martes, 31 de julio de 2007

Periodistas

Adelanto del libro que editará la Universidad Nacional de Jujuy próximamente

Prólogo

Esta compilación fue pensada, inicialmente, como material de lectura para mis compañeros del gabinete de Prensa y Difusión de la Universidad Nacional de Jujuy. Después, entendí que estos artículos podrían servir a un público lector más amplio.

Convencido de que la gestión de la información no puede estar desligada de cuestiones formales (el tono, el ritmo, cierta estructura), como de cuestiones ideológicas en las que se selecciona qué contar y a quién presentar como protagonista, he seleccionado estos textos que pueden servir a periodistas como material de apoyo en su práctica concreta.

El lector encontrará en las páginas que siguen material referido a tres cuestiones muy ligadas: la lectura, la escritura y la práctica periodística. Todos los artículos exceden a la mera enunciación de un tema y señalan la destreza simbólica de sus autores en el uso de la palabra.

Casi todos ellos tienen, o han tenido, una presencia constante en medios gráficos. Otros son consultados de manera asidua por esos medios. La totalidad se ha profesionalizado en la acumulación de un capital intelectual y, por lo tanto, ha reflexionado largamente sobre la tríada mencionada en el párrafo anterior.

La escritura y la lectura son acciones centrales del trabajo periodístico. Ese trabajo es uno de los que más ha evolucionado en el largo paso de la modernidad. Poco queda del oficio de mala fama (“prefiero que en casa sigan creyendo que toco el piano en un burdel”, satiriza Manuel Vicent después de unas elecciones en las que los ganadores no fueron tan ganadores ni los perdedores tan perdedores como habían pronosticado sus colegas) y es una de las actividades centrales en la formación de discursos que circulan por los medios más influyentes y, a menudo, forman la opinión pública.

En la lucha simbólica por imponer sentidos, los periodistas –o mejor: algunos periodistas– son envidiados por otros actores sociales que también utilizan las palabras con destreza. A menudo esa rivalidad está dada por el lugar que ocupa cada oponente. Así, el año pasado, cuando la revista Ñ de Buenos Aires dedicó su edición del 21 de marzo para conmemorar los treinta años del inicio de la última dictadura, sólo el editor José Luis Mangieri, entre tantos entrevistados, recordó a escritores del interior (entre ellos, a Alcira Fidalgo de esta provincia) que fueron víctimas de los genocidas del 76. Esta cuestión no pasaría desapercibida por varios lectores.

Así, unos días después, el poeta Ernesto Aguirre envió un correo electrónico con la pretensión de que la publicación de difusión nacional lo incluyera en la página destinada al correo de los lectores. El texto decía:

Como si fuesen pocas las coincidencias registradas por la historia argentina entre hechos ocurridos en Capital Federal con similares sucesos en el interior y, luego de leer la edición de Ñ dedicada a recordar el golpe militar sufrido por dicha capital un 24 de Marzo de 1976, debemos sumar una más. Curiosamente, un 24 de Marzo, aquí –en el interior–, padecimos un golpe militar de similares características represivas idénticas al que ustedes denuncian. Sería beneficioso para ambos pueblos inaugurar, cuanto antes, alguna vía que nos permita un intercambio de información. Algún día (¿por qué no?), podríamos contar con un panorama más generoso sobre tanta historia padecida y casi, casi, compartida.

¿Hace falta aclarar que el mensaje de Aguirre nunca fue publicado? La tensión no sólo existe por un lugar de privilegio para la construcción de representatividades culturales; también aparece por el uso de la fina ironía. La única diferencia, en este caso, es que la primera puede imponer rápidamente una manera de ver y entender; en tanto que la queja del poeta tiene que esperar una oportunidad, como la de la presente edición, para ver la luz.

Creo que tampoco hace falta aclarar que toda la cuestión no pasa por la dicotomía centro / periferia. La nota de opinión, tanto de un periodista como la de un escritor (en esta compilación se evidencia la estrecha relación que existe entre ambos sujetos de la modernidad), es siempre un espacio de independencia emergente que, por ser tal, incomoda a los poderes establecidos.

Es por lo recién expresado que mientras preparaba el índice de este proyecto tuve siempre en claro que la escritura es inseparable de la lectura y que una buena crónica se diferencia de un texto literario sólo porque la primera ha sido escrita con mayor urgencia temporal. En ningún momento pensé en lograr una síntesis que unifique la problemática que aquí se presenta. He preferido mostrar la riqueza de una cuestión, antes que buscar una resolución inexistente a los problemas de la comunicación.

Los textos hablan por sí mismos y no hay necesidad de que yo haga un resumen. Sólo quiero hacer notar que la compilación no ha sido aleatoria. El mérito –si cabe este término– ha sido lograr una convivencia respetable entre las distintas ideas que aquí se presentan. Ideas que, en no pocos casos, se enfrentan entre sí y que juntas producen una fértil pluralidad de perspectivas.

Lamento ofrecer al lector algunos textos de manera fragmentaria. Pero el diseño total me empujó a cortar algunos artículos para que el conjunto tenga un delicado equilibrio. Más lamento no poder incluir otros por obvias razones de espacio. Me hubiese gustado introducir, por ejemplo, textos que se refieren al periodismo científico o al cultural. Manifiesto esto porque la divulgación de la ciencia es una tarea incipiente que desde nuestra Universidad desarrollamos con mucho entusiasmo. Por esa razón, hemos planificado la aparición de un próximo libro con artículos de investigadores universitarios que se dirigen a un público no especializado. Mientras tanto, será tarea del lector elegir otras combinaciones posibles que las presentadas en este libro o, en los casos en que los textos no aparecen en su totalidad, completarlos o buscar el contexto de los artículos citados.

Por otra parte, el periodismo cultural es la gran deuda que tiene este país. Apenas un puñado de autores han reflexionado sobre esta cuestión: Jorge B. Rivera, Jaime Rest, Beatriz Sarlo, Pablo Chacón y Jorge Fondebrider. En Jujuy, Néstor Groppa ha practicado largamente esta especialidad, rastros de esa práctica quedaron registrados en uno de sus libros –Abierto por balance–, pero ha obtenido un reconocimiento escaso en lo que se refiere a su función específica:

Nunca me consideraron periodista porque aquí es periodista el que informa sobre un choque, un robo, una violación, un gooooool, la construcción de un cordón cuneta, un contrabando, es decir todas las insoslayables pequeñeces que reunidas hacen a la cultura. El que difunde esa cultura que muchos han resumido en poemas, cuentos, teatro, etc. del lugar en que viven pero no usan las frases convencionales y los lugares comunes gramaticales del “periodista” corriente, no es periodista y pasa a ser, en el atlas plantarium del lugar, una extraña especie vegetal en una maceta incómoda que no se sabe bien dónde ubicar.

La aclaración de Groppa como rara especie también sirve para anunciar la necesidad de contar con un volumen con textos de autores locales, cuestión que –me apuro a decirlo– también figura en nuestra planificación.

Finalmente quiero agradecer a los columnistas que han autorizado la reproducción de sus trabajos, a las autoridades universitarias que han aprobado esta edición y al Departamento de Investigación del Instituto de Formación Docente y Capacitación Nº 2 de Tilcara que permitió que ocupe un cuatrimestre en una de las actividades que más placer me brinda: leer.


Índice

Leer y escribir por Beatriz Sarlo

Leer, vicio impune por Eduardo Berti

La era de la fragmentación por Luis Alberto Quevedo

Focus por Vicente Verdú

Kriptonita en los pulmones del Che por José Pablo Feinmann

El cachorro asesinado por Ernesto “Che” Guevara

Territorio comanche por Arturo Pérez-Reverte

La realidad transformada en mero show por Víctor Hugo Ghitta

Tele que me hiciste mal… por Ariana Vacchieri

La enfermedad del deseo por Nicolás Casullo

La lengua larga de los candidatos por Orlando Barone

Casting por Susana Viau

Mi programa no era un coto cerrado por Bernard Pivot

Una nueva disciplina: la mediología por Ana María Vara

Defensa de la caja boba por Luis Alberto Quevedo

Monstruo por Hugo Caligaris

El día que los marcianos invadieron la tierra por Raúl Alzogaray

La violencia de la mediocridad por Claudio Fantini

Los que escribimos y firmamos lo hacemos para ganarnos el puchero por Roberto Arlt

Un libro de Roberto Ar, o Art, o algo así por Abelardo Castillo

¿Quiénes son esos sujetos desplazados? por Ricardo Piglia

El ocaso de la función crítica por Carlos Gazzera

La historia que escribo en caliente y nadie me la quiere publicar por Rodolfo Walsh

Nacer en Madrid por Horacio Verbitsky

Recuerdos de periodista por Gabriel García Márquez

Esa carta por Lilia Ferreyra

La herencia pendiente por Osvaldo Aguirre

Se oyen las musas por Carlos Gamerro

El hombre que fue su propio experimento literario: Truman Capote por Silvina Friera

Una fiebre por Truman Capote

Guiños por Jorge Lanata y Ernesto Tiffenberg

El periodista independiente es aquel que dice cosas que al poder no le gusta por Joaquín Morales Solá

Vestirse y ser desvestido por Sandra Russo

El periodismo es un oficio por Andrew Graham Yooll

Periodistas por Manuel Vicent

El fiscal de Viena: Karl Kraus por Diego Rottman

Yo por Karl Kraus

Escribir: modos y vidas por Guillermo Piro

El lector y sus límites por Beatriz Sarlo

Cumpleaños, hipermodernidad y masoquismo x Enric Castelló

Blogs: ¿La nueva información? Por Adriana Schettini

domingo, 29 de julio de 2007

Vacaciones de invierno

Esta es una foto rara. La tomé la semana pasada, mientras paseaba por Tilcara.

El día se estaba yendo y yo saqué mi cámara para captar las última luces. Al costado derecho se ven las sombras de unos árboles. Al centro, los adoquines de la calle de la iglesia y la vieja escuela Normal. Al fondo, unos cerros imponentes.

Digo que es una foto rara porque, en la plaza del pueblo, había cientos de turistas que buscaban el mejor precio del mismo recuerdo. Todos iban con sus cámaras en la mano y con alguna prenda de lana de llama.

Una vez, un turista profesional (esos que siempre salen de vacaciones a lugares recomendados) le preguntó a un tilcareño qué era lo más tradicional del lugar. El visitante quería congelar el momento en que él estaba al lado de la tradición tilcareña. Sin dudarlo el informante le indico a otro turista que iba con su cámara lista para gatillar y dijo: "Eso".

