¿Qué pasa con las canciones?
Se puede prescindir de las novelas, de los cuentos, de los ensayos, de
los sistemas filosóficos. Los análisis políticos son interesantes pero no
necesarios. Podemos vivir sin el teatro, incluso sin el cine, pero ¿quién puede
vivir sin las canciones? El oficio de tejedor de canciones tiene una nobleza
antigua, difícil de explicar en términos pragmáticos: ¿Para qué sirven las
canciones? Son compañeras de la vida, señaladores de la memoria, vehículos
espaciales: una canción nos transporta siempre al más allá, nos enamora de
vuelta de quién ya nos habíamos olvidado, nos devuelve a aquella tarde perdida. Las canciones son nuestra educación sentimental, nos enseñan la magia
y la pérdida, nos ayudan a decidir de qué lado de la línea queremos vivir.
Condensan un mundo en tres minutos, aéreas, concisas, indelebles. ¿Quién será
el pobre que no tenga canciones?
Eduardo Mateo era un tejedor de canciones:
“Un día Mateo pasó a
visitarme, yo estaba durmiendo y me despertó. Se sentó ahí en la cama. El me
estaba mirando, hasta que, bueno, cuando vi la presencia de él yo en seguida me
desperté más rápido, abrí la ventana, «Hola, qué tal», -era como un privilegio,
¿no?-. Y bueno, así charlando, yo agarré la guitarra, empecé a cantar una
melodía que tenía. Y él me dijo: «¿tenés un papel y un lápiz?». Le di un papel
y un lápiz, y me dijo: «cantá la melodía». Me la hizo cantar varias veces. Y me
hacía parar, y él escribía. Así sucesivamente, una hora, dos horas... Hasta que
me dice: «dame la guitarra». Agarró la guitarra y empezó a ensayar el tema ya
con esas palabras, haciendo una descripción sobre mí y sobre lo que había
alrededor nuestro en ese momento. Porque habla de que no había reloj y es
verdad, porque el reloj que había no andaba. Habla de un jarrón con rosas: es
verdad. Habla de un pantalón que estaba ahí a los pies de la cama, con flores,
y es verdad – porque en aquella época usábamos ese tipo de ropa-. Habla de una
guitarra marrón: sí, es verdad. Habla de lo que yo digo «yo quiero fumar», con
lo cual me refiero, me gustaría aclararlo ahora, al La Paz
suave. (El que habla es Pippo Spera, amigo de Mateo y también músico, unos
años menor que él. Se refiere a la co-autoría de la canción Pippo, alrededor de 1968.)
Pippo,
amigo que vistes color
con
tu guitarra marrón
Siempre
sonríes con una canción
no
hay en tu casa reloj
Eres
muy lento cuando sales de la cama, ah
mientras
la luz se queda fría en la ventana, ah, ah...
Andan
las flores por tu pantalón
dices
del mundo dolor
Alguien
entrando golpea el portón
rosas
hay en tu jarrón
Eres
muy lento cuando sales de la cama, ah
mientras
la luz se queda fría en la ventana, ah, ah...
Pippo,
amigo, yo sé que es verdad:
la
lluvia te ha de mojar
Dices:
no importa, yo quiero fumar
triste
la tarde se va
Eres
muy lento cuando sales de la cama, ah
mientras
la luz se queda fría en la ventana, ah, ah...
- ¿Cómo te sentiste con respecto a que la letra de esta canción fuera
dedicada a vos?- pregunta Guilherme de Alencar Pinto, autor de una
excelente biografía de Mateo, Razones
locas, editada en Buenos Aires el año pasado por Ediciones Zero.
Responde Pippo: “La primera
reacción fue una decepción. Porque yo esperaba «una canción», que hablara no sé
de qué, ¿viste?. Y como que de repente empieza a hablar de mí y ya se había
terminado la posibilidad de que apareciera un mensaje... No sentí ni halago ni
nada. Tenía un cierto no sé cómo llamarle, que se hablara de mí. Pero recuerdo
que me pegó la canción en el Parque Hotel, cuando él la estrena con El Kinto,
en un baile, ya con Urbano cantando.
Entonces yo ayudaba mucho al Kinto. (El
Kinto es la banda que Mateo tenía con Rubén Rada y Urbano Moraes, entre
otros, creadores del candombe beat y adelantados, allá por 1967, del rock en
castellano en el Río de la Plata).
