El carnicero de Tebas
Hay cosas que sólo me pueden pasar a mí. No sé, parece como si tuviera algo que lo atrae o tal vez se deba a que de alguna manera quién busca encuentra y siempre encuentro casos raros con la gente y la comida.Desde hace mucho tiempo cuando voy al mercado compro la carne en la misma carnicería. El dueño siempre está al pendiente, pero él no atiende a los clientes, para eso tienen a uno o dos empleados que se encargan de cortar la carne y pesarla. He visto pasar varios empleados a lo largo de los años de comprar ahí, algunos más hábiles o algunos más amables que otros.
Actualmente tienen un empleado bastante extraño, cada que lo veo parece como si estuviera acercándome a visitar a la esfinge egipcia y me dirá algún oráculo indescifrable para que me acompañe a lo largo de la semana o hasta que regrese de nuevo a comprar carne.Entre el bullicio natural de un populoso mercado de barrio, sin que reine el silencio y las ráfagas de aire caliente de un desierto nubio, este carnicero de ojos inquisitivos y felinos siempre me suelta sus consignas apenas me subo a la tarima de madera del mostrador. Tiene unas orejas puntiagudas como de gato, es muy moreno y corpulento, con una voz tan ronca que a veces cuesta trabajo alcanzarlo a oír. No tiene garras ni uñas largas, lo que si tiene son unas manazas enormes que filetean la carne con la experiencia que dan los años. En ocasiones mientras espero que me despache los bisteces del buey apis, él ya me soltó dos o tres frases inexplicables que prefiero olvidar. Pero tengo que admitir que en otras ocasiones sus palabras dejan reverberando mis pensamientos durante días. De repente siento que lo que me está diciendo es la letra de una canción de José Alfredo o que tiene un pequeño libro de aforismos y de ahí saca la retadora frase del día. Aunque debo aclarar que no a todas las personas a las que atiende les dice cosas. Tampoco sé si las escoge al azar por alguna razón especial. A veces he escuchado que a otras señoras les dice cosas igual que a mí o a veces sólo se enfoca en su trabajo y no dice nada.
Pero su mejor peculiaridad es que es asertivo y profético.
No es fácil recordar todas las cosas que le he oído decir a este señor de Tebas en plena colonia Guerrero. Al principio supuse que estaba un poco chiflado, luego se me hizo que era un tanto acosador. Incluso pensé en dejar de comprar ahí y quejarme con el dueño. Pero son de esas cosas que de repente olvido por comodidad y volví otra vez, fue entonces cuando me soltó una frase que decía:
“Hazlo, nadie se va a dar cuenta” –glup, tragué saliva y salí de ahí como si hubiera recibido una autorización sagrada, el pasaporte para descubrir el universo.
Cada cosa que me decía tenía tanto para aplicarse a mi vida personal. Oir las palabras del carnicero eran más confiables y divertidas que romper una galleta china de la suerte o leer mi horóscopo.Estas fueron algunas de sus palabras que se deslizaban enigmáticas mientras me entregaba los trozos de carne que me había cortado, algunas las alcanzo a recordar sólo porque las escribía antes de volver a mi casa
Los ángeles resucitan
Ya sabes lo que haces, ya estás grandecita
Tu derrota la tienes sepultada
Compra oro va a subir en octubre
Un buen revolcón sacude un caldo empolvado
Un nudo no ata lo que se ha roto
Un hueso nunca es pequeño
La falda de res la traes chueca
Una cosa lleva a la otra, un filete al asado
Son las pocas las frases que recuerdo, al principio hubo otras totalmente impenetrables que nunca tuve la precaución de escribirlas, me hubiera divertido más con ellas.
Esta situación de visitar al carnicero de Tebas, como ahora lo llamo, sólo ha hecho que evite ir tan seguido a ese puesto y no me entusiasme comer carne. Por primera vez en mi vida seguiré una vigilia y ayuno en esta cuaresma para evitar los oráculos del carnicero.
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Hace 12 años.