A pocas cuadras de la plaza central hay adoquines solitarios. Más allá del centro siempre hay visiones que valen la pena.

miércoles, 4 de julio de 2007

La fiesta literaria más importante de Jujuy

Manuel Ortega, Max Cachimba, RC, Gustavo López y Tincho Bertolone.

Como cualquier lector activo, soy parte interesada de la Feria del Libro. Además, colaboro con algunos contactos literarios, pero empujo –sin cansarme mucho– desde atrás; hago esta aclaración porque esta nota no tiene la distancia crítica que debería tener cualquier nota seria. En rigor, ahora que lo pienso, ninguna de mis notas tiene esa distancia, pero las responsables de esta publicación me dan licencia para mezclar el placer con el trabajo. El resultado es esta especie de Fernet con Coca que todos los meses aparece en esta publicación.

El protagonismo organizador de la Feria lo tienen los amigos de la librería Horizonte, el responsable del Teatro de La Vuelta del Siglo y otros personajes sueltos que prefieren estar en el anonimato. Hay, además, varios auspiciantes (nombro a los que figuran en el programa): la delegación local del Instituto Nacional del Teatro, la editorial Perro Pila, la secretaría de Turismo y Cultura de la provincia, Simecom, el programa Café Cultura Nación, la Asociación de Trabajadores del Estado, la empresa de ómnibus ETAP, el Club Hostel, la Universidad Nacional de Jujuy, el Ente Autárquico Permanente, el hotel Ohasis y la agenda cultural Mi Salida.

También están los lectores a los que se les ofrece un menú más que variado. La programación se hace con la ayuda de organismos del Estado (por lo general, se trata de escritores que tienen títulos que reconocemos en las vidrieras de las librerías); contactos aislados que ofrecemos los últimos de la fila (casi siempre buenos escritores, músicos y/o editores desconocidos por el público masivo); ofrecimientos que hacen editoriales de neto perfil comercial para presentar a sus autores; el apoyo de los escritores de Salta y Jujuy; de las editoriales locales; de las revistas y de cualquier persona que tenga ganas de exponer un producto cultural. El menú que resulta es apto para todos los gustos y uno puede elegir libremente con qué alimentarse y casi no hay peligro de indigestión.

Resulta imposible referirse a la totalidad de los actos que se desarrollaron. Por eso, voy a hablar sólo de algunas cuestiones. Para empezar, fue todo un acierto desarrollar el taller de edición alternativa que coordinó Gustavo López de la editorial Vox de Bahía Blanca. El editor llegó con los libros más atractivos de la Feria. Todos magníficamente diseñados, empaquetados y con mucho material no convencional para el objeto libro: gomillas, posavasos, piolines, calcos, publicidades de bailantas, radiografías y otros residuos. La combinación de todos estos elementos hace acordar a los cuadros que Berni construía con material recogido de basurales (algunos fragmentos de la revista Ñ que colocan como páginas de guarda de un libro bien podrían haber salido de ese lugar, digo por cierta calidad dudosa que ofrece ese periodismo de Buenos Aires).

Otro taller importante fue el de historieta que dictó el rosarino Max Cachimba. Ustedes ya saben que todavía algunos sectores de la sociedad ven a la historieta como un género menor; son los que creen que la historieta es a la historia, como la camiseta es a la camisa. Es decir, algo que está a flor de piel, pero que conviene no mostrar. El autor que apareció en la Fierro, una de las mejores revistas del género, demostró que la historieta es un arte mayor.

Hay muchos puntos positivos que no van a entrar en esta página por razones de espacio. Apenas me quedan una líneas para decir que faltó café y vino en el teatro. Fue, para alegría de los amantes de la vida sana, una fiesta libre de humo y de bebidas fuertes. La única excepción ocurrió en el festejo por la aparición del libro La olla coya de Tincho Bertolone, cuando el cocinero-murguero nos convidó unos excelentes vinos. El recuerdo de esos tragos casi me hace olvidar que, en este número de La Revista, estoy escribiendo demasiado y casi sin cansarme.

Salud.

Esta nota se publicará en La Revista, nº 34, San Salvador de Jujuy, julio de 2007.

Ver este tema en el blog de Guillermo Piro.

martes, 3 de julio de 2007

Dicen que soy aburrido

Si uno tuviera que asociar un color con las palabras que utilizan los políticos de Jujuy, ese color debería ser el gris de los hospitales. Casi todos los funcionarios públicos se expresan con una medianía que se parece a una expresión enferma. Fulano es del partido; con mengano se puede; gestión pepito; zutana diputada; XY se la banca, el suertudo al gobierno, el patrón al poder: he aquí un listado incompleto de la poética de la mediocridad jujeña.

Todo lo anterior sirve para contextualizar la sorpresa que cualquier lector siente cuando lee las expresiones del senador Guillermo Jenefes que aparecieron en la edición impresa de ServiPren del 29 de junio del corriente. La entrevista fue realizada por Rosario Agostini, quien muy hábilmente logró que el político citado salga de la monotonía expresiva de la clase política.

La parte más colorida es cuando el senador (y empresario) le contesta a la senadora (que tuvo sus primeros minutos de fama en el canal de adivinen quién) Liliana Fellner. Ella había afirmado, según su actual compañero de bancada y otorgador de espacio televisivo, que no se precisa ser dueño de un medio para dedicarse a la política.

Jenefes afirma que es político porque se ha ganado su lugar, aunque no precisa cómo fue la construcción de ese espacio. Digo esto porque no sabemos, por ejemplo, cuándo perdió el pelo: si ocurrió en su militancia en la juventud peronista o en alguna de las luchas sindicales o en la clandestinidad contra la dictadura. Tampoco sabemos cómo fue su inserción en la opinión pública de manera tal que el pueblo (¿se acuerdan de esta palabrita?) decidiera darle su apoyo. Aval que, sin dudas, lo tiene.

En los dos últimos párrafos de la entrevista, Jenefes demuestra que las palabras críticas de Liliana Fellner le llegaron a la másmédula del corazón y, en consecuencia, pega duro. Expresa que el espacio que él ganó es similar al que también se ha ganado “Liliana, que es Fellner”. Repite cuatro veces la fórmula que incluye el nombre de pila de la senadora o alguna referencia (“ella, senadora”) seguido del apellido magnánimo de esta provincia.

Según el entrevistado, la senadora “ha sido una luchadora de la cultura” y que el lugar donde luchaba era un espacio que él le había cedido. Allí nació su “pasión por la cultura y sus aportes a la provincia”.

El poder, lo sabemos, se puede ejercer de muchas maneras. Quizás, la más común sea por medio de la dominación; es decir, cuando alguien tiene la dependencia de otros. Es evidente que la mayoría de los políticos que supimos conseguir ignoran otras formas de poder como aquellas que brindan autonomía para que todos estemos mejor. Para no dar tantas vueltas: existe el poder de dominación y existe –aunque lo veamos poco– el poder del servicio. Éste último significa garantizar los recursos para que todos ganemos en autonomía y cambiemos la injusta realidad en la que vivimos.

Releo lo que escribí y me doy cuenta que soy tremendamente aburrido. Que no puedo ni siquiera aproximarme a la atractiva nota de Agostini, a quien envidio por su capacidad para descubrir oro en medio del barro. Y, debo reconocerlo, envidio muchísimo más a nuestros senadores no por el lugar que bien se ganaron, pero sí por su militancia incuestionable y por el lugar que tienen en la historia de la cultura de Jujuy.

Esta nota se publicará en La Revista, nº 34, San Salvador de Jujuy, julio de 2007.

miércoles, 20 de junio de 2007

Me ofrezco para hacer metáforas

No sé cómo la que hoy es mi suegra no me expulsó de su casa. Le dije que era escritor y quería casarme con su hija. Ahora, con la tranquilidad que dan los años que nos separan de aquel hecho, sospecho que me subestimó demasiado y no pensó que cumpliría con mi palabra.

Un amigo poeta se casó a la misma edad con esta justificación: “¡Y qué se puede hacer en Jujuy después de los treinta años!”. Confieso que yo no estaba seguro de mi decisión matrimonial; en rigor, casi nunca estoy seguro de nada. Ni siquiera sé cómo responderé el día que mi hija me diga que está por empezar una convivencia. De lo único que estoy seguro es que su pareja no será del mundo literario. Afortunadamente, los padres lectores apabullamos a nuestros críos con demasiados libros y ellos terminan odiando todo lo que tengo tufillo a literatura y se dedican a vivir la vida. Y lo bien que hacen.

Sospecho, además, que los padres de una señorita en edad de merecer añoran para su hija un candidato que tenga solvencia económica. Por mi parte, me conformo con que no sea contador, remisero o policía municipal. Tengo sobrados motivos para no desearlos como parientes políticos y no pienso detallarlos en esta nota.

Sí quiero decir que es muy difícil que cualquier padre no levante una mirada de sospecha si su futuro yerno es alguien que trabaja con cosas intangibles como metáforas. Podemos ser borgeanos pero sabemos que las metáforas no dan de comer, ¿o no?

Imagen de poeta

Para colmo los poetas y los folkloristas han construido una imagen de bohemia que incluye a la noche, el alcohol y los amores fugaces. Una mezcla explosiva para cualquier familia políticamente correcta. Aclaremos que muchos borrachos se las dan de artistas porque así justifican su adicción, pero no tienen escrito ni una zamba que valga la pena tararear.

No obstante lo anterior, sospecho que esa imagen empezó a modificarse. Los mejores escritores actuales no se van de la universidad dando un portazo. Muchos son docentes, otros abogados, algunos periodistas y muy pocos son veterinarios, militares y odontólogos; todos tienen una formación enciclopedista muy sólida realizada con lecturas afiebradas.

