Mostrando entradas con la etiqueta Richard Dawkins. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Richard Dawkins. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de febrero de 2009

Cuentos verdaderos que contar

Ahora que hace 200 años del nacimiento de medio mundo (Charles Darwin, Edgar Allan Poe, Abraham Lincoln, Mariano José de Larra, Gógol…) también he tenido mi pequeño espacio de recuperación de la memoria. Lo he llenado con el primero de la lista, muy influido por la lectura que un año atrás realicé del libro de Dawkins y alarmado por la ingente cantidad de individuos que todavía osan, sin sonrojo, poner en tela de juicio lo que la ciencia expone y ratifica durante años de investigación.

Creo que aprovecharé mis últimos días barceloneses para comprar uno de esos libros siempre postergados, que pasan por ser inevitables en cualquier biblioteca informada, pero que hasta llegar a los bicentenarios u otros fastos no encontramos la excusa propicia para dar el paso. Acaba de reeditarse El origen de las especies en una edición cuidada y no dejaré pasar el momento para completar mi estantería dedicada a la divulgación científica. Fue Umberto Eco quien, en un artículo que no conservo, propuso una lista de libros divulgativos que todo ser humano debería leer, no sólo para saber más, sino para regocijarse ante la capacidad de algunos científicos por exponer con claridad ideas complejas. La obra de Darwin estaba en la lista.

Mi interés particular por el evolucionismo se relaciona con mi convivencia, durante la mayor parte del año, con una sociedad profundamente religiosa y que basa su fe en un principio inmutable de creación divina. Diez meses al año teniendo como interlocutores a personas con estas ideas le influyen a uno, claro está, pero no para relajar mis convicciones sino para reafirmar la necesidad de difundir el papel que la ciencia tiene hoy en día. Es una cruzada laica pero nada furibunda. No niego que la lectura de Dawkins casi me obliga a predicar por las plazas la buena nueva de que Dios no existe, pero al final acabé por centrar el problema en un hecho básico: el convencimiento a través de la negación es un muro de granito, así que afronto el tema desde la necesidad de difundir verdades que basan su razón en la ciencia, en los experimentos, en la deducción demostrable.

Al caminar por pueblos y calles centroamericanas hay una imagen recurrente, y es la de una persona con un libro bajo el brazo o bien agarrado del lomo. La acotación necesaria, antes de que nadie considere la fortuna de tener un gran pueblo lector, es que ese libro siempre es el mismo. De hecho es El Libro. No es necesario acercarse y ver la cinta ineludible que pende de alguna página interior, para recuperar el versículo, y sus tapas casi siempre azules. Ante esta unanimidad, el resto de obras quedan relegadas a la diversión y entretenimiento meramente intelectuales, ya sea una novela o un ensayo sobre genética: el saber sólo puede estar en un libro, y el resto se usa para matar el tiempo (quien tenga dinero y capacidad de comprensión lectora).

Es por ello que toda teoría no demostrable físicamente y ante las narices de uno pasa a ser un relato de evasión. He escuchado y leído en foros de la región o en conversaciones privadas verdaderas alucinaciones sobre el acelerador de partículas o cualquier invento que todavía esté en proceso. Habrá sido igual en todas las épocas, con la diferencia de que ahora hay elementos mucho más al alcance para contrastar cualquier opinión de café. Me huelo que esta vorágine anticientífica se relaciona con las ventas millonarias de novelas que exponen las más desvariadas conspiraciones terrenales, todo un éxito en esta década. Y supongo que el cambio de milenio influyó decisivamente para que triunfe cualquier teoría del fin del mundo y de la especie.

Por lo tanto aquí estoy, a punto de entrar en la sección de ensayo de una librería, para entender no sólo la base de la teoría de Darwin, sino para intentar explicarla mejor a los demás. Como ocurre con los eternos contadores de cuentos, también es necesario aprender teorías para irlas esparciendo con claridad, sin necesidad de debates estériles que conducen a posturas intransigentes. Frente a la moda de los buses con frase, me apunto a la corriente de la digestión pausada, la mecedora de mimbre y el atardecer, y una voz que dice mientras se balancea arriba y abajo: ven y siéntate, quiero contarte una historia que comenzó hace muchos años...

sábado, 25 de agosto de 2007

La moral al descubierto

Les comprendo, están ustedes de vacaciones. Nadie ha querido o podido responder al test de la moral a día de hoy, con lo cual me pongo a la tarea de dar resultados en abstracto, extraídos directamente del libro de Dawkins.

