Se asomó en
cuclillas por debajo de la cama.
Allí no había
nadie.
No lo podía
entender. Estaba seguro de que había escuchado un ruido gutural que provenía de
aquel oscuro lugar.
Se quedó
pensativo, imaginando que habría hecho él mismo en aquella situación cuando era
más pequeño.
Ya lo tenía.
¡Quedarse
acurrucado en su cama y envuelto en la protección mágica de sus sabanas! Allí
nadie lo tocaría. Fuera lo que fuera.
Sin embargo,
ya era mayor. Ya no podía estar pendiente de falacias extravagantes sin
sentido.
Ya hacía
tiempo que comprendía que los demonios no viven debajo de la cama sino dentro
de cada uno.
Así, que
volvió a mirar debajo de aquel antiguo colchón con la esperanza de no encontrar
nada.
Pero no fue
así…
Justo a sus
pies, un gran manto de pelo negro se movía insistentemente con necesidad de
salir de aquel agujero.
Se asustó y
reaccionó con malestar.
Sin detenerse
a pensar, subió sus pies a la cama y se hizo un ovillo.
¿Un monstruo
debajo de la cama?
Claro. Y lo
siguiente que iba a ser… ¿Un duende saliendo del armario?
Atónito e incrédulo
decidió volver a ser valiente.
Es lo que
tocaba si quería ser la persona mayor que ya era.
Respiró profundamente
y repitió la misma jugada.
Sin quererlo,
dio un grito de angustia.
Allí seguía
la bestia. Con su pelo negro haciendo ruidos extraños y desagradables.
No podía más.
Rompió a
llorar desconsoladamente.
Gemía porque
ya era mayor pero aún tenía miedos. Lloraba sin consuelo porque no se veía
capaz de salir de aquel atolladero él solo…
De repente
una luz en el pasillo se encendió.
Se cubrió rápidamente
con las sabanas para no ser descubierto.
Una voz
conocida se escuchó en la habitación.
- ¿Qué te
pasa mi niño? – Susurró la voz.
Él no podía
dejar de llorar y sollozar con la respiración entrecortada.
- Algo... Ahí…
Debajo de la cama… - Consiguió decir.
- Ven mi
tesoro… No pasa nada.
Y sintió un
abrazo largo y profundo que le calmó el alma.
- Te he dicho
muchas veces que para ser mayor no hay que dejar de tener miedos. Puedes sentir
miedo y cada vez que ocurra, llámame a mí. Siempre vendré a acunarte tengas la
edad que tengas. Mi pequeño niño.
Con una
sonrisa de oreja a oreja, él se calmó.
Podía seguir
siendo un niño.
Y lo más
importante de todo… Podía buscar la protección que necesitaba sin remordimientos.
Al fin y al
cabo solo tenía once años.
Respiró tranquilo
y volvió a dormirse.
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