Algunos ejemplos pueden ayudar a entender esto que digo: Jorge Accame, docente; Susana Aguiar, docente; Ernesto Aguirre, periodista part time; Alberto Elías Alabí, docente; Jorge Albarracín, docente y empleado bancario; Pablo Baca, abogado y legislador; Elena Bossi, docente; Mario Busignani, abogado; Patricia Calvelo, docente; Jorge Calvetti, periodista; Nélida Cañas, docente; Álvaro Sebastián Cormenzana, músico; Marcelo Vicente Constant, docente; Libertad Demitrópulos, docente; Raúl Dorra, docente; Fernanda Escudero, docente; Miguel Espejo, periodista; Andrés Fidalgo, abogado y docente; Raúl Galán, docente y funcionario; Godofredo Garay, abogado; Víctor Ocalo García, docente y arquitecto; Néstor Groppa, docente y periodista cultural; Mita Homs, contadora; Federico Leguizamón, comunicador social; Tito Maggi, odontólogo y docente; Estela Mamaní, docente; Marcelo Mariani, docente; José Luis Melano, docente; Ildiko Nassr, docente; Ángel Negro, veterinario; Raúl Noro, periodista y docente; Antonio Paleari, militar; Susana Quiroga, docente; Fortunato Ramos, docente; Carmela Ricotti, docente; Blanca Spadoni, docente; Ramiro Tizón, abogado; Héctor Tizón, juez; Sixto Vázquez Zuleta, docente; Luis Wayar, periodista; Domingo Zerpa, docente.

A muchos de estos escritores les sobran horas de potrero literario como a muchos universitarios les sobran horas de cursos de posgrado. Tanto unos como otros se miran con cierta envidia, justo es decirlo.

Hablar al flato

Leopoldo Marechal, un peso pesado de la literatura que estuvo postergado durante mucho tiempo por ser peronista, termina su célebre novela Adán Buenosayres con la frase: “Solemne como pedo de inglés”. Él sabía muy bien que ese final sería muy distinto si hubiese escrito “flato” en vez de “pedo”. Conclusión: no siempre hay que hacer lo literariamente correcto.

En nuestra provincia, la mayoría de las veces, los avisos que corresponden tanto a la publicidad como a la propaganda son hechos al reverendo flato. Así, cada vez que hay un aniversario o se conmemora una fecha, aparecen en los diarios numerosos avisos que dicen lo mismo: todos saludan, felicitan y desean buenos augurios de la misma manera. Si la musa inspiradora de estos improvisados “creadores” publicitarios se encarnara en una mujer, todos se acostarían con ella. O lo que es lo mismo: todos se engañarían entre sí. De hecho: casi todos se engañan a sí mismos cuando se definen como creativos publicitarios.

Pero la culpa no es del que crea el aviso, sino del que lo paga. Hoy, los mayores culpables de que existan malos avisos en los medios son los funcionarios públicos. Seguro que todos recordamos aquellos avisos que nos hartaron en el verano: “Maneje a la defensiva”. Fue en esa época que ocurrieron la mayor cantidad de accidentes de tránsito en nuestras rutas. A los creadores de esa frase habría que hacerles un juicio por el crimen de lesa publicidad.

Otra frase que carece de todo gancho y creatividad es el lema: “Trabajamos para todos los jujeños”. ¿No es acaso la premisa normal que debería tener cualquier gobierno democrático? ¿A quién se le ocurrió semejante genialidad? Pero la que es la peor de todas es aquella frase que, al lado de la palabra “Gestión”, coloca el apellido del funcionario de turno.

El poder de las palabras

Nuestros gobernantes (esos que dan las órdenes para que se paguen los avisos institucionales) deberían aprender que las metáforas sirven para abrir las mentes. Al revés de los avisos que ellos a menudo publican y que tienen una visión demasiado estrecha acerca de lo que quieren publicitar y carecen de vuelo poético. Sospecho que es muy difícil que entiendan esto que digo ya que, como lo expresó la directora de esta revista hace dos números, la secretaría de Cultura de la provincia paga por ediciones de dudosa calidad. Las obras y los autores, casi siempre, son incuestionables; lo dudoso, en este caso puntual, es la factura editorial.

Por el contrario, las empresas japonesas conocen bien el poder que tienen las palabras. La empresa Honda, por ejemplo, innovó en el mercado automovilístico cuando sus directivos dieron la orden de trabajar bajo una metáfora que sería críptica para muchos de nuestros funcionarios: “La teoría evolutiva del automóvil”. Ésa fue la metáfora que originó la creación del Honda City, el innovador coche urbano que desplazó a los aparatosos coches americanos que hasta entonces reinaban en el mercado.

Las metáforas, por lo tanto, son palabras que para más de un funcionario local sonaría a estupidez. Las metáforas son palabras que no contienen órdenes cerradas (recuerden las que citamos más arriba) y que contienen el germen del carácter imprevisible de la innovación.

Una última cuestión: ¿hace falta aclarar que las personas más capacitadas para hacer metáforas son los poetas? Hace falta: las personas más capacitadas para hacer metáforas son los poetas. No lo digo para que algún funcionario me contrate; lo digo para que mi suegra me siga invitando a comer tallarines los domingos.

Esta nota se publicará en La Revista, nº 34, San Salvador de Jujuy, julio de 2007.


jueves, 14 de junio de 2007

Olvidáte de olvidar

Texto que será leído mañana en el Congreso de Escritores del NOA que se realiza en Salta.






Ludmila Catela da Silva, Elizabeth Jelin y el autor de este texto en radio Nacional, San Salvador de Jujuy, 2006.




Este encuentro tiene objetivos ambiciosos. Sus organizadores pretenden que los invitados reflexionemos sobre lo regional y lo global; que analicemos las tensiones entre la literatura, la sociedad y la educación; que establezcamos relaciones entre la oralidad y la escritura, entre otras cosas.

Desde ya les digo que no esperen gran cosa de mí. Tampoco crean que vine para escaparme de la rutina laboral y llegué hasta aquí para saludar a amigos queridos y reclamarle algún libro que dejé en consignación al librero de Rayuela. He trabajado para preparar esto que digo. Aún así, insisto en que los objetivos son enormes y mis resultados son deformes.

Para empezar, voy a cambiar el lugar del acento del título de este trabajo. En el programa que ustedes tienen, donde dice: “Olvídate”, tan gramaticalmente correcto, debe decir: “Olvidáte”. Nosotros, en el norte –o, para no ser tan pretencioso, en Jujuy– no hablamos con un español correcto. No decimos: “Mozuelo, anda al almacén”; nuestra oralidad se expresa de la siguiente manera: “Chango, andá al almacén”. ¿Entienden las profesoras de lengua por qué solicito una licencia para cambiar el lugar del acento? Espero que sí, y si no la seguimos al final, en el momento reservado para las preguntas y la discusión.

Pasemos ahora al trabajo propiamente dicho. No creo que exista ningún ser humano sensible que pueda ignorar el sufrimiento de una madre. Si el testimonio de la madre es desgarrador por vivir una situación límite, es casi imposible que lo podamos ignorar. Algo de estos nos pasó seguramente a todos; algo de esto me pasó a mí.

Después de escuchar el relato de una madre sobre su hijo o hija que fue víctima de la dictadura, es muy difícil permanecer como si nada; en mi caso sentí que algo debía hacer. Además, me considero un buen lector de poesía –género subversivo por excelencia– en el que las palabras muchas veces hacen estallar un polvorín en el interior del que las lee; arsenal que hasta entonces era ignorado por el propio lector. Con esto quiero decir que, por mi formación lectora, no puedo ignorar esas palabras que me contaron las mujeres de Jujuy y explotaron en mi interior: dictadura, desaparecidos, madres, vida, verdad, justicia.

Memorias de una decisión

En 1980, un entonces desconocido arquitecto ganó el Premio Nobel de la Paz y a mí, como a gran parte de los argentinos, ese acontecimiento me descolocó. Tres años después, a mediados de abril, Adolfo Pérez Esquivel llegó a Jujuy para dar una serie de conferencias. Asistí a una de ellas y, cuando él afirmó que en Jujuy existieron lugares donde se torturaba, yo miré a quien estaba a mi lado y los dos pusimos caras de asombro. En rigor, casi todos los asistentes nos sorprendimos.

Enseguida, una mujer ya grande y morocha se puso de pie, era Eublogia Cordero de Garnica, madre de dos jóvenes detenidos-desaparecidos y sobreviviente del Centro Clandestino de Detención (CCD) de Guerrero. Ella se levantó la pollera, nos miró con la tranquilidad de no ser mal interpretada y expresó: “Yo fui torturada. Éstas son las marcas de la picana”. Yo ya había leído una entrevista[1] de Mona Moncalvillo a varias integrantes de Madres de Plaza de Mayo, pero sentía que la represión ocurría allá lejos. El testimonio de Eublogia me hizo ver lo cerca que estaba todo.

Después, me enteré que dos escritores jujeños habían estado en el exilio. Uno de ellos se llama Andrés Fidalgo; el otro, Héctor Tizón, el reconocido narrador. Ellos volvieron en 1982. Entre 1984 y 1986, formaron parte de la Comisión Extraordinaria de la Legislatura de Jujuy que se encargó de registrar las denuncias de las personas que fueron mal tratadas por la dictadura. Después de las leyes de “punto final” y “obediencia debida”, la Comisión se disolvió y Tizón se dedicó a consolidar su obra, ya reconocida por la crítica[2] y el gran público. Por su parte, Fidalgo retomó sus anotaciones, profundizó sus investigaciones y, varios años más tarde, publicó su libro Jujuy / 1966-1983.

Bueno, antes de seguir, tengo que hacerle una confesión pública a mi amigo Ernesto Aguirre que debería estar aquí presente. Hace veinte años, tuvimos una conversación de varias horas que yo después desgrabé y edité. En un momento del diálogo, el poeta expuso una idea que durante mucho tiempo me acompañó y –a la vez– me incomodó:

Yo creo que no puede haber nadie que afirme que no ha sido contaminado por los ocho años de dictadura militar, por ejemplo. Es imposible. A pesar de que en la poesía no exista la denuncia de la tortura, de la desaparición, no importa; pero que somos afectados por la circunstancia que vivimos, eso creo que está fuera de toda discusión.

Esta idea quedó en algún subsuelo de mi mente. Tuvieron que pasar muchos años para que yo empezara a reflexionar sobre la cuestión de la dictadura, nuestros desaparecidos y la construcción de las identidades narrativas. Recién el año pasado, cuando presenté los resultados de una encuesta a escritores de Jujuy, tomé conciencia que existía una promoción de jóvenes autores que nacieron alrededor de 1976. [3]

Los primeros años de la democracia marcan el tiempo en que Olga Márquez de Aredez no marchaba sola (después una imagen de un film documental la dejaría congelada en soledad); Andrés Fidalgo preparaba las primeras nóminas de detenidos y desaparecidos, y también preparaba la primera lista de represores y personas vinculadas con actos de represión que alguna vez la justicia deberá investigar. Era el tiempo en que casi todos nos indignábamos con las atrocidades cometidas durante la dictadura. Pero llegaron la obediencia debida y punto final o, para decirlo sin eufemismos, las leyes de protección al torturador. Leyes que aprobaron los legisladores que supimos votar, como por ejemplo los tres jujeños que a fines de 1986 aprobaron la ley que puso un límite de ¡dos meses! a las citaciones judiciales y posibilitaron que los torturadores sigan en libertad. Y, en ese momento, casi se enfría todo.

