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viernes, 19 de diciembre de 2014

Amelia Domínguez Mendoza


Amelia Domínguez tiene tres pasiones: la antropología, el periodismo y la literatura, alternadamente y en ocasiones al mismo tiempo, a ellas ha dedicado sus afanes desde hace más de tres décadas. Sus primeros cuentos aparecieron publicados en 1981, en el cuadernillo Tiene que haber olvido, editado por la Revista Punto de Partida de la UNAM; después vendrían el colectivo Al vino vino, de la misma editorial y de manera individual: Después de tanto silencio y En la boca del incendio, este último con dos ediciones y una reimpresión en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Textos suyos han sido incluidos en seis antologías, la mayoría de ellas publicadas en Puebla. Además, tuvo el privilegio de publicar minificciones en El Cuento, revista de imaginación (1997), antes de que desapareciera.
Ha recibido becas en el rubro de escritores con trayectoria, en su natal estado de Hidalgo (2000-01) y en Puebla (1997-98), donde reside desde hace más de dos décadas.
 Como periodista cultural, ha cosechado reconocimientos como el Premio Estatal a la Crítica Teatral, otorgado por la entonces Secretaría de Cultura del gobierno del Estado de Puebla y textos de su autoría aparecen en tres libros: Guillermo Cabello, trabajo y testimonios (L’anxaneta Ediciones, Puebla 2007);  Poeta de los Andes. Homenaje a César Vallejo (Comp. Mara García, Instituto de Estudios Vallejianos, Perú, 2008); e Historia de la Música en Puebla (Conaculta-Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, 2010.
Actualmente tiene una novela y un libro de cuentos para niños inéditos. [1]



Juego inconcluso

Se encontraba desnuda en una inmensa pradera, tendida sobre el pasto. La rodeaban cientos de conejos que jugaban saltándole encima, hurgando en su piel con las naricillas, mordisqueándola como a hierba fresca.
Le gustaba que la acariciaran con el tibio pelaje y retozar con ellos hasta quedar exhausta.
Sin embargo, cuando más placentero le resultaba aquello, venía corriendo un hombre con un fuete en la mano y hacía huir a los conejos.
Giró hacia la derecha: al verlo a su lado como todos los días, sintió rabia y repulsión.


De la vida

Tomó el billete  que el tipo le aventó sobre el colchón al salir y lo guardó entre los senos. Oyó las campanadas del viejo reloj de Catedral cuando se acomodaba las medias y se ponía la blusa. Las contó, le gustaba oírlas, quería que siguieran tocando toda la noche.
Corrió la cortina que aislaba la cama de las demás y salió a la calle que se encontraba bastante concurrida. Los hombres pasaban a su lado lamiéndola con la mirada, preguntando y diciendo obscenidades. Tenía ganas de escupirlos en plena cara, pero se limitó a masticar con fuerza su chicle.
Después, a solas, en el frío de la madrugada, su mano le transmitió un calor amoroso que se alojó entre sus piernas.


Jazz   

Ni siquiera puedo darme el lujo de ser original: lo de siempre, lo de todos.
Bueno, tal vez la única variación sea la cinta de jazz que está puesta ¿qué te parece?
La compré especialmente. Es una música que escuché en un concierto al que entré al azar y me salí antes de que prendieran las luces porque no tenía ganas de ver a nadie.
Después me fui a pie hasta tu casa pero no te encontré. No sabes las ganas que tenía de hablar contigo; de contarte todo lo que estaba sintiendo. Y al no hallarte no tuve más que venir a encerrarme en mi hoyo y sólo salí en la mañana a comprar la cinta.
La he puesto como cincuenta veces  está muy gastada; guárdala o tírala, como prefieras.
En el aparato, un solo de sax emite sus notas.
Le subió el volumen y se metió al baño.


