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lunes, 17 de noviembre de 2014

La envolvente de Navidad

Todos hemos visto el anuncio. La campaña de la Lotería de Navidad empezó a emitirse el miércoles 12 de noviembre. Y estará machaconamente presente hasta el 22 de diciembre, el día del sorteo.

Es una campaña. Marketing de guerra. Su objetivo es evidente: asaltar el bolsillo de los españolitos de a pie. Ni Felipe, ni Mariano, ni Rato, ni Pdro Snchz, ni Pablo Iglesias, ni Sánchez Gordillo, ni Messi, ni CR7, ni Olga María Henao, ni Isabel Pantoja (por poner sólo a diez) necesitan hacerse con un décimo.

Pero tú, seguramente, sí.

Así que debes tener cuidado. No son tus amigos. No tienen escrúpulos. Y, por mucho que (todavía) no respondan a intereses privados, están locos por tu pasta.



Vale.
El spot es bueno.
Está en boca de todos.
A favor o en contra.
Han conseguido su propósito.
Ha polarizado a la audiencia.
Sin término medio.
O te gusta, apasionadamente, o lo detestas.
Puede que te emocione hasta hacerte brotar lágrimas.
O que hayas intuido parte de la trama.
Pero no te ha dejado indiferente.

*****

Aquí puedes verlo, [si eres del planeta klingon y no lo has visto aún].





¡Qué bonito todo!, ¿verdad?
O quizá sólo sea la fachada.
Tal vez, rascando un poco, será posible encontrar la trampa.
El truco.
El señuelo con el que captan tu atención para que no veas cómo te despluman.
El principio básico del trilero.
Centrar tu mirada en una de sus manos; es la otra la que está metida en faena.

*****

Jon D. Domínguez es director de fotografía y fue el responsable de tal tarea en la confección de la maqueta para presentar al concurso que la agencia Leo Burnett ganaría y que, en una práctica común, haría sin cobrar, a expensas de ser contratado para la producción definitiva. No sería así. Da su versión en un blog creado ah hoc.

Afirma que el spot es “tierno, emotivo, bonito, y técnicamente impecable”.
Es su valoración, no la mía.

*****

Estoy más de acuerdo con quien sostiene que, por alguna extraña razón está ambientado en Berlín en 1989, quizá coincidiendo con la actuación de David Hasselhoff, buscando la libertad, empleado como ariete para el acoso y derribo de un muro ignominioso.

He leído la versión del director, firmada por un tocayo del titular del bar.
Plausible.

Y cientos de interpretaciones variopintas para este singular fenómeno.

Así que tratar de dar una nueva visión es un reto complejo.
Los que molan de veras.
Allí voy.
Espero que tengas un poco de tiempo

*****

Antes de empezar, hay que situar el contexto.
Quizá no sea Berlín. Y seguramente no es 1989, pero no es la España en la que yo vivo.
Y no son, desde luego, humanos los seres que pueblan la pantalla.
Tendré que demostrarlo.

Deconstruyamos.

Vamos con Manuel y Antonio, protagonistas de la entrega.

*****

Manuel mira por la ventana.
Los ojos vidriosos.
Su mujer le habla.
Se vuelve.
Está en casa.
En el salón.
Es su hogar.
Una lámpara y un par de cuadros.



Ambos cuadros representan el paisaje que se ve desde la ventana, en su lugar de origen. Como la colina del Windows 98. La lámpara esconde diversos prototipos, reducidos a escala, de las naves interestelares en las que suelen viajar. ¿Recuerdas “MIB”, con Will Smith y Tommy Lee Jones?


Un barómetro en la pared. Mis abuelos tenían uno igual. Y la pared del salón chapada en madera.


Una vespa blanca. Mi tío tenía una igual.


