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martes, 23 de julio de 2013

Políticos, compromisos y memorias de la represión dictatorial en Jujuy

LUCHA DE CALLES. Los 90 x Gonzálo Vilca
Está bien la acción del senador Gerardo Morales: aquellos que tuvieron participación activa vinculada a la violación de los Derechos Humanos en la última dictadura no pueden ocupar cargos en el Estado democrático. Hace uno años, él también cuestionó un pedido de ascenso de Rafael Braga, hoy condenado a cadena perpetua por los crímenes que cometió en Jujuy, cuando era teniente, Braga fue el responsable directo de la detención y posterior desaparición de Julio Rolando Álvarez García. ¿Estas acciones son suficientes para afirmar que nuestra clase política se encuentra comprometida con los trabajos de la memoria?

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A mediados de los ochenta, Gerardo Morales, por entonces líder indiscutido de Franja Morada, fue elegido por amplia mayoría, presidente de la Federación Universitaria de Jujuy (FUJ). Por aquellos años, algunos dirigentes que ahora forman parte del Partido Justicialista (PJ), militaban en la agrupación universitaria de la Unión Cívica Radical, en la Facultad de Ciencias Económicas. Hoy, con el título de Contador y con mala memoria, uno de ellos es candidato a diputado nacional por el Frente para la Victoria (FpV).
En el congreso de constitución de la primera FUJ, los que formábamos parte de la minoría (integrada por intransigentes y peronistas que nunca sacamos los pies del plato, aunque una vez nos expulsaron del PJ) presentamos una moción para que aquellos que fueron funcionarios de la dictadura no integren el gobierno de la Universidad Nacional de Jujuy. Los muchachos de la Franja, por alguna razón que nunca explicitaron, se opusieron. Como no había opción para discutir, ellos solicitaron votar la moción. Tenían los votos suficientes por ser mayoría, pero nosotros solicitamos que la votación sea nominal y cantada. Queríamos que no quedaran dudas de la posición de cada uno. Y, créanme, no quedaron dudas.
Después, ya sabemos lo que pasó. Gerardo (permítanme la confianza, ya que lo conozco desde aquella remota juventud) hizo carrera como legislador provincial y nacional. La tarea que realizó en mantener en la línea de flotación a la UCR fue muy importante: cuando nadie quería hacerse cargo del desastre que dejó Fernando De la Rúa, él tomo el mando y salvó la ropa.
Pero volvamos a los ochenta. En aquella primavera alfonsinista, llegó a Jujuy, como jefe de un regimiento, un militar imputado como responsable de la desaparición de un soldado. El hecho está narrado en el libro de Guillermo Obiols, La memoria del soldado. Sin embargo, ningún político local lo denunció.
Entre 1984 y 1986 funcionó, en la legislatura provincial, una comisión extraordinaria para registrar casos de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Esa comisión estuvo presidida por Antonio Casali (UCR) pero se diluyó por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Posteriormente, Casali brindo testimonio en el primer juicio por crímenes de lesa humanidad en Jujuy y sus argumentos no estuvieron a la altura de la circunstancias.
Próspero Nieva (UCR), Gregorio Horacio Guzmán y María Cristina Guzmán (Movimiento Popular Jujeño y funcionarios durante la dictadura) formaron parte de los 124 legisladores que el 23 de diciembre de 1986 aprobaron la ley de Punto Final. Julio “Pampero” Álvarez García, detenido-desaparecido, era sobrino de Nieva; cuestión que puso en apuros al legislador radical: la ley defendía, entre otros, a los torturadores y asesinos de su pariente. El hecho muestra cómo algunos políticos privilegian la disciplina partidaria antes que el compromiso familiar y social.
Durante los noventa, ningún político local se interesó por las atrocidades cometidas durante la dictadura o, al menos, no lo hizo públicamente. Es más, en febrero de 1996, Carlos Alfonso Ferraro, quien había sido director provincial de Prensa en la dictadura, asumió como gobernador. Y no sólo eso: también fue elegido presidente del PJ de Jujuy. Los únicos que protestaron fueron los integrantes del Frente de Gremios Estatales y los estudiantes que chiflaron a María Inés Haquím, esposa de Ferraro que había sido nombrada directora del Ente Autárquico de la Fiesta Nacional de los Estudiantes. La sacó barata el ex funcionario dictatorial: fue condenado por el delito de violación de los deberes de funcionario público con una pena menor.
La falta de preocupación acerca de los DDHH, por parte de la clase política de Jujuy, se evidenció públicamente el 10 de octubre de 2002. Ese día, en los dos diarios locales, el gobierno provincial publicó un aviso institucional en el que anhelaba “que los actos universales de la humanidad estén contenidos en el respeto a la vida, la justicia, la paz y la democracia”. En la primera línea, con letras más grandes, el aviso decía: “10 DE OCTUBRE: DÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS” (sic). Es decir, se adelantaron dos meses a la fecha de conmemoración. No hace falta ser muy sagaz para darse cuenta del lugar que ocupa la problemática en cuestión en la agenda de los funcionarios del gobierno de Jujuy. ¿Qué hizo la oposición? Mutis por el foro.
En el 2003, y de manera tardía, en Jujuy se desarrollaron las audiencias públicas por el Juicio por la Verdad. El único político que acompañó de manera activa fue Pablo Baca (UCR). Por entonces, los medios de comunicación emitidos en Buenos Aires tenían sus agendas ocupadas por otras cuestiones y nuestros políticos trataban de acomodarse a esos dictámenes.
Hace diez años, después de una feroz represión en Libertador General San Martín en la que murió Marcelo Cuéllar, renunció el jefe de la policía provincial, Carlos Carrizo Salvadores, actualmente procesado en la causa de la Masacre de Capilla del Rosario, ocurrida en Catamarca durante la dictadura. Como se imaginarán, ningún político local cuestionó la designación que antes había realizado el gobernador Eduardo Fellner (PJ), tampoco éste respondió a la declaración de amor con la que Carrizo Salvadores se despidió: “Fellner es un gobernador de lujo”.
Justo es decir que la Legislatura local sancionó, en el 2007, la Ley Nº 5516 referida al “Día Provincial de los Derechos Humanos en la Provincia de Jujuy”, proyecto que fue presentado por Pablo Baca y Miguel Tito (PJ), que posibilita, en los actos escolares, rememorar el 20 de Julio como el día del primer apagón que ocurrió en Libertador General San Martín y compromete seriamente a la relación de la empresa Ledesma con los secuestros y desapariciones ocurridos en julio de 1976.
No casualmente, en tiempos más recientes, en un allanamiento a oficinas de la empresa Ledesma personal de la Justicia descubrió nóminas con personas consideradas peligrosas para la empresa. ¿Hace falta aclarar que el peligro, para Ledesma, significa denunciar la complicidad empresarial con la dictadura? No recuerdo haber visto el nombre de ningún político, cuestión que no debe sorprendernos porque casi todos acompañaron, en algún momento, el acto oficial de inicio de la zafra.
La designación del comisario Marcelo Alejandro Voros, como jefe de la Policía Federal delegación Jujuy, fue denunciada inicialmente por el portal de noticias La Voz de Jujuy y no por ningún político. Recordemos que Voros es uno de los imputados por la presunta participación en la fuga del represor Julián "Laucha" Corres, quien se “escapó” de la delegación de la policía federal de Bahía Blanca. Rápidamente, los organismos de Derechos Humanos de Jujuy solicitaron y lograron la remoción de Voros.
El pasado 25 de Mayo, en Tilcara, desfiló un pelotón tras el banderín que destacaba “Operativo Independencia. En el palco estaba la plana mayor del radicalismo que reaccionó tarde –muy tarde– y varios días después repudió el paso militar que marchó frente a sus propias narices. Ese día, Próspero Nieva, Gerardo Morales, Alberto Bernis y Mario Fiad estaban más preocupados en “blanquear” la imagen del intendente Félix Pérez, quien días antes había cometido el exabrupto de afirmar que jóvenes tilcareños son semillas mal engendradas que necesitan mano dura; de esa manera, el intendente respondía las denuncias de padres de jóvenes detenidos, quienes denunciaron a la policía local por malos tratos y abuso de autoridad.
Lamento mi incapacidad para conseguir votos durante aquella asamblea universitaria. Digo esto porque en muchos momentos el campo universitario se adelantó a lo que después pasaría con el resto de la sociedad. Quizás, si en aquel momento nos pronunciábamos en contra de los que habían sido funcionarios de la dictadura, podríamos haber contagiado al campo político para que hiciera lo mismo. De esa manera no hubiésemos tenido que soportar a tantos filodictatoriales que ocuparon puestos públicos, como Annuar Jorge (el empresario dueño de un diario que llegó a ser senador por la UCR) o dos integrantes del Superior Tribunal de Justicia: Clara Falcone (UCR) y Sergio Jenefes (hermano del actual vicegobernador), quienes fueron, respectivamente, directora de Cultura de la Municipalidad de San Pedro y director de Tierras Fiscales y Subsecretario de Promoción y Asistencia a la Comunidad, en los oscuros años de la dictadura.
***
Por todo esto, está bien la acción de Gerardo Morales al cuestionar el ascenso del jefe del Ejército, César Milani, quien está acusado, entre otras cuestiones, por la desaparición del conscripto Alberto Agapito Ledo que, en el año 1976, había sido incorporado al Batallón de Ingenieros de Construcciones 141. Estaría muy bien que algún político promoviera una investigación sobre las desapariciones de dos colimbas –Mario Ivar Flores y Aníbal Dante Tosi– que ocurrieron en Jujuy, también en tiempos de la dictadura. Desapariciones que están registradas en varias libros, por el vínculo familiar de su autor recomiendo al El escuadrón perdido de José Luis D’Andrea Mohr, tío abuelo de Diego D’Andrea Cornejo, quien hoy es uno de los defensores de Carlos Pedro Blaquier. Es decir, otro abogado que postergó el compromiso familiar.


lunes, 27 de mayo de 2013

El "Operativo Independencia" en Tilcara

El senador Gerardo Morales, el intendente Félix Pérez, el diputado nacional Mario Fiad y el diputado provincial Alberto Bernis, entre otros, ¿aplaudieron?
Tilcara, 25 de Mayo de 2013

Siempre me molestaron los desfiles en lo que hay que marcar el paso. "El arte desordena la vida", escribió Karl Klaus; quizás ahí está la función de la escritura: mostrar (o mejor: demostrar) algo que no todos ven. Marchar todos al unísono imitando un paso militar no me parece atractivo, pero respeto el derecho de todo vecino de desfilar. Lo que no pienso aceptar es que un grupo de autoridades elegidas democráticamente, como Gerardo Morales, Félix Pérez, Mario Fiad y Alberto Bernis, no digan nada frente a un grupo de uniformados que porta un estandarte que dice: “Asociación Ex-Combatientes jujeños y otros / Operativo Independencia / Delegación Perico”. 