Margarita está lindo el mar

El mar antiguo Edipo
Que me recorre a tientas
Desde todos los siglos

Xavier Villaurrutia

Nació sobre la arena, como las tortugas. Un leve vientecillo y el canto de las caracolas en su oído le despertaba maternalmente cuando niña. 
Los dones del mar no tenían límites y los disfrutaba para ella sola: estrellas, hipocampos, conchas para armar castillos; perlas, corales, nácar para adornar su juventud. Su gula insaciable se deleitaba con los manjares más exquisitos y variados, crudos o cocidos.
De tarde se distraía mirando el ocaso, le gustaba el momento en que el sol era tragado por el mar, y se extasiaba mirando romper las olas contra los acantilados una y otra vez, interminablemente. Le producía una mezcla de ira y placer el paisaje infinito, azul, inabarcable. Pasaba horas así, hechizada.
Eran períodos de calma, días soleados propicios para navegar y descubrir nuevos horizontes.
Inquieta y curiosa, se dejó conducir por sus impulsos: se internó en el océano, siguiendo la Rosa de los Vientos hasta Ultramar. Exploró otros continentes viajando por largo tiempo, alejada de su origen.
Las huellas de sus pies en la arena comenzaban a borrarse.
Llegó la época de huracanes y tormentas, y Margarita sintió el reclamo de su pedazo de mar. Decidió volver contra viento y marea, luchando  por mantenerse a flote. La resaca la depositó por fin en playas conocidas.
El mar la acogió con ternura. Le tendió los brazos bañándole los pies, deslizándose sobre su fatigado cuerpo.
Margarita se deja cobijar con la blanca tibieza y se abandona al arrullo de las olas. Ellas cabalgan traviesas sobre su piel, que empieza a cubrirse de finas escamas.

           
Escarabajos
La vida es sueño
Pero también suele ser una barca,
O mejor, un submarino amarillo;
Aparte de que siempre
Será una mierda.

Quince años y canciones de Los Beatles era todo lo que tenías para anteponerlo como escudo al tedio, a los gritos de tu hermanito a los chismes de las vecinas y a la suciedad que te rodeaba. Te pasabas horas pegada al radio, con los sueños dorados, que al apagarlo se convertían en desteñida vigilia.
En ocasiones te sentías Ana o Julia, otro día Prudencia, Mary la del corderito o cualquier otra, menos la que realmente eras.
Un largo y sinuoso camino recorrías a diario de u casa al mercado; comprabas lo indispensable y regresabas a hacer la comida para cuando llegara tu padrastro y después tu mamá, del trabajo. Si no lo hacías, te esperaban twist y gritos, de ambos.
Afortunadamente, cuando salías al pan, encontrabas a Jorge, con quien emprendías un viaje fantástico y misterioso, se perdían en un bosque noruego, llegaban hasta unos campos de fresas, donde comían hasta hartarse, para terminar en la panadería, con un pastelito.
En tu casa el Sargento Pimienta y Lady Madona nunca se llevaron bien. Tú y George, sí. Y lo mismo hubiera sido con John, con Paul o con Ringo, los cuatro eran fabulosos, aunque tuvieras que soportar sus infidelidades.
Cuando empezaron a aparecer noticias de que se casaban, trataste de mantenerte más ocupada que de costumbre, para no pensar en ello, y después, cuando el grupo se desbarató, se deshicieron tus sueños a gotas y el radio permaneció mudo por mucho tiempo.
Tus cumpleaños se han ido acumulando tanto como los trastos sucios y la basura, pero aún te gustan los escarabajos: imagina que eres Lucy  en el cielo de brillantes, y que tal vez, cuando tengas sesenta y cuatro años…


Textos del libro de cuentos: Después de tanto silencio



[1] Semblanza  y textos cortesía de la propia Amelia Domínguez


martes, 15 de marzo de 2011

Ricardo Garibay Ortega (1923-1999)