En los bajos del portal de la casa de Manuel hay, ¡abiertos!, dos establecimientos: uno, “Muebles de cocina”; el otro, “La Tahona de la abuela”. El segundo tapa el escaparate con cortinas, mientras a la puerta hay aparcado un carrito de carga (de madera) y una señora charla con la transportista de un bebé. Ambos locales sobreviven a pesar de la expansión sueca, el intrusismo de GG SS, o la proliferación de franquicias. También se veía un local con un escueto cartel que reza “Flores” y otro par que no he podido identificar. A pesar de la hora (recordemos que es por la mañana; acaba de producirse el sorteo), las luminarias están a todo trapo. Examinando la fachada del edificio no se vislumbra ni un solo Santa Claus trepador.


Un comerciante se ha gastado una pasta en ambientar su local, con lucecitas colgantes, un abeto cargado de adornos, un árbol seco que ha forrado por completo, un par de guirnaldas y una corona mortuoria que, por decencia, ha cubierto de blanco. El cristal esmerilado y un esmirriado cartel de Feliz Navidad (recortado a mano) no dan pistas de a qué demonios puede dedicarse el sujeto.


Las muestras de la procedencia alienígena de los moradores del terruño, se van multiplicando. Una bicicleta, sin amarrar, está a la izquierda…


…y otra se ve a la derecha, también suelta. Posada junto a un banco, coronado de lucecitas que tapan un muro y se iluminan sin necesidad de estar enchufadas.


El Bar de Antonio tiene un ambientazo de aúpa. Parece el día de la final contra Holanda. Sólo que ahora está lleno por dentro, pero también por fuera. Ha llegado la prensa y se ve el corrillo jaranero a que estas situaciones jubilosas conducen siempre.


Cómo han llegado hasta allí es difícil de explicar. La toma cenital muestra que la furgoneta de la TV (con la paellera encima) ha dejado escapar un sitio más cercano a la puerta del local y se han tomado su tiempo para maniobrar y aparcar de culo, sin rodadas impresas en el blanco manto. Además, pese a bajar precipitadamente, sin tiempo para cerrar la puerta corredera, no han dejado huella en la delatora nieve. Ni siquiera el propio Manuel, que debería ir contrito, arrastrando los pies, deja más marca que la del pie que acaba de levantar. No vale la excusa de que está nevando; cae un poco más que la caspa de Torrente alborotándose el pelo.


Se ve que los hombros de Manuel están limpios. Y se ven todos los detalles, porque es fácilmente perceptible que la jamba de la puerta presenta desconchones que deben ser reparados.


Una tropa salta y brinca. Antonio ha tenido tiempo de desempolvar las copas y sirve champán (es patriota y partidario del boicot al cava). Entre una grey, que se viste con tonos pardos, se aprecia a una mujer, con pelliza (mi prima tenía una igual, estilo McCloud), recibiendo un beso. También se ve un tipo que se cubre con sombrero (recuerda al padre Merrin, Max Von Sydow en “El exorcista”) e inicia un gesto cómplice. Y una jovencita con gorro de lana embutido. Otro lleva un jersey de campo, color berenjena, con trenzas en las mangas. En el bar hay ambientazo (y tufo a sobaquina).


Comparten el mismo plano un joven con chaqueta verdiblanca (estilo Starsky), un abuelo con chaqueta gris, bufanda y boina (remedo de Paco Martínez Soria) y tres jóvenes que, pizpiretos, lucen gorro de Navidad, pese a estar a 22 (día; los grados irán subiendo y el termómetro del local estallará).


Antonio trae una cara de satisfacción que no le cabe en el cuerpo. Singing Fish asoma su boca cantarina; tenerlo ahí colgado era un signo premonitorio. La caja registradora manifiesta que no estamos en 1989. La báscula de aguja (analógica) parece fuera de contexto. El calcetín y la bola contrastan cromáticamente con la camisa a cuadros del jefe y el abeto casero (una nota retro). Mínimamente asoman y se vislumbran las bolas que el buencha se ha arrancado, para mostrarlas como colgajo, a modo de trofeo. ¡Qué güevos!


