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jueves, 30 de diciembre de 2010

se oye

Te resuenan por dentro los charcos gruesos que se fueron formando por la lluvia.
Sales, a acortar las lejanías y te das cuenta de la ubicuidad de tu mismo y áspero reguero.

Das la espalda y por detrás hay niños que lloran y que vociferan maldiciones con los dientes amarillos, encerrados entre cuatro paredes descascaradas. Sólo los escuchan sus manos dormidas de la opresión y el desencanto.

Allá, tras las miles de ventanas y puertas mal cerradas, logra oírse el traqueteo malsano de tus hijos, que empolvan los cajones con sus talones duros y sus orejas rojas por el frío, urdiendo el aparente golpeteo de sus rodillas contra el suelo, gastadas, gastado.


Y no hay regreso...


Y soy la única damita que calma el mar de charcos...

viernes, 22 de octubre de 2010

alicaí

Lo intenté… lo juro que sí… intenté no caer tan repentinamente en la deleznable transformación al rostro sin nombre… y no. No pude evitar que de la manera más sensata y extraña me abrieras la mano y depositaras en mi palma un pedazo de tu alma, estrechamente herida, estrechamente agrietada por tanta piedra.
Quedé con la sien repleta, con los hombros flacos, con los labios despintados, mientras que una aguja larga iba rompiendo una por una mis capas moradas para llegar al otro lado. No hubo revés (Si eso es lo que querías, no hubo revés). Hubiese sido más claro que vinieses a tenderme el lecho para yo poder hablarte las veces que hubieran sido necesarias… Y hurgué, no es que no lo hice; hurgué y me hundí bien adentro de tu espalda, toqué tus horadados huesos, trasplanté el tallo que había dejado entre medio de las vértebras tejidas de quietud por los años… y decidí contar de frente a tu nariz roja una por una las hendiduras… No pude hacer nada más que eso… la voz se me ha ido.


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