Me ocupaba un poco de la utilería -continúa
Pippo-. Y me acuerdo que me llamó Mateo
para que subiera al escenario, y yo
dije: «algún cable, algún bafle, algo»... a ver qué era, ¿no?
Recuerda el propio Mateo: “Pippo
estaba en el baile. Entonces lo hicimos subir, lo sentamos arriba de un bafle:
tenés que verlo a Pippo: él siempre tenía camisas floreadas, botas de color...
Pero el Pippo siempre se vistió bien, ¿no? Pantaloncito justo... «Sentate acá».
Lo sentamos arriba de un bafle y le cantamos la canción. Fue el taponazo, el
taponazo.”
Pippo: “Bueno, obviamente, me
puse a llorar, ¿no? Una cosa que no esperaba que fuera eso, esa canción, ¿no?
Ya un ente aparte de mí. Con el cuidado que la trató, con el arreglo, con la
delicadeza... Algo increíble”.
Pippo, espectador privilegiado, co-autor y a la vez destinatario de la
canción, testimonia acerca del “Método Mateo de defraudar/desbordar las
espectativas”. Volvió a ocurrir decenas de veces: un oyente, muy bien
predispuesto con el músico admirado, queda descolocado al oir la canción, le
parece que algo no está bien o que es demasiado tosca o demasiado simple. Pero
necesita volverla a escuchar: sólo después de varios intentos la canción
empieza a abrirse para él, se da cuenta de que lo que percibió como anomalía en
realidad es un viaje en otra dirección, en el que se descubren territorios
desconocidos. ¿Cuántas veces la canción popular se permite este riesgo? No muchas,
millones de canciones transitan por caminos ya conocidos, canciones que uno
igual ama pero no producen esa inquietud.
La letra de Pippo es una
descripción llana de una cosita de nada -Pippo despertándose- que puede
confundirse con un costumbrismo que no supo elegir un tema más interesante. Las
canciones suelen ser más dramáticas. Mateo, a lo largo de su obra posterior,
volverá sobre este descentramiento: porque de lo que se trata es de echar una
luz rara sobre lo que resulta familiar: entonces empieza a verse otra cosa.
Para entender de qué estamos hablando es necesario escuchar Pippo por El Kinto. Esta banda jamás editó un disco, y el material que hoy
circula en CD (El Kinto Clásico, Sondor, 1998) proviene de playbacks grabados para la TV, cuando en los programas no
se tocaba música en vivo. El sabor que trasuntan estas canciones –y
particularmente Pippo- remite
directamente al que casi por la misma época estaban logrando de este lado del
río Almendra, Los Gatos, Moris: una música
fresca, muy atenta a la convulsión que se estaba produciendo en ese momento en
el pop mundial: la bossa nova, el soul, los Beatles. La irrepetible
conjunción de los talentos de Rada, Mateo y Urbano contaba con un enorme background: se conocían de tocar en
boliches nocturnos de Montevideo: pasaban del bolero al tango, de Joao Gilberto
al candombe, de la milonga a la canción francesa. Ese legado musical, unido a
un swing incomparable y al talante
desprejuiciado de aquellos jóvenes, hizo posible que sonasen uruguayísimos,
parecidos a nada y a la vez en sintonía con la modernidad más estricta. Los
oídos más ortodoxos del ambiente musical montevideano los reprobaron bajo un
temible anatema: los tildaron de epigonales.
Este feísmo verbal equivale al igualmente feo extrangerizante, con el que se descalificó la emergencia de nuestro
primer rock nacional. Curioso (o no tanto): la descalificación venía de los
representantes de la izquierda comprometida.
Un tal Coriún Aharonian, prestigioso animador cultural de ese sector,
dijo de Mateo: “tiene un aspecto
cuestionable que es su gran cuota de epigonalidad, una epigonalidad bastante
relacionada con áreas de poder, digamos, metropolitano o submetropolitano,
selectivamente no-rioplatenses. (...) Y eso tiene que ser señalado en relación
con otros integrantes de esa generación que tienen un nivel de búsqueda de
arraigo muy consciente y muy esforzado, muy trabajado, desde comienzos de los
sesentas. Es el caso de Viglietti, de Los Olimareños (...) y también de
Zitarrosa. Es, por supuesto, parte de una toma de conciencia política. Que
evidentemente, en los sesentas Mateo no tenía.”