Los familiares siguieron con su discurso inclaudicable que resumieron en tres palabras clave: memoria, verdad y justicia. No olvidar para no repetir, dice el primer mandato; conocer qué paso, por qué sucedió y quiénes estuvieron involucrados en esos sucesos trágicos; y, finalmente, buscar la justicia, sentar en el banco de los acusados a los responsables de los crímenes de lesa humanidad y –aunque pocos los dicen– a los ideólogos, los empresarios que los solventaban y a los funcionarios religiosos que perdonaron lo que no había que perdonar y que no denunciaron lo que había que denunciar.

El clima intelectual de fines de los ochenta se mostró oscuro para el movimiento de Derechos Humanos. En esa oscuridad, Carlos Menem, el 6 de octubre de 1989, firmó los decretos de indulto que beneficiaron a 216 militantes y 64 civiles. En Jujuy, una funcionaria del gobierno provincial (y con un pasado de agitación cultural que todavía es posible reivindicar) expresó a la televisión local que ella estaba de acuerdo con la medida presidencial; a pesar de la firmeza de su enunciado, ella sabía que su decisión sería repudiada por el ambiente cultural que frecuentaba.

Con mucho tacto, los familiares de los desaparecidos buscaban posibles firmantes al petitorio que, en vano, enviarían al Presidente. Es necesario aclarar que la diplomacia empleada por aquellos se debía a que muchos jujeños se negaban a firmar el pedido de nulidad del indulto. Las tres palabras seguían inclaudicables; pero muchos hacían como que no las oían.

En 1999, Andrés Fidalgo, uno de los faros de la intelectualidad jujeña, me convocó para colaborar con él (mi tarea fue muy secundaria, por cierto) en su libro sobre los años de plomo en Jujuy. Trabajar con él es un honor y le debo gran parte de lo que sé sobre la dictadura a él. Vaya desde acá, un agradecimiento al maestro.

El 2001 marcó un punto de inflexión en las luchas por los Derechos Humanos. El juez Gabriel Cavallo declara la “inconstitucionalidad y la nulidad insanables” de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En nuestra provincia, los familiares de los detenidos-desaparecidos solicitaron la apertura del Juicio por la Verdad (un puente para superar el vacío de justicia que habían creado las leyes del perdón y los indultos), pero las audiencias recién comenzarían dos años después. En la conmemoración de los 25 años del Golpe, –además de las organizaciones de DDHH– participaron activamente: ex presos políticos, periodistas, poetas, músicos. La convocatoria a los actos fue una de las más numerosas y también ese año se presentó la primera investigación sobre la dictadura en Jujuy: el libro Jujuy, 1966-1983 de Andrés Fidalgo. A partir de esta obra se elaboraron otros libros, revistas y documentales. La máquina de rememorar se activó y muchos destaparon sus orejas.

Dos años después asumió Néstor Kirchner. Una de sus primeras medidas fue ordenar el retiro a las cúpulas militares. Ese año se anularon las leyes de la impunidad. En Jujuy, muchos políticos (que todavía no sabían cómo pronunciar el apellido presidencial) cambiaron su discurso. Seguramente los buenos lectores recordarán aquello que Paul Valery opinaba sobre la corrección literaria: se trata, en rigor, de la reforma espiritual de uno mismo. Nuestros hombres públicos ignoraron al poeta francés y, con mucho empeño, buscaron las palabras y los gestos más suntuosos para quedar bien con su nuevo líder. Es decir, se volvieron políticos ornamentales.

El 24 de Marzo de 2004, la ESMA fue transformada en Museo de la Memoria y fueron retirados, de las paredes del Colegio Militar, los retratos de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone, ex directores y también dictadores. Un día antes, en el salón Auditórium que está al comienzo de la calle Independencia, habíamos presentado nuestro libro de memorias Con vida los llevaron. Unos meses después apareció el primer número de la revista Nadie olvida nada; al año siguiente, un video documental que tiene el mismo nombre y, al poco tiempo, otro titulado Retazos de la memoria.

El 2005 el movimiento de Derechos Humanos sufrió un golpe duro: Nélida Pizarro, la compañera de Andrés Fidalgo murió a fines de ese año. En marzo del año siguiente aparecería el último número de la revista que ella había empujado.[4]

En marzo del año pasado, el principal vocero del Partido Justicialista de Jujuy afirmó que “si es necesario, haremos una autocrítica”. Muchos creen –erróneamente, por supuesto– que todas las atrocidades ocurrieron en cualquier lugar menos aquí; que el horror estuvo concentrado en la ESMA o en otro lugar, pero nunca en Jujuy. Por eso no se animan a afirmar que es necesario hacer una autocrítica. Mirar el pasado con coraje implica reconocer que José López Rega, alias “El Brujo”, fue un militante peronista; que la banda parapolicial denominada Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) operaba antes del golpe del 24 de Marzo; y que Avelino Bazán, dos años antes de aquel infausto día ya estaba cuestionado y por esa razón tuvo que renunciar a su cargo en la Dirección Provincial del Trabajo. ¿Acaso es un detalle menor pensar que los integrantes de la Triple A se sumaron a los Grupos de Tareas que detenían, torturaban y arrojaban a los militantes al mar? ¿Acaso es un detalle ínfimo decir que Bazán fue tildado de subversivo y que un compañero senador por Jujuy –que sabía perfectamente lo estaba sucediendo– no hizo nada por defenderlo? No, nada de esto es menor como tampoco lo es que Avelino Bazán, el dirigente obrero más respetado de Jujuy, figure en las listas de desaparecidos.

El deber de todo aquel que trabaje con ideas es pensar en todo aquello que escapa a la lógica del mercado, la prudencia de las instituciones o el razonamiento fugaz de los medios masivos. Un trabajo intelectual digno consiste en ir en contra de lo políticamente correcto, oponerse a aquello que se cree seguro y examinar las certezas propias con el mismo rigor con el que examinan las ajenas. Pero expresarlo es más fácil que instrumentarlo.

No es una tarea simple reconocer que uno tuvo que esperar muchos años para investigar un tema que nos concierne a todos; que uno pensó a la tortura desde una lógica binaria: el detenido es un mártir que aguanta todo –incluso la muerte– o es un delator que entrega sus compañeros y su dignidad. La militancia de los setenta, ahora lo sé, no se reduce a un padrón de héroes y entregadores.

En un momento, mientras investigaba algunos datos de unas detenidas-desaparecidas, tuve indicios –nada más que eso– de que una mujer había delatado a varias de sus compañeras. Revisé las circunstancias, me concentré durante varias semanas para encontrar pruebas o testimonios definitorios, pero no encontré nada que confirmara aquella suposición. Sí comprendí que, frente a la tortura sin límites, uno no tiene ninguna autoridad para condenar la decisión que tomó la persona torturada. A partir de ahí, sentí que aquella lógica binaria dejaba de tener existencia.

Ahora, está instalada la idea de que el actual presidente promueve una política de DDHH que produce una ruptura con las ideas instaladas en la sociedad. Eso, con perdón de la investidura presidencial, es una tontería. Lo que el gobierno nacional hace es insistir en una búsqueda que hace rato fue enunciada: memoria, verdad y justicia. Algunas medidas, en especial las realizadas en Buenos Aires, tienen un carácter notable por cierto; pero la política de DDHH que prevalece, desde el 2003, es la de una acentuación contundente de una línea prefigurada, pero no es una política de ruptura. Por otro lado, ¿alguien (re)conoce una medida concreta del gobierno nacional que se aplique en las provincias? Yo, que soy parte interesada, conozco sólo una: el preseminario regional de NOA “A treinta años del golpe” que se desarrolló durante dos días de julio de 2006. Y nada más.

En estos tiempos, la construcción de ideas es un derecho de todos. Esa tarea, para no pocos de nosotros, es también una obligación. Sospecho que, con distintas variantes, los familiares de los detenidos-desaparecidos, ex presos políticos, periodistas y poetas de Jujuy, hemos empezado a pagar esa deuda que no deja de crecer.

Narrativas del horror: ¿un realismo trágico?

La construcción de las narrativas acerca de las violaciones a los DDHH es un trabajo que llevó –y que lleva aún porque es un proceso nunca terminado, siempre en constante construcción– años. Ya hemos visto que tuvieron que pasar varios lustros para que el tiempo de la rememoración y la reflexión se haga presente.

Existen distintas disciplinas del conocimiento que permiten acercarse a esas narrativas. Tanto la sociología, la historia, la antropología, la teoría política, la crítica cultural[5], la psicología, el psicoanálisis, el periodismo de investigación, la economía y otras, permiten enfocar esta problemática desde sus especificidades (demás está decir que sería saludable que lo realicen). No obstante esta riqueza metodológica y, por razones de formación, he trabajado con la metodología que brinda el análisis del discurso.

No se trata de un análisis descriptivo y analítico, es también un análisis social y político. Esto significa que como investigadores tenemos una tarea importante con la sociedad: dilucidar, comprender sus problemas, y el Análisis Crítico del Discurso se ocupa más de problemas que de teorías particulares.[6]

El problema de estos familiares ha sido cómo narrar el horror que les tocó vivir. Para eso tuvieron que reconstruir los acontecimientos trágicos, rememorar aquellos hechos y ordenarlos de manera de ser comunicables. Todos los testimonios tratan de seguir un desarrollo temporal de manera lineal. Para esto, se apoyan en estructuras narrativas conocidas que van desde una leyenda regional[7] a películas de vasto alcance.

Cada vez que un relato llegaba al nudo o complicación, parecía como si tiempo se “engrosara”. Es decir, narraban sobre un pasado expandido que se diferenciaba notablemente de los otros momentos. Era, en esos momentos, cuando las mujeres presentes en la reunión asentían, agregaban y complementan los dichos de la que relataba. Se trataba de una complicación por la que todas tuvieron que pasar. Las huellas de esos hechos están en las mentes de estas mujeres y, posiblemente, sean esos momentos los que más celosamente cuidan y tratan de repetir casi de la misma manera para no deformarlos.

