacer uno encima del otro. Así permanecimos quietos, muy quietos, como petrificados, mirando a Ofelia.


 El ornitólogo

Era una sombra refulgente sobre la arena humedecida; el hombre detuvo sus pasos y se inclinó para observar de cerca: se fijó en el brillo del plumaje, en los pequeños espolones de las patas y, sobre todo, en el afilado pico que lo remitió al de los cuervos dentirrostros. Las manchas de sangre le hicieron pensar que la criatura estaba muerta.  A punto de retirarse, el ave alzó la  cabeza, entreabrió las canicas de sus ojos y soltó un largo chillido de súplica, casi humano. Minutos antes, mientras bebía sentado frente al océano, el hombre, quien se congratulaba de haber venido a esta isla casi virgen donde abundaban fantásticas especies, había visto cómo el pájaro, que planeaba muy bajo en el viento, trató en vano de retomar en el aire su trayectoria antes de caer irremediablemente en picada.
         “¡Así que vives!”, dijo, y procurando no hacerle daño, revisó la herida, sólo para descubrir con tristeza que ya nada quedaba por hacer. Con una rabia proveniente de su naturaleza primigenia, salió en busca del culpable: la playa se incendiaba de soledad en el calor opresivo de las dos de la tarde.
         Sin mediar palabra, al hallarse frente al criminal, le arrebató la resortera. El chico, ajeno a cualquier remordimiento – a sus pies yacían cadáveres de casi una decena de pájaros -  lo insultó, pero enseguida, alarmado por el fulgor de violencia reflejado en las pupilas del otro, se dio a la fuga.
        Con el cráneo destrozado por la limpia trayectoria de una piedra, al cabo yacía el muchacho. Y en tanto el océano, en su incesante ir y venir lamía el cuerpo, el hombre siguió de largo. El camino estaba desierto y silencioso.
Día de feria
Cuando sales del cine, el sol te pega de lleno en los ojos saturados de tres horas de matiné. Después de todo, valió la pena, piensas mientras palpas en los bolsillos de tus pantalones cortos lo que resta del dinero que tomaste de la cartera de tu papá. La tarde de domingo es tuya: habrás de gozarla plena.
             Con sólo cruzar la calle te encuentras inmerso en la feria; ríes e imaginas la cara que pondría tu mamá al verte comprar ese enorme algodón de azúcar antes del almuerzo. Se te antoja subirte a la rueda de la fortuna, pero no te atreves porque no sabes con quién podría tocarte. En la fila, una pareja en pantalones de mezclilla, tres niñas vestidas de encajes y un grupo de adolescentes –gringos, supones por su apariencia– que, como tú, cargan esa golosina que tanto disfrutas. Terminas justo detrás de los extranjeros, jugando a entender lo que dicen. Conforme avanzan, empiezas a angustiarte: mejor me voy, no vaya a ser que a mamá se le ocurra buscarme al salir de la iglesia y me grite ¡Rodolfo, mil veces he dicho no subas a eso sin mí! ¿Qué haces comiendo esa cosa? ¿De dónde sacaste el dinero? Estás tan preocupado porque nadie te vea, que más de una vez te preguntan si vas a subir. Eres el último y, al parecer, al rubio instalado en el asiento de la canasta no le molesta tu compañía; al contrario, está sonriendo con esa boca llena de alambres. Pagas y ocupas el lado derecho; tímido, observas: ha de ser mayor que tú, le calculas quince años a lo sumo. Ahora comienzan a elevarse. Con avidez devoras lo poco que queda del algodón antes que se lo lleve el viento. Entonces suspiras: al fin, ante ti, la ciudad. Te encanta distinguir las construcciones más altas: la iglesia del Niño de Atocha, el viejo hotel central y aquel edificio inconcluso que todos llaman el “Elefante Blanco”. Te sientes tan bien allá arriba que casi no te fijas cuando tu compañero extiende la mano derecha balbuceando mi nombre es Paul. Nunca has sido bueno para eso de la plática con extraños y te alivia notar que apenas habla español. Devuelves el saludo con el mío es Rodolfo; tampoco se trata de parecer pesado. Después de un rato, no te reconoces venciendo esa timidez, platicando mil cosas, fingiendo entender sólo porque te cayó bien. El aire revuelve el pelo amarillo de Paul y te arrepientes de la poca atención que pusiste en tus clases de inglés. A la séptima vuelta, te lo sabes perfectamente, la rueda se detiene. ¿Por qué siempre ha de ser tan corto? Lo mismo, imaginas, deben sentir el gringo y sus amigos puesto que, canasta a canasta, desde las alturas, indican con señas vamos a quedarnos de nuevo. Él ni te pregunta y, cuando supone que vas a bajar, palmea tu hombro, te dice ¿otra vez? y paga al muchacho moreno que pregunta ¿ustedes también se quedan? Qué suerte, piensas, toparte con Paul. Y allí vas de nuevo, estarías, si pudieras, la tarde entera en la rueda. De pronto´, él saca de entre su ropa una revista. Se acerca más a ti, la coloca sobre tus piernas; el viento te obliga a sujetarla, la abres con curiosidad. A tus doce años nunca antes habías visto algo así; tu corazón late ahora con más fuerza, los giros del juego mecánico se han acelerado, Paul ríe a carcajadas mientras señala aquella cosa inmensa, sucia; sus dedos enormes tocan caras, bocas, miembros; la velocidad te marea, pasas con rapidez las páginas, tu mente acumula esas imágenes que recordarás muchas noches, pero sobre todo retiene a Paul, porque él, aquí arriba, está guiando tu mano hacia su entrepierna. Y apenas van por la segunda vuelta.
    