Las situaciones descritas en el anterior post presentaban casos más o menos realistas de actitudes humanas frente a opciones extremas. La vida cotidiana está llena de ellas, aunque no sean tan brutales: a cada momento debemos estar decidiendo (sí o no) entre dos caminos, dos posibilidades, sin poder optar por vías intermedias. Pero en los casos presentados nuestro sentido moral protagoniza la elección, por cuanto optar por una u otra posibilidad demuestra una toma de partido y, por lo tanto, un posicionamiento ante la vida y ante los demás.

El primer caso, que puede parecer ridículo, es un primer peldaño de la escalera: según los datos recogidos por Hauser, el 97% de quienes respondieron la pregunta optaron por salvar la vida del niño a costa de sus pantalones. Lo increíble, según se encarga de señalar Dawkins, es que un 3% prefiera salvar los pantalones, aunque no deja de ser un porcentaje estadísticamente irrelevante: está claro que de una manera general, cualquier ser humano (ateo o religioso) se lanzará al agua.

El segundo caso puede parecer más complejo, pero la estadística es de nuevo abrumadora: el 90% desviará el vagón, matando a uno para salvar a cinco. Pero nuestra moral comienza a temblar cuando el sujeto que se halla atrapado en la vía secundaria deja de ser un ser anónimo y pasa a ser alguien relevante y conocido, por ejemplo un escritor venerado en la senda como Marías. Pero cambien el nombre por Fleming o Beethoven, personas que hayan hecho aportes significativos al desarrollo de la humanidad. Y estoy convencido que el resultado se invertiría si la persona atrapado ya fuera alguien de nuestra familia: aunque este aspecto no aparezca en El espejismo de Dios, reconzco un factor moral de tipo genético que nos obliga a proteger a los miemboros de nuestra estirpe por encima de los demás seres, y por ello casi cualquiera preferiría que murieran cinco o más personas ajenas que su propio padre o hermana. La cuestión puede alargarse de manera perversa para saber hasta dónde sería moralmente aceptable desviar el vagón: ¿un amigo íntimo sobreviviría frente a los cinco? ¿y un amigo más lejano, o un tipo que fue un íntimo timepo atrás pero del cual hemos perdido ya la pista, y por tanto su significado en nuestra vida actual ya es mínimo?

Rizando el rizo, podríamos considerar que en el grupo de los cinco se halla (entre otros cuatro individuos anónimos) una persona que nos hizo daño en su momento, un enemigo. ¿Sacrificaríamos la vida de cuatro para saciar nuestro instinto de devolver el daño sufrido? Todas estas consideraciones, por muy juguetonas que puedan parecer sobre un papel, crean un cierto estado de desasosiego en quienes pensamos en ellas, prueba de que hay un sustrato genético muy definido que reacciona ante cualquiera de estas situaciones.

El cuarto caso presenta una diferencia fundamental que sin duda modificaría de manera contundente la estadística (Hauser no ofrece datos), y la explicación es de gran interés; como explica Dawkins, hay unas raíces kantianas en ella:

"La intuición que compartimos la mayoría de nosotros es que un espectador inocente no debería ser arrastrado repentinamente a una mala situación y ser utilizado para el bien de otros sin su consentimiento. Immanuel Kant articuló estupendamente el principio de que un ser racional nunca debería utilizarse como un medio no consentido para alcanzar un fin, incluso si el fin es en beneficio de otros"

Esta es la diferencia entre el cuarto caso y el segundo, en el cual la persona atrapada no está siendo utilizada para salvar la vida de los otros cinco, sino que sólo tiene la mala suerte de estar en el lugar y el momento equivocados (según Dawkins "es el lateral el que se está utilizando", o sea la vía secundaria). Para tener una conciencia más clara de este asunto, el quinto caso ejemplifica la misma idea con una imagen más precisa: el 97% de los encuestados respondieron que está moralmente prohibido aprovecharse de una persona sana para obtener sus órganos y así salvar a cinco pacientes (sin saber que son unos kantianos de tomo y lomo).