Narrador, periodista de diario y televisión, guionista. Nació en Tulancingo, Hidalgo. Con más de cincuenta años de labor literaria (plasmada en su libro Cómo se gana la vida). Estudió en las facultades de Derecho y de Filosofía y Letras de la UNAM. Multipremiado en México y otros países: Premio Mazatlán 1962, por Beber un cáliz, Premio Nacional de Periodismo, 1987, Prize to the best foreign book published en France, 1975 por La casa que arde de noche y Premio Narrativa de Colima, 1989, por Taíb. Al igual que Juan José Arreola, fue conductor de un programa de televisión: Calidoscopio: Temas de Garibay, donde, sin dar el saludo ni la despedida (siempre fumando), su palabra y gestos severos, imponían y atraían a la vez. Muestra de eso: Homenaje (video).
Cuento corto: La nueva amante (1949), Cuentos (1952), El coronel (1955), Rapsodia para un escándalo (1971), El gobierno del cuerpo (1977), El humito del tren y el humito dormido (1985) y Padecería de espejo (1989); novela: Mazamitla (1955), Beber un cáliz (1962), Bellísima Bahía (1968), La casa que arde de noche (1971, 1986), Par de reyes (1983), Aires de blues (1984), Gamuza (1988), Taíb (1989) y Triste domingo (1991).
Su relación con los textos breves la encontramos, en especial, en sus guiones de cine novelados, prosa característica de frases cortas e intensas y descripciones exactas.
A pesar de su éxito como guionista, pensaba de los escritores en el cine: “son unos lacayos de quien pone los dineros y de quien dirige. No veo un cine donde se busque el arte de la contemplación del ser humano; todavía se busca no perder el dinero entregado para la producción y no tocar determinados tabúes”. Todo esto lo justificaba en su libro Lo que es del César: “Escribir por encargo es escribir de veras, porque de veras el escritor no es más que artesano ni su oficio es más que otro cualquiera. Y cuando por encargo el escritor escribe cine, debe añadir a su literatura el no sé qué que la vuelve literatura para los ojos, veloz como la imagen y robusta como nunca para que la imagen no la devore. Esta teoría se cumple a veces.”



Abismo:
10: CAMPANARIO

La campana enorme. Y el campanero que se afianza sobre el compás de sus piernas y columpia el badajo y booooom. El campanero parece enano. Sobre cúpulas heridas de grietas, vienen los adolescentes.
Cada campanada es explosión de oro ensordecedora. Ríen los adolescentes. Ríe el campanero porque ellos ríen.
Abajo la ciudad. Y lejos los campos. Zenaida tiende el brazo y apunta y grita. Elías no la oye. Grita Zenaida. Elías se asoma a su brazo, a su dedo que apunta. Reverbera el sol allá sobre colinas sin fin. Y CÁMARA se precipita, como si volara hacia el lugar remoto.


Islas:
2: BAJO EL MAR

Bajando. Los brazos pegados al cuerpo, los pies ondulantes, la red flotando alrededor de su cintura. Submarino, el Jüil es casi un pez. Caribe. Bosques de coral. Cavernas. Nada de acá para allá, arrancando de las rocas las ostras, desenterrando de la arena almejas.
Sube sonriendo.
El agua sola, sus estrías de luz, sus soñolientas vegetaciones como eternidad que se mece en silencio.
Viene hacia el fondo el Jüil, explosión callada de burbujas, la red vacía.


14: CALLE

La rueda que dibuja el peso en la mejilla del Jüil.
Un extraño monstruo enano hecho de tripas, tubos, tanques, y pies de niño se aleja tropezando con pescadores y mujeres de anchos y flácidos senos.
La cara del niño, hinchada por el esfuerzo de la marcha y el peso del equipo, pasándose con la lengua, de un lado a otro de la boca, el peso. La cara hace muecas de asco, escupe. La mano mete el peso en la boca.
El monstruo sigue su camino.