Día de feria

Cuando sales del cine, el sol te pega de lleno en los ojos saturados de tres horas de matiné. Después de todo, valió la pena, piensas mientras palpas en los bolsillos de tus pantalones cortos lo que resta del dinero que tomaste de la cartera de tu papá. La tarde de domingo es tuya: habrás de gozarla plena.
             Con sólo cruzar la calle te encuentras inmerso en la feria; ríes e imaginas la cara que pondría tu mamá al verte comprar ese enorme algodón de azúcar antes del almuerzo. Se te antoja subirte a la rueda de la fortuna, pero no te atreves porque no sabes con quién podría tocarte. En la fila, una pareja en pantalones de mezclilla, tres niñas vestidas de encajes y un grupo de adolescentes –gringos, supones por su apariencia– que, como tú, cargan esa golosina que tanto disfrutas. Terminas justo detrás de los extranjeros, jugando a entender lo que dicen. Conforme avanzan, empiezas a angustiarte: mejor me voy, no vaya a ser que a mamá se le ocurra buscarme al salir de la iglesia y me grite ¡Rodolfo, mil veces he dicho no subas a eso sin mí! ¿Qué haces comiendo esa cosa? ¿De dónde sacaste el dinero? Estás tan preocupado porque nadie te vea, que más de una vez te preguntan si vas a subir. Eres el último y, al parecer, al rubio instalado en el asiento de la canasta no le molesta tu compañía; al contrario, está sonriendo con esa boca llena de alambres. Pagas y ocupas el lado derecho; tímido, observas: ha de ser mayor que tú, le calculas quince años a lo sumo. Ahora comienzan a elevarse. Con avidez devoras lo poco que queda del algodón antes que se lo lleve el viento. Entonces suspiras: al fin, ante ti, la ciudad. Te encanta distinguir las construcciones más altas: la iglesia del Niño de Atocha, el viejo hotel central y aquel edificio inconcluso que todos llaman el “Elefante Blanco”. Te sientes tan bien allá arriba que casi no te fijas cuando tu compañero extiende la mano derecha balbuceando mi nombre es Paul. Nunca has sido bueno para eso de la plática con extraños y te alivia notar que apenas habla español. Devuelves el saludo con el mío es Rodolfo; tampoco se trata de parecer pesado. Después de un rato, no te reconoces venciendo esa timidez, platicando mil cosas, fingiendo entender sólo porque te cayó bien. El aire revuelve el pelo amarillo de Paul y te arrepientes de la poca atención que pusiste en tus clases de inglés. A la séptima vuelta, te lo sabes perfectamente, la rueda se detiene. ¿Por qué siempre ha de ser tan corto? Lo mismo, imaginas, deben sentir el gringo y sus amigos puesto que, canasta a canasta, desde las alturas, indican con señas vamos a quedarnos de nuevo. Él ni te pregunta y, cuando supone que vas a bajar, palmea tu hombro, te dice ¿otra vez? y paga al muchacho moreno que pregunta ¿ustedes también se quedan? Qué suerte, piensas, toparte con Paul. Y allí vas de nuevo, estarías, si pudieras, la tarde entera en la rueda. De pronto´, él saca de entre su ropa una revista. Se acerca más a ti, la coloca sobre tus piernas; el viento te obliga a sujetarla, la abres con curiosidad. A tus doce años nunca antes habías visto algo así; tu corazón late ahora con más fuerza, los giros del juego mecánico se han acelerado, Paul ríe a carcajadas mientras señala aquella cosa inmensa, sucia; sus dedos enormes tocan caras, bocas, miembros; la velocidad te marea, pasas con rapidez las páginas, tu mente acumula esas imágenes que recordarás muchas noches, pero sobre todo retiene a Paul, porque él, aquí arriba, está guiando tu mano hacia su entrepierna. Y apenas van por la segunda vuelta. 