Antonio tiene la capacidad de multiplicar el vino (aunque sea blanco y de aguja): pese a que un montón de copas se ven llenas en la barra, en perfecta formación, varios de los presentes trasiegan de la suya. Un tipo, de aspecto siniestro, contrasta con el ambiente festivo, aunque se esconda al fondo de la barra; lleva camisa blanca, chaqueta y corbata oscuras y se le intuye un aire de estar fuera de su ambiente habitual. Ha reemplazado súbitamente a la joven del gorro de lana. El barman no se despista y sirve a Manuel su cafelito. Un fotógrafo inmortaliza el momento.


Una chica mulata, rizosa, con chaqueta lavanda (la sobrina de Bob Marley) salta y sujeta una botella en la mano diestra. A su lado, una mujer dada a vestirse en una tienda especializada en caza y pesca, hace evidente lo difícil de estar en ese bar con la cabeza descubierta.


El despipote va tomando carácter épico. Las copas desaparecen de la barra. El tono festivo hace que el padre Merrin se descubra y esboce un guiño que parece una sonrisa. No se sabe de dónde aparece otra mujer, tocada con un Fedora.


Manuel se da la vuelta. Cree que le han tocado el culo. Una rubia y uno que se hace pasar por Craig David, disimulan y mueven la mano: “pío, pío, que yo no he sío”.


El mosqueo de Manuel va in crescendo. La borla de la chica bailarina que tiene al lado casi le da en el ojo y, para más inri, recuerda la gorra de chulapo que olvidó ponerse y que le haría sentirse más integrado.


Manuel quiere pirarse. Pide la cuenta. El camarero emplea el método vasco para cobrar pintxos y, en lugar de contar palillos, cuenta copas. “Veintiuno”, afirma ufano, como si estuviera jugando al blackjack. Su capacidad para hacer aparecer copas parece casi mágica. El fotógrafo tira fotos, pero no pilla al prestidigitador que hay bajo el mandil burdeos. La mano siempre es más rápida que el ojo.


Ni Bárcenas. Aparece un sobre y el café se mantiene intacto. El confeti cubre parte de la barra. En la mano de Manuel se marca una vena.


Manuel no aguanta. Asoman sus lágrimas (y sus dientes).


12:27. Manuel ha salido a chupar cámara y alcachofa amarilla de TV4. Detrás suyo, una chica agita un papelito de pega (se ve que el reverso es prístinamente blanco). Su amiga, con gorro navideño, se agarra con dos manos y es seguro que, en breve, deberá poner a prueba el antiprincipio de Arquímedes: “dame un punto de apoyo y conseguiré que el mundo deje de moverse”.


Aparece su mujer. No desde la derecha, como vimos que hacía Manuel. Ella llega desde la izquierda. O ha hecho un requiebro o le costará dar explicaciones a un Manuel que, a estas alturas, no siente la sangre en el cuerpo. Una mujer de mediana edad dedica la mejor de sus sonrisas a la cámara (y a toda España).


Antonio por fin ha salido. Los tres gnomos bailan felices. Manuel y su mujer se abrazan. La reportera menos dicharachera de la historia de las retransmisiones en directo sigue con su interminable cháchara.

*****

La primera (mala) noticia es que para no saturar al público, han preparado una campaña envolvente. Son 9 (nueve) anuncios. Seguramente los irán dosificando. Pero he podido capturarlos todos.

[El Doctor Ugur Yansel no podía soportar la visión de pies con pedicura francesa. Participando en la TV turca repitieron tantas veces la imagen que terminó sufriendo uninfarto.
Pese a estar hablando de cómo prevenirlo.
Con este aviso, las consecuencias de la exposición a los vídeos que vienen a continuación, corren de tu cuenta].

Y, a partir de hoy, serán analizados.

Episodio 1 – El mayor premio es compartirlo
Episodio 2 – Si tú supieras
Episodio 3 – El secreto
Episodio 4 – Beautiful
Episodio 5 – Dilo bien
Episodio 6 – Llamada
Episodio 7 – Carpeta
Episodio 8 – No siempre se gana
Episodio 9 – No la pierdas
Extras – Traca final

Seguimos tras una pausa.

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...