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jueves, 4 de mayo de 2006

Lo indecible

Cuando uno se plantea escribir, ya sea una obra de ficción o un ensayo, en algún momento puede verse en la tesitura de tener que contar algo acerca de aquello que le disgusta, sobre un tema oscuro sobre el cual hay que decir algo. Ciertamente, no son tantas las novelas que orillan el instante que eriza la piel (el cine sabe mucho de eso), y la mayoría, ya sea para mantener el ritmo literario o ya porque el autor crea que su propuesta se ve reforzada por esa escena, apuestan por momentos que luego pasan a ser los más recordados, cuando las páginas han reposado unos años y nos llegan chispazos de esa lectura, diálogos memorables o situaciones que perviven en la memoria.

Lo más duro debe ser plantearse escribir sobre lo que atañe directamente al corazón (tanto el simbolismo que representa como la víscera misma) y convertir eso en tema. No me imagino yo escribiendo sobre atrocidades que afectan a los seres humanos, incluso quizá ni a los animales: no descarto nada, claro, pero el hecho de anticipar mi estado anímico en el momento de verter tinta sobre un papel me obliga a optar por la vía más cómoda. Hay escritores que admiten que lo pasan mal cuando les toca escribir sobre determinados hechos, y su insistencia me asombra (y luego, como lector, puede llegar a deslumbrarme: así me sucedió con La ciudad y los perros, de Vargas Llosa). Recuerdo ahora al simpático Terenci Moix comentando sus encierros temporales para escribir sobre, pongamos, la vida de Josefina Bonaparte, y sus sollozos ante cada folio completado, su identificación con el personaje y su incapacidad para despojarse en la vida real, al menos en el transcurso de la escritura, de lo ficticio o pasado.

Digo todo esto porque estoy enfrentándome, y todavía voy por el primer capítulo, al Auschwitz de Laurence Rees, un éxito de ventas y de crítica del pasado año. El empujón definitivo me lo dio Justo Serna, al calificar en su desaparecido blog a esta obra como una de las más imprescindibles de la cosecha anual de 2005, pero ya antes había decidido lanzarme por el abismo. Lo que sucede ante un ensayo así es que uno ya vislumbra el agujero negro desde la portada y sabe cuál es el camino que lleva al infierno. Las sorpresas que depara una novela quizá aumentan el shock sentimental por lo inesperadas, pero adivinar la trama y estar esperando la descripción de la infamia produce un desasosiego creciente.

Ahora mismo estoy ante la conquista de Polonia y los procesos previos que llevaron a miles de personas a Auschwitz: la indecente separación de las personas entre germanos, polacos y judíos; la creación de los guetos; la deleznable prosa que emana de los discursos y las sentencias de los capitostes nazis ante las dificultades para ejecutar los procesos migratorios que limpiaran la región. Pero aun siendo tan pegajoso este lodo, el barro que viene promete hundirnos hasta el cuello. No por sabida la historia es menos cruel, y especialmente ante un ejemplo del más horroroso de los crímenes que puedan cometerse: el de exterminar a todo un pueblo, una cultura o una sociedad: un genocidio que responde a su estricta definición.

Pero ese horror llega a su punto culminante ante la realidad necesaria: no hay genocidios abstractos sino personas con nombre y apellidos que los sufren, algunas que lo pueden llegar a contar. La técnica de Rees se basa fundamentalmente en la entrevista directa con víctimas y verdugos para conocer el detalle y no esconder nada de lo ocurrido. No sólo para evitar repeticiones (y quién es capaz de asegurarlo) sino para descifrar hasta qué punto el ser humano puede convertirse en el más perfecto planificador de la crueldad: en este libro no hay monstruos ni arpías ni alimañas, sino hombres y mujeres de carne y hueso conscientes de sus actos. No hay lavados de cerebro, ni sectas peligrosas: hay seres que deciden por su voluntad y muchos que, cincuenta años después, repetirían los mismos actos execrables. ¿Cómo no vamos a penetrar con bisturí en esta mancha indeleble, en este genoma deforme que quizá todos llevamos dentro? Hay una pregunta desconcertante en la introducción del libro: quién sabe cómo actuaríamos cada uno de nosotros en circunstancias límite. Habría que cuestionárselo antes y después de la lectura.

Los detalles llegarán y el poso de Auschwitz será largo y profundo, lo anticipo, como otra mancha que se frota y nunca desaparece: qué asqueroso puede resultar el deber de recordarnos como humanos, y qué necesario a su vez.

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Dos cortesías: una y otra.

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Léxico para Amor en vilo, el último poemario de Pere Gimferrer, en la crítica que Albert Romà le dedica en El Periódico de Catalunya: desajustes, mal uso, torpeza, afectado, rígidos, errores, acartonamiento, tosca interpretación de los clásicos, rimas catastróficas, ejercicio escolar, desaciertos, decoración farragosa y kitsch. El tal Romà sigue trabajando para El Periódico: no hay vínculos entre Seix Barral y el Grupo Z, que se sepa.