Milusos:
3: DENTRO DEL MERCADO

Entre los puestos vaga indeciso y hambreado, desparramando la vista, olisqueando fritangas, contemplando con amorosa pachorra las bandejas de nopales.
Se pasa las manos por la helada frente, al borde del desmayo.
Hacia el fin de la tarde, el mercado en silencio, esta ayudando a lavar vitrinas para vísceras. Lo hace contento, silbando, hablando sin puntos ni comas con el dueño del puesto, que también chambea.
Milusos: Dices la tierra porque tú qui stás, pero la tierra pa qué, dicen que pronto pero pronto es nunca ¿o que sí?, lagrarismo sin máquinas ¿qué? Sin semilla ¿qué? Sin agua ¿qué? ¡Ta carajo! Qui eres gente, allá no, si no eres gente allá ¿pa qué testás allá? Qui ay conducta ay trabajo. Yo a mí no ¿pa qué? Por eso me vine, mejor.
Dueño: túpele, túpele. Deja de hablar.


Una mujer de a seis litros: ABRE A:
l: TRASPATIO

Emerge violentamente la cara de una mujer: ansiosísima boca, puro terror los ojos. Una mano le cae encima y la suma. Jadeos masculinos. Burbujas metálicas en el agua oscura, y en al furiosa mano los cabellos de la mujer se enredan dulcemente.
Pero ella bracea, patalea: logra sacar otra vez la cabeza y grita; está metida en una cuba o tina de madera; se ahoga porque dos hombres se le recargan espantosos. La cuba es pequeña, y tanto que nadie cabría apenas adentro, y el propósito de los hombres resulta incómodo. Uno es más alto y vigoroso que el otro; los dos visten miserablemente; aquel es El Chócoro, calderero interino, este El Cura, cantinero. Ella de llama Serena, y vuelve a gritar.
Chócoro consigue hundirla completamente y gruñe con mucha urgencia: Órale, óraleeé, yastá saliendo lagua.
El cura se agacha, de la cuba resbala el agua, en un silencio terso, de crimen.
Y de pronto brota serena entera, desesperada, brinca, los borrachos ruedan en el lodo, corre por el traspatio hacia la casa, la cubre un fondo deshilachado que se le enrosca en las caderas.
Tras ella aquellos, trastabillando. Por el camino Chócoro coge un garrote. Pero Serena va despavorida, o sea que no hay quien la alcance, y dando un grande y nada femenino bramido azota la puerta de la cocina sala recámara comedor única pieza de la casa, maciza puerta de tranca poblana y llegan ahí los borrachos a estrallarse. Agudísimos alaridos y un portazo más: Serena se ha salvado.

jueves, 17 de febrero de 2011

Agustín Cadena


Agustín Cadena nació en Ixmiquilpan, México, en 1963. Es novelista, cuentista, ensayista, poeta y traductor, además de profesor universitario de literatura. Ha publicado más de veinte libros de casi todos los géneros literarios y ha colaborado en más de cincuenta publicaciones de diversos países. Premio Nacional Universidad Veracruzana 1992, Premio de los Juegos Florales de Lagos de Moreno 1998, Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1998, Premio Netzahualcóyotl del Gobierno de Hidalgo 2000, Premio Timón de Oro 2003, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2004, Premio Nacional de Cuento José Agustín 2005. Parte de su obra ha sido antologada y traducida al inglés, al italiano, al húngaro y al esloveno.



Viejo truco

El empresario de aquella feria había recorrido el mundo de Dublín a Praga, de San Petersburgo a Saigón, del Klondike a la Tierra del Fuego buscando atracciones.
Llegó con su espectáculo a un pueblo perdido en las montañas de México. Como número especial llevaba al niño que se convirtió en cucaracha por odiar a su padre. Estaba seguro de que sería un éxito. Sin embargo, la gente del pueblo se limitó a comentar con escepticismo: “Es el mismo viejo truco de la mujer araña y la mujer lagarto”.
En la penumbra de su carpa, solo y deprimido, Gregorio Samsa se lamentaba de no tener ni siquiera una mirada de lástima por parte de los humanos.


