Todos
hemos visto el anuncio. La campaña de la Lotería de Navidad empezó a emitirse
el miércoles 12 de noviembre. Y estará machaconamente presente hasta el 22 de
diciembre, el día del sorteo.
Es
una campaña. Marketing de guerra. Su objetivo es evidente: asaltar el bolsillo
de los españolitos de a pie. Ni Felipe,
ni Mariano, ni Rato, ni Pdro Snchz, ni
Pablo Iglesias, ni Sánchez Gordillo, ni Messi, ni CR7, ni Olga María Henao,
ni Isabel Pantoja (por poner sólo a
diez) necesitan hacerse con un décimo.
Pero
tú, seguramente, sí.
Así
que debes tener cuidado. No son tus amigos. No tienen escrúpulos. Y, por mucho
que (todavía) no respondan a intereses privados, están locos por tu pasta.
Vale.
El
spot es bueno.
Está
en boca de todos.
A
favor o en contra.
Han
conseguido su propósito.
Ha
polarizado a la audiencia.
Sin
término medio.
O
te gusta, apasionadamente, o lo
detestas.
Puede
que te emocione hasta hacerte brotar lágrimas.
O
que hayas intuido parte de la trama.
Pero
no te ha dejado indiferente.
*****
Aquí
puedes verlo, [si eres del planeta klingon y no lo has visto aún].
¡Qué
bonito todo!, ¿verdad?
O
quizá sólo sea la fachada.
Tal
vez, rascando un poco, será posible encontrar la trampa.
El
truco.
El
señuelo con el que captan tu atención para que no veas cómo te despluman.
El
principio básico del trilero.
Centrar
tu mirada en una de sus manos; es la otra la que está metida en faena.
*****
Jon D. Domínguez es director de fotografía y fue el
responsable de tal tarea en la confección de la maqueta para presentar al
concurso que la agencia Leo Burnett
ganaría y que, en una práctica común, haría sin cobrar, a expensas de ser
contratado para la producción definitiva. No sería así. Da su versión en un blog creado ah hoc.
Afirma
que el spot es “tierno, emotivo, bonito, y técnicamente impecable”.
Es
su valoración, no la mía.
*****
Estoy
más de acuerdo con quien sostiene que, “por
alguna extraña razón está ambientado en Berlín en 1989”, quizá coincidiendo con la actuación de
David Hasselhoff, “buscando la libertad”, empleado como ariete para el acoso y
derribo de un muro ignominioso.
Plausible.
Y
cientos de interpretaciones variopintas para este singular fenómeno.
Así
que tratar de dar una nueva visión es un reto complejo.
Los
que molan de veras.
Allí
voy.
Espero
que tengas un poco de tiempo
*****
Antes
de empezar, hay que situar el contexto.
Quizá
no sea Berlín. Y seguramente no es 1989, pero no es la España en la que yo
vivo.
Y
no son, desde luego, humanos los seres que pueblan la pantalla.
Tendré
que demostrarlo.
Deconstruyamos.
Vamos
con Manuel y Antonio, protagonistas de la entrega.
*****
Manuel
mira por la ventana.
Los
ojos vidriosos.
Su
mujer le habla.
Se
vuelve.
Está
en casa.
En
el salón.
Es
su hogar.
Una
lámpara y un par de cuadros.
Ambos
cuadros representan el paisaje que se ve desde la ventana, en su lugar de
origen. Como la colina del Windows 98. La lámpara esconde diversos prototipos,
reducidos a escala, de las naves interestelares en las que suelen viajar. ¿Recuerdas
“MIB”, con Will Smith y Tommy Lee Jones?
Un
barómetro en la pared. Mis abuelos tenían uno igual. Y la pared del salón
chapada en madera.
Una
vespa blanca. Mi tío tenía una igual.
