1. Hay veces que me canso de mi cara de todos los días, de verme al espejo y encontrar siempre a ésa de ahí, y hay veces que ésa de ahí se encuentra en calidad de piltrafa. Es en estos momentos cuando se me antoja, (así lo requería la ocasión) buscar una máscara de sol, ponérmela, llenarme de energía por todos mis rincones y tratar de transmitirla. Estoy sumamente fatigada, han sido dos semanas de cocinar intensamente y tener fiestas en casa, celebrando a los graduados: Gonzalo y Amanda, el primero una maestría, y la segunda una licenciatura. Ella por fin acabó el:
Estudio de las poblaciones microbianas de interés biotecnológico aisladas de queso Cotija, puuff, si el título es largo, la tesis estuvo más. Ellos celebrando y yo cocinando, haciendo espacio entre esto para darle los últimos detalles a mi libro artesanal.
2 Uno de los platillos que más disfruté en mi mesa estos días fue una receta que había conservado desde hace dos años. La tenía frente de mí todos los días colgada del pizarrón de mi cocina, tanto tiempo estuvo ahí que ya estaba toda cochambrosa y pringada. Yo miraba de vez en cuando los ingredientes ahí escritos y no me decidía a prepararla. Llevaba poros, echalots, y entonces pensaba: chin, no tengo echalots, voy a comprar unos en la subasta de la Central de Abasto, ahí los venden menos caros. Cuando compraba los echalots en la Central, me daba cuenta que también me hacía falta oporto y entonces los echalots se hacían viejos o los ocupaba para otra cosa y una vez más no hacía la receta. Otra ocasión veía los oportos en la Naval, suspiraba como quinceañera por aquel Quinta do Carvalios, yo quería ese y no otro. Finalmente no lo compré, la receta también pedía queso roquefort, ese sí lo compré, esto fue casi un año y lo mantuve hasta el jueves en la sección de los quesos muertos de mi refrigerador. (Qué bueno que no lee el blog la química en alimentos recién graduada, Gooooya…).
Entonces yo, todavía ignorante de que me iba a deleitar esta semana con esa receta, sucedió que haciendo las compras en el re-condenado supermercado (odio los supermercados y más los Superamas y más el de la Condechi de Pachuca, donde van hartos viejos rabos verdes a ligar. No puedo estar tranquila escogiendo berenjenas sin que se acerque un idiota a preguntarme cómo las preparo y a ver que saca) me encontré con unas hermosas hojas de salvia de cultivo hidropónico. Ahora sí me animé y aunque no tenían mi oporto favorito, compré el Ferreira y me decidí por fin a probar esa receta, que de tan vieja ya ni sabía de dónde la saqué. Para acompañar la tapas que hice ese día también preparé un pan de jitomate y zatar, la casa se llenó de las dádivas del aroma de la levadura pero reventó al máximo cuando hice otro pan: uno de pistaches y azafrán. Si se habla de nobleza, este pan lo es, va bien con todas las tapas que preparé, mmh. Piqué las manzanas, ¿no dije que llevaba manzanas?, pues sí, las pique junto con los poros, echalots, salvia, eneldo y oporto, se hizo una salsa y se come con el roquefort, que estaba buenísimo sobre el pan de jitomate. No me digan que no entendieron la receta.
Acérquense al fuego en estos días, los días son mágicos, aunque sea al fuego del horno de su estufa, canten, horneen un pan y disfruten de las noches largas. Son las 8.40 p.m. en estos momentos que escribo y todavía hay sol crepuscular.