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07 septiembre 2019

El "milagro" Bovalar

Este será mi cuarto curso como director del IES Bovalar. En septiembre de 2016 desgajaba con bastante detalle el horizonte que se abría para el centro en este período que está a punto de concluir. Haciendo balance de todos aquellos objetivos y propuestas, hemos comprobado que quedan muy pocos por conseguir o culminar. Quizá por ello, en este último año, se ha hablado mucho de mi centro, a veces con motivo de algún premio, otras veces por el tema de los deberes. Esto hace que el Bovalar parezca un centro modélico en el que ocurren milagros educativos. Cualquiera de vosotros sabe ya que no existen esos milagros, que detrás de cada éxito educativo hay horas de trabajo y muchos recursos invertidos. En esto, el IES Bovalar no es una excepción y voy a tratar de contarlo.
Nuestro centro proviene de unos orígenes bastante humildes, un instituto de la periferia, centro CAES, con mucho alumnado de compensatoria. Durante años fue el centro al que se enviaba a buena parte de la población escolar en riesgo de exclusión social del noroeste de Castellón. Ocupábamos un antiguo cuartel del ejército y prácticamente vivíamos olvidados del resto de la ciudad. Estuvimos muchos años en condiciones precarias, demasiados. Incluso el equipo directivo anterior tenía que lidiar con esa provisionalidad mediante comisiones de servicio prorrogadas anualmente. Ya sabéis el coste organizativo que eso supone.
Por fin, en 2010 se construyó el nuevo centro, en el barrio universitario, lo que prometía grandes cambios. El alumnado creció con la incorporación de dos nuevos colegios y se diluyó el alumnado de compensatoria, que ya no superaba el 30%. Aun así, mantuvimos la condición de centro CAES por tener dos colegios adscritos con esa característica. Sin embargo, para la administración seguíamos siendo un centro periférico en el que no convenía invertir demasiado. Muchas quejas al respecto podéis encontrar en este blog: La calidad no la da el traje, Ojalá los alumnos fuesen baldosasQuizá callados hubiésemos estado mejor... 
Con este panorama, hace tres años decidimos presentar un proyecto de dirección con personal definitivo del centro para trazar unos objetivos a largo plazo que nos permitiesen salvar esa condición de centro marginal, con bastantes problemas de fracaso escolar y de convivencia. En esto no hay misterio, el profesorado es el mismo, el centro y el alumnado también, parte del equipo directivo anterior continúa en el centro y es de agradecer todo el apoyo prestado en la transición; el "milagro" fue simplemente poner por escrito qué queríamos alcanzar y cómo debíamos hacerlo. 
Poco a poco, he ido contando esos avances y, bajo la etiqueta "dirección" del blog, podéis encontrar esos artículos, y también algún otro sobre mi papel como director. No es un camino fácil. Como decía arriba, todo milagro requiere trabajo y recursos. Tuvimos la suerte de contar con muchos compañeros que han puesto ilusión y horas de esfuerzo para salir adelante, pero también hemos contado con el apoyo de la administración, que ha decidido acabar con esa imagen del Bovalar como centro de segunda. Prueba de ello es que hemos pasado en los últimos años de 57 profesores a 79, con un incremento de 100 alumnos. No es que ahora vayamos sobrados, sino que antes éramos claramente deficitarios. Eso son recursos, muy necesarios, más que la ilusión, la vocación, la formación y las ganas de trabajar, porque sin recursos, todo lo demás puede servir durante un tiempo, pero no es sostenible ni efectivo.
Pero no solo hay que hablar de recursos, también de implantación de medidas y modelos de organización acordes con ese proyecto a largo plazo. En el ámbito de la convivencia, hemos puesto en marcha programas para reducir el absentismo y los conflictos. En los últimos tres años, hemos pasado de 47 expedientes disciplinarios anuales a 35; los partes de incidencia, han pasado de 700 a 340, y los registros PREVI, de 17 a 9. Decisiva ha sido la adopción el curso pasado del programa TEI de tutoría entre iguales, que ha mejorado notablemente la convivencia, sobre todo en 1º de ESO, donde los conflictos se han reducido casi un 70%. También la progresiva implantación del trabajo por proyectos, a través de la iniciativa Bovalar projecta, que coordina el compañero Francesc Collado. Seguimos luchando contra el drama del absentismo, con gran inversión de tiempo en conseguir que vengan al instituto y no sean expulsados, aunque es muy difícil convertir al alumno absentista en alumno integrado en el sistema académico ordinario. A pesar de ello, también hemos mejorado la tasa de titulación en ESO, que ha pasado del 77% al 81%. El índice de repetidores ha descendido también, sobre todo en 1º de ESO, donde ha pasado del 23% al 19%. Y fuera de las cifras, muy importante la mejora en la inclusión del alumnado con necesidades educativas, por ejemplo TEA, a través de las maestras de soporte a la inclusión de la unidad CiL, y su esfuerzo por promover la codocencia, los grupos cooperativos y, en general, la no segregación de este alumnado. Pero aún nos queda mucho por hacer.
Con todo esto que llevo contado, ya veis que no hay "milagro" Bovalar, que son pequeños avances en plazos muy largos de tiempo, avances que solo se sostienen mientras la administración garantice los recursos, pues cada programa o cada intervención exigen horas, horas que no pueden dejarse al albur de la voluntad, de la entrega o la devoción por el centro. Ya bastantes horas echamos todos más allá de lo obligatorio.