Francesca y Paolo

L’Enfer Noir era un burdel de lujo cuyas habitaciones se hallaban decoradas como cavernas infernales: con estalactitas negras que rezumaban un líquido fosforescente, cadenas de hierro, lámparas que simulaban el resplandor del fuego telúrico y espejos negros que multiplicaban al infinito el placer de la condenación. En este lugar de gemidos, las chicas se presentaban en traje de diablesas, con cuernos y cola y lencería de seda roja.
Una de ellas era una muchacha pálida con cuerpo de adolescente: senos pequeños con pezones del color de los dedos de los gatitos y un pubis tan terso que parecía no haber tenido nunca vello alguno. Llevaba años prestando sus servicios en L’Enfer Noir y, dicha sea la verdad, tanta tenebra le estaba afectando el carácter. Desde cuándo se hubiera largado de no ser porque su cuñado también trabajaba ahí, como bartender, en el pequeño y penumbroso bar del prostíbulo.
Cuando la tristeza se le hacía intolerable, y si no estaba ocupada con algún cliente, la muchacha pálida se ponía sus audífonos y escuchaba la radio, sintonizada siempre en una estación de música vieja. Le gustaban esas canciones porque la hacían volver atrás en el tiempo, a los días en que ella y su cuñado leían juntos las leyendas del rey Arturo. El locutor del programa solía repetir una frase que ella había hecho suya: “Recordar es volver a vivir”. Pero llegó el momento en que ya no se sintió capaz de llevar adelante esa vida y habló con el dueño. Le dijo lo que sentía. Y el dueño, un viejo de barba larga con aspecto de sabio, aceptó ayudarla. “Porque has amado demasiado”, le explicó. La dejó ir de ese local, pero no de sus empresas. Ciertamente, la muchacha pálida fue transferida, junto con su cuñado, al lupanar gemelo de L’Enfer Noir: Le Ciel Bleu.


Nostalgia

Treinta años después de su matrimonio con Jane, Tarzán era un cincuentón calvo y con sobrepeso.
Habían tenido dos hijos y ya no vivían con ellos.
Tarzán trabajaba en un periódico, poniendo en orden alfabético los anuncios clasificados. Era un trabajo que nadie quería hacer, pero a él le parecía entretenido.
En las tardes llegaba cansado a su apartamento y, después de comer con su amada Jane, se ponía sus pantuflas de zarpas de tigre, se sentaba en su sillón reclinable y buscaba el control remoto de la televisión para mirar los documentales de Animal Planet. Apenas si podía creer que alguna vez él hubiera estado cerca de todo aquello.
Los viernes iba a un bar a jugar dominó con sus amigos, y los sábados los pasaba con su mujer en el centro comercial. Llegaban por la mañana y se ponían a mirar las tiendas, compraban alguna cosita que estuviera de oferta. Luego se sentaban a comer una pizza y en la tarde se metían a una sala de cine.
A veces hacían el amor al llegar casa, pero Tarzán ya no tenía los bríos de la juventud; ya no era el salvaje hipersexual de quien Jane se enamorara un lejano día, en una igualmente lejana selva africana. Ya ni siquiera le salía su grito. En realidad siempre le había costado trabajo excitarse con el cuerpo lampiño y relativamente inodoro de su mujer. Extrañaba a sus antiguas amantes, las hirsutas gorilas de la selva. Ésas —se decía lleno de nostalgia— sí que eran hembras.