El “Operativo Independencia”, nunca estará de más recordarlo, fue el nombre que las fuerzas militares y de seguridad le dieron al conjunto de centenares de secuestros, tormentos y asesinatos que empezaron en febrero de 1975, en Tucumán; es decir, antes del inicio de la última dictadura. El jujeño Julio Rolando Álvarez García, sin ir más lejos, fue secuestrado el 1º de febrero de 1976, en aquella provincia; “Pampero” fue torturado en un Centro Clandestino de Detención durante treinta y cinco días. 

El año pasado, el juez federal Daniel Bejas responsabilizó a Jorge Rafael Videla (sí, el mismo que El Tribuno de Jujuy permite que una vecina le dedique un poema) y a Mario Benjamín Menéndez por crímenes contra 269 víctimas, que “configurarían el marco del delito de genocidio tipificado en el Derecho Penal internacional”. El juez también destacó que la violencia sexual en aquel contexto “no fue producto de desviaciones particulares, sino que fue ejercida en forma sistemática” y procesó a varios militares como partícipes necesarios. 

El pasado 25 de Mayo, por la calle Belgrano de Tilcara, once hombres vestidos con uniformes verdes de combate marcaron el paso detrás de un estandarte que tenía el infame nombre de “Operativo Independencia”. En la crónica de El Tribuno de Jujuy se puede leer que Gerardo Morales apoya “ideas ya vertidas por el intendente anfitrión, Félix Pérez, en relación a los hechos de violencia que conmovieron la localidad quebradeña”; hechos que no coinciden con la versión que brindan los familiares de jóvenes detenidos, ellos denunciaron a la policía local por malos tratos y abuso de autoridad. Hace unos días, Félix Pérez y su gabinete hizo circular un documento en que se refería a los jóvenes detenidos como "mala semilla que se encuentra germinando" en Tilcara. ¿Esas son las ideas que apoya Gerardo Morales? ¿Y cuál fue la reacción de Morales, Fiad y Bernis al ver desfilar a hombres que formaron parte del ejército represor? ¿Hace falta preguntar por qué el intendente aprobó que un pelotón representativo de nuestra historia más trágica desfilara por Tilcara? ¿Acaso añora la mano dura de genocidas como Domingo Bussi? ¿Hay alguien en el gabinete del municipio indígena de Tilcara que tenga simpatía por las atrocidades cometidas en la última dictadura? 

Los crímenes del pasado, escribió Juan Gelman, perviven en lo que se calla de ellos en el presente.

Leer:

viernes, 3 de mayo de 2013

El deber de la memoria

LA MIRADA OSCURA. Rafael Mariano Braga
He tenido un privilegio que pocos investigadores han logrado. Años después de trabajar sobre las memorias de la represión dictatorial en Jujuy, estuve sentado frente a Mariano Rafael Braga, un hombre acusado de maltratar, secuestrar y hacer desaparecer personas. Uno de los militares que más recuerdan los familiares de detenidos-desaparecidos de Jujuy y que hoy –viernes 3 de mayo de 2013– el Tribunal Oral Federal deberá emitir sentencia.

Participé como testigo contextual por haber escrito Con vida los llevaron, obra que curiosamente, según me cuentan, en estos días forma parte de los libros reproducidos en formato ampliado como decoración del stand de Jujuy en la Feria del Libro de Buenos Aires. Es decir, escritores y lectores jujeños hemos crecido más rápido que nuestro sistema judicial.

Más allá de este desarrollo desigual, quiero decir que nunca antes había pensado estar frente a un represor (Antonio Orlando Vargas y José Eduardo Bulgheroni, los otros imputados, no permanecieron en el recinto de sesiones por motivos que no entendí). No lo había pensado porque había descartado, desde el vamos, las declaraciones que hacen aquellos que tuvieron un accionar activo en la represión ilegal; siempre me parecieron –y aún hoy lo siento así– que su discurso fue (es) interesado para mejorar su pasado, por lo tanto, nunca busqué entrevistar a aquellos que detentaron el poder en la última dictadura.

Para mi sorpresa, Braga no sólo fue un lector no buscado, sino que gracias a los caminos de la Justicia, nuestras miradas se cruzaron. Él cita nuestro libro para afirmar que Julio Rolando Álvarez García y su compañera, Inés Peña, fueron militantes de la organización Montoneros. Cuestión que efectivamente fue así. La primera vez que, en una reunión realizada en la casa de Nélida y Andrés Fidalgo, en el año 2002, Inés nos contó de su militancia, la mayoría de los que la escuchábamos nos sorprendimos. Todavía era difícil asumir que nuestros detenidos-desaparecidos habían participado en una organización armada. Inés, como tantos militantes honestos, asumieron su pasado revolucionario y ese hecho quedó registrado en un libro que tiene ya varias ediciones.

Braga fue un militar que se destacó mientras estuvo de servicios en Jujuy. Se destacó por maltratar a los familiares que concurrían al Regimiento de Infantería 20 a preguntar sobre sus detenidos y desaparecidos; él, en un acto de humillación digno de un miserable, ubicaba su escritorio al frente de un charco de agua, para que todo familiar tenga que mojar sus pies para preguntar sobre un ser querido. Además, fue el más perverso torturador que denunció Dominga Álvarez de Scurta, días antes de pasar a integrar la nómina de detenidos-desaparecidos de Jujuy. Y también fue el oficial responsable que irrumpió en la casa paterna de Julio Rolando Álvarez García y lo secuestró, esto lo sostienen todos los testigos que presenciaron el acto y que fueron los familiares y amigos que ese día almorzaban en la casa del barrio Ciudad de Nieva.

Según Rafael Mariano Braga, el trabajo que hicimos con los familiares de los detenidos-desaparecidos contribuyó a crear una ficción sobre su trayectoria militar en Jujuy. Quiero dejar constancia que soy un escritor que respeta la creación literaria, pero que mi trabajo de rescate de las voces que vienen del pasado ha sido realizado con el rigor del periodismo de investigación. Que mi título de licenciado en comunicación social me habilita para realizar esta tarea con solvencia. Que mi actividad como investigador acreditado de la Unju, me permite calificar a los testimonios que tienen un alto grado de credibilidad por los constituyentes que poseen y también descartar otros que sólo son maniobras, como las que emplea Braga, en su intento torpe de desvincularse de una historia que reclama justicia desde hace varias décadas.

El abogado defensor de Braga, Mario Vitellini, preguntó a los jueces cómo era posible que los testigos de la querella recordasen hechos que ocurrieron hace 37 años, cuando él no recuerda lo que hizo hace poco. Tenemos que aclarar, por lo tanto, que la tarea de rememorar la realiza la persona que necesita entender lo que sucedió, que hacen falta palabras para construir un manto de memoria que nos proteja de los hechos que nunca debieron haber sucedido y que hay cuestiones que actúan como invariantes: personas, hechos y fechas.

Ahora bien, las personas que cometieron actos aberrantes no necesitan rememorar. Por la simple razón de que ellos necesitan olvidar. El olvido es, para ellos, una necesidad para seguir viviendo. Los que fueron humillados necesitan recordar para exigir justicia; los asesinos necesitan olvidar para hacer más llevadera la culpa que cargarán hasta el último día de su vida.

He escrito que tuve un privilegio raro: varias de estas palabras se la pude decir en la cara de Rafael Mariano Braga. Él no tuvo que pisar un charco inmundo de agua. Estaba sentado detrás de su abogado que me pedía que por favor no lo mirara a su defendido, que me dirigiera a los jueces.

Hoy, todos podemos mirar a los ojos a los asesinos porque sabemos la importancia del deber de la memoria.

jueves, 4 de abril de 2013

Memorias oficiales, memorias marginales. El caso de Tilcara


Desde el gobierno de Néstor Kirchner, la visibilidad de las políticas de memorias se ha modificado. En un principio, las consignas de “memoria, verdad y justicia” fueron enunciadas casi exclusivamente por los movimientos de DDHH. Sus integrantes influyeron para que Raúl Alfonsín ordenara, en diciembre de 1983, el Juicio a las Juntas Militares; ellos mantuvieron la lucha aún en los difíciles tiempos de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final; con esas consignas resistieron el Indulto a los comandantes que otorgó Carlos Menem. Por lo tanto, hay que decir que la decisión del entonces presidente Kirchner de basar su política de DDHH en la lucha de madres y familiares de detenidos-desaparecidos potenció, como ningún otro gobierno post dictatorial, el reclamo de estos organismos.
Una política no se basa únicamente en líneas de acción, también se forma con los actores que la constituyen. Así, varios militantes o hijos de militantes empezaron a ocupar cargos en reparticiones públicas de la nación y de las provincias. Para algunos, esta decisión puede ser mirada como un intento de cooptación; para otros, significa la acentuación de una política de reparación. Como sea, el resultado es una multiplicación de discursos conmemorativos referidos a cada 24 de Marzo.
Una cuestión interesante para analizar sería averiguar si esta proliferación de memorias de la represión dictatorial genera discursos y prácticas que problematizan, movilizan y permiten la reflexión; o si –por el contrario– la multiplicación de discursos de los trágicos sucesos de los setenta produce una disfunción narcotizante que se agota en los rituales conmemorativos.
Más allá de la cuestión planteada, resulta enriquecedor ver cómo los trabajos de rememoración encuentran espacios donde, años atrás, era impensado ya sea por indiferencia o por incapacidad para superar el trauma vivido. La contracara está dada por actos que giran sobre sí mismos, que repiten discursos dichos en años anteriores y que devalúan a las palabras por el uso reiterativo hasta el punto que no movilizan a nadie.
Los actos conmemorativos del año pasado tuvieron un común denominador: varios oradores solicitaron la renuncia al juez Carlos Olivera Pastor, quien había sido denunciado desde 2009 por rechazar sistemáticamente pedidos de indagatoria a acusados de cometer crímenes de lesa humanidad. Unos días después, Olivera Pastor renunció y, como acto de despedida, concedió una entrevista a Canal 7 de Jujuy en la que, sin ningún pudor, expresó que él había realizado grandes avances para agilizar las causas. Que conste la falta de verdad del ex juez subrogante y que conste también la falta de coraje para repreguntar por parte del periodista.
Así como sabemos que la memoria personal es incompleta, inestable y poco confiable; que está afectada siempre por el olvido y por la negación, la represión y el trauma; la memoria colectiva no es menos circunstancial ni menos endeble, sus marcos de ninguna manera son inmodificables a lo largo del tiempo. La memoria siempre queda sujeta a la reconstrucción, a veces de manera ingeniosa, otras no tanto.

La memoria interior
Desde hace un año, el Instituto Interdisciplinario Tilcara (ITT) de la Universidad de Buenos Aires desarrolla un ciclo de proyección de documentales. Entre el 20 y 23 de marzo pasado, se exhibieron cuatro documentales: tres referidos directamente a problemáticas trágicas de nuestra provincia y uno a mujeres que buscan restos humanos en el desierto de Atacama (Chile). Son historias que ocurren en lugares alejados de las grandes ciudades, con hombres y mujeres que pocas veces entran en las páginas de los libros oficiosos de la historia.