En cuanto al balance personal de este trayecto, quisiera destacar algunas cosas que me hacen sentir especialmente satisfecho. El apoyo de los compañeros/as de claustro en todos estos "experimentos" que vamos lanzando y evaluando, un apoyo sin el cual sería imposible haber conseguido estos resultados. El esfuerzo compartido de mis compañeras del equipo directivo y del resto de colegas que han asumido diferentes cargos y coordinaciones, no siempre debidamente incentivados. La confianza de los tres inspectores/as (y de sus superiores) que he tenido en este período, que no solo nos han apoyado, sino que han ejercido de protectores del proyecto contra viento y marea. La ayuda del CEFIRE de Castelló para la formación del profesorado, a través de su director Sergio Mestre y de los demás asesores, especialmente Rubén Safont. Y claro está, el imprescindible beneplácito del personal de administración y servicios: conserjes, administrativas, educadora, personal de limpieza...

Pero nada de esto tiene sentido si no menciono la fuente de la mayor parte de las satisfacciones de este cargo: el alumnado y las familias. Ya sé que hay familias y alumnos a los que hay que dedicar grandes esfuerzos no siempre reconocidos, pero de verdad, para mí, buena parte de ese "milagro" del Bovalar proviene del alumnado que se siente orgulloso de pertenecer al centro y de esas familias que confían en nosotros para la educación de sus hijos. Una de las medidas que hemos mantenido con especial intensidad es visibilizar las actividades del centro y ser transparentes en su gestión. Es algo a lo que dedico (dedicamos) mucho tiempo, a llamar a las familias, a atenderlas a ellas y a sus hijos en el centro, a dar todas las explicaciones posibles, a facilitar información a través del Facebook, del Instagram, de Twitter... Además de los cauces oficiales (webfamilia Ítaca), muchos de ellos se comunican directamente con nosotros a través de las redes, lo que hace que el instituto se perciba cercano y aumenta la confianza en el centro y sus profesionales. El milagro son ellos, sin duda, porque ¿qué es un centro educativo sin alumnos? 

Espero que este curso os pueda contar más cosas de la gestión diaria y también de los problemas: la falta de espacio en el centro, las carencias de personal especializado en convivencia, la burocracia... Tenemos por delante continuar con el TEI, pero también mejorar los protocolos de detección y de apoyo del alumnado con altas capacidades, la formación en atención a la diversidad e inclusión educativa, y un plan lector muy sugerente: Invisibles, las mujeres que la historia nos ocultó. Ya veremos hasta dónde llegamos.

25 diciembre 2018

El juego de las diferencias


"Todos nos hemos considerado mejores, mejores que los demás, y lo que es aún peor, hemos excluido de nuestro grupo a todos aquellos que no pensaban igual. Les hemos hecho daño". (La ola, 2008)