Al final de la vigilia

Dispuesta a iniciar el ritual que creías desterrado de tu vida, hundes ávida la mano entre las piernas. Furiosa, te detienes: tus dedos no logran suplir la labor habitual del ausente. Saltas de la cama, miras a través del vitral: en la torre más alta del castillo, como cada madrugada, aún se percibe luz. Nadie lo ha interrumpido durante la fase final de su obra. Así ha sido durante los dos últimos meses. Pero sientes que ya es demasiado y, resuelta, vas a exigirle siquiera un breve encuentro. Recorres los pasillos a oscuras, sin reparar en las ratas que te observan cuando te sitúas junto a la puerta. Introduces con desesperación la llave. Yerras. Pruebas con otra, giras hacia la derecha y empujas: dos gotas salpican tu rostro y un grito muere en tu garganta al ver que él fornica, bañado en grasa, con un complejo artificio metálico.



Página web: Al final de la vigilia 
Contacto: cmartinbri@gmail.com


miércoles, 24 de julio de 2013

Genny Guadalupe Chávez Rodríguez


Genny Guadalupe Chávez Rodríguez nació en Tizimín, Yucatán y desde temprana edad se apasionó por las letras y las bellas artes. Se encontró con la minificción en el 2007 cuando por curiosidad  se inscribió en el taller de minicuentos  de Ciudad Seva en el que permanece hasta la presente fecha con el seudónimo de Marina Calderón Medina.
Divide su tiempo entre su profesión de maestra de artes plásticas y su pasión por la escritura. La poesía que fue su primer amor deja su constancia en el delicado lirismo de su narrativa. Seguidora fiel de las obras de Octavio Paz, Manuel Acuña, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda y Amado Nervo entre otros. Es autora de temas que cuestionan el alma y la naturaleza humana con profundidad y al mismo tiempo rescata seres que van cayendo en el olvido en la literatura.  En sus páginas conviven elfos, hadas, duendes, árboles que cobran vida para sumarse a la lucha por salvar al ser humano y al planeta en el que vivimos.
El abrazo del silencio es su primer libro de minificción de donde extrae dos textos que se presentan con otros tres de un nuevo proyecto.



El aniversario

Se abrió la reja de entrada y sin mirar supe que era tía Cecil. Invariablemente los viernes venía para la hora del café, nunca más tarde, jamás más temprano; rayando las cinco, la veía aparecer con esa sonrisa dibujada en su rostro que no se borraba ni en los peores momentos. Podía ser que disfrazara un profundo dolor, quizá el abandono de tiempos felices.
Ese día, después de mucho tiempo desde la última vez, mamá había hecho panecillos de arroz, mis preferidos. Los sirvió como era su costumbre pero en esta ocasión usó una canasta de rafia tejida, que yo hice una tarde, atrapada dentro de la casa a causa de la lluvia, mientras ella me contaba cosas de su infancia que me enternecían.
Tía saludó al entrar y se sentó, ambas notamos que en el rostro de mamá había un acento de tristeza; movía su té tratando de evitar alguna lágrima furtiva y contemplaba los panecillos sin intención de probarlos.
Aún no me atrevía a dejarla y la acompañé en su llanto silencioso.
Tía se acercó a mí con la intención de aligerar el momento y me dijo:
Se siente sola, llegará a conformarse, entonces podremos irnos.