La primera vez que leí unas líneas sobre la represión en Tilcara fue en el libro Jujuy, 1966/1983 de Andrés Fidalgo (2001). En la página 195, el escritor narra que, a mediados del año 1976, policías de San Salvador de Jujuy detuvieron a alrededor de quince personas, a las que sumaron dos o tres de Maimará. Fidalgo expresa que todos fueron liberados excepto dos: Horacio Gaspar y Oscar Schultz, ambos docentes, quienes fueron llevados –sin ningún justificativo– a la cárcel. Expresa, además, que en el operativo habrían colaborado un pintor y maestro de la ciudad quebradeña y “un conocido antropólogo y su esposa de igual profesión que se desempeñaban en el IIT”. Todos los que vivieron en Tilcara durante aquellos años conocen los nombres que el escritor cita de manera relativa; todos saben lo que pasó pero nadie habló durante mucho tiempo. Ya sabemos: si no se habla es como si no hubiese sucedido.
Es por todo lo anterior que resulta altamente positivo que el IIT proyecte documentales referidos a “los años de plomo”, que invite a familiares de detenidos-desaparecidos, documentalistas e investigadores a dialogar con los vecinos para reconstruir una trama que durante varias décadas estuvo postergada. Porque efectivamente ocurrieron atropellos injustificados en el interior de nuestra provincia y pocos se atrevieron a denunciarlos. Hoy, en la misma institución que una pareja de antropólogos conspiraban para la detención arbitraria de vecinos, las imágenes y los sobrevivientes hablan de lo que nunca debió haber sucedido. Y esto es bueno también saberlo.
La proyección de documentales se complementó con una muestra de fotografías y textos que contextualizaban las imágenes. Escribo muestra y me tengo que corregir: en el patio del Museo Arqueológico había una instalación de fotos y textos que se agitaban con la dirección del viento del lugar.
Ya hablamos que tanto la memoria individual como colectiva se desarrolla siempre sobre arenas movedizas. En el caso de esta instalación, las fotos y los textos estaban anclados a robustas piedras que intentaban, en vano, configurar una permanencia.
Nadie miró dos veces la misma instalación. Si, en un momento, nos asaltaba la miraba firme y desolada a la vez de Jorge Weisz (firme por sus convicciones, desolada por no saber la suerte que le esperaría a sus seres queridos y a él mismo), en la típica imagen del detenido que mira de frente, enseguida estaba la foto de perfil que confirmaba que, para los dictadores, la presencia de hombres que habían renunciado a vivir de manera conformista y abrazaban a la ética, como Weisz, era sumamente peligrosa para los personeros del poder.
Las imágenes nos recuerdan a las personas que ya no están: Avelino Bazán, Alcira Fidalgo, “Dumbo” Turk, Luis Wayar (detenido no desaparecido) y otros, y también nos llevan al pasado de nuestra propia historia, a escuchar voces que ahora nos parecen lejanas. Lo peor que podría pasarnos es no escuchar esas voces que vienen desde atrás, que nos sugieren comportamientos, que nos recuerdan deberes y que, fundamentalmente, nos hablan de injusticias que aún faltan reparar.
Aún quedan muchos habitantes en Tilcara que recuerdan a los dos furgones que secuestraron a sus vecinos, en aquel 1976. Es posible que alguno haya gritado, que otro no se animó a responder porque entonces las palabras se habían vuelto inseguras. Todo lo que se expresara podía ser usado para convertir en subversivo al que las enunciara. El sueño del traidor parecía haberse cumplido: nadie lo denunciaba. Por eso tenemos que recordar, porque el que traiciona busca no tener memoria; el olvido es, para él, un modo de subsistencia.
Los vecinos vieron y escucharon, percibieron que algo grave estaba ocurriendo para que uniformados de la ciudad más importante de la provincia secuestren gente de una ciudad tranquila. Los que protagonizaron los secuestros destruyeron pruebas y maltrataron a los testigos para asegurarse el olvido de sus propias historias. Pero la percepción de lo visto y oído fue una huella que quedó en muchos que se convirtieron en portadores imprescindibles de los relatos del horror. Una huella que recuperó su forma por las historias que se contaron en el IIT. Es decir, lo percibido y guardado en un subsuelo de la memoria y lo representado, posibilitan la rememoración.
El pasado, por lo tanto, estaba bien representado. El viento que se colaba por los muros parecía indicar que existen nuevas perspectivas para representar la masacre. Las fotografías y los textos atados con hilos finos y resistentes desplegaban historias, en el mismo patio que hace unos años, algunos paseantes habían decidido bloquear el paso de la historia. Tarea que fue en vano porque la historia, como el viento, no detiene su inexorable marcha. 

jueves, 5 de abril de 2012

El rugido del León

León Gieco actuará en San Pedro de Jujuy, el miércoles 11 de abril


León con dos artistas de "Mundo Alas"
Fui aquella vez que León Gieco actuó en el estadio de la Federación de Básquet, aquí, en San Salvador. El recital fue en los últimos meses de la dictadura y anticipaba lo que sería la gira “De Ushuaia a La Quiaca”. Una semana antes de que el músico actuara, su representante  -creo que era Pity Iñurrigarro- estuvo en Radio Nacional, cuando todavía los estudios de transmisión estaban en la calle Ramírez de Velazco; allí habló de los músicos nuevos: Charly García, Luis Alberto Spinetta, Raúl Porcheto, Miguel Cantilo, Sandra Mihanovich y, por supuesto, de “El Campesino” (así lo apodaban entonces al autor de “Sólo le pido a Dios”).

Fue un momento muy especial aquel recital. Todos habíamos aprendido a andar con cuidados y sabíamos del peligro del terrorismo de Estado, aunque entonces no hablamos con esas palabras; en rigor, casi no hablábamos del terror que todos teníamos. Por eso, aquel recital fue como un soplo de aire puro en medio de una sociedad contaminada. Me acuerdo que, en la Federación, nos encontrábamos con otros que eran como nosotros. Por fin, la palabra nosotros tenía un sentido concreto.

Nunca imaginé que, en aquellos años, tantos jóvenes teníamos el pelo largo. Entonces, éramos como esos trasnochados que aguantan hasta que sale el sol y recién cuando se abrazan por algo, se dan cuenta de que el frío ya pasó. Aquella vez, muchos nos abrazábamos sin saber porqué. Ahora lo sé: el momento era especial porque ese día se empezó a percibir que el fin de la dictadura estaba próximo.

León empezó con “La Navidad de Luis” y todos saltamos para demostrar que estábamos vivos. Cantó su clásico “Pensar en nada” que, como la mayoría de sus canciones, nos hizo vibrar y pensar. Nos deliramos con “La Rata Laly” porque la voz de Gieco salía por un canal y, por otro, aparecía la de la Rata por medio de un efecto especial. El cierre del recital fue a toda orquesta: “El Campesino” presentó a “Los hijos de Humahuaca”, un conjunto folklórico local y dijo: “Escuchenlos porque son muy buenos músicos y porque son de ustedes”. Juntos cantaron “Solo le pido a Dios”. Me corrijo: todos cantamos aquel himno.

¿Por qué escribo esta reseña que debí haber escrito hace treinta años y que entonces no me animé? Porque el miércoles 11 de abril, el músico actuará en San Pedro a beneficio de la Casa de la Mujer “María Conti”. Hace ocho años, León había estado en esta ciudad, pero esa vez no cantó, tuvo que tocar el “pianito” en el juzgado de San Pedro. Allí dejó sus huellas digitales y se negó a declarar por la denuncia que tenía en su contra. La acusación había sido presentada por un abogado local que lo incriminaba por “instigación el crimen”, ¿hace falta recordar que la canción “Santa Tejerina” y las declaraciones periodísticas en las que León defendía a la joven Romina Tejerina le trajeron este problema judicial?

Hace falta. Porque después, Raúl (“León”) Giego fue sobreseído por la Justicia. Sus seguidores no necesitábamos esa confirmación de inocencia. Él tiene una trayectoria impecable como artista popular. No sólo llegó a esta provincia a tocar -y reivindicar- músicos como Ricardo Vilca, Los Beteranos (sic) de Humahuaca y copleros anónimos, sino que él escribió temas que hacen que los jujeños nos reconozcamos en sus letras: “Rey mago de las nubes”, “Cinco siglos igual”, “Maestras de Jujuy”, “La memoria” y la lista sigue. También se comprometió con causas sociales: su oposición a la guerra de Malvinas, la solidaridad para con los familiares de los detenidos-desaparecidos, el amor por las personas con capacidades diferentes y, muy en especial, para con los excluidos por la dictadura primero y el neoliberalismo después.
 
Ahora que el músico vuelve a San Pedro no está mal recordar que su pedido por una sociedad más justa es un rugido que tiene varias décadas. Escribo esto porque tengo escritores amigos e investigadores jóvenes (pienso en especial en Belén, Paula, Fernanda, Gonzalo, Pamela, Ximena, Natalia, Magali, Juan Pablo, Lía, Darío, Valeria, Sabina, Silvina, Martina, Bruno, Manuel, Susana, Pablo, Lucía, Carla, Daniela, Facundo, Mistol, Ezequiel, Agustín, César, Laura, Daniel, Romina, Gabriela, Andrés, Federico, Meliza y Victoria) que nacieron justamente en la peor dictadura que tuvimos que soportar y no saben de aquel recital en la Federación. Escribo esto porque el 13 de junio próximo comenzará el primer juicio por delitos de lesa Humanidad en Jujuy; por fin se juzgará a algunos de los responsables del secuestro y posterior desaparición de Julio Rolando “Pampero” Álvarez García. Escribo esto  porque somos muchos los que pedimos que lo injusto no nos sea indiferente.


jueves, 27 de octubre de 2011

Las flores de Nélida

Ayer se condenaron a doce genocidas a prisión perpetua, entre ellos a Alfredo Astiz. Todos sabemos, en líneas generales lo que hicieron estos criminales; pero varios desconocen cómo impactó aquel genocidio en nuestros vecinos. Por eso, vamos a rescatar esta nota que fue publicada en el número 7 de la revista Nadie olvida nada, en marzo del 2006.



José Luis Mangieri, Nélida, RC e Inés Peña, marzo de 2004

“¿Alcanzaré a verlo?”, me interrogó con gran esfuerzo y no supe qué contestarle. En sus últimos días, Nélida ─la compañera de toda la vida de Andrés Fidalgo─, apenas podía hablar. Una enfermedad terminal se había apoderado de ella, de manera evidente, en la primera mitad del año pasado.

Es probable que el tumor maligno haya empezado el 20 de noviembre de 1974, el día que Andrés fue detenido por personal de la Policía Federal y quedó a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Si esto fue así, la flor del mal creció en 1976, durante la segunda detención del abogado defensor de presos políticos. No tengo dudas de que flores malignas se metieron en el cuerpo de Nélida el 4 de diciembre del año siguiente, cuando su hija mayor, Alcira, fue secuestrada por Alfredo Astiz en la entrada a un cine de Buenos Aires.