Aquel instituto tenía un proyecto educativo con un enfoque muy democrático, respetuoso con la multiculturalidad, laico, plurilingüe y todos esos valores que nos hacen tolerantes con los demás.
La mayor parte de los miembros de la comunidad educativa se consideraban representados por esos valores del siglo XXI que los alejaban de épocas pasadas en las que predominaba la segregación, el machismo, la discriminación o la desigualdad.
Sin embargo, a aquel proyecto educativo le faltaba algo, le faltaban recursos para garantizar todos esos valores que los sustentaban. Por ejemplo, había estudiantes que, por diversos motivos, no cumplían con las normas de convivencia. Había estudiantes que no tenían recursos materiales para desempeñar su labor en condiciones. Había quienes, incluso, renegaban de esos principios compartidos por la mayoría y se dedicaban a poner trabas en la vida del centro.
En aquel instituto, cuando las cosas empezaron a torcerse, hubo voces que se alzaron para protestar y en los claustros era frecuente oír este tipo de discusiones:
-Tenemos un proyecto compartido y unas normas. Hay que cumplirlas.
-Eso, hay que hacer algo con quienes no aceptan la convivencia.
-Pero no tenemos recursos para atender a los que incumplen las normas…
-Pues, entonces, habrá que echarlos.
-Eso, echarlos es la única solución.
-Pero nuestro proyecto habla de respeto, de educación, de diversidad… Tal vez deberíamos hacer un esfuerzo por integrar a través de la educación.
-Es cierto, algunos estudiantes no encajan porque no tienen apoyo familiar o porque no tienen recursos en sus casas para valorar debidamente lo que les ofrece este instituto.
-De eso nada, si no son capaces de integrarse, que se marchen a otro centro o a su casa.

Y así pasaban el tiempo debatiendo, mientras en las aulas, en los pasillos, la convivencia era cada vez más compleja. Curiosamente, nadie había pensado que los problemas de convivencia se resuelven garantizando recursos para la convivencia, no con castigos ni con debates educativos. Pero al final, los que viven inmersos en el conflicto acaban pensando que solo se solucionan los problemas haciendo desaparecer al que piensa diferente, al que vive de manera diferente, al que tiene un color, orientación sexual o religión diferente. Y en silencio o a gritos, a pesar de sentirse orgullosos de su proyecto democrático y multicultural, se suman al creciente coro: “echarlos es la única solución”.
Aquel país tenía una constitución con un enfoque muy democrático, respetuoso con la multiculturalidad, laico, plurilingüe y todos esos valores que nos hacen tolerantes con los demás.
La mayor parte de los ciudadanos se consideraban representados por esos valores del siglo XXI que los alejaban de épocas pasadas en las que predominaba la segregación, el machismo, la discriminación o la desigualdad.
Sin embargo, a aquella constitución le faltaba algo, le faltaban recursos para garantizar todos esos valores que la sustentaban. Por ejemplo, había ciudadanos que, por diversos motivos, no cumplían con las normas de convivencia. Había trabajadores que no tenían recursos materiales para desempeñar su labor en condiciones. Había quienes, incluso, renegaban de esos principios compartidos por la mayoría y se dedicaban a poner trabas en la vida del país.
En aquel país, cuando las cosas empezaron a torcerse, hubo voces que se alzaron para protestar y en los debates parlamentarios era frecuente oír este tipo de discusiones:
-Tenemos un proyecto compartido y unas normas. Hay que cumplirlas.
-Eso, hay que hacer algo con quienes no aceptan la convivencia.
-Pero no tenemos recursos para atender a los que incumplen las normas…
-Pues, entonces, habrá que echarlos.
-Eso, echarlos es la única solución.
-Pero nuestra constitución habla de respeto, de educación, de diversidad… Tal vez deberíamos hacer un esfuerzo por integrar a través de la educación.
-Es cierto, algunos ciudadanos no encajan porque no tienen apoyo social o porque no tienen recursos en sus ciudades para valorar debidamente lo que les ofrece este país.
-De eso nada, si no son capaces de integrarse, que se marchen a otro sitio o a su país.

Y así pasaban el tiempo debatiendo, mientras en los centros de trabajo, en las calles, la convivencia era cada vez más compleja. Curiosamente, nadie había pensado que los problemas de convivencia se resuelven garantizando recursos para la convivencia, no con castigos ni con debates parlamentarios. Pero al final, los que viven inmersos en el conflicto acaban pensando que solo se solucionan los problemas haciendo desaparecer al que piensa diferente, al que vive de manera diferente, al que tiene un color, orientación sexual o religión diferente. Y en silencio o a gritos, a pesar de sentirse orgullosos de su proyecto democrático y multicultural, se suman al creciente coro: “echarlos es la única solución”.