En definitiva, la conclusión del estudio es que no hay diferencias significativas entre religiosos y ateos al responder a las preguntas, y no existe una bondad cristiana superior a la que pueda experimentar un no creyente. El estudio también se realizó entre indígenas kuna de Panamá, adaptando las preguntas a su entorno cotidiano (vagones por cocodrilos) y de nuevo las respuestas fueron similares, estableciéndose juicios morales iguales a los nuestros. Saquen ustedes sus propias conclusiones antes de darse un nuevo chapuzón en las playas de Benidorm.

lunes, 20 de agosto de 2007

El test de la moral

El sexto capítulo de El espejismo de Dios presenta un estudio de caso sobre las raíces de la moralidad, extraído y resumido de una obra del biólogo Marc Hauser. Es uno de los momentos mágicos del ensayo, porque llegar a este punto no ha sido baladí: Dawkins se ha empeñado con bastante precisión en demostrar que el pensamiento religioso, y ahora la moral, hunden sus raíces en la genética y en la teoría de la evolución. Me parece que los argumentos expuestos son suficientes, aunque la teorización del hecho pueda parecer algo compleja: lo es por cuanto se habla de propuestas innovadoras que podrían propagarse desde las páginas de Science o de Nature, y desde este blog no voy a abundar para nada en ello por no ser el lugar adecuado para largas disquisiciones científicas.

Sí voy, en cambio, a hacerme eco de los ejemplos de Hauser, que a todo lector le pueden causar cierto interés. Aunque aquí no pueda permitirme hacer ninguna prueba estadística (las 70 u 80 visitas diarias al blog no van a tomarse la molestia de responder al test, y les comprendo), sí lanzo el envite para aquellos que quieran perder cinco minutos en leer y dejar su huella. Prometo, si hay varias respuestas, sacar cuentas y compararlas en otro post con los resultados ofrecidos por Hauser en tres de los casos siguientes.

La cuestión es fácil: los ejemplos se basan en escenas que hay que tomar como reales y cuyas únicas respuestas pueden ser sí o no. No hay que elucubrar sobre posibles terceras vías, ya que hay que tomar una decisión drástica en cada caso. La enumeración tiene algunos ajustes propios, y no me baso estrictamente en un test modelo, sino que propongo las cuestiones según me interesa a mí, aunque a partir de la lógica de Hauser. Veamos:

1. Ves a un niño que se está ahogando en un estanque y no hay otra ayuda a la vista. Puedes salvar al niño lanzándote al agua, pero tus pantalones se destrozarán en el proceso. ¿Ayudarás al niño?

2. Eres un guardagujas de una vía de tren. Del Sur viene un pequeño vagón descontrolado, y hacia el Norte hay cinco personas atrapadas en la misma vía sin posible escapatoria. Tienes la posibilidad de mover una palanca que te permitirá desviar el vagón a una vía secundaria antes del choque mortal, pero resulta que en esa misma vía hay otro hombre atrapado. ¿Modificarás la trayectoria del vagón (es decir, salvando a cinco y matando a uno)?

3. La situación es la misma que en el punto 2, pero sabes a ciencia cierta que la persona atrapada en la vía secundaria es Javier Marías. ¿Modificarás ahora la trayectoria del vagón?

4. Eres de nuevo un guardagujas. Hay una única vía, un vagón descontrolado y cinco personas atrapadas en esa vía. Pero en esta ocasión hay un puente por encima, al borde del cual hay un señor sentado, tremendamente obeso y fuerte, mirando la puesta de sol. Sabes que si empujas al hombre al paso del vagón, su corpulencia logrará detenerlo (y hacerlo trizas a un tiempo). ¿Empujarás al hombre para salvar la vida de los otros cinco?

5. Cinco personas están en un hospital esperando un trasplante de un órgano distinto cada uno. Se están muriendo porque no hay ningún donante disponible. En la sala de espera hay un hombre sano, y el cirujano se da cuenta de que sus cinco órganos están en buen funcionamiento y son adecuados para el trasplante. ¿Es moralmente permisible matar al hombre sano para salvar a los otros cinco?

Como decía, las personas que quieran contestar a estas cinco cuestiones pueden dejar su huella en la senda y a posteriori comentaré también las implicaciones morales que hay detrás, que ya fueron tan bien descritas mucho antes por Kant. Detrás de todo ello está el intento de Dawkins por demostrar que la moral es un aspecto con el que ya nacemos, absolutamente desligado de la religión.