Entonces, el matrimonio Fidalgo estaba en su accidentado exilio de Venezuela (allí trabajaron duramente y uno de ellos se enfermó de dengue). La desaparición de Alcira, fue sentida por ambos como una muerte recién podada. Esa manera de morir ─es decir, ser desaparecido─ floreció con más muertes; digamos, con alrededor de treinta mil muertes.

¿Cómo pelearon los Fidalgo contra las flores del mal? Andrés, con sus mejores armas: las palabras; el escritor tomó datos, clasificó y escribió un libro fundamental donde se apoyaron varios trabajos de memorias. Nélida, por su parte, no sólo hizo habeas corpus cuando los abogados que debían hacerlo estaban presos o atemorizados; también se sumó a otros familiares de detenidos-desaparecidos en una lucha desigual contra los dictadores. Y, cuando la dictadura empezó a tambalear, los dos volvieron al país.

Una vez en su casa, Nélida limpió, ordenó y ─una cuestión fundamental─ llenó su jardín con flores de distintos colores.

Un buen día, cuando Andrés estaba por terminar su libro sobre la dictadura en Jujuy, ella me propuso publicar el libro de poemas de Alcira. Yo, que creía que iba a tener una tarea sencilla (para alguien que tenía alguna experiencia en la edición de libros de poemas), me sorprendí con lo que me esperaba. Nunca vi a una madre con tanta dedicación y esmero con las cosas de las hijas. No sólo edité el libro de poemas Oficio de aurora, aquel impulso me llevó a recopilar, editar y publicar un libro de las integrantes más activas de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de esta ciudad. Y, como si fuera poco, también armamos esta revista que sólo faltó, en diciembre pasado, a la cita con sus lectores. El huracán Nélida, además, alcanzó para la producción del video documental que dirigió Ariel Ogando y que tomó el nombre de esta publicación.

Ahora ella no está. No podrá ver el libro que tendrá por título, no gratuitamente, Andrés Fidalgo: Una marca en la memoria. En sus páginas habrá poemas escritos en servilletas que Nélida sacaba clandestinamente de la cárcel. Son textos de dolor, es verdad; pero también de esperanzas por un futuro mejor.

“No sé si vas a poder ver el libro”, le contesté. “Sólo sé que va a ser un libro editado con mucho cuidado, respeto y amor. Andrés se lo merece; sus lectores se lo merecen”. Esas deben haber sido las últimas palabras que pude decirle a Nélida. Ella asintió y apenas sonrió. Nélida no verá el libro. Nosotros lo haremos y, en cada jardín, veremos su jardín.

Un jardín con flores de todos los colores.


San Salvador de Jujuy, 7 de diciembre de 2005.

viernes, 29 de julio de 2011

Traicionar a la tradición

Dibujo de Manuel Ortega
Los sucesos trágicos de Libertador General San Martín llevaron, rápidamente, a varias personas a relacionarlos con los siniestros apagones en la que se secuestró, torturó y asesinó a varias decenas de trabajadores y estudiantes de esa ciudad. Tienen razón en, por lo menos, un punto de coincidencia: existen fuerzas represivas que actúan en favor de una empresa que apoyó a desaparecedores (la carta que Carlos Pedro Blaquier enviara a su amigo "Joe" Martínez de Hoz, el 29 de junio de 1978, es prueba suficiente).
Ahora bien, el hecho de que uno de los muertos sea de la misma policía y que muchos jóvenes estén enrolados en esa fuerza a falta de una posibilidad laboral, nos debería hacer pensar sobre la situación que viven muchos de ellos. Obligados a ser fuerza de choque, muchas veces frente a sus propios amigos ya que en Jujuy, no lo olvidemos, la gran mayoría podemos reconocernos o, por lo menos, tener referencia de las personas con las que tratamos o vemos.
Supongo que, en su formación, a los futuros policías les enseñan que hay que proteger la vida de los ciudadanos. Lo que dudo es sobre lo que no se le enseña al futuro miembro de la fuerza policial: cuál es la imagen negativa que portará por el solo hecho de formar parte de una institución que tienen una tradición de reprimir, torturar y matar personas. No nos olvidemos que, a fines de los setenta, la escuela de Policía funcionaba en el mismo predio donde estaba el tenebroso Centro Clandestino de Detención de la localidad de Guerrero. Esa marca, lamentablemente, es muy fuerte.
Ningún oficial de estos tiempos democráticos puede afirmar que es conveniente torturar a los sospechosos, pero no todos los discursos circulan en afirmaciones explícitas, también hay discurso que circulan secretamente y se filtran en eso que los pedagogos llaman currículum oculto.
Los que investigamos sobre cuestiones referidas a las atrocidades de la dictadura somos, en alguna medida, responsables de que ciertas prácticas no sean desterradas. Digo esto porque no nos metemos en la institución que forma a los policías. No opinamos sobre el aspecto formativo. No exigimos que la institución policial revise su accionar. ¿Es que acaso nos olvidamos que el torturador más despiadado de Jujuy se llamó Ernesto Jaig y estaba al frente del comando Radioeléctrico en los tiempos de la dictadura?
¿Por qué ninguno de nosotros no dijo nada cuando, hace unos años, la Policía editó un libro institucional con un prólogo justificatorio de Jorge Albarracín, por entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) filial Jujuy?
No me estoy olvidando de que murieron cuatro personas. Que el gobernador se llama Walter Basilio Barrionuevo. Que el ingenio Ledesma sigue siendo una empresa tan poderosa desde hace varias décadas. No me olvido de ellos, simplemente quiero decir que hay otras cuestiones en las que no tenemos que involucrar los que tenemos algún tipo de formación y responsabilidad.
Ser solidarios con las víctimas hoy no es suficiente. Como tampoco lo es escribir esta nota o colocar "me gusta".

miércoles, 13 de julio de 2011

La generación de la dictadura

Logo de la revista de memorias que dirigió Andrés Fidalgo
Ahora que dio negativo el primer cruce de muestras genéticas de Marcela y Felipe Noble Herrera con los datos del Banco Nacional de Datos Genéticos, es oportuno reflexionar sobre qué sucede, en Jujuy, con algunos de nuestros vecinos que nacieron en la última dictadura.

Para empezar, no es lo mismo crecer en un ambiente sin libertades y con un régimen terrorífico que hacerlo en democracia. El chileno Humberto Maturana expresa que los niños que crecieron bajo una dictadura lo hicieron corporalmente de manera diferente. Por eso, muchas veces, expresamos que muchos de los integrantes de esa generación tienen incorporada el estigma de la opresión.

Pensemos en los hijos de torturadores. ¿Qué cuestiones pasan por sus mentes cuando se enteran que un progenitor es un violador de los derechos humanos? Existen pocas investigaciones sobre estos casos. La primera vez que se me ocurrió pensar esta cuestión fue cuando conocí a una mujer que había vivido en Brasil, realizado un posgrado en Barcelona y antes había vivido en distintos lugares de nuestro país. Al comienzo de nuestra charla, me gustó cierto desenfado y algunos giros discursivos que sugerían su periplo trashumante. Una luz de atención se prendió dentro de mí cuando le pregunté a qué se debía tanta migración. Temía la respuesta. Sus palabras confirmaron mi temor: era hija de un oficial del Ejército Argentino. Además, su apellido no era común y por eso le pregunté el origen. No recuerdo si me dijo serbio o croata. Más tarde, busqué información en mi computadora y me enteré que por esos días juzgaban a su padre por crímenes de lesa humanidad. Sé muy bien que los hijos no tienen que pagar la culpa de los padres, pero no pude evitar la sensación de incomodidad que sentí. Después, perdí su rastro.

Hace unos años me visitó una persona que figura en mi libro sobre la dictadura en Jujuy. Había sido increpado por su hija que leyó una página en la que él aparece como delator de compañeros. “¿Y ahora qué le digo a ella?”, me dijo. En ese momento me di cuenta de que había hecho mal en atenderlo y le contesté: “Eso tendría que haberlo pensado antes”.

Transcribo ese breve diálogo para expresar que no me interesa analizar lo que pasa en la psiquis de un torturador o un delator. Me parece que tenemos que concentrarnos en la generación de sus hijos. No para que los odien, pero sí para que aprendan a desaprender las marcas nefastas que les dejaron sus padres.

¿Por qué no hablamos de la generación de la dictadura? Quizás porque esta herida aún no terminamos de cicatrizarla. Los psicólogos saben que en cuestiones traumáticas los silencios desempeñan un papel importante. Cierta vez, un amigo que había sido torturado en Tucumán, en su época de estudiante universitario, llevó a su hijo a conocer la Finca Agronómica ya que éste iba a estudiar en la universidad de aquella provincia. En la entrada, mi amigo recordó un episodio en el que tiraban terones para que cayera la caballería represiva, pero –recuerda él– “algo raro pasaba, porque los que caíamos éramos nosotros”. La emoción le jugó una mala pasada y algunas lágrimas se hicieron presentes. Esto le hizo mucha gracia a su hijo porque creía que estaba frente a un viejo sensiblero y le largó un comentario cáustico: “Qué blando que sos. Te emocionás de cualquier cosa”.

Qué buena ocasión para hablar de la dictadura, le dije. “Para nada –contestó–, no puede contarle nada. ¿Por qué? Porque no quiero que sufra por lo que yo tuve que pasar”.

Algo grave nos ha pasado como sociedad. La dictadura fue tan terrorífica que rompió el diálogo entre padres e hijos. Trabajar esta cuestión es una deuda que tenemos para con los hijos de los que sobrevivieron a la Historia en su más extrema crueldad.

Releo lo que escribí y me doy cuenta de que no hablé de nada nuevo. Ya en el Deuteronomio, capitulo 32, versículo 7, se puede leer: “Acuérdate de los días pasados, recuerda a las generaciones anteriores. Interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te expliquen”.

Amén.

domingo, 12 de junio de 2011

viernes, 22 de abril de 2011

Realismo mágico, realismo pedestre y ¿realismo trágico?


Héctor Tizón

Héctor Tizón, con un tono no carente de ironía, manifestó cierta vez que el “Realismo mágico” es un invento para europeos entusiastas: “Yo simplemente recordé que mi abuela cuando se acercaba la noche, tocaba las manos y les decía a los peones: 'Saquen las víboras de los cuartos que se van a acostar los niños'. Eso en Holanda es realismo mágico; en mi tierra es realismo pedestre”. 