La muerte del dragón

Durante muchos años se tejieron leyendas acerca de los caballeros que habían muerto intentando salvar a la princesa. Cada nuevo joven que en los reinos vecinos recibía las armas caía en la tentación de probar suerte. Sin nada más que lanza, espada y escudo subía a su caballo y dejaba llorando a sus parientes, seguros de que jamás volverían a verlo. Y así sucedía.
Lo cierto era que el caballero en turno llegaba en busca del dragón, pero no lo encontraba. Buscábalo en los alrededores del castillo de la princesa: en cuevas y fosos, en bosques y estanques, y el monstruo no aparecía. Mientras tanto, el caballero se enamoraba más y más de la dama, de esos bellos ojos constelados de tristeza que languideciendo lo miraban desde lo alto de una torre. Como todos los otros, enfermaba fatalmente de amor y a partir de ese momento comenzaba a consumirse, ardiendo en el fuego de su pasión. Sólo en el último momento de su vida comprendía la verdad: el dragón habitaba en el corazón de la princesa.
Sucedió que un día un nuevo pretendiente salió a tentar a la fortuna. No había sido armado caballero, como los anteriores, y ni siquiera era joven. Era un tabernero gordo y palurdo. Mas he aquí que pasados dos meses, y cuando ya se le daba por desaparecido, volvió para liquidar sus negocios y se mudó al castillo del cual ahora era señor. Nunca reveló su secreto.
Dicen, quienes saben de esas cosas, que los dragones que viven en el corazón de las princesas se alimentan de belleza. Cuando la belleza de la dama se acaba, el dragón perece. Los años, no los caballeros, son los verdaderos vencedores.


Femme fatale*

La irresistible, la seductora Aracné pasó largos meses tejiendo su trampa. Cuando por fin cayó una presa, chasqueó la lengua y quiso saltar enseguida a devorarla. De pronto sintió que tropezaba y cayó y se rompió la boca. Entonces comprendió: mientras tejía se había ido enredando las patas en su propia creación.


Ajuste de cuentas*

“Ahora sí —pensó el león en el circo—, va la mía”. Y cerró las fauces.


Sitio web: El vino y la hiel

*Agradecemos al maestro Agustín Cadena haber proporcionado para esta antología sus textos inéditos Famme fatale y Ajuste de cuentas.

viernes, 11 de febrero de 2011

Alfonso Pedraza



Nació en Ixmiquilpan, Hidalgo, México, el 2 de noviembre de 1956, día que se festeja a los muertos. Médico Cirujano por la Universidad Nacional Autónoma de México. Lector y coleccionista de “El Cuento, revista de imaginación” desde su adolescencia, quedó prendado de los textos breves que la publicación fomentaba. Con el inicio del siglo XXI aprendió a utilizar la red para buscar sitios literarios y continuar con su pasión por las brevedades. Creó la Marina Taller de Minificciones en el portal www.ficticia.com. En 10 años de vida del taller han participado en él cientos de jurados, talleristas y entusiastas escritores de minificción, por lo que a inicios del 2011, el Doc Pedraza, se dio a la tarea de difundir sus archivos y creó para ello el sitio Arca Ficticia.



Definición

Del plato a la boca de la botella de tinto (Merlot, cosecha 2001) vuela una mosca (musca domestica).
De la hornilla al fregadero la madre (ama de casa hacendosa, 40 años, religiosa a morir) prepara el puchero
Del metro (transporte urbano subterráneo) a la estación de autobuses corre una niña (14 años, hasta ese momento estudiante) en busca de sí misma.
Del sujetapapeles del refri (20 pulgadas, sin escarcha y con fábrica de cubitos) cae al suelo una nota (letra casi infantil, con un adiós y un ruego).
De las manos resbala la olla y al suelo se cae la sopa (pasta de sémola de grano duro).


Tota Pulcra

¿Cómo?
¿Es mi madre quien yace desnuda junto a mí?
¿En que momento empezó a llenarme de besos, de caricias?
¿Cuál es esa sensación maravillosa que me recorre el cuerpo?
¿Qué fuerza impulsa mis manos para tocarla y asirme a sus pechos?

Justo, cuando empiezo a penetrarla: comienza a tararear la misma nana de siempre y mi cuerpo, empequeñeciéndose, se introduce por completo en un viaje de retorno a sus entrañas.

Y ya no siento frío.


Clásico

Teje, desteje. Penélope es otra desde aquel “ahora vuelvo, voy por cigarros”.