________________________________________

Nos lo hizo saber Magda en una huella y ya está colgado también en la web no oficial de Javier Marías: encuentro por todo lo alto con sabor latinoamericano.

miércoles, 4 de julio de 2007

Novela vs Dios

Unas cuantas horas (lo que dura un apagón diario en Nicaragua) es lo que ha tardado Fernando Savater en entrar al trapo con mi propuesta del último post. No es que Savater haya leído mi blog (Dios le libre), sino que las circunstancias se conjuran a veces, de una manera muy laica, para que haya curiosas coincidencias en el tiempo. Yo propongo, Savater dispone, aunque el orden de los factores no merezca en este caso más atención que la mera simbiosis del azar.

Escribe hoy Savater en El País acerca del último libro de Dawkins y de tantos otros ensayos publicados recientemente sobre religión. Todos ellos alegatos en contra, ciertamente, pero conviene no pasar por alto esta profusión de argumentos, ideas y propuestas dirigidas hacia un mismo tema. Las ventas parece que también funcionan: la traducción española de The God delusion ha llegado a los 10.000 ejemplares, cifra muy alta para un ensayo de peso. Pero nuestro filósofo no lo ve claro en su ya perenne socarronería:

En ese catálogo, los autores anglosajones destacan por su agresividad y también por un cierto candor misionero en su refutación de las viejas creencias.

¡Como si no hicera falta todavía refutar y refutar (y digo más: refutar hasta la saciedad) las viejas creencias! Yo pongo la tele y aparecen, en un canal tras otro, predicadores de corbata ante públicos entregados y aullantes, en escenografías de cartoné y micrófonos sensibles al alarido. Todo eso pasaría a todas horas ante mis ojos si me dedicara a la sana labor de sentarme en un sofá con un mando a distancia en la mano, pero mi dedicación a la lectura me impide ocupar mi tiempo en esos esperpentos. En todo caso digo que el fundamentalismo en América campa por sus anchas, y por mucho candor que le echemos al asunto no hay que bajar la guardia y debemos seguir refutando la ilusión agazapada en sotanas y altares.

Pero Savater, más adelante y después de insistir en el vano empeño de querer convertir a los fieles a base de racionalismo, aporta unas palabras que yo esperaba desde hace tiempo:

Me parece que la religión es un tipo especial de género literario, como la filosofía, y combatirla como una plaga más sin atender los anhelos que expresa es empobrecedor no sólo para la imaginación, sino hasta para la razón humana.

Ahí está el hilo invisible que une dos mundos distantes gracias a la misión paralela que aportan a la sociedad. Es duro reconocerlo, pero de la misma manera que la religión puede ser un excelente consuelo para muchos, la literatura también. Así vista, la religión se convierte en una especie de mitología moderna, en una summa de historias inventadas a base de vírgenes que conciben hijos sin sexo previo, Lázaros que resucitan, almas que ascienden a los cielos, panes y peces multiplicados y tantos otros capítulos que formarían una novela ciertamente extensa. Pero Savater no habla del mal que ese tipo de literatura genera en la sociedad, probablemente porque no cree en ello, de la misma forma que no cree (y yo con él) que todo lector masculino de Lolita sea a partir de la última página un pederasta potencial. Ese es el riesgo de etiquetar la religión como un género literario: que acaba siendo tan inocente como un poema de Gloria Fuertes.

En cambio, sí creo que la literatura puede servir en muchos casos para suplantar una visión aterradora del mundo (con sus guerras, nuestras muertes y tanta vacuidad doméstica y cotidiana), como la religión puede servir para montar argumentos que alivien tantas penas. Pero ah, mientras que los lectores separamos sabiamente verdad y ficción, la religión se empeña en conformar una verdad impostada que sustituya a la que desde Darwin quedó mucho más clarificada. Por eso mi réplica a Savater: lo empobrecedor para la raza humana no es eliminar de un plumazo los géneros literarios (nadie lo propone), sino dejar como verdades otros géneros que pertenecen al territorio de la más absoluta ficción.

Arcadi Espada responde también el artículo de Savater con certera precisión y desde otro punto de vista. Pero yo lo tengo claro: entre el Evangelio de San Mateo y la Recherche, ya hice mi elección.

sábado, 30 de junio de 2007

¿Quién crea al creador?