El día siguiente

El día estuvo extraño con un sol cálido y una brisa estacionada, las flores del jardín no abrieron, como si supieran que ya no estaría él para admirarlas.
En la cocina los trastes, en perfecto orden, parecían temer que yo fuera a echar a perder una tarea que nunca más será repetida por las mismas manos.
Salí despacio sin tocar nada.
En el baño, dejó su recuerdo en cada espacio.  
Ahora, mientras el agua me recorre el cuerpo en un intento por lavar la angustia, no puedo quitar la mirada de una toalla que quedó olvidada.
Pienso que también la gente que muere debería de hacer equipaje.
Son tristes sus cosas abandonadas.


El mes de abril

En el mes de abril, cuando de los campos eran señores los grillos, las altas veletas movidas por el  viento, dejaban oír el eco de su tonada diaria.
La  mula, atada a la noria y dando vueltas, soñaba que  volaba. Yo, en mi afán de escapar, cerraba los ojos y  salía en pos  de ella.
Juntas, ella y yo, nos volvíamos  libres como el viento. Mis dedos rozaban los  maizales, levemente, frenando apenas el vuelo loco. A ella le gustaba quedarse quieta como una nube más en el cielo, y en sus ojos se leía la ensoñación por parecerlo.  
A mí me gustaba convertirme en la rama de algún árbol, por esa sensación de permanencia y de sentirme parte de ese algo tan verde, florido y besado por el viento.
Y cuando sentíamos nuestro el mismo cielo y toda la música del universo, un grito de adversidad nos despertaba del dulce sueño. De nuevo en la tierra, ella mula, dando vueltas y yo, la niña de las largas trenzas, abrazadas por el mes de abril  intercambiábamos una sonrisa cómplice.


Extraño vuelo

Silencio, apenas interrumpido por una brisa suave que no llega a ser viento, y trae de alguna parte pétalos que perfuman y dibujan figuras en el aire, crean mundos mágicos sobre el pasto. La niña se pierde en uno, se esfuma su pequeño cuerpo detrás de todos los colores; como un camaleón, desaparece.
Disfruta la libertad que le da ese mimetismo, pretende que el silencio sigue ahí. Que no lo ha roto la voz áspera de su madre.
¿No escuchas que te llamo?, ¡malvada criatura!, eres un castigo de Dios.
Quisiera no escuchar, ser solo un pétalo, la canción del viento.
La toman del brazo y la levantan con violencia, siente dolor. Los pétalos son ahora basura en el suelo, dejan al descubierto un rostro pálido enmarcado por el tono bronce del cabello que, sujetado en dos trenzas, luce desmayado sobre la espalda.
La arrastran del brazo, en una especie de vuelo rápido, sus pies apenas se posan en el suelo. Pierde un listón del cabello, con un torpe movimiento trata de recuperarlo mientras se siente sacudida.
¡Deja de llorar o te doy motivos para hacerlo! ¿Por qué lloras?
Porque vuelo, mami, ¿no viste como vuelo?


Problema de tránsito

La carretera estaba cubierta completamente por la niebla y la visibilidad era nula. Siguió avanzando con dificultad y mucho temor por lo que pudiera venir y estrellarse contra él. Arrepentido de enfrentar la situación y no haber esperado a que despejara, pensaba también en el riesgo de ser alcanzado por detrás, ya que no podía avanzar con rapidez. Su corazón latía con fuerza por la peligrosa situación en la que se encontraba.
La densa neblina parecía haber habitado a la vaca que caminaba con toda su calma en medio de la carretera sin que siquiera se insinuara su cuerpo, pasaba completamente inadvertido. Contrario al estado de ánimo del hombre, ella rumiaba un bocado de pasto disfrutando de la frescura del ambiente, muy tranquila y segura.
De pronto, el hombre vislumbra a los lejos un tramo de la carretera ya despejado. Loco de contento, emocionado por sentir que estaban fuera de peligro, gira, abraza a la vaca y le dice:
Mi reina, nos salvamos ¡ahí está la entrada del rancho! Mi chula, no vuelva usted a escaparse.



sábado, 7 de mayo de 2011

Adán Echeverría


Adán Echeverría. Mérida, Yucatán, (1975). Realiza estudios de Doctorado en Ciencias en el Cinvestav-IPN, Unidad Mérida. Premio Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva 2008, Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Ha publicado los poemarios El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008) y Tremévolo (2009); el libro de cuentos Fuga de memorias (2006) y la novela Arena (2009). Compiló en coautoría el documento electrónico en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (2008). Participa en Los mejores poemas mexicanos. Edición 2005 (2005).



