Hay personas que desarrollan cualidades, algo en lo que son hábiles y talentosas. Por ejemplo algunas se les da el deporte, otras son buenas para hablar en público, habrá alguna que sea talentosa para los negocios o pude estar la tía o la amiga que saben hacer unas lindas prendas tejidas. Siempre he considerado que hay talentos en los seres humanos, lo difícil es reconocerlo con humildad.
Dice una canción de Joaquín Sabina:
MI PRIMERA MUJER ERA UNA ARPIA, PERO MUCHACHO, EL PUNTO DEL GAZPACHO, ¡JODERRRR! SI LO TENIA.
Más que cómica, esta declaración me parece una forma de sinceridad absoluta para darle reconocimiento a alguien, no la esta recordando como una buena mujer, pero sí considera que tiene algo muy valioso por encima de su esperpéntica actitud. Cuando alguien que no es de nuestra simpatía, ni está en nuestro jardín de afectos entrañables pero admitimos que es virtuosa en su sazón, es porque estamos haciendo la descripción más franca sobre su persona.
Cuando recordamos los guisos de la abuela, de la mamá o la tía, siempre los rodeamos en una atmósfera de sublimación, de cariño fraterno, de intimidad. Nos regodeamos en la añoranza de los sabores, no sé, hasta puede ser un momento alegre y mágico que se dio antes y desencadenó ese gusto al paladar, que posiblemente en otro momento no lo recordamos tanto. Es tan subjetiva la sazón.
¿Qué pasa cuando en casa queremos atrapar y reproducir ese momento?
Primero: Le pedimos al autor del platillo de ensoñación su receta.
Segundo: Nuestras inexpertas manos la realizan tal cual.
Tercero: La ignominia se implanta en nuestras vidas. ¿Qué pasó aquí? ¿Nos la cambiaron? ¿Faltó algún ingrediente? Lo más fácil para todos será recurrir al famoso lugar común, que de tan común se vuelve un pretexto cómodo para admitir: "
Es que me faltó la sazón de Zutanita".
Mentira.
Analizar el suceso se vuelve como desentrañar una escena del crimen. O bien lo que falta es despojarnos de esos recuerdos sublimados en nuestro paladar y asumirnos como los verdaderos artífices de nuestra propia interpretación. Algo así como aventarse a cantar un tango con estilo propio, aunque tal vez con resultados dramáticos. Porque si no logramos reproducir esa cochinita pibil que hacía la abuela será porque permanecemos anclados a una evocación gustativa que nos impide reconocer el guiso que realizamos. O porque la famosa receta no está completa. ¡Ah, si sabré yo de esas verdaderas arpías egoístas que se guardan el ingrediente secreto! Te dicen todos los detalles, tiempo de cocción, técnica, ingredientes, pero les falta algo.
Pero no se queden ahí, despotricando una y mil veces sobre el misterioso componente que nos vendrá a redimir y hacernos brillar como el mejor cocinero o cocinera, uno mismo tiene que romper ese círculo en el que nos cerramos.
¿Cuántos entusiastas neófitos de la cocina se ven frustrados y deciden a boca jarro que la cocina ya no es para ellos, después de fracasos continuos en la cocina?
¿Quiénes son los que saben reconocer quién tiene sazón y quién no?
¿Nuestro paladar enamorado de la sazón del otro? Claro, siempre crece mejor el pasto en casa del vecino.
Vamos, si no se atreven a preparar unas albóndigas cómo carambas van a descubrir que tienen buena sazón.
El oficio se encuentra practicándolo, no hay de otra.
Claro que también es bien cómodo ir a casa de Zutanita y que nos haga de comer, pero...luego no lloren porque se murió y nadie sabía hacer lo que ella. Mejor cocinen, cocinen y algo bueno saldrá.