El cuarto capítulo de El espejismo de Dios llega al meollo del asunto, a la refutación científica de por qué es “casi seguro” (las comillas son mías para remarcar el curioso concepto textual que usa Dawkins en el libro) que Dios no existe. Si previamente había presentado y refutado diferentes hipótesis sobre la existencia de un ser sobrehumano, ahora explica con bastante detenimiento cuál es la principal razón para dejar de creer en ello, o para que el lector pueda reafirmarse en su propio ateísmo. El adverbio que antepone siempre al adjetivo pone de manifiesto que no hay un final definitivo para este asunto, pero las probabilidades se decantan de manera muy clara hacia la propuesta del autor.

El problema está en que esta razón, por mucho que tenga un nombre sencillo (selección natural) es un proceso complejo que debe ser argumentado con un lenguaje científico, a riesgo de caer en una divulgación para legos que parezca sacada del Discovery channel. Dawkins entra al trapo y convierte algunas páginas del capítulo en fatigosas elucubraciones para y sobre sus colegas, en especial cuando escribe sobre el principio antrópico y la etérea teoría del multiuniverso. Pero tiene el acierto de incluir un resumen final en seis puntos que concretan sus postulados y la conclusión que ofrece al lector. Contra mi actitud habitual (no suelo transcribir largos párrafos de obras ajenas), me parece que en este caso es muy interesante copiar esos seis puntos y, aunque el paseante de la senda no vaya a leer el ensayo, pueda al menos cavilar un poco sobre ellos y hacerse una idea de uno de los argumentos más básicos del libro:

1. Uno de los grandes retos para el intelecto humano, a lo largo de los siglos, ha sido explicar cómo aparece en el Universo la compleja e improbable apariencia de diseño.

2. La tentación natural es atribuir a la apariencia de diseño el propio diseño. En el caso de un artefacto creado por el hombre, como un reloj, el diseñador realmente fue un inteligente ingeniero. Es muy tentador aplicar la misma lógica a un ojo o a un ala, a una araña o a una persona.

3. La tentación es falsa, porque la hipótesis del diseñador genera inmediatamente el problema de quién ha diseñado al diseñador. Todo el problema con el que empezamos fue el de explicar la improbabilidad estadística. Obviamente, no es solución postular algo incluso más improbable. Necesitamos una “grúa”, no un “gancho celestial”, porque solo una grúa puede realizar la tarea de trabajar gradual y plausiblemente desde la simplicidad hacia la, de otra forma, improbable complejidad.

4. Con mucho, la grúa más ingeniosa y poderosa descubierta es la evolución darwiniana mediante la selección natural. Darwin y sus sucesores han demostrado cómo las criaturas vivientes, con su espectacular improbabilidad estadística y su apariencia de diseño, han evolucionado desde unos inicios simples mediante lentas y graduales etapas. Ahora podemos decir con seguridad que la ilusión del diseño en las criaturas vivientes es simplemente eso, una ilusión.

5. Todavía no tenemos una grúa equivalente para la física. La teoría de un cierto tipo de Multiuniverso podría, en principio, hacer por la física el mismo trabajo explicativo que el darwinismo hizo por la biología. Este tipo de explicación es en apariencia menos satisfactoria que la versión biológica del darwinismo, porque requiere mayores cantidades de suerte. Pero el principio antrópico nos faculta a postular mucha más suerte que con la que se siente confortable nuestra limitada intuición humana.

6. No deberíamos perder la esperanza de que apareciera una grúa mejor en la física, algo tan poderoso como es el darwinismo para la biología. Pero incluso en ausencia de una grúa casi totalmente satisfactoria similar a la biológica, las relativamente débiles grúas de que disponemos en el presente son, cuando se conjugan con el principio antrópico, autoevidentemente mejores que la autoderrotada hipótesis del gancho celestial de un diseñador inteligente.