Crédito de la imagen: Crítica de "La ola"

22 diciembre 2018

A modo de memoria

Estamos en el primer día de vacaciones, así que vais a tener que disculparme si esta memoria del trimestre no está contada con todo el detalle que merece. Ha sido un periodo largo, casi cuatro meses de un tirón para los que empezamos a finales de agosto, un periodo intenso con pocos momentos libres para detenerse a pensar. Por eso, este alto en el camino permite sentarse, aunque solo sea unos minutos, para pensar y evaluar lo vivido hasta ahora.

En el aula tengo este año tres grupos, un 1º y un 2º de ESO y el reducido grupo de compensatoria Riu Sec-Casa Camarón, de alumnado de etnia gitana. Con los grupos ordinarios de la ESO hemos dedicado mucho tiempo a leer en el aula, algo que ya he contado con detalle en el blog y en un artículo de IneveryCrea. Estos grupos tienen alrededor de 20 alumnos cada uno. Son agrupaciones heterogéneas, compartidas con otros colegas del departamento, en las que el alumnado no se selecciona por su nivel académico o su comportamiento. En 1º de ESO, además, tenemos un día a la semana grupos cooperativos con alumnado de espectro autista, en los que Ester, responsable del aula CiL (Comunicación y lenguaje), entra en clase y comparte docencia conmigo. En este grupo, además de la lectura, estamos trabajando la redacción de textos periodísticos como la noticia, pues la idea es comenzar en enero con los podcasts, dentro del plan lector de centro, que mencionaré más adelante. Hemos visto también, muy de soslayo, las clases de palabras, pues ya tendrán tiempo de profundizar en ello en cursos superiores.
En 2º de ESO, hemos seguido la misma pauta, lectura y redacción de textos, haciendo hincapié en la revisión y la corrección. También hemos enriquecido el vocabulario con la propuesta #aciertalapalabra, que anima al alumnado a rebuscar palabras desconocidas en el diccionario para compartirlas en clase. Tanto en 1º como en 2º de ESO hemos dedicado una sesión en diciembre a grabar poemas para #poema27, el homenaje a la Generación del 27. Los podéis escuchar en la cuenta de instagram de LenguaBovalar.
Como decía en este tuit, por primera vez (si no contamos mi experiencia con el PCPI) no he planteado exámenes para obtener la calificación. Las rúbricas de autoevaluación de cada grupo (1ESO - 2ESO), la libreta-portafolio y las anotaciones del cuaderno del profesor me han dado elementos suficientes para evaluar. Además, he entregado un breve informe cualitativo para que las familias sepan los puntos débiles y fuertes de sus hijos e hijas. Como he comentado también en un artículo del Diario de la Educación, esto es posible de manera experimental por mis pocos grupos y por los desdobles. Sería muy complicado llevarlo a cabo con éxito de forma general. Tampoco descarto hacer pruebas escritas más adelante, pues el sentido es que aprendan mejor combinando diferentes modelos de evaluación.
En el grupo de Riu Sec, estamos trabajando la guía de la Fundación Secretariado Gitano, Lección Gitana, para elaborar materiales que sirvan para desterrar prejuicios y facilitar la convivencia. También estamos escribiendo guiones para un posible vídeo que represente escenas de costumbres gitanas de nuestros alumnos. Hemos revisado vocabulario caló para elaborar un panel de palabras de uso común y otras que se están perdiendo. Ahora nos toca darle forma a todo ello, algo bastante difícil cuando el principal reto es vencer el absentismo de este colectivo.

