A los que vienen y van, pero muy especialmente a los que se quedanAunque la columna de archivos de la derecha inicie la cuenta en el mes de junio de 2005, basta una rápida comprobación para percatarse de que el primer
post con ínfulas literarias de
La senda de los libros se lanza a la red un 2 de agosto, hoy hace un año exactamente. No les voy a abrumar ahora con números, bien modestos por otro lado y que no tienen ninguna pretensión de establecer competencias con nada ni con nadie: 89 jornadas con
post, más de 12.000 visitas (incluyendo las de quien suscribe), un buen puñado de comentarios de lectores, y el mero hecho de existir, que no es poco.
Cuando aparece la idea de crear un blog, eso ya no representa ninguna novedad: por entonces ya eran infinitos los diarios personales y las páginas temáticas que se lanzaban a la red cada semana, y pretender hacerse un hueco ahí era una tarea monstruosa. La ventaja que tenemos los desquiciados por la literatura es que siempre acabamos buscando los espacios más extravagantes que puedan llenar nuestras ansias y, lo que es peor, los encontramos siempre: las librerías más remotas, los
fanzines y suplementos más minoritarios, los ejemplares más raros, y ahora los blogs más inútiles también. Ojo: inútiles para la vida práctica diaria, la que da de comer y llena la cuenta hasta fin de mes, porque no conozco nada más útil para reconocerse a uno mismo y entender a los demás que un espejo (y tengo serias dudas sobre este instrumento) y un libro.
Así pues, la idea inicial de
La senda era mezclar el concepto de diario personal, en el que uno anota sus andares y sus pensamientos en una libreta, y de crítica literaria. El resultado pretendía ser un diario de lecturas comentadas sin dejar de mirar alrededor y haciéndose eco asimismo de noticias sobre autores y editoriales. No creo que me haya alejado mucho de esa idea, aunque sí reconozco plenamente que hubiera querido ser más regular en las aportaciones. Para que un blog tenga un mínimo de seguimiento, un pequeño grupo de gente que de vez en cuando pasee por él, hace falta un acto recíproco de generosidad y alimentar el lugar sin que haya un lapso muy dilatado entre aportación y aportación. Increíblemente, y a pesar de todos los pesares, hay algunos amigos (la distancia y la fría red no me impiden llamarlos así) que nunca han dejado de transitar por la senda, ya sea en silencio o dejando huellas en el polvo. Yo también procuro hacer lo mismo con los blogs que algunas veces me han enseñado algo o me han obligado a abrir los ojos como platos ante palabras bien dichas: acudo a ellos con la inquietud del “qué dirán hoy en ese lugar”, con esa cierta mirada infantil del que descubre una caja cerrada con un regalo en su interior. Pensar que hay alguien ahí que algún día pueda visitar tu casa con ese mismo pensamiento es una buena razón para continuar la tarea.
De todos modos, como ya escribí alguna otra vez, la existencia o no de este blog no dependerá del número de comentarios que susciten los
posts. Si sigo escribiendo es porque tengo esa necesidad y lo expreso con este formato que las nuevas tecnologías nos han brindado. Sin duda que podría hacerlo en una hoja de papel y guardarla en el cajón, pero quizá algo de lo que yo diga pueda interesar a alguien y ahí queda, guste o no. Y es que yo mismo soy un pésimo colaborador de blogs, y ni la falta de tiempo puede excusar mis silencios (que no desapariciones) de los hogares de mis vecinos, a quienes sigo y seguiré frecuentando.
De todo lo escrito en un año supongo que salvaría algunas cosas, que no pienso releer. Quizá los textos de los cuales me siento más satisfecho son los que menos repercusión han tenido, y esto debe de tener su lógica. El ruido y la furia han aparecido en contadas ocasiones, pero en general los intercambios de pareceres con los lectores han sido siempre cordiales: me alegro de que no haya aterrizado por aquí ninguno de esos seres que viven en internet y que han encontrado el sentido de su vida dejando millones de manchas por doquier, en los foros y en los blogs.
Y hablando de foros, no puedo menos que reconocer los antecedentes de la criatura: comencé mi participación literaria en internet en el extinto foro de
Javier Marías, proseguí mis pláticas en
El bosque, y acabé por montar mi propio jardín. Siempre con nombres distintos, y no siempre con pseudónimos. Esto ha sido parte del juego que en realidad también es la literatura: un juego de máscaras, de personajes que nacen y mueren, que quedan suspendidos en las últimas páginas de los libros, y que pueden reaparecer, o no, en el momento más inesperado.
No negaré que a veces cunde el desánimo, la posibilidad de cerrar la verja y echar el cerrojo, las dificultades para conectarme a internet en mis múltiples viajes por Centroamérica (he colgado
posts en los hoteles y
cybers más cochambrosos, en medio de gritos y turbamultas) pero acabo de cumplir un año y creo que ni cuenta me he dado, así que es posible que pasen otros y sigamos tan campantes. También puede ser parte de la narrativa implícita en este oficio: aquí estamos, y quien sabe mañana dónde.
Para finalizar con una sonrisa, les dejo algunas de las últimas palabras introducidas en
google por algunos internautas y que les llevaron directamente a
La senda de los libros: "cómo hablar de uno mismo", "trucos efecto despeinado chicos", "nick en chino mandarín", "baldosas blancas", "Síndrome de Lolita", "caravana detrás del cámping Estrella de Mar". Como ustedes comprenderán, esto último sí me llegó al corazón.
El pastel, a la salida.