Con este lenguaje retorcido se expresa alguien que la tiene clara, aunque lo que dice sea
de una indigencia intelectual desalentadora:
los artistas populares “serios” y “comprometidos con el pueblo” deben
“esforzarse” por reproducir un folklorismo conservador que le cierre el paso a
las corrientes “extranjerizantes” (¡epigonales!). La izquierda se supone que existe para llevar
adelante un proceso de emancipación humana, pero siempre ha demostrado,
especialmente en el terreno del arte y de la cultura, una verdadera vocación
por la opresión, por el conservadurismo más cerril, un odio por la
singularidad, por la excepción; todo lo cual hace temer por lo que harían al
llegar al poder . Los dictámenes de gente como Aharonian han tenido, en épocas
de gran politización, el poder de hacer
que artistas como Mateo fueran tratados como parias y tuvieran que sostener su
posición artística y vital en medio de la indiferencia, cuando no de la
hostilidad, de sus contemporáneos. (No
importa: igual los Coriún están destinados a ser una nota al pie en las
biografías de los Mateos.) Por eso, durante la dictadura militar uruguaya,
y más aún con la vuelta de la democracia, los exponentes de Canto Popular
Uruguayo que Aharonian pone como ejemplos de “artistas concientizados”,
ocuparon el centro de la escena, mientras que músicos como Rada, Urbano o los
hermanos Fatorruso tuvieron que emigrar en busca de oidos más abiertos. Y Mateo
se quedó virtualmente solo.
Mateo solo bien se lame
Pero la soledad de Mateo no fue la de una víctima de las
circunstancias, sino la de un artista resuelto a ser fiel a su visión, al que
le importa poco la incomprensión de críticos y público. En los años 70 y 80 le
asestó sucesivos golpes al conformismo de la música popular haciendo una música
cada vez más libre y osada: y por eso mismo cada vez más hermosa: Mateo solo bien se lame (1972), Mateo y
Trasante (1976), Cuerpo y alma (1984)
y Mateo y Cabrera (1987)son discos en
los que Mateo no descansa sobre su prestigio de pionero del candombe beat, sino
que sigue explorando cada vez con mayor decisión. Hasta sus fans
incondicionales vacilaron.
Jaime Ross, quizá el más famoso de los discípulos de Mateo: “Año 72, estábamos al borde de la dictadura,
en plena guerra civil. Yo escuché a íntimos amigos decir que Mateo solo
bien se lame tenía buena música, pero las
letras eran una porquería y una estupidez, ya que no hablaban de lo que tenían
que hablar. Se lo despreciaba: era «un divagante», siempre se lo tuvo un poco
bajo un signo de desconfianza”.
Quién
te viera
pensar
mientras
sola
llevas sombras del jazmín
sobre
tu cabeza
quien pudiera
ser
la pena
que
entre el agua descansa en tus ojos
triste
luna llena
Si
supieras
Un
día serás de verdad y habrá quien me quiera
No es que Mateo sea un extraordinario letrista a la manera de,
digamos, un Bob Dylan. Sus letras escuetas y a menudo desconcertantes son, en
todo caso, uno de los precisos componentes de su arte refinado. El es un
tejedor de canciones, de una economía franciscana, ajeno al efectismo y a la
ostentación. Su oficio se apoya en estos pilares:
1) Su mano
izquierda arma en la guitarra secuencias de acordes inhabituales, renuentes a
un sentimentalismo fácil.
2) Su mano
derecha ejecuta ritmos de acentuación irregular, metarritmos, que combinan o
insinúan la milonga, la batida bossanovista, las tablas hindúes, la taquicardia
o su propia tartamudez.
3) Cuando
canta, Mateo se anima cada vez más a liberar sus propias inflexiones, su extraña
pronunciación, y hace de ello una forma musical. (Hay que oir la delicadeza con
la que se apropia de Blackbird de Mc Cartney: está en el CD El tartamudo, una especie de anthology editado en el 2000)
Es evidente que Mateo existe bajo el paradigma del extraordinario Joao
Gilberto, pero eso no significa que reproduzca su estilo. Más bien se trata de
que, escuchando a Gilberto, así como también escuchando a los Beatles (a los
que nunca imitó, como sí lo hicieron los talentosos Shakers) Mateo se permitió
liberar su propia musicalidad.