Pequeñeces*

De niño me enterré un lápiz en la mano. A los dos meses aparecieron letras debajo de la piel. Las fui arrancando con la navaja de mi padre y las guardé bajo la cama.
Fue hasta la secundaria cuando lograron extirparme la punta de carbón, y se me escapó el habla. Busqué en mi escondrijo, solo hallé los restos enmohecidos de las letras. Escribo para recuperarme de esta invalidez...


Un horizonte de cruces

Ella despertó con el uniforme de la escuela desbaratado. Le dolía terriblemente el cuerpo, había dormido más de 13 horas en aquel paraje sombrío. Se incorporó como pudo, subió la cuesta arrastrándose, su boca retenía las manchas de sangre ya secas; llegó hasta arriba, y su visión se perdió entre las miles de tumbas que poblaban el desierto, miró hacia atrás, y sus captores venían hacia ella, cargaban una cruz de madera, y uno de ellos se abría los pantalones mientras sonreía.


Noche de brujas

El tipo gritó, pegado al barandal, desde la parte más alta de la repleta discoteca: ¡Maldita bruja! Las mujeres giraron la cabeza para mirarlo, una a otra, como fichas de dominó, despacito y en cadena, sin desarmar la sonrisa y sin dejar de bailar.
En ese instante, la que fuera su novia, abordaba el carro de otro hombre, con los ojos llenos de paz.


Lázaro Lázaro no te me mueras

Fue necesario cerrar el antro y no dejar salir a nadie. Lázaro de Gortari estaba en el suelo, desnudo, con los ojos fijos en el techo, y la calva remojada en un charco de cerveza y sangre. La idea de que los hombres subieran a la barra a liberar su homosexualidad, luego de que las poderosas hembras habían acabado su espectáculo, no estuvo del todo bien planeada. Lázaro había sido el segundo o tercero en desplazarse hacia el entarimado, y se había despojado con premura de su ropa. Su pene colgaba flácido bajo la grasa de su vientre. Había que aprovechar, y sabía que no habría mejor oportunidad que esta. La farsa le caía de perlas. Se puso de rodillas delante de los hombres que subieron, y que balanceaban sus penes endurecidos, brillantes y lubricados. Unos a otros comenzaron a besarse, y Lázaro comenzó a succionarlos a todos y en perfecta armonía. Muchos comensales pensaron que Lázaro era un genio en el arte de las mamadas. De los cinco hombres que había en la tarima, ninguno quedaba sin ser ensalivado. Todo iba bien hasta que Lázaro abrió los ojos, feliz ante los aplausos, y miró a su hijo mayor, de pie cerca de la entrada. Se detuvo, el pene que tenía en la boca saltó hacia fuera haciendo un sonido hueco. Quiso levantarse y tropezó con las ropas, cayendo de espaldas al suelo y rompiéndose el cráneo.


Del amaos los unos a los otros hasta Lady Gaga

Nosotros los seres humanos, sobre todo los formados con esa cultura occidental somos verdaderos estúpidos para las relaciones sociales. Siempre inventamos algo nuevo para poder juzgar lo anterior. Tengo 35 años este 2010, y recuerdo que en los años ochenta y principios de los noventa, cuando la historia del Sida se suelta en los noticieros, los informes de salud, la ciencia, la escuela, el arte todo, se enfoca en tener un pretexto mas para el odio a los homosexuales, sin embargo, todo ha ido cambiando poco a poco y de manera por demás extraña. Hoy día si eres heterosexual, o virgen, eres odiado, sacado de los grupos sociales, eres mal visto, eres juzgado socialmente y hallado culpable como retrógrada, derechista, y cualquier otro insulto que ataque y debilite tu moral. Cuando vi a Lady Gaga en vivo, me sorprendió de lo que yo mismo fui capaz. Al concierto fui con mi novia Norma, y una vez ahí, entre la música y espectáculo, el humo de los cigarros, y toda la droga que te metías queriendo o sin querer, la orgía era multitudinaria. Yo me besaba con un bigotón hermoso mientras mi novia me iba mordiendo tiernamente el cuello, y el novio del bigotón se había puesto de rodillas, me había abierto la bragueta, me hacía una muy adecuada y limpia, felación. Norma en cambio, estiraba la mano para masajear la picha del hombre del mostacho, mientras mis manos iban hurgando su vagina. Pero eso solo fue el inicio, apenas andábamos en la segunda canción del concierto, y los aplausos, el olor a sexo no se hacían esperar y lo inundaban todo. Fue cuando la diva del pop dijo gritando: ¡Que razón tenía Cristo cuando dijo que nos amemos los unos a los otros, hoy, estaría orgulloso de todos ustedes!