Ahora bien, ¿cómo se deben narrar estos hechos que son traumáticos? ¿Pueden los familiares ser objetivos cuando recuerdan el horror? ¿Es posible ser objetivos de lo que se descubre al escuchar y sobre las consecuencias de escuchar ese sufrimiento?

Para responder estas cuestiones partamos de una situación difícil de negar: las aberraciones de la última dictadura –hechos que están probados no sólo en el Juicio a las Juntas– existieron. Por lo tanto, contar lo que sucedió es inevitable; eso hicieron los testigos que dieron su testimonio, eso hicieron los entrevistados que aparecen en libros recientes y eso hacen estas mujeres de Jujuy. Digamos más: los propios familiares quieren que estos hechos se sepan. Para que se afirme: “Así ocurrió”.

Ahora bien: no todos los relatos tienen una estructura argumentativa completa y además tienen algún vacío temático ya que es imposible la reconstrucción total. Por lo tanto, los testimonios grabados –por más que traducidos al papel insuman un millar de páginas o las que sean– no pueden formar una memoria grupal ni mucho menos se les debe exigir que comprendan la situación contextual del momento. Pero no por estas deficiencias son innecesarios; por el contrario, constituyen narraciones claves para entender “lo que no debió ocurrir”.

Ya mencionamos que existen distintas disciplinas científicas que pueden aportar para el análisis de los aquellos trágicos años. En consecuencia, mucha sería la exigencia que estaríamos colocando sobre los hombres de estas mujeres si, aparte de pedirles que rememoren lo ocurrido, les exijamos que sus relatos se articulen de manera objetiva, articulada y completa[8].

La narración, por otra parte, es una actividad propia de los narradores; es decir, de los escritores. A ellos deberíamos remitirnos para exigirles una completa estructura que cuente sobre lo ocurrido. (Escribí “estructura” y no contenidos porque ya sabemos que la reconstrucción total es una ilusión inútil.)

De la misma manera que, en la década del sesenta, se hablaba del “Realismo mágico”[9] que daba a conocer a un numeroso grupo de escritores que renovaron el campo literario; la literatura posterior a la dictadura recién empieza a tener una presencia sólida a fines de la década del ochenta. Entre ambos momentos hay diferencias notables ya que,

si el espléndido y múltiple movimiento de los sesenta venía generado por una gran confianza en el sentido de la Historia y en las posibilidades de la cultura de contribuir a un cambio social ─la Revolución Cubana, el boom de la literatura latinoamericana, el peso que en América y en el mundo tenían los debates entre intelectuales, eran algunos de los factores que actuaron como estímulo─, si esa narrativa, en suma, fue compelida por la esperanza, la narrativa actual, si viene de algo, viene del desencanto y de la muerte.[10]

Sin embargo, una de las claves de esta narrativa es que no contiene escenas de tortura explícita, no se trata ahora ─para hacer un parangón con la década del sesenta─ de un “Realismo trágico”. Sucede, eso sí, que las tragedias realizadas por la dictadura están en el imaginario de muchos creadores y “emerge solapadamente, como a contrapelo del relato”, como afirma Heker.

Tanto en las narraciones de los autores que fines de los ochenta como las de estas mujeres de Jujuy, se pueden encontrar no sólo reconstrucciones de escenas duras sino que existe, además, una deliberada intención de reflexionar sobre lo ocurrido (“contar para que no vuelva a ocurrir). Ellas, con sus relatos, van más allá de decir: “Así pasaron las cosas”. Con los años han tratado de entender porqué se dieron muchas de las acciones que tuvieron que vivir. De esa manera, construyen una explicación a lo vivido, que es como decir: “Esto no debió pasar”

Entender el sufrimiento por el que tuvieron que pasar (y cuyas consecuencias recién empezamos a percibir) es el primer paso que enfrentamos los que las escuchamos. Por eso son necesarias investigaciones que expliquen lo sucedido. No solamente para que no vuelva a suceder, sino, fundamentalmente, para que la pesada carga histórica no sea soportada sólo por ellas.

Por medio de diversos soportes (placas, videos, boletines, libros, murales, etc.) ellas tratan de mantener vigente la problemática de los desaparecidos de Jujuy. Para eso re-viven lo sucedido. Para que ese trabajo no sea en vano y se convierta en un re-morir es necesario que las escuchemos.

Una literatura de la oralidad

Realicé entrevistas a familiares de desaparecidos durante dos años seguidos. Fueron entrevistas de todo tipo. En algunas, en especial las que correspondían a las madres de mayor edad, todo ─hasta lo más trágico─ estaba envuelto con un sentimiento de ternura e incluso con una vuelta de humor. Al comienzo, yo no podía creer que me estaban relatando algo tan doloroso y, en medio del relato, contaban un chiste como si nada.

Otras entrevistas fueron muy densas y estaban cargadas con silencios muy significativos. Costaba mucho llegar a las situaciones del secuestro o de violencia sobre los cuerpos. Con Nélida, la mujer de Andrés Fidalgo, unas horas después que ocurrieron algunas de estas entrevistas teníamos la necesidad de hablarnos por teléfono para compartir algunas impresiones y descargar un poco la tensión acumulada. Hubo momentos en que todos necesitábamos un psicólogo y, de alguna manera, esas entrevistas funcionaron también como terapia grupal; claro que estuvieron coordinadas muy defectuosamente por mí.

Cuando las entrevistas se editaron y adquirieron la forma de páginas encuadernadas, las personas que me habían dado su testimonio pudieron verse a sí mismas en un ordenamiento cronológico que hasta entonces no lograban vislumbrar en su totalidad. Recién entonces la oralidad de aquellos testimonios se materializó en un libro.

Al momento de privilegiar qué partes incluir, preferí incorporar las historias de la vida privada de los desaparecidos y de sus madres. No me propuse investigar sobre memorias “encuadradas”, es decir discursos que ya están institucionalizados y que gozan de buena presencia en la opinión pública, aunque no así con las memorias particulares. En muchos casos, los rituales de conmemoración actúan por repetición y no dejan espacio para construir las memorias locales que, en general, entran en conflicto con las memorias oficiales (tal es el caso de las disputas que existen entre las distintas versiones que buscan explicar los actos de violencias que ocurrieron a fines de julio de 1976 y se conocen como el “Apagón de Ledesma”).

Por otro lado, como expresa Walter Benjamín, las construcciones de que hacen la mayoría de los historiados son comparables a instrucciones militares que acuartelan y acorazan la verdadera vida. Mientras que la anécdota funciona como un levantamiento callejero. La anécdota nos acerca a lo que se narra, permite que las historias entren en nuestras vidas.

Final abierto

Los años que nos separan de la última dictadura son los que nos permiten recomponer la fractura que la Junta Militar impuso a sangre y fuego. La sutura narrativa de las consecuencias del autoritarismo proporciona una lectura reflexiva que no escapa a los debates políticos, ni a las tensiones que produce en el campo académico e intelectual. No hay solución redentora al problema de los desaparecidos; esto es así porque nunca los problemas complicados se resuelven con soluciones fáciles y rápidas.

Por eso, he vuelto sobre un tema que es imposible negarlo, por más dolor que produzca. No creo haber encontrado alivio a la molesta ─pero no por ello menos cierta─ opinión de Aguirre.

Por último, quisiera decir que investigar esta cuestión me ha cambiado a mí. No he podido cerrarla y todavía sigo juntando testimonios y relatos. La máquina de narrar no sólo se activó en los lectores. Ya dije que desde que escuché el primer relato de un familiar supe que esta historia me llamaba, ahora siento que me sigue llamando y con más fuerza aún.


[1] Revista Humor, Nº 92, octubre de 1982. Buenos Aires: Ediciones de la Urraca.

[2] Uno de los aspectos por lo que se destaca la obra de Tizón es el tratamiento que el narrador otorga al paisaje y la memoria popular. Para profundizar el pensamiento de este autor sobre la condición del exilio, véase la entrevista que le realizó Boccanera (1999).

[3] Así, resulta emblemática la fecha de nacimiento de Fernanda Escudero, poeta salteña que vive en Jujuy, ella nació el 24 de marzo de 1976. Tanto esta poeta como muchos de sus compañeros de generación han sido niños bajo la dictadura y han crecido corporalmente de manera distinta de los niños que crecen bajo una democracia. Esto está demostrado por biólogos y discursivamente nosotros hacemos referencia a esta circunstancia cuando expresamos “lo tiene incorporado”.

[4] En el editorial de aquel último número escribimos: “Hay golpes en la vida que son muy fuertes. Esto lo sabemos muy bien los lectores de esta revista y quienes la hacemos. Cada detención es un golpe, cada desaparición es un golpe, cada militante que nos falta es un golpe. El peor golpe -también lo sabemos- comenzó en aquel 24 de marzo de 1976. Nélida Pizarro de Fidalgo, el motor principal de esta revista, murió el 6 de diciembre pasado. Cuando José Luis Mangieri propuso que hagamos un boletín para informar las actividades de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de Jujuy, ella se encendió y no paró de activarnos. Todavía hoy sus palabras siguen sonando sobre los que tenemos deudas con ella. No sabemos cómo seguirá esta revista. Nos sobran los motivos para dudar acerca de su continuidad. Lo dijimos: hay golpes en la vida que son muy fuertes”.

[5] Además de las disciplinas que se detallan se podría analizar el aporte que realizan las obras de carácter estético que se introducen en la problemática en cuestión. Como veremos más adelante, la literatura puede ─y, de hecho, lo hace (aunque de manera incipiente)─ contribuir a crear marcos de representación de la masacre.

[6] Teun van Dijk (2000), El discurso como estructura y como proceso. Barcelona: Gedisa.

[7] En su ensayo sobre el “Apagón de Ledesma”, Ludmila da Silva Catela resalta que la figura de “los ladridos de los perros” es una constante que se repite en los relatos de sus entrevistados. Posiblemente esa repetición se deba a que la leyenda del Familiar, muy presente en la zona, contiene una escena similar. El ensayo (“Apagón en el ingenio, escrache en el Museo”) forma parte del libro de Ponciano del Pino y Elizabeth Jelin (comps.) (2003), Luchas locales, comunidades e identidades. Madrid: Siglo XXI.

[8] “Quizás estemos asignando demasiado valor a la memoria y demasiado poco valor al pensamiento” afirma Susan Sontang (2003) en Ante el dolor de los demás. Madrid: Alfaguara.

