Ovación cerrada y emotiva ayer en el Aula Magna de la UCA de Managua. Apareció Sergio Ramírez con media hora de retraso, y su sola e imponente presencia en las gradas centrales, mientras saludaba al rector de la universidad, iluminó el anfiteatro. Primero con timidez, luego con aplausos cada vez más estridentes, y finalmente con el público en pie, el homenaje improvisado y sentido fue un momento particularmente excitante en la noche de presentación de Ya nadie llora por mí, la última novela del reciente premio Cervantes.
Presentar su obra en casa, arropado por su gente, era un momento muy esperado. Casi dos meses después de la presentación del libro en Madrid, Managua acogió en un lugar bien escogido la primera comparecencia pública (segunda de hecho, pero en este caso siendo el protagonista principal) de Sergio después de la concesión del premio. Lástima de los dos partenaires que lo acompañaron, que siempre en estos casos están muy por debajo del anfitrión: no es para menos, pero podría ser para más, pues suficientes contertulios hay en este país que darían más cancha al debate literario.
Sergio se explayó a sus anchas, pasando por encima de las risibles preguntas de sus acompañantes. Se lo pasó bien y lo hizo pasar bien a su gente: contó que él es un autor realista pero que no quiere hacer novela política (lo que describe sobre la capital existe, y él se encarga de constatarlo), que un novelista es Dios en su novela (se mata a un personaje y se le resucita si es necesario), que no se sabe si habrá una tercera novela sobre Dolores Morales, su protagonista. Y se dispuso a contestar las diversas intervenciones del público, que al cabo hizo una inacabable fila para lograr la firma del autor.
Nada importa que esta sea o no una novela menor del género negro (que no lo sé, pues no la he leído). Sigo empeñado en que Sergio debe escribir La Gran Novela Nicaragüense pues es el mejor dotado para ello: un novelón de 1.000 páginas que describa el microsocomos actual de esta sociedad extraña, naufragada, inverosímil, contradictoria, inmersa en este bosque de árboles de hojalata que también aparecen en Ya nadie llora por mí. Mientras no llegue ese momento, seguiremos las andanzas del inspector Morales o de cualquier otro personaje que salga de la pluma de este escritor, pues no es cuestión de desdeñar a quien es ya un clásico viviente de las letras hispanoamericanas.
La clase de griego, por Han Kang
Hace 16 horas