A partir de aquí, dejando por sentada la casi inexistencia de Dios, el libro se adentrará en el aspecto que más me interesa: ¿Por qué, a pesar de todo, hay religión en prácticamente todo el mundo? ¿Por qué ese triunfo de lo falso? No sé si Dawkins pondrá ejemplos paralelos sobre el arte, que pueden ser bastante inútiles para la evolución de las especies pero que ahí están, para hacernos la vida más feliz. Un extraordinario triunfo de lo falso ha sido la literatura, y en especial la novela: 500 páginas para llenar vacíos, los mismos que llena Dios para millones de almas. Dios contra la Novela: este es mi tema, sin lugar a dudas.

viernes, 8 de junio de 2007

Los brazos caídos

Regreso de un breve periplo por tierra adentro y he aprovechado (entre muchas otras ocupaciones que me tienen al límite de la resistencia) para observar de cerca lo que Dawkins sugiere, o mejor instiga, desde su último libro. Qué mejor lugar para ello que esos recónditos parajes en los que, aparte de Dios, no hay mucha más gente que pueda descubrir alguna razón precisa para la existencia humana. El devenir de muchos de mis vecinos no es más que una dura tarea para la que ya parecen preparados desde siempre, como si la creación no hubiera tenido otro sentido que el de comer (mañana, tarde y noche) un huevo, gallopinto y un pedazo de queso.

En la parroquia veía los brazos de cada uno y se me iluminaba la mente: eran brazos, cómo decirlo, alicaídos, con poca prestancia, acaso sumisos. Es curiosa esa fijación mía con los brazos, pero asocio ese par de extremidades al esfuerzo y al trabajo, al ejercicio y la gimnasia, a la escritura y al pincel en mano. Yo miraba fijamente esos brazos dimitidos y no podía ver nada más: lo extraordinario es que dimitían al verse rodeados de imágenes y cirios y ya regresaban a sus casas sin serles devueltos el tono, la rabia, el puñetazo sobre la mesa.

Esta actitud me interesa mucho, y por eso leo ahora a Dawkins, y por eso estoy terminando un largo artículo muy incorrecto que quizá no encuentre editor por ningún lado y acabe colgado en el blog, quién sabe. Recién he terminado los capítulos 2 y 3 de El espejismo de Dios y añado a lo ya dicho estas breves consideraciones (el sueño pesa pero les debo unas palabras):

1. El tono sigue siendo el mismo, a veces demasiado insistente y siempre con la certeza de que aquello que explica es tan evidente que no hay lector que no lo pueda apreciar de un vistazo. Este posicionamiento da que pensar: barrer a escobazos a todos los que han intentado demostrar la existencia de Dios desde distintos puntos de vista (algunos, ciertamente, desde puntos que dan algo de vértigo) sólo suscita la conmiseración del que perdona las faltas. Yo se las perdono a Dawkins, pero admitiendo que esas faltas esconden el esfuerzo por deconstruir cada argumento y ofrecer alternativas. Demasiadas veces se repite una sentencia del tipo "bueno, esto es tan evidente que ya no requiere decir más", o "este argumento es tan desquiciante que no voy a hablar de él" (¡pero mientras escribía esto ya lo sacó a relucir!).

2. El desorden del capítulo 2 tiene una correlación perfecta con la estructurada exposición del capítulo 3: la hipótesis de Dios obliga al autor a un ir y venir por una infinidad de citas, alusiones y experiencias de todo tipo, de la que el lector sale un poco alterado. Sin embargo, el tercer capítulo expone diversos intentos por demostrar la existencia de un ser sobrenatural, todos fallidos y que aportan poco al debate final. Pero esa es la conclusión rápida de Dawkins, no la mía, que debo ser menos dado a las evidencias y cualquier dato me merece una reflexión, incluso aquél expuesto por un personaje que midió las posibilidades de Dios en un 67%. No me negarán que un intento así, literariamente, es de una riqueza extrema, por mucho que desde la ciencia sea aplastado como quien pone un zapato sobre un escarabajo.

3. Tampoco el chascarrillo continuo da muestras de nada, incluso creo que tampoco sirve para ratificar el sentido del humor de Dawkins. Quizá las ironías que hay en casi cada párrafo ayuden al propósito del autor, que no es otro que descalificar cualquier intento de justificación de Dios, pero de nuevo no aportan argumentos para defender la tesis contraria. Pero hay esperanzas, y sería yo el falsario si no lo dijera: los siguientes capítulos servirán para exponer, según avanza en muchas ocasiones, sus postulados.