[9] Héctor Tizón, con un tono no carente de ironía, manifestó al respecto que el “Realismo mágico” es un invento para europeos entusiastas: “Yo simplemente recordé que mi abuela cuando se acercaba la noche, tocaba las manos y les decía a los peones: ‘Saquen las víboras de los cuartos que se van a acostar los niños’. Eso en Holanda es realismo mágico; en mi tierra es realismo pedestre”. Más detalles en Speranza (1995).

[10] Heker, Liliana (comp.) (1996), Después: Narrativa argentina posterior a la dictadura. Buenos Aires: Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.


domingo, 10 de junio de 2007

Recomendaciones para rendir un examen

El autor de esta nota fracasó en varias carreras universitarias. Por algunas de las vueltas del destino, su trabajo más constante es ser docente; aunque no tiene título pedagógico que lo habilite (como alguna vez se lo recordó un funcionario rencoroso). No tiene formación docente pero, como aquel atorrante de barrio que es detenido reiteradamente y que por eso mismo conoce el movimiento interno de la seccional policial, nuestro columnista se mete con un tema que conoce con la sapiencia de un ladrón.


Nota publicada en
La Revista, nº 33, San Salvador de Jujuy, junio de 2007.



1. No se presente sin dormir.

2. Si estudia hasta tarde consuma coca (la hoja, no la gaseosa) porque evita el sueño. Al otro día no se olvide de cepillarse bien los dientes.

3. Coloque un buen despertador o hable con alguien para que lo despierte (y que éste a su vez coloque un buen despertador o hable con alguien para que lo despierte y así sucesivamente).

4. No desayune un termo completo de mate cebado. Graves consecuencias no deseadas pueden sucederle.

5. Trate de llegar por lo menos diez minutos antes al aula. Considere el hecho de que vive en Jujuy. Que a menudo hay corte de calles. Que el colectivo urbano no siempre pasa. Que muchos de los que pasan no tienen freno. Mejor vaya en bici.

6. Antes de entrar al aula pase por el baño. En situaciones como éstas, las propiedades diuréticas juegan en contra.

7. Ya en el aula verifique que tiene lapicera. Por alguna razón inexplicable, los estudiantes cuando tienen hojas suficientes no tienen con qué escribir. Compruebe que la lapicera tenga tinta.

8. Si no tiene con qué escribir, coloque su mejor cara de idiota y diga en voz alta: “¿Quién tiene dos lapiceras?” o “¿A quién le sobra una lapicera?”.

9. Si, a pesar de lo ya expresado, usted llega tarde, no espera que su profesor corra presuroso hacia usted a dictarle las consignas de la evaluación. Por lo menos, ponga cara de desesperado.

10. Si no tiene idea nada, no ponga cara de examinar intensamente la manera en que se viste su profesor o, si es profesora, si ya se le han caído las gomas.

11. No se presente a un recuperatorio diciendo: “¿Me puede decir la nota de mi parcial porque yo no vine en toda la semana y no sé si me corresponde rendir?”.

12. No espere que el cielo le mande una señal sobre cómo contestar. Ni san Expedito lo va a ayudar.

13. Tampoco espere que descienda una musa inspiradora y le agarre la mano para que usted tenga buena letra. Lamento desilusionarlo: las únicas musas que existen son las de carne y hueso. Por lo general, sus nombres figuran en el baño de varones.

14. Si llegó una hora tarde al examen, y a pesar de eso lo dejan pasar, no solicite permiso para ir al baño. Aguántese que ya termina.

15. Si usted es mujer y está en edad de merecer, no se haga la seductora con el profesor. No muestre las piernas, ni se desabroche la blusa. No es el momento ni el lugar más adecuado.

16. No duerma en el parcial.

17. Si estuvo todo el tiempo analizando la geometría del capuchón de su lapicera, cuando el profesor solicite que presenten las hojas, no pida “cinco minutitos más”.

18. Si llegó hasta aquí, dedíquese a otra cosa y no simule estudiar. Siempre será mejor leer cualquier libro que esta pésima nota.

jueves, 7 de junio de 2007

Día del periodista

Este aviso aparece hoy, 7 de junio de 2007, en los dos periódicos de San Salvador de Jujuy. También fue enviado como salutación a periodistas, comunicadores sociales y otros gestores de la información.

Se aceptan comentarios. Si no lo hacen, tendrán que soportarme. Hasta luego.


lunes, 21 de mayo de 2007

Néstor Groppa: "Amo la claridad y busco la claridad"

Néstor Groppa (Leandro Álvarez) nació en Laborde, Córdoba, en 1928, y reside desde 1951 en Jujuy. Fue maestro de grado, bibliotecario, periodista y editor, y estuvo entre los fundadores de Tarja (1955-1960), una de las revistas más importantes en la historia literaria argentina. Su obra incluye, entre otros títulos, Taller de muestras (1954), Indio de carga (1958), En el tiempo labrador (1966), Carta terrestre y catálogo de estrellas fugaces (1973), Almanaque de notas (1978), Obrador (1988), Abacería (1991), Libro de Ondas con abrecaminos y final de pálidas (2000) y ocho tomos de Anuarios del tiempo (1998-2007). Además de poesía, tiene un libro de memorias: Este Otoño (2006).

Entrevista realizada en colaboración con Osvaldo Aguirre

-En sus memorias, al hablar de Laborde, su pueblo natal, dice que “aquellos años siguen estando en algún lugar de esta mirada”. ¿Qué es lo que fue determinante en su infancia respecto de su visión del mundo y de la poesía?

-La luz y la sombra. El mundo que se inicia con ellas. Tal como comenzó para todo ser; un mundo que luego poblaron las cosas. Algunas se evaporaron, otras continúan y hacen la particularidad de los ojos en la mirada de cada cual (¿así el universo?) Cada uno lo es. En mí, puedo hablar de la soledad y las distancias (entre éstas: el tiempo).

-Usted comenzó a escribir los poemas de Taller de muestras en Buenos Aires. Cuando llegó a Jujuy, ¿que le pasó con la escritura?

-Cuando vine acá conseguí lo que no había conseguido en Buenos Aires: poder leer. En Buenos Aires hice varios trabajos. La historieta es larga. Haciéndola cortita: trabajaba en casa Harrods, en la dirección de personal, era el que controlaba las tarjetas de ingreso. De noche estudiaba Bellas Artes, en la Manuel Belgrano. Ahí los conocí a (Domingo) Onofrio y a (Andrés) Lizarraga. Con Lizarraga nos hicimos grandes amigos. Y Onofrio era compañero de colimba de (José Luis) Mangieri. Entonces andábamos siempre los cuatro juntos. Era estar todos los días juntos. Te estoy hablando de los años 43, 44, 45, 46, hasta que empezó a ponerse un poco pesado políticamente. Que fue más o menos ya cerca del 50. Entonces nos rajamos. Con Onofrio nos vinimos para el norte y Mangieri y Lizarraga se fueron para el sur, a Bariloche. Los poemas están fechados en los cafés, “café la Facultad”, en “el viejo hospital de Clínicas”. Uno trabajaba y vivía en el café. En ese tiempo, la lechería. Los mozos te conocían, sabían que vos ibas de 9 a 11 de la mañana y tomabas un café y leías. Ahí me acuerdo de haberme entreverado con El ser y la nada, recién aparecido. Y me acuerdo de haber leído a Simone de Beauvoir, todo el existencialismo, que estaba de moda. Pero a los saltos. Y cuando vine acá, con el silencio y la tranquilidad, y el trabajo de maestro, que me dejaba media tarde libre, primero en Purmamarca y después en Tilcara, como decíamos con Onofrio o con (Jorge) Calvetti, nos hacíamos una panzada de lecturas. Y ahí leí cosas que me marcaron para siempre: todo Aníbal Ponce, un escritor injustamente olvidado. ¿Lo conocés?

-Tengo referencias, pero no lo leí.

-Ah, ¿ves? (sonríe). Yo tengo la colección de la revista Dialéctica, que dirigía José Ingenieros. Aníbal Ponce fue su discípulo preferido; murió a los 41 años en un accidente de automóvil, en mayo del ’38, en México. Lo persiguieron y expulsaron del país en la época de los conservadores. Leí todo Pablo Rojas Paz, y ¿quién lo conoce hoy a Rojas Paz? En una encuesta que me hicieron sobre literatura regional y literatura nacional, yo digo y lo sigo sosteniendo: ¿Por qué la literatura argentina siempre son los escritores de Buenos Aires? Una cosa es vivir en Bahía Blanca, en Rosario, en Córdoba, que es el interior y otra cosa es el interior de Tierra del Fuego, de Santa Cruz, de Chaco o de Jujuy. Todo es interior, pero hay interior que está a dos horas de Buenos Aires y hay interior que estaba -en aquel tiempo- a dos días de tren de Buenos Aires. “En este país, suponiendo que se pueda ser famoso sin Buenos Aires…”, como decía Macedonio Fernández, y es la verdad. Si hay un escritor prolífico, ése es Juan Filloy, pero Filloy no tiene la trascendencia de cualquier chango que se pone a escribir en Buenos Aires.

-¿Cuál era el ambiente literario en Jujuy en el momento en que usted llegó a la provincia?

-En el ochenta y pico hice un censo de la literatura en Jujuy, (donde discriminaba) los que firmaron y ya no firman, es decir, los que desaparecieron y los actuales. Los autores clásicos y los escritores ocasionales…

-¿Se refiere al libro Abierto por balance (de la literatura en Jujuy y otras existencias), que apareció en 1987?

-Sí. En ese libro están clásicos como (Daniel) Ovejero y otros que no eran literatos sino gente que se acercaba a la literatura de una manera muy particular: eran poetas o escritores alusivos; se manifestaban con respecto al aniversario del Éxodo jujeño, la bandera, etcétera. Hacían discursos escolares con mentalidad adulta. Pero eran cosas que no tenían ninguna trascendencia ni estaban empalmadas con la actualidad literaria, no había una búsqueda. En realidad, la literatura empezó mucho después con Libertad (Demitrópulos), con (Raúl) Galán, con (Jorge) Calvetti pero no con Calvetti acá precisamente porque Calvetti inició su obra en Buenos Aires. (Tito) Maggi, que fue un excelente escritor, dividía el escritor ocasional del escritor vocacional. Los que eran escritores ocasionales hacían su discurso con motivo de tal festividad, siempre “tocaban de oído”. Y después estaba el vocacional, que se inicia con Libertad, el caso de Galán, el de Calvetti. También estaba Miguel Ángel Pereyra, narrador; Carlos Figueroa, sonetista, el caso de Rubén Alejo Barros. Nadie se acuerda de Rubén Alejo Barros. Yo lo conocí, presidiendo una sociedad de escritores que venía a ser un sucedáneo de la Sade. Pero se llamaba Asociación de Escritores Jujeños. Cuando llegamos nosotros, dio la coincidencia que nos hicimos grandes amigos con Calvetti en Tilcara, amigos de convivir diariamente con Medardo Pantoja, y ahí tuvimos la idea de hacer una revista.