Rodear el Buda

Nunca he comprendido eso de dejar la mente en blanco. Cada que alguien me dice, en un curso, en terapia, en una clase de yoga, o en un sitio de oración: pon la mente en blanco, me la paso pensando en la palabra blanco, me imagino un conejo blanco como el de Alicia, o al conejo de la suerte de las caricaturas, o también se me ha dado por pensar en la fábula de la liebre y la tortuga, o en la otra fábula del cuervo, en algún poema de Edgar Allan Poe, en lo que dijeron sus críticos sobre que Poe es mejor en sus traducciones porque era ilegible como autor, en los periódicos donde publicaba sus historias, en aquel amorío con su prima, y entonces pienso en mi prima Rilma, en esos labios y sus pechos morenos de niña de trece, que me untaba en la boca cuando apenas yo cumplía los ocho años, y entonces acabo con una erección.
           Eso de la mente en blanco no es lo mío, estoy seguro. Y por eso no se me ha dado nunca lo de la meditación, y me da por no creer en la acupuntura y en la medicina tradicional china, y por eso no acudo a que me den masajes como el resto de mis compañeros de oficina.
Sin embargo, cuando Rubí, esa morena chaparrita, esa pueblerina de labios cuarteados, pechos como manzanas y rabo  pequeñito pero a leguas como de mármol, comenzó a hablar sobre poner la mente en blanco, pensé en mi semen. En mi semen inundándole los labios, en mi semen embarrándole las nalgas, en sus pequeños pechos detenidos en el calor de mi boca y en sus nalgas atrapadas entre mis manos mientras imagino que la penetro hasta el fondo.
Por eso es que todas las historias de Buda, luego de esa clase, me parecen excitantes. Me excita eso de que su madre, y el bosque, y los árboles y las ramas y su nacimiento. Me excita aquello del príncipe que escapa hacia la pobreza dejándolo todo, porque lo imagino desnudo, corriendo fuera del palacio, y a esas mujeres de chichis al aire, presas de la hambruna que se van lavando en el río Ganges.
Imagino a Buda sentado en flor de loto, y delante de él soy ese gusano que va comiéndose la carne de los cadáveres. Y me imagino rodeando esa figura de Buda, latiendo como carne desprendida, y entonces pienso de nuevo en Rubí, en sus manos delgadas que atrapan mi pene durísimo. Y es cuando alcanzó el orgasmo, y sí, es entonces que todo el cuerpo me queda manchado de blanco.



 *Agradecemos al autor los textos aportados para esta antología.

domingo, 13 de febrero de 2011

Agustín Monsreal


Agustín Monsreal nació en la ciudad de Mérida, Yucatán, en 1941. Inició su carrera literaria  en el volumen colectivo 22 Cuentos 4 Autores  (1970). Un año después obtiene el Premio Nacional de Cuento  del INJM. En 1978 fue finalista en el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes con Canción de amor al revés y ganó el Premio Nacional de Cuento de San Luis Potosí con Los ángeles enfermos (1979). En 1987 obtuvo el Premio Antonio Mediz Bolio  con La banda de los enanos calvos. En 1996 se hizo merecedor al mismo premio, pero ahora por su trayectoria literaria. En 1999 fue galardonado con la Medalla Yucatán y en 2009 el Congreso de Yucatán  lo laureó con la medalla Héctor Victoria Aguilar, máxima presea que se otorga a nombre del pueblo yucateco.
            Agustín Monsreal ha publicado los libros de poesía  Punto de fuga (1979), Canción de amor al revés (1980), Cantar sin designio (1995), Perseverancias de amor (2008); y los libros de cuentos Los ángeles enfermos (1979), Cazadores de fantasmas (1982), Sueños de segunda mano (1983), Pájaros de la misma sombra (1987), La banda de los enanos calvos (1987), Lugares en el abismo (1993), Infierno para dos (1995), Diccionario de juguetería (1996), Las terrazas del purgatorio (1998), Tercia de ases (1998), A la salud del cuento (2003), Cuentos de fugitivas y solitarios (2004), Los hermanos menores de los pigmeos (2004), Diccionario al desnudo. No ilustrado (2009) y Desde el vientre de la ballena (2010).
            Su obra se ha incluido en más de 35 antologías y se ha traducido a múltiples idiomas. Desde 1995 en la ciudad de Mérida se instituyó el Premio de Cuento Agustín Monsreal.