Pensemos, entonces, cómo narraron los familiares de los detenidos-desaparecidos sus historias sobre el horror que les tocó vivir. Cada vez que un relato llegaba a la complicación (el origen del conflicto, según Adam, ver "Modelos para narrar" en este mismo blog.), parecía como si el tiempo se “engrosara”. Es decir, narraban sobre un pasado expandido que se diferenciaba notablemente de los otros momentos. Era, en esos momentos, cuando las mujeres presentes en la reunión asentían, agregaban y complementaban los dichos de la que relataba. Se trataba de una dificultad por la que todas tuvieron que pasar. Las huellas de esos hechos están en las mentes de estas mujeres y, posiblemente, sean esos momentos los que más celosamente cuidan y por eso los repiten casi de la misma manera en un afán de no deformarlos.
Ahora bien, ¿cómo se deben narrar estos hechos que son traumáticos? ¿Pueden los familiares ser objetivos cuando rememoran el horror? ¿Es posible lograr la objetividad cuando se intenta reconstruir el drama con palabras y silencios que narran el abuso de poder?
Para responder estas cuestiones partamos de una situación difícil de negar: las aberraciones de la última dictadura –hechos que están probados no sólo en el Juicio a las Juntas– existieron. Por lo tanto, contar lo que sucedió es inevitable; eso hicieron los testigos que dieron su testimonio, eso hicieron los entrevistados que aparecen en libros recientes y eso hacen estas mujeres de Jujuy. Digamos más: los propios familiares quieren que estos hechos se sepan para que se afirme: “Así ocurrió”.
Aclaremos algo: no todos los relatos tienen una estructura narrativa completa (según el esquema propuesto por Adam). Es posible que sólo se complete el día en que estos familiares obtengan justicia (la resolución del caso); mientras tanto, un componente discursivo (la complicación) constituye el núcleo de casi todas las narraciones. Además, muchos relatos tienen algún vacío temático ya que parece imposible la reconstrucción total. Por lo tanto, los testimonios grabados –por más que traducidos al papel insuman un millar de páginas o las que sean– no pueden formar una memoria grupal ni mucho menos se les puede juzgar a los sobrevivientes por comprender (o no) la situación contextual del momento de la complicación. Pero no por estas deficiencias son innecesarios; por el contrario, constituyen narraciones claves para entender “lo que no debió ocurrir”.
Ya sabemos que existen distintas disciplinas científicas que pueden aportar para el análisis de aquellos trágicos años. Pero mucha sería la exigencia que estaríamos colocando sobre los hombros de estas mujeres si, aparte de pedirles que rememoren lo ocurrido, les exigiéramos que sus relatos se presenten con un alto grado de coherencia y cohesión[1].
La narración, como su nombre lo indica, es la actividad propia de los narradores; es decir, de los escritores (aunque no les pertenece en exclusividad). A ellos deberíamos remitimos para exigirles una completa estructura formal que cuente sobre lo ocurrido. (Escribí “estructura” y no contenidos porque ya sabemos que la reconstrucción total es una ilusión vana).
De la misma manera que, en la década del sesenta, se hablaba del “Realismo mágico” para (re)conocer a un numeroso grupo de escritores que renovaron el campo literario; la literatura posterior a la dictadura recién empieza a tener una presencia sólida a fines de la década del ochenta. Entre ambos momentos hay diferencias notables. Un esquema podría ser el siguiente:
Una de las claves de esta narrativa postdictatorial (o la que muchos grandilocuentemente llamaron posmoderna) es que no contiene escenas de tortura explícita, no se trata ahora –para hacer un parangón con la década del sesenta– de un “Realismo trágico”. Sucede, eso sí, que las tragedias realizadas por la dictadura están en el imaginario de muchos creadores y “emerge solapadamente, como a contrapelo del relato”, como afirma Liliana Heker en Después: Narrativa argentina posterior a la dictadura (1996), porque si “la narrativa actual, si viene de algo, viene del desencanto y de la muerte”.
Ildiko Nassr
En Jujuy, la obra que marcó un cambio de época fue Octogenario, ¡las pelotas!: Anti­homenaje a Andrés Fidalgo, una publicación de tirada reducida que apareció en 1999 en la que varios escritores celebramos los ochenta años del querido intelectual. ¿Y qué sucede con la narrativa producida en el nuevo milenio? ¿Los microrrelatos de Ildiko Nassr referidos a una niñez atroz tienen que con el hecho de que esta autora nació el mismo año en que comenzó la dictadura más aberrante que tuvimos que soportar?
Sospecho que tanto en la narrativa reciente como en las estrategias comunicativas de las mujeres que tienen familiares detenidos-desaparecidos, existe una deliberada intención de reflexionar sobre lo ocurrido. Ellas tratan de mantener vigente la tragedia de los detenidos-desaparecidos de Jujuy por medio de diversos soportes (placas, videos, revistas, fotos, libros, murales, etc.). Para eso re- viven lo sucedido. Para que ese trabajo no sea en vano –lo que equivaldría a un re- morir– es necesario que las escuchemos; sobre esto volveremos más adelante.



[1] En Ante el dolor de los demás (2003), Susan Sontang  afirma: “Quizás estemos asignando demasiado valor a la memoria y demasiado poco valor al pensamiento”.


viernes, 15 de abril de 2011

Un marco teórico-metodológico para trabajar con testimonios sobre la represión dictatorial

Ludmila da Silva Catela, Elizabeth Jelin y Reynaldo Castro

Este texto fue desarrollado en el "VIII Encontro Nacional de História da Mídia" organizado por la UNICENTRO, Guarapuava (PR), 28 de abril a 30 de abril de 2011 (más información aquí)


En los últimos años, ha surgido uno de los fenómenos culturales y políticos más sorprendentes: la memoria corno una preocupación central de la cultura y la política en sociedades occidentales (Huyseen, 2002). Este fenómeno contrasta notablemente con la tendencia a privilegiar el futuro, corriente que fue una de las características dominantes de las primeras décadas de la modernidad del siglo XX. Las vanguardias artísticas de la época hablaban de rupturas con el pasado y de proyecciones hacia el futuro. Así el dadaísmo, el surrealismo y el futurismo anunciaban –a viva voz– la aceleración del cambio y el surgimiento de un nuevo tipo de concepción artística.

¿Por qué motivos vivimos en una época fuertemente conmemorativa? Hay varias cuestiones. Una de esas está dada por el cambio de siglo y milenio; pasar de un estadio numérico a otro, ayudó –entre otras cuestiones– a crear la necesidad de balances sobre la narración de experiencias extremas (Arfuch, 1996). Otra cuestión está dada por “la recurrencia de las políticas genocidas en Ruanda, Bosnia y Kosovo en la década del 1990, década que se alegaba poshistórica” (Huyseen, 2002: 17).
También ocurrieron magnas conmemoraciones transnacionales ancladas en fechas redondas (Jelin, 2002). Un par de ejemplos refuerzan este concepto: los quinientos años de la llegada de Colón a América y los cuatrocientos años de la fundación de San Salvador de Jujuy, ambos signados con polémicas cruzadas pero que no pasaron inadvertidos por gran parte de la sociedad. En el primer caso, fue prolífica la producción de eufemismos para ocultar la violencia: “descubrimiento”, “evangelización”, “tarea civilizatoria”, etc.
Cuando se celebró el V Centenario, en 1992, aquellas fórmulas habían sido suficientemente desmitificadas y se inventó otra más cordial: “encuentro de dos mundos”. Son conocidas las críticas que muchos historiadores le hicieron y las razones por las cuales se sigue prefiriendo, aun en la academia europea, hablar de conquista. No fue un encuentro en medio del Atlántico para una amable feria de intercambios, sino una historia de combates y posiciones (García Canclini, 1999: 87-88).


En la conmemoración de 1993, el gobierno municipal de San Salvador de Jujuy desarrolló una intensa actividad para festejar los cuatrocientos años de la ciudad. En la semana del 19 de abril –día de la tercera y definitiva fundación–, hubo festivales de música popular que rompieron la monotonía provinciana y que fueron cuestionados por algunos dirigentes políticos de la oposición por la desmesura de su gasto; pero la objeción no llegó a ser significativa. La respuesta más fuerte llegaría un tiempo después.
Tres años más tarde, un grupo de docentes de Tilcara publicó la primera edición del libro Quebrada de Humahuaca, más diez mil años de historia. En él, desde el título marcaban una diferencia que iba mucho más allá de la línea de tiempo de la celebración organizada por el estado municipal. Además, en el capítulo diez que lleva el dicente título “De ahí en más, una vida diferente”, las autoras afirman que “la llegada de los europeos a América fue traumática[1] para las poblaciones indígenas” ya que entre las novedades traídas por los españoles estaban diversas enfermedades que causaron estragos. Así, en el territorio de Los Tilcara, la población que tenía más de cinco mil habitantes cayó abruptamente hasta tener “sólo 181 habitantes en 1778” (Albeck y González, 1999: 82).
Dos ejemplos más. En la ocasión de conmemorarse, en Buenos Aires, los veinte años de lucha de la Asociación, Madres de Plaza de Mayo, se realizó un video homenaje en el que participó una gran cantidad de artistas reconocidos[2]. Ya en el año anterior,
se cumplieron 20 años del golpe militar y el mes de marzo concentró energías y actividades que culminaron el 24 de marzo con una de las marchas más masivas de la historia en Buenos Aires y en la mayoría de las capitales de Argentina. Entre otros impactos públicos, este tiempo fue, según el juez español [Baltasar] Garzón, decisivo para impulsar los juicios internacionales que pasaron a imperar a fines de los '90 (da Silva Catela, 2002: 30).
El otro ejemplo es más cercano para mí. En marzo de 2001, los organismos de Derechos Humanos (en adelante DDHH) de San Salvador de Jujuy conmemoraron los veinticinco años del golpe con una acentuada acción que incluyó una exposición de fotografías, una muestra de teatro, mesas redondas (en las que participaron periodistas, dirigentes gremiales, poetas y presos políticos), una disertación acerca de los Juicios por la Verdad, un festival musical, exposición de videos, la presentación del libro Jujuy, 1966/1983 de Andrés Fidalgo y, como actividad central, un acto en el Parque de la Memoria y una marcha por el centro de la ciudad. La cantidad de actos recordatorios fue, sin lugar a dudas, la más extensa que se haya realizado en San Salvador de Jujuy.

La memoria y el Holocausto

Ya vimos que la presencia del pasado se ha visto intensificada por varios motivos. Quizás, el más influyente sea el recuerdo del Holocausto y sus conmemoraciones dadas por
una larga serie de cuadragésimos y quincuagésimos de fuerte carga política y vasta cobertura mediática: el ascenso de Hitler al poder en 1933 y la infame quema de libros, recordados en 1983; la Kristallnacht –la Noche de los Cristales–, progrom organizado contra los judíos alemanes en 1938, conmemorado públicamente en 1988; la conferencia de Wannsee de 1942, en la que se inició la “solución final”, recordada en 1992 con la apertura de un museo en la mansión donde tuvo lugar dicho encuentro (Huyseen, 2002: 15).
Esta acción hace afirmar a Huyseen que el Holocausto funciona como “tropos universal del trauma histórico”. Así el recuerdo de la barbarie nazi[3] se erige como caso testigo de las violaciones a los DDHH.
Theodor Adorno –figura paradigmática de la escuela de Frankfurt– reflexionó largamente acerca del genocidio. Para él, Auschwitz implica un quiebre en la tradición de la cultura occidental. El filósofo planteó un célebre dictum imposible de eludir[4]: ¿es posible escribir poemas después de Auschwitz? La pregunta es provocadora, sin embargo, la inconmensurabilidad que supone representar la barbarie por medio del lenguaje estético es, antes que un obstáculo, un disparador de ideas. Así, existe una cantidad más que apreciable de representaciones artísticas del Holocausto (lo mismo se puede afirmar para el caso argentino[5]), en tanto que la maldición adorniana ha sido convertida en precisamente eso: una maldición. Por lo demás, no pocos autores han reducido el pensamiento del filósofo a una pregunta que desdeña “la retórica hiperbólica de Adorno y el contexto político de la década de 1950 con toda su carga de restauración”, como afirma uno de sus discípulos más directo (Huyseen, 2002: 122).

¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria?

En Argentina, cuando hablamos de memoria asociamos, por lo general, esa palabra con las violaciones denunciadas por los movimientos de Derechos Humanos.
En una escena todavía dominada por la acción de la justicia, lo primero que aparece es una memoria de los crímenes. Si se puede hablar de un “régimen de memoria” (como Foucault hablaba de “regímenes de verdad”), en la memoria de los crímenes y de los criminales prevalece un régimen en el que la “verdad” en juego depende de los hechos, las pruebas y los testimonios singulares. Pero en el estado presente de la memoria hay otros núcleos y “formaciones”. Existe una memoria familiar, de vínculos afectados por esa ofensa moral que se agrega a los asesinatos, la desaparición de los restos mortales de las víctimas; esa memoria, asociada a los procesos de duelo, se pone en acto en la búsqueda de los niños apropiados. Están las memorias ideológicas, facciosas incluso, de golpe, de grupos que reafirman identidades y afiliaciones al pasado, sea en el relato de la “guerra anti-subversiva”, sea, con variantes, en el relato combatiente de la aventura revolucionaria. Están los trabajos de una memoria intelectual asociada a los saberes y la investigación histórica. Y, finalmente, la memoria pública, política, que discute ese pasado desde tradiciones, valores y afiliaciones diversas y que combina o traduce motivos de todas las demás. En el presente emerge un estado de activación, una temperatura alta de las memorias, que se demostró en las repercusiones del acto del 24 de marzo, en el partido de gobierno, en la oposición y en la opinión pública (Vezzetti, 2004).
La memoria a la que nos referimos en este trabajo es aquella que está ligada a las violaciones a los DDHH, durante la última dictadura. Esa memoria ocupa un lugar que tiene muchos constituyentes: “El lugar de la memoria en una cultura dada se define por una red discursiva sumamente compleja, constituida por factores rituales y míticos, históricos, políticos y psicológicos” (Huyseen, 2002: 148).
Analicemos brevemente los factores que se mencionan. Frente a la pregunta sobre qué es la memoria, la psicoanalista Eva Giberti (citada por Mignogna, 1991) sostiene:
Cuando se los veía, cuando se los llevaban, en las noches, se los oía gritar. No se sabía adónde los llevaban, pero se los veía o se los veía detenidos en plena calle. Se escuchaban los gritos, se escuchaba el ulular de las sirenas, se veía y se escuchaba, se percibía que algo muy grave estaba pasando. Esa percepción fue una huella. Una huella que quedó en buena parte de la población y cuando, en determinado momento se rememora aquello que pasó, lo que se vio y lo que se oyó, se representa mentalmente aquello, cuando juntamos lo percibido con lo representado allí, nace la memoria.
Es decir, una huella psíquica quedó en los que escucharon o vieron detenciones de personas. Esa huella –cuando se rememora– sirve para representar la gravedad de la situación vivida. Memoria y rememoración, entonces, forman un par en el que la primera precede a la segunda.
El pensamiento popular y el filosófico parecen coincidir en este punto: la memoria es una persistencia, una realidad que permanece casi impecable e incesante. La rememoración (o anamnesia), en tanto, es la acción de recuperar algo que en un tiempo se tenía y que se creía perdido (Rossi, 2003: 21).
Rememorar no es una tarea fácil porque gran parte de la sociedad argentina creó las condiciones propicias para la instalación de la dictadura. Para que exista una dictadura no sólo hacen falta dictadores, es necesario –¿hace falta decirlo?– una sociedad que los tolere.
Hoy es posible –para una porción considerable de la ciudadanía, al menos– admitir que la dictadura militar no cayó sobre esta sociedad como un rayo en un día radiante; que encontró bien arraigadas condiciones de violencia, totalitarismo y facciosidad y las exaltó hasta límites que sólo pueden compararse con las páginas más negras de la historia de la humanidad (Vezzetti, 1985).
La rememoración implica un deseo de hacer memoria. Por eso, las personas que apoyaron el golpe de Estado no recuerdan –o no quieren hacerlo–; mucho menos quieren rememorar los que accionaron la represión. Así, el olvido es una necesidad que tiene para vivir todo torturador, pero –lamentablemente para él– así como la memoria total es un imposible, el olvido nunca es completo.
Los factores rituales y míticos fueron protagonizados (casi en exclusividad) por mujeres. Las rondas de los jueves fueron (son) encarnadas por mujeres con pañuelos blancos que caminan alrededor de la pirámide de la Plaza de Mayo. Estas vueltas son una práctica ritual que expresan “no sólo la tenacidad de una lucha o la valentía de un puñado de mujeres” (Feijoó y Gogna, 1985) sino que explican, además, un intento de construir el lugar de la memoria en la cultura contemporánea.
Las marchas circulares en derredor de la Pirámide de Mayo [...] son caminatas que vuelven sobre sí mismas, porque no hay salida. El silencio es la desesperación del sonido vital, y esa ausencia retorna eternamente sobre sí, denunciando la desaparición, que es el modo más mortal que tiene la muerte. Sin el testimonio de los cuerpos de los muertos, no hay progresión rectilínea de la historia. Todo vuelve como en un círculo. Vuelve la muerte. Las romerías circulares de las Madres son un círculo vicioso y doliente, porque los cadáveres a los que se ama no están muertos. Porque los desaparecidos son cadáveres que no han muerto, aunque todos saben lo muertos que están (Wiñazki, 1999).
Este fuerte protagonismo es una respuesta contundente, ya que si bien la dictadura produjo lo que hoy se conoce en todo el mundo como una forma original de la represión: los desaparecidos[6]; también produjo las condiciones de una respuesta excepcional: el movimiento de derechos humanos y su símbolo, las Madres de Plaza de Mayo (Sarlo, 1999).

Memoria y olvido

La relación entre memoria y olvido es recíproca: ninguna puede existir sin la presencia de la otra. A menudo, esta relación despierta quejas que carecen de justificación ya que: “¿Acaso tiene sentido oponer memoria y olvido, como solemos hacer admitiendo en el mejor de los casos que el olvido viene a ser la inevitable imperfección y deficiencia de la memoria misma?” (Huyseen, 2002: 147).
Dado que la posibilidad de recordar todo sólo se presenta de manera enfermiza en la ficción (por ejemplo en el cuento de Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”) es conveniente recordar que, por definición[7], no existe forma alguna de memoria que sea esencialmente pura, perfecta y trascendente (y –como ya expresamos– así como no existe memoria total, tampoco hay olvido perfecto). Sí existen recuerdos que alimentan el deseo de no olvidar. En algunos casos, esos deseos buscan retener hasta el detalle más mínimo por parte de los familiares que tienen un detenido-desaparecido. ¿Por qué rememoran cada uno de esos detalles? Porque, para ellos, representan momentos precisos y son muy importantes para conservar el recuerdo vivo. Después de la tragedia de no saber más nada acerca de un ser querido, cada detalle se torna en un acto que puede ser determinante.
La relación entre la memoria y el olvido encierra una paradoja: una situación olvidada está siempre presta a ser recordada, ya que:
¿Qué es olvidar, sino abrir un tramo y un espacio virtual de recuerdo, justamente porque eso que no está presente, que no es vivido ni pensado está latentemente disponible para ser evocado, confrontado, incluso discutido o rectificado por un acto de memoria? (Vezzetti, 2002, p. 36).
Los familiares entrevistados insisten en recordar pequeños detalles porque estos llenan el espacio con representaciones que pueden ser precisas, significativas e importantes. La insistencia en recordar tiene un motor fundamental: el miedo a que desaparezcan de la agenda pública aquellos motivos que hicieron posible la instalación del Estado criminal. Tienen motivos más que suficientes para temer: en el pasado no sólo han desaparecido determinadas formas de pensar, también han desaparecido los cuerpos[8] de sus familiares (algunos porque encarnaban esos pensamientos, otros porque tenían una relación casual con ellos).

Memoria colectiva

La memoria colectiva no es el resultado de la sumatoria de cada una de las memorias individuales. Es más bien un proceso (nunca acabado, siempre en disputa) ligado al pasado pero diferenciado de la historia, a pesar de que tienen algunas zonas en conflicto que no tienen solución aparente.
Los primeros usos de la palabra historia se refieren a una “descripción narrativa de acontecimientos” (Williams, 2000: 161); afirma el autor recién citado que aún se la sigue considerando corno una exposición o una serie de exposiciones sobre hechos pasados ocurridos. La memoria, por su parte, trabaja en un terreno más incierto y posee procesos subjetivos que muchas veces entran en conflicto (de ahí que los organismos de DDHH hablen de “luchar contra el olvido” y que los investigadores hablen de memoria contra memoria). Las dos comparten la dificultad que consiste en la imposibilidad de encontrar una explicación única del pasado; ambas pueden diferir en el sujeto que explica o describe el pasado. En la historia, el sujeto que narra no necesariamente debe haber sido protagonista o testigo del hecho. Mientras que la memoria necesita ser contada por un protagonista del hecho que se narra. Por lo tanto,
el término memoria tiende a presuponer una recuperación del pasado que involucra a los protagonistas; de modo que, puede decirse, se establece una cierta equivalencia entre los actores de los acontecimientos y los sujetos de la memoria. Pero no en el sentido de que sólo los que vivieron los acontecimientos puedan ser sujetos de la memoria (lo que supondría una noción estrechamente empirista de la relación entre los “hechos” y el recuerdo), sino, más bien, en el de una solidaridad entre el recuerdo y la acción, una reapropiación del pasado que, propiamente, forma el recuerdo como un ingrediente de la acción; y siempre lo hace a posteriori, en el mismo momento en el que, puede decirse, constituye un sujeto de esa memoria (Vezzetti, 2002).
La memoria colectiva depende de correspondencias intersubjetivas o grupales (Feld, 2002: 2). Busca transferir valores y enseñanzas de una generación a otra e intenta documentar y transmitir el conocimiento adquirido. Al igual que la historia[9] tiene una fuerte carga narrativa pero se expresa en diversos lenguajes en los que la imagen tiene un lugar preponderante: murales, parques, películas, placas recordatorias, avisos conmemorativos en diarios, documentación judicial, consignas, canciones, etc.