-Hubo alguien que decía, refiriéndose a usted cuando daba clase: “En Tilcara hay un maestro que escribe versos en secreto”.

-Sí. “Un maistro”, decía. Era Donato Peloc, un personaje extraordinario. Donato era el asistente de Calvetti, que vivía en Maimará y se venía todos los días a trabajar vestido de gaucho, con bombachas y botas, al centro de salud de Tilcara. Dejaba el caballo atado, sacaba la corralera, se ponía el guardapolvo blanco y ejercía sus funciones administrativas. A mediodía, cuando él terminaba y yo salía de la escuela, nos encontrábamos a tomar un vino, con alguna otra cosita en el mercado.

-¿Cómo llegaron a hacer Tarja a partir de aquella idea de publicar una revista?

-Tarja fue algo especial. Te estaba contando que éramos tres los que teníamos la idea de la revista, en Tilcara: Calvetti, Pantoja y yo. No sabíamos cómo y dónde imprimirla. Bajábamos seguido desde Tilcara a Jujuy, nos alojábamos en una fonda cerca de la estación, La Estrella, ya desaparecida. Ahí tomábamos unos vinos mansos, como decíamos, tranquilos. Y un día Calvetti dice: “hay un doctor, un abogado, que escribe, y creo que es bueno. ¿Por qué no le hablamos? Es un tal (Mario) Busignani”. Y yo me acordé de Mario De Lellis. Él me publicó el primer poema, “Los molineros”, en Buenos Aires. En ese tiempo Mario de Lellis estaba con Nira Etchenique y alguien que había sido profesor mío en el secundario, creo que apellidado Lara. Y Mario De Lellis una vez me dijo: “Mirá, yo sé que andás por Tucumán, si llegás a Jujuy tratá de ver a un abogado que conozco que es buen tipo y escribe. Se llama (Andrés) Fidalgo”. Entonces dijimos “veamos a esta gente, que está radicada acá y conoce bien el ambiente. Nos guiarán, les puede interesar”. Busignani se entusiasmó y casualmente tenía como cliente de su estudio jurídico al único “imprentero” que se animó a poner el pecho, (José Francisco) Ortiz. Y por medio de “Kachorro” (Modesta Álvarez Soto) conocimos a Fidalgo.

-¿Tarja fue un punto de relación con escritores de otras regiones?

-Sí. Me acuerdo, y tengo las cartas por ahí, que yo lo refloté a León Benarós. Porque cuando vino la Libertadora a León Benarós poco menos que lo proscribieron y no publicó en ningún lado. Me mandó esas décimas encadenadas que tenía él y se las publiqué. (Carlos) Mastronardi era muy amigo de Calvetti. Después había gente amiga de (Luis) Pellegrini –un artista de Buenos Aires que vivía aquí y se sumó a nuestro entusiasmo–, como Castagnino, Policastro, Soldi, Pons, Rebuffo. Por medio de Pantoja, vinieron más artistas. Es una cadena de historia tan larga y llena de detalles. Tengo el número 17 armado, que no llegó a salir.

-¿En ese momento seguía viviendo en Tilcara?

-No, ya estaba en Jujuy. Me trasladaron como secretario de escuela primaria. El primer lugar al que fui a rebotar fue a la Escuela Experimental, frente al Parque San Martín, que era el antiguo y lujoso Hogar Evita. Y, además, vine porque me mandó a llamar el rector del Colegio Nacional para que organizara la biblioteca, que estuvo cerrada como diez años, ahí trabajaba a la mañana. A la tarde, en la Escuela Experimental. Después, podía seguir trabajando en la imprenta y haciendo la revista. De la escuela me trasladaron, porque yo tenía fama de la zurda y había entrado un monaguillo, Filiberto Carrizo, en el Consejo de Educación. Filiberto Carrizo no me pidió la renuncia pero me revoleó de frente del Parque a la Escuela Alberdi, en San Pedrito. En ese tiempo había una sola línea de ómnibus que salía para San Pedrito. Y yo tenía que trabajar de 8 a 12.30 en el Colegio Nacional y a la una de la tarde entrar en la otra punta de la ciudad, en el “gran Jujuy”; tenía que tomar el ómnibus que pasaba a la una menos cuarto indefectiblemente por Lavalle y Belgrano. En aquel portafolios, que todavía lo tengo (lo señala, sobre una mesa con libros y recortes), llevaba una petaquita con un cuarto de vino y un sandwich de milanesa. Durante dos años estuve almorzando eso, en la última hora de la biblioteca del Nacional. Entonces la tranquilidad que tenía para leer desapareció, porque salía de San Pedrito a las seis de la tarde y me enganchaba en la imprenta hasta las ocho. De la Escuela Alberdi, al tercer año me rebotaron a Villa San Martín. Allá era más jodido todavía, porque del Nacional a Villa San Martín no tenía en qué ir, tenía que ir a pata. Voy al Consejo de Educación y estaba Raúl Galán como presidente. “Mirá lo que me pasa -le digo-, ¿qué quieren, que renuncie?”. Para sorpresa mía, me dice: “Y sí, renunciá”. Galán era poeta, yo lo respeto como poeta, pero como ser humano... Ahora, ¿cómo se diferencia el ser humano del poeta? No sé. Y renuncié. Me quedé con la biblioteca del Nacional y me tiró un salvavidas Pantoja, con unas horas de Historia del Arte en la escuela de Artes que recién se había creado. Mientras tanto seguía laburando en la revista. Porque la revista la armaba yo. Me encargaba de controlar los pliegos, diagramar, hacer “los monos”, etcétera.

-El nombre de la revista alude al trabajo del peón, a la faena concluida. Las referencias al trabajo campesino son asimismo frecuentes en su poesía.

-Contesto con un párrafo de Este Otoño: “Siempre pensé que a nuestros poetas habría que obligarlos a tomar una pala, proveerlos de una lonja de tierra y que cultiven. Trabajar la tierra enseña mucho; lo que nace gracias a nuestras manos, purifica y es una gran sensación de utilidad regar con acequia, dar de comer a la semilla en el surco, hecho que nos pule de ripios interiores y por tanto de ripios poéticos. Yo no sé qué pasaría en Literatura el día en que los campesinos llegaran como creadores, como llegaron Jules Renard y Miguel Hernández. Toda la ciencia natural está en ellos. Todo el misterio y gozo de la vida y también los conocimientos de la muerte”. El trabajo manual -especialmente el campesino- purifica más que demasiadas lecturas. Desintelectualiza. Así lo sostienen desde los clásicos hasta Pablo Rojas Paz y Draghi Lucero.

-¿El hecho de estar en el grupo editor de Tarja determinó en algo su propia obra?

-Yo siempre fui un poco renuente a las charlas, a los debates. Cada uno respetaba su manera de componer, de ser. Vivíamos en esferas diferentes. Busignani era un profesional acomodado, abogado de la mina Aguilar, del Ingenio Ledesma. Fidalgo, en ese tiempo, llegó a ser juez, incluso del Superior Tribunal. Calvetti siguió siendo empleado del Centro de Salud Pública y después se fue a trabajar a La Prensa, a Buenos Aires. Medardo fue director de la Escuela de Bellas Artes, y yo seguí como bibliotecario nomás. Entonces te das cuenta que a pesar de ser chico Jujuy y ser amigos y estar unidos por esa vocación común todos actuábamos en niveles distintos, corríamos en pistas diferentes. Las amistades de Busignani no eran las mismas que podía tener yo, por ejemplo. Ninguno incidía sobre los conceptos literarios del otro, trabajábamos mancomunados en hacer la revista.

-¿Cómo se fueron definiendo sus ideas con respecto a la poesía?

-Hay un dicho latino: Ars longa, vita brevis. Conrado Nalé Roxlo lo había traducido así: “La vida es corta, el arte es largo… y además no importa”. Más que la tecnocracia que hay en toda literatura, en todo arte, está lo existencial, la vida. Ahora, cómo te manifestás, cómo le das forma a esa vida está en tu origen, en la formación tuya, en tu conformación, en la información que hayas acumulado. Pero esencialmente tenés que ser o seguir siendo vos. Imitaciones o influencias todos pueden tener, decir me ha gustado tal poeta o tal cosa, e inconscientemente uno puede estar escribiendo y tratar de no imitar pero influenciado por el ritmo, por las imágenes, por el tipo de creación de tal autor. Pero lo fundamental es la vivencia de uno, lo intransferible que hay en uno, desinfectado de las influencias de los demás. A eso hay que agregarle el puente, que lo de uno sea de interés, sea accesible y compartible con el probable lector. Yo no puedo ser hermético; para ser hermético me guardo lo que tengo para decir. Tengo que ser completamente accesible. De ahí lo que admiro, como decíamos siempre con el viejo (Carlos) Giambiagi: “Amo la claridad y busco la claridad”. ¿Por qué no se puede ser claro? ¿Por qué ser hermético y raro? Hoy encontrás poetas a los que les tapás la firma y no sabés quién es quién. Pero tomás un poema de Ortiz, te das cuenta que es Ortiz; si tomás un Tuñón, un Rega Molina, un Manuel Castilla, lo mismo.

-¿Cómo entiende el dar forma a eso intransferible?

-Creo que lo principal de un poema es la imagen en sí, la imagen total (la sorprendente observación que puede tener un niño, por ejemplo), no la metáfora que es otra cosa, y tratar de utilizar las palabras corrientes, las palabras del habla común, no buscar tecnicismos ni rebuscamientos. Simplemente hablar como se está hablando, con toda la claridad, naturalidad. No creo que haya otra forma de comunicarse. Lo demás es estar en el lugar común de la moda. ¿Cómo sigue teniendo vigencia Walt Whitman? ¿Cómo tiene vigencia Antonio Machado? ¿Por qué? Y no hablemos de los anteriores, ni de la Edad Media. (Toma un libro de la biblioteca) Mirá lo que descubro: la edición original de Los lanzallamas, y Los siete locos. Esperá que te muestro una especie de incunable (sigue buscando). Guardando cosas siempre aparecen otras raras. Uno va guardando y no sabe por qué. Y me gustan las sorpresas que se reciben.