Recuperado, y con el sueño ya expulsado, volveremos a nuestro nivel habitual.

sábado, 26 de mayo de 2007

Los sin Dios

Vamos a hablar, y mucho, de esta obra de Richard Dawkins recién traducida al español con el título de El espejismo de Dios. Algunas voces comentan la importancia de este ensayo y el antes y el después que comporta, aunque mi tradicional escepticismo (ya sea con Dios o con las novedades bibliográficas) me impida ver que Dawkins haya cruzado alguna línea a partir de la cual el mundo ya es otro. Simplemente, al menos con lo poco que llevo leído, estamos ante una buena recopilación de datos y citas sobre lo que antes ya se ha dicho sobre el tema, y llegando a algunas conclusiones originales con las que aún no me he topado.



La pretendida novedad de la obra choca contra la evidencia de la cantidad de autoridades a las que el propio Dawkins alude y que comenta profusamente. Mucho chiste fácil también, todo hay que decirlo, y algunas anécdotas relevantes. Hay dos prevenciones que me asaltan ya de entrada y que expongo:

La primera es el excesivo uso del lenguaje incisivo para convencer al lector de las bondades de su discurso. La violencia verbal disimulada como razonamiento conclusivo (tanto que no hace falta demostrarlo) no dice nada bueno del autor. El inicio del capítulo 2 es una diáfana muestra de este ejercicio:

"El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo".

Esta ristra de adjetivos incita a pedir pruebas concluyentes de tales apreciaciones, por mucho que el efecto buscado sea el de sacudir conciencias o levantar dudosas polémicas. La prueba puede ser el libro completo, pero es una respuesta insatisfactoria: immediatamente después del insulto hay que poner las evidencias sobre la mesa, o retractarse. Si Dios es sadomasoquista, que no tengo por qué dudarlo ni por qué asumirlo, Dawkins está obligado a explayarse sobre ello y no a quedarse saciado por su valentía verbal.

El segundo pero hace referencia al desorden temático que afecta al ensayo. Aunque en apariencia se sigue un discurso por partes, el tema es lo suficientemente amplio y complejo como para que el hilo deba ser bastante visible, con trazas en el camino. Al contrario, hay muchas ideas y también atajos o correlaciones que dan medida de esa complejidad pero sin una ruta clara. Parece que la mejor manera de demostrar la inexistencia de Dios sea acumulando pequeñas citas que acaben construyendo una montaña de opiniones, y la misma acumulación se convierta en dato inefable.

Pero estas prevenciones no afectan a mi recomendación sobre la lectura del libro. Al revés: creo que Dawkins es honesto, y eso aporta un plus de credibilidad que sus defectos nunca terminan por borrar. A pesar incluso de su tono incisivo que a ratos se transforma también en doctrinal: su convicción acerca de lo que dice, y su necesidad por ganarse la complicidad lectora, obligan a prestar atención a cada nuevo párrafo y a intentar separar el grano de la paja.

Hay cuatro mensajes de concienciación en el párrafo que definen bien el propósito del autor: se puede ser feliz e intelectual y moralmente realizado siendo ateo; el proceso de selección natural de las especies es la mejor explicación para cuanto nos rodea; los niños ni nacen ni son religiosos, y hay que reivindicar el orgullo del ateísmo. Avanza también que su obra está destinada, de manera especial, a los que no piensan como él y está tan convencido de su labor que asegura que después de su lectura no puede haber nadie que pueda pensar igual. Esta inocente seguridad quizá podría convertirse en mi tercera prevención al libro, puesto que no hay sector más eternamente convencido de su posición que el de los fervientes beatos.

En el primer capítulo realiza una necesaria distinción entre teísmo, deísmo y panteísmo, para demostrar lo absurdo de la afirmación de que Einstein era religioso. Eso le conduce, meandros aparte, a la denuncia del exagerado respeto que se tiene hoy día por la religión y expone el ejemplo más palmario de cuantos han sucedido en los últimos meses: la publicación de las viñetas de Mahoma en un diario danés y la furibunda reacción que ocasionó en el mundo musulmán, pero de manera especial la azucarada actitud de algunos políticos europeos frente a este pulso y la ridícula apelación al respeto entre culturas.

Dawkins también pide que el libro ocasione una cadena de reacciones y que haya un levantamiento de los silenciados ateos: no sé si este hilo que comienzo pueda responder a eso, pero será mi modesta contribución a la causa.