Memoria e identidad

El término “identidad” forma parte de los estudios de las ciencias sociales a partir de la década de 1960 (Lomnitz, 2002). En épocas anteriores, la problemática identitaria –si bien con otra denominación y sobre todo desde el punto de vista sociológico– ya ha estado presente en autores clásicos como Weber, Marx y Durkheim. Los tres formularon conceptos muy relacionados con la cuestión de la identidad, siguiendo el orden de los ensayistas: “status”, “conciencia de clase” y “representaciones colectivas”.
Para Stuart Hall –autor decisivo para el desarrollo de los Cultural Studies– la problemática de la identidad resulta imposible de pensar fuera de las cuestiones sociales y culturales. El ensayista[10] sostiene que existen tres diferentes concepciones acerca de la cuestión identitaria: 1) el sujeto del iluminismo, 2) el sujeto sociológico y 3) el sujeto posmoderno (Hall, 1992: 275).
Dado que este marco teórico-conceptual se refiere a una serie de acontecimientos ubicados en la segunda mitad de la década del setenta hasta los primeros años de la siguiente (que corresponde a una sociedad descentrada enmarcada en el capitalismo tardío, cuya idea de saber ya no se corresponde con la razón moderna deseosa de unidad, sino que fluctúa entre un espacio ilimitado de indagación y la conciencia del carácter limitado de toda forma de conocimiento) y, aceptando el reconocimiento que distingue a los Cultural Studies en el campo de la comunicación, vamos a centramos en la concepción posmoderna del sujeto (y, como se verá más adelante, en un momento en particular). Esta concepción coloca el acento en la noción de las identidades múltiples y fragmentadas, y se separa definitivamente de la anterior concepción unificada de la identidad.
El sujeto posmoderno ha sido definido como alguien que no tiene una identidad integral, originaria ni unificada. La identidad se transforma en “un banquete móvil": formado y transformado constantemente en relación con las líneas por las que somos representados o dirigidos en los sistemas culturales en los que estamos insertos (Hall, 1987). Esta cuestión está definida históricamente, no de manera biológica. El sujeto, por lo tanto, asume identidades diferentes, en distintos momentos; identidades que no están unificadas alrededor de un “yo”' coherente. Dentro de nosotros conviven identidades contradictorias, tirando en direcciones diferentes; es decir, nuestras identidades cambian continuamente de posición (Hall, 1992: 277).
Hall postula que el sujeto posmoderno no nace por generación espontánea. Entre sus antecedentes hay cinco momentos del proceso de descentramiento: 1) el pensamiento marxista y el cuestionamiento al concepto del sujeto como autor de su propia historia; 2) la noción del inconsciente introducida por el “descubrimiento” del psicoanálisis; 3) el surgimiento de la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure (1970), quien postula la no existencia de un sujeto como autor de los sentidos de sus palabras; 4) la aparición de los trabajos filosóficos e históricos de Michel Foucault (1975, 1977), quien analiza el surgimiento de un nuevo tipo de poder que intenta disciplinar tanto a sociedades como individuos, es decir: a gobiernos como al propio cuerpo del individuo; y el 5) el impacto del feminismo como teoría crítica y social. Perspectivas que, digámoslo, pueden converger.
A este proceso, Pablo Vila, quien analizó profundamente los momentos del desarrollo de descentramiento del sujeto, agrega un sexto momento: el estudio sobre las identidades narrativas.
Lo interesante de este momento es que justamente busca explicar por qué, si a partir de los trabajos de los autores antecitados sabemos que las identidades sociales son descentradas, fragmentarias, y en continuo proceso de formación, la gente vive su identidad como si fuera un todo unificado (Vila, 2001).
Esta nueva manera de estudiar las identidades sociales afirma que la narrativa es una categoría epistemológica que fue tradicionalmente confundida con una forma literaria. Vila –quien se apoya en Paul Ricoeur (1984), Donald Polkinghome (1988), Margaret Somers (1992) y otros– sostiene que la narrativa es uno de los esquemas cognoscitivos más importantes con que cuentan los seres humanos, ya que expresa la comprensión del mundo que nos rodea. Por lo tanto, podemos afirmar que –a través de una forma muy expresiva– los hechos vividos pueden ser contados de manera temática y coherente.
Esta nueva noción reconoce a la narrativa y a la “narratividad” como conceptos de epistemología y ontología social. Estos conceptos afirman que es por medio de la “narratividad” que podemos conocer, entender y dar sentido del mundo social. Es, por lo tanto, gracias a las narrativas y sus distintas formas de narrar que constituimos nuestras identidades sociales (Somers, 1992: 600).
Como consta en muchas publicaciones, una de las cuestiones centrales para las madres y los familiares de detenidos-desaparecidos es cómo transmitir la experiencia traumática de la dictadura a las generaciones posteriores. No es una cuestión menor esa tarea ya que un hecho histórico para ser comunicado debe ser significado dentro de las formas del discurso, postula Hall (1980) en un trabajo ya clásico. En el momento en que ese hecho pasa bajo el signo del discurso, está sujeto a todas las reglas complejas formales a través de las cuales el lenguaje significa. En otras palabras: el hecho debe convertirse en una “historia/relato” antes de que pueda convertirse en un evento comunicativo[11].
La construcción narrativa de las violaciones a los DDHH es una cuestión central porque, cuando recordamos las historias de la comunidad a la que pertenecemos, nos apropiamos de modelos de actuación y de sus resultados. Cuando eso ocurre, la narrativa da lugar a la acción ya que esos modelos recuperados permiten idear estrategias y acciones para desarrollarlas junto a otras personas.
Recordamos historias sobre nosotros y el pasado de la comunidad, y éstas proveen modelos; planificamos estrategias y acciones e interpretamos las intenciones de otros actores. La narrativa es la estructura discursiva que adquiere toda acción humana por medio de una forma que resulta significativa (Polkinghorne, 1988: 135).
Este proceso constante de ida y vuelta entre narrativas e identidades (entre vivir y contar) es el que permite fijar ciertos parámetros de identidad (nacional, local, grupal, de género, política o de otro tipo) que cada sujeto selecciona de ciertos hitos que lo ubican en relación con “otros”. Esos parámetros se convierten en marcos sociales para encuadrar las memorias (Halbwachs, 1994). Si bien la identidad posee una parte permanente y otra continuamente cambiante, algunos de los hitos se tornan, para el sujeto individual o colectivo, en elementos “invariantes” o fijos, alrededor de los cuales se organizan las memorias. Pollak (citado por Jelin, 2002) señala tres tipos de elementos que pueden cumplir esta función: a) acontecimientos, b) personas o personajes y c) lugares. Pueden estar ligados a experiencias vividas por la persona o transmitidas por otros. Estos elementos permiten mantener un mínimo de coherencia y continuidad, necesarios para el mantenimiento del sentimiento de identidad.

Memoria e historia

La dificultad para separar la historia de la memoria es algo que asumen los propios historiadores. Este problema lo enfrenta Tulio Halperin Donghi, quien expresa:
Me pesa que en los años del Proceso se haya abierto una herida que no ha cicatrizado aún, y hace difícil atravesar la invisible frontera que separa el dominio de la memoria del de la historia, con consecuencias que van más allá de las postuladas por quienes suponen que sólo separando con un adecuado espesor de tiempo al historiador de su objeto de estudio podrá acercarse a éste con la serenidad necesaria para alcanzar de él una imagen –como se dice– objetiva. El peligro consiste, más bien, en que cuando la memoria, siempre y necesariamente selectiva, se vuelca hacia una etapa que dejó de herencia una herida como ésa, se concentre en esa herida hasta marginar casi todo el resto (Halperin Donghi, 2003).
El temor del historiador es que la narrativa sobre aquellos años (“tal como la han registrado el Nunca más y El Diario del Juicio”) se convierta en “toda la historia del Proceso”. Ese temor es justificado porque existe una mirada centralizada, en su gran mayoría, en Buenos Aires y en investigaciones sin la suficiente actualización; por otro lado, la narrativa del informe de la CONADEP se torna, en algunos casos, en memoria “oficial” que no permite escuchar a las memorias locales[12].
Existen, además, investigadores que creen que el pasado próximo –o como lo llaman algunos: la historia del presente– es propiedad de los historiadores. Uno de ellos sostiene que
la intervención del historiador en la historia del presente puede contribuir a combatir ciertos peligros de las múltiples y difundidas interpretaciones vulgarizadas circulantes y, a la vez, estar en condiciones de reordenar, reformular y problematizar una historia del presente generalmente narrada por cronistas y periodistas, quienes, más allá de un mayor o menor rigor en su análisis, tienden a producir una interpretación del presente condicionada por el sentido común, por los tiempos mediáticos y por las múltiples presiones sociales (Suriano, 2005: 11).
Me permito disentir en una sola cuestión. Por eso transcribo algunos términos que son sinónimos de “vulgar”: prosaico, mediocre, banal, plebeyo, grosero. Es decir, todo aquel que no es historiador –según Suriano– corre el riego de brindar versiones degradantes de la “historia del presente”. La historia –recordemos– no es propiedad de los historiadores y muchas veces el espíritu de una época es captado por autores que elaboran una contrahistoria (basada más en lo anecdótico y aquello que, en el mejor de los casos, está relegado en los márgenes de la historia oficial), como el que escribió la siguiente interpelación:
Las construcciones de la historia son comparables a instrucciones militares, que acuartelan y acorralan la verdadera vida. Por el contrario, la anécdota es un levantamiento callejero. La anécdota nos acerca a las cosas en el espacio, permite que entren en nuestra vida (Benjamin, 2005).
Aquella “historia del presente” –o, como prefiere decir la investigadora que no es historiadora y escribe el último capítulo que compila Suriano, “el pasado próximo”– es algo que pertenece a todos. Le pertenece, sin ir más lejos a la autora recién citada que postula la construcción de un campo nuevo en las ciencias sociales: los derechos humanos y las memorias de la represión y la violencia política. Este nuevo campo está produciendo
un cambio paradigmático a través de la incorporación de nuevos marcos interpretativos, que traspasan tradiciones disciplinarias (el derecho y el psicoanálisis, la sociología y la ciencia política, la antropología y la historia), en un intento de ubicarse frente a una realidad latinoamericana donde convergen cuestiones y procesos múltiples y complejos (Jelin, 2004: 108).
Es interesante la necesidad de encarar este nuevo campo con miradas interdisciplinarias y, a la vez, reconocer los procesos subjetivos que entran en juego y que trascienden a las distintas disciplinas. Estos procesos siempre han estado presentes, pero ocurre que “nos hemos olvidado de ellos –tanto en el marxismo como en el estructuralismo y sin ninguna duda en las corrientes más funcionalistas–”, como afirma Jelin.
Más allá de esta discusión que no la vamos a resolver aquí, hay que decir que para algunos autores, la memoria y la historia se contraponen. Así, la primera estaría (con)formada por una participación emotiva en el pasado; en tanto que la segunda es aquella que toma distancia crítica del pasado. La memoria es vaga, fragmentaria, incompleta y, de alguna manera, tendenciosa (Rossi, 2003: 30); mientras que la historia se preocupa sobremanera por la autenticidad de sus fuentes y toma muchos recaudos metodológicos que funcionan como controles y pruebas de los hechos ocurridos (Jelin, 2002: 64-65). La memoria está del lado de la fragmentación, de la pluralidad de los grupos y los individuos que son sus vectores efímeros; mientras que la historia está del lado de la unicidad, de la afirmación del uno (Halbwachs, 1994). Una es concreta; la otra encuentra su espacio en el campo teórico, es decir: encarna un saber abstracto.
Sin embargo, los libros de Maurice Halbwachs[13], Robert Darnton[14] y Philippe Ariés[15] demuestran que, tanto la una como la otra, pueden convivir dialécticamente. En esos casos
el llamado a la memoria colectiva y a las memorias privadas permite a los historiadores abandonar el terreno de los acontecimientos públicos, de la cronología oficial, para asomarse al mundo de la vida privada, de las “mentalidades”, de las “historias locales” que fueron sumergidas y derrotadas en el momento del triunfo de la “historia” en detrimento de la “memoria” (Rossi, 2003: 30).
Es decir, la memoria (con su carga afectiva y mítica, formada por detalles, recuerdos vagos y, por lo general, entremezclados) puede –y debe– ser analizada por medio de operaciones intelectuales que exigen un análisis crítico, conceptual y laico.