En
los bajos del portal de la casa de Manuel hay, ¡abiertos!, dos
establecimientos: uno, “Muebles de cocina”;
el otro, “La Tahona de la abuela”. El
segundo tapa el escaparate con cortinas, mientras a la puerta hay aparcado un
carrito de carga (de madera) y una señora charla con la transportista de un
bebé. Ambos locales sobreviven a pesar de la expansión sueca, el intrusismo de
GG SS, o la proliferación de franquicias. También se veía un local con un
escueto cartel que reza “Flores” y otro par que no he podido identificar. A
pesar de la hora (recordemos que es por la mañana; acaba de producirse el
sorteo), las luminarias están a todo trapo. Examinando la fachada del edificio
no se vislumbra ni un solo Santa Claus trepador.
Un
comerciante se ha gastado una pasta en ambientar su local, con lucecitas
colgantes, un abeto cargado de adornos, un árbol seco que ha forrado por
completo, un par de guirnaldas y una corona mortuoria que, por decencia, ha
cubierto de blanco. El cristal esmerilado y un esmirriado cartel de Feliz Navidad
(recortado a mano) no dan pistas de a qué demonios puede dedicarse el sujeto.
Las
muestras de la procedencia alienígena de los moradores del terruño, se van
multiplicando. Una bicicleta, sin amarrar, está a la izquierda…
…y
otra se ve a la derecha, también suelta. Posada junto a un banco, coronado de
lucecitas que tapan un muro y se iluminan sin necesidad de estar enchufadas.
El
Bar de Antonio tiene un ambientazo de aúpa. Parece el día de la final contra
Holanda. Sólo que ahora está lleno por dentro, pero también por fuera. Ha
llegado la prensa y se ve el corrillo jaranero a que estas situaciones
jubilosas conducen siempre.
Cómo
han llegado hasta allí es difícil de explicar. La toma cenital muestra que la
furgoneta de la TV (con la paellera encima) ha dejado escapar un sitio más
cercano a la puerta del local y se han tomado su tiempo para maniobrar y
aparcar de culo, sin rodadas impresas en el blanco manto. Además, pese a bajar
precipitadamente, sin tiempo para cerrar la puerta corredera, no han dejado
huella en la delatora nieve. Ni siquiera el propio Manuel, que debería ir
contrito, arrastrando los pies, deja más marca que la del pie que acaba de
levantar. No vale la excusa de que está nevando; cae un poco más que la caspa de
Torrente alborotándose el pelo.
Se
ve que los hombros de Manuel están limpios. Y se ven todos los detalles, porque
es fácilmente perceptible que la jamba de la puerta presenta desconchones que
deben ser reparados.
Una
tropa salta y brinca. Antonio ha tenido tiempo de desempolvar las copas y sirve
champán (es patriota y partidario del boicot al cava). Entre una grey, que se
viste con tonos pardos, se aprecia a una mujer, con pelliza (mi prima tenía una
igual, estilo McCloud), recibiendo un
beso. También se ve un tipo que se cubre con sombrero (recuerda al padre Merrin, Max Von Sydow en “El
exorcista”) e inicia un gesto cómplice. Y una jovencita con gorro de lana
embutido. Otro lleva un jersey de campo, color berenjena, con trenzas en las
mangas. En el bar hay ambientazo (y tufo a sobaquina).
Comparten
el mismo plano un joven con chaqueta verdiblanca (estilo Starsky), un abuelo con chaqueta gris, bufanda y boina (remedo de Paco Martínez Soria) y tres jóvenes
que, pizpiretos, lucen gorro de Navidad, pese a estar a 22 (día; los grados
irán subiendo y el termómetro del local estallará).
Antonio
trae una cara de satisfacción que no le cabe en el cuerpo. Singing Fish asoma su boca cantarina; tenerlo ahí colgado
era un signo premonitorio. La caja registradora manifiesta que no estamos en
1989. La báscula de aguja (analógica) parece fuera de contexto. El calcetín y la
bola contrastan cromáticamente con la camisa a cuadros del jefe y el abeto
casero (una nota retro). Mínimamente
asoman y se vislumbran las bolas que el buencha
se ha arrancado, para mostrarlas como colgajo, a modo de trofeo. ¡Qué güevos!