Dentro del proyecto de dirección, este es nuestro tercer año en el equipo directivo, algo que nos hace pisar un poco más seguros el camino del curso. Seguimos cometiendo errores y pagando algunas novatadas, pero ya no nos espanta casi nada de lo que sucede alrededor, por ejemplo, el abandono institucional en el tema de servicios sociales (desbordados), de salud mental (más desbordados y solo llegan a los 15 años, así que los que obligatoriamente escolarizamos hasta los 16 quedan fuera), de las fuerzas de seguridad (llamadas desatendidas para garantizar la seguridad o la salud del alumnado), de la administración educativa (soluciones limitadas a problemas infinitos)... Reconozco que hay generalmente buena voluntad de todas las personas que representan a esos colectivos, pero los recursos son tan escasos y están tan dispersos y burocratizados, que resultan ineficaces, si es que llegan a tiempo.
Sin embargo, hay muchas cosas que nos hacen sentir satisfechos como centro. Seguimos promoviendo el compromiso de centro sin deberes, con un tercio de la plantilla suscribiéndolo. Continúa el desarrollo de proyectos y la formación continua bajo el paraguas de Bovalar projecta, ahora planteado como plan integral de formación en centro, con intervenciones formativas variadas para promover enfoques y puntos de vista alternativos. Con ese hilo de los proyectos, llevamos adelante el plan lector de centro, dedicado a los "Viajes por el mundo", un tema que ha aglutinado a profes de muy diversos departamentos para trabajar en tareas comunes. Por otro lado, estamos comenzando el desarrollo del programa de tutoría entre iguales (TEI), que ha conseguido que pasemos de 164 partes de convivencia en 1º de ESO en el primer trimestre del año pasado a unos 37 este año, algo que nos da un respiro en uno de las grandes preocupaciones de nuestro proyecto de dirección: la convivencia. Nos hemos apuntado a la red de centros sostenibles que impulsa la consellería, y ya hemos comenzado a elaborar propuestas e intervenciones, gestionadas en parte por alumnado y profesoras de la FP Básica de jardinería. También somos los anfitriones del seminario de directores y directoras de Castellón, un foro donde surgen muchas dudas y alguna buenas ideas. Y mantenemos otras acciones de vertebración con el contexto, como el órgano de participación ciudadana de la infancia y la adolescencia, con el ayuntamiento de Castelló, las sesiones formativas con alumnado del Máster de Secundaria de la Universitat Jaume I, o los proyectos de intercambio docente entre los colegios adscritos y los tutores de 1º de ESO. Un no parar...
En la formación del profesorado apenas tengo ocasión de participar últimamente en cursos o jornadas, salvo visitas esporádicas a algún centro cercano. Estuve hace un mes en Santander, invitado por el Consejo Escolar de Cantabria, para hablar de la escuela nueva en estos tiempos modernos, un alegato por la actualización metodológica del profesorado, pero también una llamada de atención a todos los agentes implicados en la educación para que cumplan con su parte de responsabilidad. Para enero también quiero contar en algunos foros el desarrollo del plan lector de centro. A veces, la tentación de decir que no es muy grande, pues esa formación siempre es a costa de nuestras escasas horas de ocio, pero, por otro lado, igual que me gusta aprender de muchos docentes que comparten sus experiencias, creo que es justo devolver de alguna manera ese favor.
Dije al principio que no me extendería, pero ya veis que no tengo remedio; encima, seguro que se me olvidan cosas. Que paséis unas felices fiestas.