Modelos para narrar

Un problema fundamental de los familiares de detenidos-desaparecidos ha sido cómo narrar el horror que les tocó vivir. Esta dificultad –no está demás decirlo– no ha sido privativa de ellos. Osvaldo Aguirre (2006: 49) sostiene que la interrupción del movimiento poético, en (y por) la dictadura, “se correspondió con la degradación de una lengua donde las palabras también constituyeron el vehículo del terror y el engaño”. Este escritor relaciona a la Argentina dictatorial con la Alemania nazi y cita a Steiner (2003: 119), quien afirma que las palabras “fueron forzadas a que dijeran lo que ninguna boca humana habría debido decir nunca y con las que ningún papel fabricado por el hombre debería haberse manchado jamás”. La conclusión de Aguirre es clara: “Recomponer la tradición implicaba recuperar esa lengua a la que se quiso despojar de historia y de significado”.
Para narrar el horror, los familiares tuvieron que reconstruir los acontecimientos trágicos, rememorar aquellos hechos y ordenarlos de manera de ser comunicables. Tuvieron que recuperar la lengua para poder reconstruirse individualmente y reconocerse de manera grupal. No tenían otra forma para contar lo que vivieron. Esas narraciones les permitieron recuperar sus historias y sus significados.
Una construcción narrativa, lo sabemos, es un discurso donde alguien relata una historia. Ese discurso puede ser escrito, oral –como es el caso de la mayoría de los discursos que rememoran– o también puede ser audiovisual, como es el caso del cine. Los constituyentes básicos de toda narración son: 1) temporalidad (en el caso de la última dictadura, existe una sucesión de acontecimientos entre los años 1976 y 1983, en algunos casos van más allá); 2) unidad temática (dados por las mujeres, en tanto sujetos individuales y colectivos); 3) transformación (los estados cambian, por ejemplo, de alegría a tristeza, de desgracia a felicidad, de plenitud a vacío, de incertidumbre individual a reconocimiento grupal); 4) unidad de acción (de la situación inicial de plenitud familiar se llega a la constitución grupal de familiares que reclaman por memoria, verdad y justicia); y 5) causalidad (la búsqueda del familiar detenido-desaparecido).
A partir de estos constituyentes, se construye al siguiente esquema narrativo canónico (Adam, 1992):
  1. Situación inicial
  2. Complicación
  3. Acción
  4. Resolución
  5. Evaluación
Para Jerome Bruner narrar historias es algo más serio de lo que habitualmente creemos. Esto es así porque:

Mediante la narrativa construimos, reconstruimos, en cierto sentido hasta reinventamos, nuestro ayer y nuestro mañana. La memoria y la imaginación se funden en este proceso. Aun cuando creamos los mundos posibles de la fiction, no abandonamos lo familiar, sino que lo subjetivamos, transformándolo en lo que hubiera podido ser y en lo que podría ser. La mente del hombre, por más ejercitada que esté su memoria o refinados sus sistemas de registro, nunca podrá recuperar por completo y de modo fiel el pasado. Pero tampoco puede escapar de él (Bruner, 2003: 130).
La acción de reinventar nuestro ayer no significa necesariamente una infidelidad a los hechos ocurridos. Significa, simplemente, que el relato y el suceso que cuenta no son idénticos; lo contrario sería creer que el lenguaje es transparente y no una mediación que representa –o busca representar– la realidad[16].
Distintas teorías textuales analizan las formas de narrar. Un trabajo clásico de van Dijk (1980) propone la noción de superestructura para clasificar los distintos textos. El autor afirma que es posible clasificar los textos, de acuerdo a la estructura global que poseen, en argumentativos, narrativos y descriptivos. No significa esto que todo texto deba responder a una superestructura prefigurada, ya que el citado autor “sostiene que el problema teórico de si todos los textos tienen superestructura es, sobre todo, empírico” (citado por Contursi y Ferro, 2000: 29).
La narración produce una ilusión de realidad. Ya vimos que la reconstrucción completa del pasado es una tarea imposible. Entonces, el problema que plantean las narraciones de los hechos de las violaciones a los DDHH es la cuestión de los abismos que abre la lengua en cuanto capacidad de reclamar y exigir justicia. Si no se narra, no hay transmisión; si no hay transmisión, no hay posibilidad de reclamar; si no hay reclamo, no existe pedido de justicia.
En definitiva: no se trata únicamente de conocer qué pasó durante la última dictadura, sino saber qué es lo que cuentan los familiares de los detenidos-desaparecidos y cómo lo narran. El desafío es pasar de un simple recuento de los hechos del pasado a un análisis crítico y reflexivo.
Nada menos.



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[1] El destacado es de las autoras.
[2] Entre otros: Miguel Ángel Solá, Cecilia Roth, Antonio Gala, Chico Buarque, Valentina Bassi, Federico Luppi, Harold Pinter, Soledad Bravo, Eusebio Poncela, Virginia Innocenti, Augusto Roa Bastos, Beatriz Valdés, David Byrne, Eduardo Galeano, Manu Chao, León Gieco, Leonor Manso, Héctor Alterio, Hanna Schygulla, Mario Benedetti, Jesús Quintero, Rubén Blades, Milva, Ernesto Cardenal, Hugo Arana, Ariel Dorfman, Sting, Trudie Styler, Caetano Veloso, Laura Novoa, José Saramago, Leonardo Sbaraglia, Bono, Charo López, Tata Cedrón, Vittorio Gassman, Ofelia Medina y Franklin Caicedo.
[3] Sin embargo, Finkelstein (2002) opina que el Holocausto se usa como un arma política para manipular el presente y –siempre según él– como un mecanismo de enriquecimiento. Para más detalles véase el comentario de Kaufman (2002).
[4] Es imposible de eludir para todo escritor riguroso, como por ejemplo Gunther Grass quien citó el dictum al recibir el premio Nobel en 1999. En su novela A paso de cangrejo (2002), el autor narra la suerte de los expulsados alemanes de los territorios orientales y afirma: “La historia, más precisamente la que nosotros revolvemos, es como un inodoro tapado. Tiramos y tiramos de la cadena, pero la mierda sigue subiendo”. Avanzar, por lo tanto, no significa olvidarse del pasado; hay momentos en la historia en los que para progresar es preciso –como en el caso del cangrejo– retroceder.
[5] En el campo literario jujeño, la respuesta más elocuente la brindan los poemas de Alcira Fidalgo (2002), muchos de los cuales fueron escritos en condiciones de extrema precariedad existencial.
[6] En épocas anteriores también hubo desaparecidos por razones políticas, pero no con la sistematización que comenzó el 24 de Marzo de 1976. Por otro lado, la singularidad de la represión, durante la última dictadura, también dejó su marca en el uso de las palabras; el término “desaparecidos” es una palabra que recorrió el mundo como símbolo de la dictadura argentina; más detalles en Ulanovsky (s/f). Por otro lado, el film Missing (1982) de Constantin Costa-Gavras, basado en un hecho real (el secuestro de un joven periodista en el Chile de Augusto Pinochet), contribuyó también para movilizar a la adormecida sociedad occidental de los años ochenta.
[7] La memoria siempre es parcial. Una de las explicaciones sobre este término que aparece en el diccionario de la Real Academia Española expresa: “Relación de algunos acaecimientos particulares, que se escriben para ilustrar la historia” (el destacado es nuestro).
[8] La falta de sepultura de los detenidos-desaparecidos hace comprensible “la fuerte presencia del Holocausto en los debates argentinos”, afirma Huyseen, op. cit., p 24.
[9] Sobre el conflicto entre historia y memoria, volveremos al final de este capítulo.
[10] Stuart Hall nació en Jamaica en 1932. Realizó sus estudios en Inglaterra. En Oxford trabajó con militantes nacionalistas de las naciones colonizadas y con intelectuales de la izquierda marxista. En 1964, junto a Richard Hoggart funda el Centro de Birmingham, cuya dirección asumirá cuatro años más tarde. Para una descripción más detallada de este autor, véase Mattelart y Neveu (2002).
[11] Cuando Hall analiza la comunicación de masas sostiene que la misma se puede pensar en términos de una estructura producida y sostenida a través de momentos relacionados pero distintivos: producción, circulación, distribución y reproducción. Para este autor, la producción constituye el mensaje y, por lo tanto, el discurso tiene que estar estructurado a través de significados e ideas; el discurso –sostiene Hall– debe “ser traducido-transformado” para ser completado en una práctica social. En consecuencia, hasta que no se articula el significado discursivo en la práctica, no existe comunicación efectiva.
[12] Así, los episodios de violencia conocidos como el “Apagón de Ledesma” tienen muchas versiones. Así lo registra da Silva Catela (2003), quien descubre narrativas diversas y, con mucha valentía intelectual, ella cuestiona el relato “oficial” que aparece en el Nunca más.
[13] Este autor designa con el nombre de “memoria histórica” a la acción de unir memoria e historia. Para más detalles, véase Ricoeur (2002: 28).
[14] En uno de sus últimos libros titulado La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, el autor investiga “las sorpresas que se encuentran en un conjunto de textos inverosímiles: una versión antigua de 'Caperucita Roja', un relato de una matanza de gatos, una extraña descripción de una ciudad, el raro archivo llevado por un inspector de policía”. Este último se dedicó a espiar y a seguir con espíritu maniático a los nuevos “intelectuales independientes”.
[15] Junto a Georges Duby coordinó la Historia de la vida privada. Es, además, autor de Ensayos de la memoria.
[16] Esta problemática de la narración también es compartida por la historia. Al respecto, afirma de Certeau (1993: 13): “La historiografía (es decir 'historia' y 'escritura') lleva inscrita en su nombre propio la paradoja –y casi el oxímoron– de la relación de dos términos antinómicos: lo real y el discurso. Su trabajo es unirlos, y en las partes en que esa unión no puede ni pensarse, hacer como si los uniera”.

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