CONTRADICCIONES IMPECABLES*


Reencarnación

¡Carajo, otra vez perro!


Desde el balcón

Te vi. Qué mejor prueba de que Dios existe.


Viernes por la noche

Eres la mujer de mi vida de aquí hasta el domingo.


Sí, pero no

La montaña vino a Mahoma, y lo aplastó, por supuesto.


Regla de juego

Cualquier bufón sabe que de la alegría a la angustia hay la misma distancia que del tedio al vacío.


Páramo y Rayuela

Susana le demostró a Pedro que sí hay mujer imposible, y la Maga a Oliveira que no hay mujer propia.


Amores correspondidos

Cada que se veía al espejo, veía un sapo. Vino ella, le dio un beso, profundo, largo, y se rompió el espejo.


Un episodio infantil

Cien años tuvo que esperar la Bella Durmiente para que pasara por ahí un Príncipe Necrófilo y la besara.


Un bordado de hadas

¡Cuidado! Si te descuidas, esta mujer única, extraordinaria, digna, perfecta, se puede convertir en tu esposa.


El dolor de los pequeños

Dios tocó a la puerta, como cada fin de año, pero mamá no quiso abrirle porque ya no quería tener más hijos.


Disparatario

El cirujano estético se gana la vida echando a perder lo que de por sí está mal hecho, le enmienda la plana a la naturaleza y la vuelve incongruente, falsa, inverosímil, fea.


Tolerancia a la frustración

En las relaciones conyugales siempre existen vencedores y vencidos, y los vencidos siempre terminan dominando a los vencedores a fuerza de fatiga, de aburrimiento, de sueño, de bostezos.


Rosa y azul

Se casaron y poquito después, muy poquito después, ella se transformó en rana y él en sapo. Los dos, en la misma cama, espalda con espalda, se acogían cada noche a la esperanza del beso redentor.


Blancanievesmente

Cadenciosa, provocativa, seductora, fascinante, embaucadora, apetitosa, cautivadora, exuberante, continuaba su juego, alargaba la intención de sus contorsiones; al espejo, insobornable, le seguía pareciendo la misma muchachita fea, descuerpada e insípida de siempre. En cambio su madrastra…


Garabato al calce

¿Y yo? A cualquiera de ellos lo atiendes, vas a visitarlo, lo cuidas si se enferma, le hablas por teléfono todos los días, le escribes si está fuera de la ciudad, le festejas y celebras la menor cosa que hace, ¿y yo? ¿Qué tienen ellos que no tenga yo? ¿Valgo menos yo que cualquiera de tus otros hijos?


No me hagas reír

El niño le dijo al hombre gordo:
―Oye, hombre, ¿por qué estás tan gordo?
Y el hombre gordo le dijo:
―Porque me como a los niños.
Y el niño salió disparado, lejos del hombre gordo.


Entre dos aguas

Sueño que te sueño mientras sueño. En mi sueño estás despierta mirándome soñarte. Me acerco para tocarte pero no puedo porque tú estás despierta y yo soñando que te sueño mientras sueño. Entonces decido despertar dentro del sueño y te miro mirarme soñar que he despertado para acercarme a tocarte y que me miras mirarte despierta dentro del sueño donde nos miro despiertos a los dos mirándonos sabiéndonos parte de mi sueño donde nos sueño despiertos y mirándonos mirar que nos estoy soñando mientras sueño.


Laberinto sin salida

Solo, completamente solo; triste, horriblemente triste; y desgraciado, pertinazmente desgraciado, Lázaro decidió morir.
            Y murió.
            Sin embargo, vino su primo, que según decían era chamán y tenía poderes y andaba haciendo prodigios sin mirar a quién y sin preguntar si la gente quería que los hiciera, y lo revivió.
            Solo, triste y desgraciado, Lázaro ya no soporta más la vida, pero tiene miedo de morir por segunda vez, y de volver a encontrarse con el milagrero de su primo.

*Agradecemos al maestro Agustín Monsreal los textos proporcionados para esta antología.
Sitio web: www.agustinmonsreal.com