Cuando Jaime Ross escucha en 1976 Mateo
y Trasante, le pasa algo parecido a lo que le había pasado a Pippo al oir
su canción:“Mateo y Trasante fue un
disco que la primera vez que lo escuché me hizo reir, me pareció muy malo. La
segunda vez que lo vi me produjocomo un
shock, dije: «Epa, lo tengo que oir nuevamente». Y cuando lo escuché por
tercera vez –yo siendo incluso un fanático de Mateo, necesité escucharlo tres
veces- bueno, me pareció que me encontraba delante de una música realmente
superior.
Dice Ariel Ameijenda (sitarista con el que Mateo tocó durante 2 años):
“El siempre perseguía eso que se llamaba
«la descomposición». Por ejemplo, cuando hacía un ritmo que quedaba flotando
arriba de otro ritmo. ¿Viste que a veces quedaba una cosa supersimple, pero que
la daba vuelta, caía la una a tierra, la otra no? (...) Esos desfasajes a él le
encantaban, decía que ahí entraba todo. «En la descomposición» me decía, «están
todos los ritmos». Ya rompés por
completo el modo, la escala, la armonía, todas las notas son válidas.”
Y hoy te vi
Cuando en las noches largas
una esperanza miente
cuando la angustia es
fuerte
sufres, te mueres
Cuando a la puerta triste
llama la tarde fría
hiere tu noche tibia
sufres, te mueres
Y hoy te vi, nena
mirando rosas hoy te ví
tú nunca dices qué hay en
ti
hoy te vi
¿Qué pasa con las canciones?
Angel Eduardo Mateo Lopez nació el 19 de septiembre de 1940 en la
ciudad de Montevideo. La primera vez que oyó música en vivo fue a los 3 años,
cuando su madre lo llevó al Parque Rodó a ver a la Bnada Municipal,
que esa noche tocaba el Bolero de Ravel. Mateo, de la mano de su mamá, no paró
de temblar durante todo el concierto.
La impresión fue tan profunda que nunca pudo olvidar aquella noche. De
chico empezó a cantar y a tocar el redoblante en una murga de botijas. Después formó parte de conjuntos que tocaban
música bailable en boliches y clubes. A mediados de la década del 60 se
encontró con Rubén Rada y formaron El Kinto. A comienzo de los 70 se largó como
solista Quizá fue por entonces que algo se desató en su cabeza o en su
alma. A partir de ahí, se fue deshaciendo de las aspiraciones mundanas. Su
talento se volvió errático e inmanejable. A pesar del inmenso prestigio que fue
logrando, siempre vivió en la pobreza, incluso en la mendicidad. Compuso
hermosas canciones. Murió el 16 de Mayo de 1990 en el Hospital de Clínicas de
Montevideo. Tenía 50 años.
Mateo dejó un profuso anecdotario, episodios risueños o patéticos, que
son lo que aquí menos importa. Pero hay algo de lo que trasmiten esas anécdotas
que se parece a sus canciones: imprevisibles, desconcertantes, convocan más que
nada la inquietud, un mundo extraño que
nos habla al oído, pero que ya no escuchamos.
Trasante, percusionista de Mateo, con el que grabaron un hermoso disco
en 1976: “Hay una parte mística de la
música que hoy en día se ha perdido, ¿no? La gente toca para ganar plata. Pero
no está tocando conciente de lo que está tocando. Quiere decir: piensan que son
concientes y no lo son, porque no analizan en absoluto cada golpe que dan.
(...) Están todos preocupados de tocar más rápido y más fuerte. No hay escucha,
no hay silencios. La gente no se da cuenta de que un músico, antes que nada, es
un sonido, un golpe, una nota. No hay percusionistas que tengan espacios
rítmicos. Todos tocan pa’llenar, nadie toca pa’ dejar un espacio (...)
“Mateo tenía un sonido.
Ese sonido, Mateo lo tenía tanto en la guitarra como en el tambor: y él logró
encontrar un sonido porque lo buscó. Y el tiempo: Mateo tuvo unas ideas
rítmicas maravillosas, sobre todo en el sentido del tiempo, lo cual le permitía
justamente colocar los golpes donde nadie los coloca.”
Mateo coloca los golpes donde nadie los coloca.
(Esta nota fue originalmente publicada en revista La otra nª 2, primavera 2003. Edición agotada)