Al afrontar este cuarto Bolaño (recapitulemos: Monsieur Pain, Una novelita lumpen y La literatura nazi en América ya han pasado por la senda y en este orden) uno ya siente poco a poco la llegada del cosquilleo previo al orgasmo que vendrá. Estas lecturas no pueden ser tomadas sino como los prolegómenos del acto mayor y definitivo, aquel que terminará con un número de cuatro cifras y a partir del cual todo lo demás será silencio, o acaso jadeos leves que rememorarán las horas de placer ya perdidas. Pero como decía mi profesor de latín, Post coitum, alter coitum (los petimetres decían Post coitum animal triste), así que después de Bolaño siempre nos quedará algún Marías para mantener nuestra infidelidad literaria hasta que la muerte nos separe de los libros.
La secuencia lógica no podía llevarme a otro encuentro que al de Estrella distante, una novela breve cuyo origen proviene de La literatura nazi... y que deja una sensación de deja vu profunda. Mi locura lectora ha llegado estas noches al paroxismo de mantener mis dos manos y rodillas ocupadas a un tiempo: mientras sostenía un ejemplar de Estrella distante con los dedos, las palmas aguantaban abierto otro ejemplar de La literatura nazi... sobre los muslos. Los vecinos que atraviesan la calle y miran el porche de mi casa deben pensar que conviven con un esquizofrénico, o con un individuo de doble personalidad: mis ojos alternaban a un tiempo los párrafos de un libro y de otro, escudriñando las diferencias que existen entre las frases originales y las más extendidas y trabajadas de la nueva novela. Es una experiencia que recomiendo: pocas veces se dan las circunstancias para conocer el proceso creativo de un autor, y para ir viendo cómo una historia de 26 páginas se transforma en una novela de 150.
Ahora, con el poso que va dejando Estrella distante, percibo que "Ramírez Hoffman, el infame" (cuento original) se me antoja ya como un relato algo destemplado, quizá frío y con demasiados cabos sueltos. Posiblemente sea un efecto evidente, al leer ahora cómo unos personajes que no pasaban de ser retazos van cobrando vida autónoma, incluso algunos secundarios que antes eran pinceladas gruesas ya van formando parte del elenco de inolvidables de Bolaño. Y además, con nombres distintos: las tremendas hermanas Garmendia (antes Venegas), el taller literario de Juan Stein (antes Juan Cherniakovski), y el propio Ramírez Hoffman que ahora se transforma en Carlos Wieder. Y quizá todavía lo más importante para lectores esquizoides: Roberto Bolaño, narrador de la primera historia, ya se desdobla, desde una nota previa a la edición, en un tal Arturo B.
Veamos algunos breves ejemplos de cómo el autor repite estructuras enteras, especialmente en las primeras páginas de la novela, pero amplía anécdotas, diálogos, detalles que van creando una trama menos esquemática:
LLNEM: La carrera del infame Ramírez Hoffman debió comenzar en 1970 o 1971, cuando Salvador Allende era presidente de Chile.
ED: La primera vez que vi a Carlos Wieder fue en 1971 o 1972, cuando Salvador Allende era presidente de Chile.
LLNEM: Y no hay cadáveres, o sí, hay un cadáver, un cadáver que aparecerá años después en una fosa común, el de Magdalena Venegas, pero únicamente ese, como para probar que Ramírez Hoffman es un hombre y no un dios.
ED: Y nunca se encontrarán los cadáveres, o sí, hay un cadáver, un solo cadáver que aparecerá años después en una fosa común, el de Angélica Garmendia, mi adorable, mi incomparable Angélica Garmendia, pero únicamente ese, como para probar que Carlos Wieder es un hombre y no un dios.
LLNEM: Al principio una mancha no superior al tamaño de un mosquito. Silencioso. Venía del mar y poco a poco se iba acercando a Concepción.
ED: Al principio era una mancha no superior al tamaño de un mosquito. Calculé que venía de una base aérea de las cercanías, que tras un periplo aéreo por la costa volvía a su base. Poco a poco, pero sin dificultad, como si planeara en el aire, se fue acercando a la ciudad, confundido entre las nubes cilíndricas (...)
Esta reescritura se desarrolla de forma incesante sobre la base exacta del anterior relato. No hay una idea nuevamente elaborada, sino que Bolaño modifica algunas oraciones, extiende otras, pero sobre todo añade detalles que antes nos eran sustraídos. En este tramo de la senda ya podemos comenzar a apreciar al Bolaño cosmogónico (perdón por la palabra) que entiende su obra como un todo, como un proceso de reescritura permanente al cual se van añadiendo nombres, modificando espacios, sumando nuevas raíces que van tejiendo una encrucijada de idas y venidas. Pero en mi cabeza resuena la pregunta de por qué precisamente esta historia y no otra, cuando a mí me dejaron más huella otros personajes de La literatura nazi, y no precisamente este aviador poético que traza estelas de humo como versos. Sí, la imagen es muy plástica, pero más allá de las acrobacias no veo grandes motivos para elevar a categoría de libro único esta trama leve. Claro está que la trama de Una novelita Lumpen tampoco permite grandes alharacas, pero hay algo forzado en esta recreación, quizá no tanto una necesidad literaria cuanto una necesidad editorial: quién sabe. De todas formas, ya sea por la sensación de cosa vista de la que hablaba, o ya porque los personajes demuestran grandes dosis de desgana, el conjunto adolece de una melancolía que acaba afectando al lector (ese que sigue con dos libros a cuestas, ajeno a lo que propague la vecindad). Y repito que ahora, al menos, se ha logrado mejorar un cuento que tenía pleno sentido en el marco de una enciclopedia ficticia, como biografía absurda de un poeta absurdo, creando pequeñas subtramas que, por momentos, brindan esos destellos que sólo los escritores de raza repiten a lo largo de su obra.
Ojo: la lectura sigue, y no puedo aventurar si hay un quebrantamiento del relato original en algún punto del camino. Lo que sí queda claro es que esta es una historia muy chilena, y no sé por ahora si es su novela chilena, como Los detectives... es su obra mexicana. Por ambición y por extensión supongo que no: pero este comentario continuará en otro momento.
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