-Ese material que usted guarda aparece luego en los libros. Por ejemplo los recortes o sueltos periodísticos que inserta en Abacería y que son sorprendentes para una idea convencional de lo que es un libro de poesía. Parece, además, que no le diera demasiada importancia a la vieja concepción del poeta como un ser iluminado. Es significativo lo que dice en el colofón de Abacería: “el hombre poeta/ resulta sólo un operario más”. El taller, el obrador, el almacén, términos que aluden al trabajo duro, son los que utiliza para hablar de poesía.

-La poesía no sólo es aligerar el polvillo de las alas en las mariposas. La poesía nace también de la dureza y diversidad del vivir, “el estar”. Cuando tengo que transmitir algo no pienso si lo hago en poesía o en prosa, simplemente lo escribo. A veces toma el camino de la poesía y otras, el de la prosa, convencionalmente hablando. En esto existen muchos imponderables que dificultan separar (formas y reglas clásicas) a uno del otro (propósitos, sentimientos, etc.). También se dice líneas antes que: “El poeta es secretario del Tiempo” (...) “Y el hombre poeta / resulta sólo un operario más” en este Obrador del mundo. Cualquier trabajo a conciencia, siempre es duro. Y en este caso a veces resulta como caminar la cuerda floja sin red debajo

-¿Cómo publicó su primer libro?

-Por medio de Pompeyo Audivert. Porque Audivert iba a Tilcara con el grupo de grabadoras que tenía y nos hicimos muy amigos. “Pues hombre, me dice –como hablaban los catalanes (imita el acento)-, yo tengo unos amigos en Buenos Aires, les voy a hacer unas líneas y te voy a dar una presentación para que los veas a ellos”. Y le digo: “¿Quiénes son? Yo no conozco, hace cuatro o cinco años que me fui de Buenos Aires y nunca frecuenté los círculos literarios ni nada por el estilo”. Eran Arturo Cuadrado y Luis Seoane, de la colección Botella al Mar.

-¿Por qué lo firmó como Néstor Groppa?

-Audivert decía “bueno, qué nombre le pondremos”. Y le digo, “Leandro Néstor Álvarez, es mi nombre”. “No, es muy largo: Néstor Álvarez”, decía Audivert. Pero no me gustaba. Pensé: de mi madre no hay familia, no hay descendencia. El único hijo fui yo. “¿Y si como homenaje a mi madre pongo mi apellido materno, Groppa?”, le digo. “Pues sí, suena, hombre, suena”. Y de ahí salió Néstor Groppa.

-Ese homenaje parece recorrer su obra. A propósito de la muerte de su madre, en Este Otoño usted dice: “Y yo escribo sobre el paño velado que deja la muerte. Sobre el polvo definitivo que nace ese día. Sobre mi madre y mi casa que ya no están”. A la vez recuerdo un verso del Libro de Ondas: “Hacia el pasado vamos”, dice.

-Un universo en blanco que pretendo llenar. Lo hago de acuerdo a “la gramática de los sentimientos”. Y con la conciencia de que me espera un futuro que también (ya lo está siendo) será pasado.

-¿Su experiencia como docente tuvo incidencia en su escritura?

-Tuvo mucha influencia, porque traté de adaptar la enseñanza de la poesía a “lo que pide el programa”, como dicen las maestras y las directoras, con los chicos de la escuela primaria. De ahí saqué los poemas infantiles que publicamos en Tarja más todos los que tengo. Y dibujos, también. Yo tenía que enseñar lengua, matemáticas, historia, ciencias naturales. Al mismo tiempo había ideado, en el armario donde se guardaba la regla, la escuadra, las pizarritas y las tizas de colores, que cada uno tuviera un cuadernillo. Y les hablaba a los chicos de otra cosa que no fuera la materia. Les daba la materia en quince o veinte minutos, y el resto les hablaba de otras cosas, les iba creando un clima y les decía que al que se le ocurriera algo, y en el momento que se le ocurriera, que no me pidiera permiso, que se levantara del banco, fuera al armario, sacara el cuadernito y escribiera lo que se le ocurría. Fue un poco sorprendente porque estuvieron Mané Bernardo y Sara Bianchi, que eran los titiriteros de esa época, se asombraron de todo eso y pidieron hacer una separata en Tarja, con los poemas infantiles y las ilustraciones de los niños. Fue por primera vez que se hizo, en Jujuy, una exposición de poemas y dibujos infantiles. La organizó Kachorro, legendaria maestra de la Normal de Jujuy y no recuerdo quién más.

-Leyendo Libro de Ondas pensé en la primera parte de Taller de muestras. La ciudad vuelve a aparecer como tema de su poesía, pero en este caso se trata de Jujuy. Un recorrido que va del café La Facultad al café Los Dos Chinos, “un cómodo exilio donde se puede escribir”. Tengo entendido que hizo entrevistas y grabaciones de conversaciones en la calle en función de escribir algunos textos.

-Las usaba para el libro (busca en la biblioteca) Abierto por balance. Yo siempre digo: orden y progreso (sigue buscando en la biblioteca, toma un libro). Acá está (lo hojea). Por ejemplo, Barbarita Cruz, ollera de Purmamarca; se acuerda poco de mí, porque es famosa. Félix de Balois Leaño, guitarrero y pintor. Este es una joya, fue el primer luthier que tuvo Jujuy, primer premio nacional de luthería. Hacía guitarras y charangos, y en ese tiempo le hizo guitarra y el charango a Jaime Torres. Después está Ortiz, el impresor. José Amador, el primer chofer que tuvo Salvador Mazza, sabio que estudió el mal de Chagas y que originariamente en su honor se llamó mal de Chagas-Mazza (sigue hojeando el libro). Y los viboreros (vendedores ambulantes).

-¿Qué le atraía de los viboreros?

-Ah, el lenguaje. Este es un libro que no circuló, se hicieron pocos ejemplares. Acá están los horóscopos populares, las catitas. Y esto, mirá, “En la calle que no engaña”. Te lo leo tal como hablaban ellos para ofrecerte el producto: “Llegados a los 45, 50 años señores, empezamos a sentir señores debilidad por ese pedacito de carne que vemos acá (muestra una lámina de álbum manoseado) a la que justamente no la cuidamos que nosotros la conocemos señores con el nombre de próstata. Alguna vez han escuchado hablar señores de la próstata hay cosas que muchos saben y otros no, por eso señores yo les voy a explicar para su conocimiento señores el niño que se orina en la cama se piensa que está completamente enfermo y la señora tiene que cuidar en la casa señores lavar a cada rato señores no hay que darle señores solamente que tome vino para su cumpleaños, a la señora hay que atenderla o la va a llevar el médico para que le haga el papanicolau a la mujer hay que cuidarla si bien no tiene próstata tiene su matriz y sus ovarios que deben ser observados y regulados convenientemente así señores tiene que cuidarse porque la mujer más pura llega cierta edad señores donde va al sanatorio a ver al médico para que le haga el papanicolau...”. Es una joya porque está la venta del “pela-papas sin peligro de dedo”, porque están “los hermanos que buscaban a Dios los domingos a las 7 de la tarde desde un altoparlante en la capota de un coche” y están los que vendían “la quitería” para quitar “la lombricera”, y los inefables cánticos de los de “la Sanidad Divina”, la barra de “soldarín” para las chapas del techo. Y el que vendía “grasa de caimán, mezclada con grasa de boa para curar la artritis, la tos, el catarro, las quemaduras, los golpes, los riñones, el mal de las articulares…

-¿Cómo tomaba esos registros?

-Yo iba con mi grabador dentro de mi cartera. La llevaba así (se incorpora, algo rígido, y coloca la cartera bajo su axila). Me paraba, entre toda la gente, y cuando empezaba a laburar el tipo, yo prendía el grabador. Y grababa todo. Después desgrababa tal cual decían ellos sin agregar absolutamente nada.

-¿Como se va dando la publicación de los Anuarios? Da una idea de mucha escritura.

-Mirá, yo inicié la página literaria o el suplemento cultural del Pregón en el año 60. Trabajé en el diario cuarenta y un años. Hacía una nota todos los domingos. Algunos dicen que me daba el lujo de escribir un poema todos los domingos (sonríe). Un día decidí recopilarlo, lo fui pasando a máquina y lo publiqué de esta manera. Año por año, desde el 60. Hacen diez volúmenes de 200 páginas cada uno. Me faltan sólo tres. Llegan hasta el año ’96. Estos Anuarios del tiempo resultan una historia “afectiva” de San Salvador de Jujuy.

-En “De una ciudad de la poesía” dice: “Yo soy uno que pasa, como pasa cualquiera,/ acaso con distinta ventura en la mirada;/ que se va como hablando con sus cosas notables/ aunque piense en aquellas que viven olvidadas”. ¿Qué es esa “distinta ventura”?

-Ventura: dicha, fortuna, felicidad, suerte. Pienso en la gente que “mira, mira y no ve. Y yo no sé cómo otros no ven. Yo veo”. Explicaba un rastreador, creo que en Facundo.

-Usted habla de la poesía como un lugar y una compañía, y también como un ángel de la guarda. ¿Cómo lo explicaría?

-Sencillo: “Habré sido la vida/ en la incontable vida,/ en la muerte incontable.// Con una presencia insospechada/ nos sobreviven los mundos infinitamente pequeños/ e infinitamente grandes./ Todo es sencillo/ en la interminable armonía que nos asombra y comprende./ En algún interín estamos” (Fragmento del colofón de En el tiempo labrador). Pienso que no hay que complicarse. Siempre huí de las “biopsias” (llamadas análisis) de la imagen para diagnosticar la anatomopatología del poema. De ahí que amo la claridad y busco la claridad. “Di, nó”, como dice el criollo de aquí, se cae en la tediosa disputa casi judicial de la intertextualidad, lo bizantino, lo banal y de nunca acabar, para explicar la presunta composición del agua o del aire. Te lo digo en terminología legal, jurídica-policíaca. Y por fin, como decía Albert Camus: hablar del oficio trae mala suerte y espanta a las musas.

Entrevista publicada en Diario de Poesía Nº 74, Buenos Aires y Rosario, mayo a julio de 2007.

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