En la Revista de Literatura Quimera, en el número correspondiente al mes de Octubre de 2016 (nº: 395), podéis encontrar esta reseña de mi libro de microrrelatos "Todo es mentira. Y sin embargo", realizada por Franco Chiaravalloti, escritor y profesor de l'Escola d'Escriptura (Ateneu Barcelonès).
En el mismo número, en la sección LOS PESCADORES DE PERLAS podéis leer seis microrrelatos inéditos de mi autoría.
Bisagras que dividen lo real de lo imposible
A propósito de Todo es mentira. Y sin embargo,
de Xavier Blanco
Franco Chiaravalloti
Decía en uno de sus Cuatro cuartetos el
poeta estadounidense T. S. Eliot: “Las
palabras se esfuerzan, se resquebrajan, a veces se rompen bajo la carga y la
tensión.
Resbalan, se deslizan, perecen...”
Las palabras son puente y son muro:
conectan al tiempo que separan nuestra individualidad de los fenómenos
exteriores. Nos conectan cuando propician la necesidad vital de experimentar la
realidad tal y como es; nos separan cuando construyen a nuestro alrededor un
mundo paralelo que nos aliena y envenena. Las palabras codifican la experiencia
humana para transportarla a otros horizontes, para transferir vivencias
pretéritas a generaciones futuras. Y ante esta singularidad, la literatura nos
sirve para manipular las palabras no como puente ni como muro, sino como
ventana. Si solo las adoptáramos por su valor denotativo, las palabras se nos
acabarían resquebrajando entre los dedos; acabarían –tal como sugiere Eliot–,
rompiéndose, resbalando, pereciendo.
Por eso la literatura es –debe ser–
inherente a la experiencia humana, porque solo con ella las palabras
transforman la realidad en multiversos, en el bálsamo que le quita hierro a la
visión objetiva del todo, en la duda que es siempre saludable. Tal es la
premisa de Todo es mentira. Y sin embargo, la colección de microrrelatos
con la que el barcelonés Xavier Blanco sale por fin a la arena tras varios años
de forjar historias en el circuito de la narrativa hiperbreve de España. Aunque
se trate de una primera publicación, Blanco despliega oficio en esto de
cincelar universos con la mano quirúrgica que requiere el microrrelato, un
pulso evidenciado en la conciencia con la que trata cada imagen, en los
silencios introducidos a conveniencia, en el mesurado control de las
expectativas a pesar del terreno escueto en el que juega. Y estas imágenes,
silencios y expectativas confluyen en desenlaces que, generalmente, cobran
forma de efecto sorpresa, que si bien es un rasgo inherente a la forma del
microrrelato, en este volumen el autor lo introduce para exponer su postura
sobre el valor de la literatura, ya que el final de varios de los relatos abre
la puerta a lo ilógico, a todo aquello intangible que solo las palabras son
capaces de edificar. Y he aquí el punto de ignición de cada cuento: en
literatura, lo imposible solo toma cuerpo con lo fantástico, y aquello
fantástico –en palabras de la escritora Ana Blandiana– “no se opone a lo real,
sino que constituye su representación más llena de significados”. Para Blanco
lo irreal es más auténtico que la realidad. Y tal como señala Susana Camps en
uno de los prólogos del volumen, es la única vía para resolver la soledad o la
desdicha de los personajes.
“La magia no existe”, pontifica el
autor. “Y sin embargo”, añade a continuación, con esa locución mágica que
funciona de bisagra del lenguaje entre lo tangible y lo improbable. El sin
embargo activa el pacto de ficción para poner de manifiesto la voluntad del
lector ante una obra narrativa: se ha de aceptar el artificio que tiene ante
sus ojos, bajar las reservas y dejarse engañar. Tal es la voluntad necesaria
para recorrer territorios habitados por sirenas, parkas, padres indolentes,
seres deseosos de morir porque están condenados a la eternidad –¿quién no
quiere morir cuando tiene que aguantar una vida eterna?–, todos personajes
creados para provocar aprensión pero que al final generan pena, al igual que
los monstruos de El fin de los dinosaurios, de Javier Tomeo.
En el último apartado de los siete que
componen el volumen, los relatos parecen girar hacia lo apocalíptico, hacia la
falta total de esperanzas. Pero nuevamente aflora la bisagra, el factor que
bifurca las conclusiones hacia el relativismo, que, cual principio de
incertidumbre, pone en entredicho la perspectiva del observador con los
fenómenos que ocurren a su alrededor: la fe puede salvarnos, y sin embargo; el
cielo es indiscutiblemente azul, y sin embargo; decimos estar satisfechos de
nuestra vida. Y sin embargo.
Tales son los ecos de Todo es mentira..., el primer ladrillo de unos cimientos en los que se percibe un
pulso narrativo con una fuerza capaz de erigir muros, tender puentes o, mejor
aún, abrir ventanas.