07 octubre 2017

Convivencia o disciplina

En casi todas las reflexiones que he compartido hasta el momento sobre la función directiva he recalcado que mi mayor esfuerzo es trabajar por la mejora de la convivencia en el centro. La resolución de conflictos se lleva, sin duda, más de tres horas diarias, solo en lo que me corresponde a mi cargo, a lo que habría que añadir las que dedican mis compañeras del equipo directivo y los otros docentes que tienen responsabilidad directa con este asunto. Es un trabajo que realizo con satisfacción, a pesar de lo duro y decepcionante que resulta casi siempre mediar o sancionar después de un incidente; lo hago con esa entrega que proviene de la convicción de que una buena convivencia en el centro supone el pilar fundamental de cualquier otra mejora, tanto académica como personal o laboral.
Sin embargo, hablar de convivencia en mi centro suele relacionarse en muchos casos con expedientes disciplinarios, sanciones y amonestaciones. Pienso que el verbo convivir no debería estar tan íntimamente ligado al verbo castigar, pero nada más arrancar el curso llevamos casi una decena de expedientes, algunos de ellos con expulsión. Son casos de agresión o de amenazas, pero también de negativas a cumplir medidas correctoras por incidentes leves. En un centro con más de 700 alumnos, más de la mitad en 1º y 2º de ESO, tenemos claro que relajar las normas acaba convirtiendo el instituto en un caos ingobernable. Debo decir que, a veces, ese desorden comienza con pequeños desafíos, como el retraso reiterado a la hora de entrar en clase, que genera el malestar del profesorado de guardia que ha de acompañar a grupos de cinco o diez alumnos/as (casi siempre los mismos) a sus clases, a las que llegan diez o quince minutos tarde, con la consiguiente interrupción del orden. Otras veces es la negativa a aceptar normas sencillas como la disposición en clase o no dejar ir al aseo cada hora. Son actos que crecen como una bola de nieve y que resultan difíciles de zanjar; además, generan una dedicación de tiempo que se pierde para solucionar otros conflictos más serios.
Resulta paradójico que, con tanto interés y esfuerzo en desarrollar planes y protocolos de convivencia seamos tan poco efectivos a la hora de convivir con esos alumnos que se resisten a cumplir normas sencillas, alumnos que acaban sacando de quicio a profesores competentes y experimentados. Paradójico es que dedicando tanta atención al diálogo como forma de resolución pacífica de conflictos, no seamos capaces de dialogar con esos alumnos difíciles a quienes únicamente ofrecemos sanciones de permanencia fuera del aula o del centro. Ni las comisiones de convivencia, ni el aula de derivación, ni los partes de incidencia remitidos a las familias producen una mejora reseñable.
Como soy curioso y no me conformo con respuestas fáciles (podría pensar, por ejemplo, que los profesores son muy señoritos o tienen la piel tan fina que cualquier pequeño disgusto les hace expulsar al rebelde), entro en clase con mis colegas y charlo con ellos y averiguo que lo que más les atormenta en estos casos es que, con tanta interrupción o desafío, no pueden garantizar el aprendizaje del resto de alumnado que sí cumple las normas, que se sienten mal cuando deben parar una clase para dialogar con tres o cuatro que no quieren trabajar, que notan la presión de una programación que se va al traste con cada minuto de clase perdido en la mediación de conflictos.
Por eso, cuando hablamos de convivencia, al final siempre derivamos en disciplina, en el cumplimiento estricto de normas, más allá de las circunstancias que rodean a cada caso, es decir, sin atención a la diversidad. De ahí que acaben pagando el pato los alumnos que ya vienen con riesgo de exclusión, alumnado poco acostumbrado a acatar órdenes o a mantener unas pautas de comportamiento regulares.
Para mayor sufrimiento, en los centros educativos como el mío no hay personal especializado en convivencia, ya que casi la totalidad de la plantilla somos profesorado de secundaria con escasa preparación pedagógica y mucha menos formación en mediación escolar. De este modo, cualquier pequeño incidente ha de tratarse con mucho celo y con muchas horas, algo que resulta difícil de exigir a los profes que llevan el horario a tope y que, al final, recae en el equipo directivo (generalmente, a costa de otras tareas burocráticas, que quedan para casa). El tema preocupa tanto que todos los años se convierte en el principal caballo de batalla en el claustro, con requerimientos de todo tipo para que el Ayuntamiento, los Servicios Sociales, la Consellería, la Inspección Educativa o el sursum corda vengan a resolverlo, como si fuese algo que se soluciona con un golpe de varita.
No sé si esto ocurre solo en mi centro. Estamos intentando mover desde la formación en centros programas de mediación y de tutoría entre iguales, pero sabemos que esto soluciona algunos conflictos, no todos. No sabemos qué hacer con aquellos alumnos que ya vienen dispuestos a jugar al gato y al ratón con los profes, qué hacer con alumnos que piensan que las normas son un mero capricho y que interrumpir una clase es un acto divertido. Tampoco sabemos qué decir a esos profes que han perdido ya la paciencia y no distinguen los límites entre la aplicación flexible de las normas y el cumplimiento riguroso de las mismas. A los primeros, me gustaría ofrecerles un espacio de aprendizaje que no fuese tan cuadriculado, pero la ley me deja poco margen. A los segundos, les recordaría que también ellos alguna vez tuvieron esas edades y que probablemente se saltaron las normas; trataría de explicarles que detrás de ese juego del gato y del ratón, se esconden niños y niñas con vidas terribles. Seguro que me entenderían, pero también, como yo mismo me respondo, me dirían que el resto del alumnado tiene cada cual sus problemas y su derecho a una educación digna, con una convivencia sin amenazas ni sobresaltos. Como se dice estos días, quizá solo haya solución en el diálogo, pero nos hace falta mucha voluntad por parte de todos los implicados, algunos de ellos totalmente ausentes en la mesa de negociación.

Crédito de la imagen: 'Flipped'