Antonio
tiene la capacidad de multiplicar el vino (aunque sea blanco y de aguja): pese
a que un montón de copas se ven llenas en la barra, en perfecta formación,
varios de los presentes trasiegan de la suya. Un tipo, de aspecto siniestro,
contrasta con el ambiente festivo, aunque se esconda al fondo de la barra;
lleva camisa blanca, chaqueta y corbata oscuras y se le intuye un aire de estar
fuera de su ambiente habitual. Ha reemplazado súbitamente a la joven del gorro
de lana. El barman no se despista y
sirve a Manuel su cafelito. Un fotógrafo inmortaliza el momento.
Una
chica mulata, rizosa, con chaqueta lavanda (la sobrina de Bob Marley) salta y sujeta una botella en la mano diestra. A su
lado, una mujer dada a vestirse en una tienda especializada en caza y pesca,
hace evidente lo difícil de estar en ese bar con la cabeza descubierta.
El
despipote va tomando carácter épico. Las copas desaparecen de la barra. El tono
festivo hace que el padre Merrin se
descubra y esboce un guiño que parece una sonrisa. No se sabe de dónde aparece
otra mujer, tocada con un Fedora.
Manuel
se da la vuelta. Cree que le han tocado el culo. Una rubia y uno que se hace
pasar por Craig David, disimulan y
mueven la mano: “pío, pío, que yo no he
sío”.
El
mosqueo de Manuel va in crescendo. La
borla de la chica bailarina que tiene al lado casi le da en el ojo y, para más inri, recuerda la gorra de chulapo que
olvidó ponerse y que le haría sentirse más integrado.
Manuel
quiere pirarse. Pide la cuenta. El camarero emplea el método vasco para cobrar
pintxos y, en lugar de contar palillos, cuenta copas. “Veintiuno”, afirma ufano, como si estuviera jugando al blackjack. Su capacidad para hacer
aparecer copas parece casi mágica. El fotógrafo tira fotos, pero no pilla al
prestidigitador que hay bajo el mandil burdeos. La mano siempre es más rápida
que el ojo.
Ni
Bárcenas. Aparece un sobre y el café
se mantiene intacto. El confeti cubre parte de la barra. En la mano de Manuel
se marca una vena.
Manuel
no aguanta. Asoman sus lágrimas (y sus dientes).
12:27.
Manuel ha salido a chupar cámara y alcachofa amarilla de TV4. Detrás suyo, una
chica agita un papelito de pega (se ve que el reverso es prístinamente blanco).
Su amiga, con gorro navideño, se agarra con dos manos y es seguro que, en
breve, deberá poner a prueba el antiprincipio de Arquímedes: “dame un punto de
apoyo y conseguiré que el mundo deje de moverse”.
Aparece
su mujer. No desde la derecha, como vimos que hacía Manuel. Ella llega desde la
izquierda. O ha hecho un requiebro o le costará dar explicaciones a un Manuel
que, a estas alturas, no siente la sangre en el cuerpo. Una mujer de mediana
edad dedica la mejor de sus sonrisas a la cámara (y a toda España).
Antonio
por fin ha salido. Los tres gnomos bailan felices. Manuel y su mujer se
abrazan. La reportera menos dicharachera de la historia de las retransmisiones
en directo sigue con su interminable cháchara.
*****
La
primera (mala) noticia es que para no saturar al público, han preparado una
campaña envolvente. Son 9 (nueve) anuncios. Seguramente los irán dosificando.
Pero he podido capturarlos todos.
[El Doctor Ugur Yansel no podía soportar la visión
de pies con pedicura francesa. Participando en la TV turca repitieron tantas
veces la imagen que terminó sufriendo uninfarto.
Pese a estar hablando de
cómo prevenirlo.
Con este aviso, las
consecuencias de la exposición a los vídeos que vienen a continuación, corren
de tu cuenta].
Y,
a partir de hoy, serán analizados.
Episodio 1 – El
mayor premio es compartirlo
Episodio 2 – Si
tú supieras
Episodio 3 – El
secreto
Episodio 4 –
Beautiful
Episodio 5 –
Dilo bien
Episodio 6 –
Llamada
Episodio 7 –
Carpeta
Episodio 8 – No
siempre se gana
Episodio 9 – No
la pierdas
Extras – Traca final
Seguimos
tras una pausa.