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martes, 8 de marzo de 2016

Botonazos


Que la policía detenga adolescentes y los lleve esposados como si fuesen peligrosos asesinos ya no nos sorprende en Xuxuy. La tradición represiva está tan instalada que nos llevará años desterrar los huevos de serpiente que dejaron Ernesto Jaig, Damián Vilte, Carlos Carrizo Salvadores et al, en la institución policial.

Lo mismo podríamos decir del ex intendente InFélix Pérez que calificaba a los jóvenes de su pueblo como "semilla de maldad" y ordenaba un operativo desmesurado para reprimir y encima se ufanaba de ese gesto en un comunicado que quedará para la antología de la incapacidad de generar políticas públicas para el accionar juvenil. Hoy, en el gobierno provincial, este político ostenta el cargo de secretario coordinador de Agencias de Desarrollo. ¿No será mucho, Gerardín?

Lo que sí no deja de sorprendernos es la disposición de un medio de comunicación para reproducir un informe policíaco que trata de inadaptados a jóvenes que generan espumas en una fuente pública, ¿alguien puede explicar qué delito cometen?

El periodismo, escribió un fulano que pasó por estas tierras casi sin repercusión mediática, "es difundir aquello que alguien no quiere se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos". Este informe narra que cinco “masculinos” están “con actitud sospechosa”, pero no informa en qué consiste esa sospecha, eso no importa; sí nos dice que son menores de edad, nos habla de la adolescencia y la rebeldía y, finalmente, sentencia que el problema es del entorno familiar. En definitiva, el medio nos cuenta que los amigos son los polis; sus periodistas, lamentablemente, asumen funciones de propagandistas y muestran lo que el poder policial quiere mostrar.

Un día, alguien analizará la credibilidad de los medios, el chequeo permanente de fuentes que hacen (o no) y también la manera en que responden a los intereses del poder. Estudiará la relación que existe entre los periodistas y el poder policial porque los que cometen abusos de autoridad necesitan de medios que justifiquen su accionar desmedido, injusto y arbitrario. Cuando alguien critique de manera documental y de la forma más equitativa posible esta relación, varias tradiciones represivas empezarán a evaporarse como pompas de jabón.


http://www.jujuyalmomento.com/post/47241/asi-atraparon-a-los-locos-de-la-espuma-.html

viernes, 29 de julio de 2011

Traicionar a la tradición

Dibujo de Manuel Ortega
Los sucesos trágicos de Libertador General San Martín llevaron, rápidamente, a varias personas a relacionarlos con los siniestros apagones en la que se secuestró, torturó y asesinó a varias decenas de trabajadores y estudiantes de esa ciudad. Tienen razón en, por lo menos, un punto de coincidencia: existen fuerzas represivas que actúan en favor de una empresa que apoyó a desaparecedores (la carta que Carlos Pedro Blaquier enviara a su amigo "Joe" Martínez de Hoz, el 29 de junio de 1978, es prueba suficiente).
Ahora bien, el hecho de que uno de los muertos sea de la misma policía y que muchos jóvenes estén enrolados en esa fuerza a falta de una posibilidad laboral, nos debería hacer pensar sobre la situación que viven muchos de ellos. Obligados a ser fuerza de choque, muchas veces frente a sus propios amigos ya que en Jujuy, no lo olvidemos, la gran mayoría podemos reconocernos o, por lo menos, tener referencia de las personas con las que tratamos o vemos.
Supongo que, en su formación, a los futuros policías les enseñan que hay que proteger la vida de los ciudadanos. Lo que dudo es sobre lo que no se le enseña al futuro miembro de la fuerza policial: cuál es la imagen negativa que portará por el solo hecho de formar parte de una institución que tienen una tradición de reprimir, torturar y matar personas. No nos olvidemos que, a fines de los setenta, la escuela de Policía funcionaba en el mismo predio donde estaba el tenebroso Centro Clandestino de Detención de la localidad de Guerrero. Esa marca, lamentablemente, es muy fuerte.
Ningún oficial de estos tiempos democráticos puede afirmar que es conveniente torturar a los sospechosos, pero no todos los discursos circulan en afirmaciones explícitas, también hay discurso que circulan secretamente y se filtran en eso que los pedagogos llaman currículum oculto.
Los que investigamos sobre cuestiones referidas a las atrocidades de la dictadura somos, en alguna medida, responsables de que ciertas prácticas no sean desterradas. Digo esto porque no nos metemos en la institución que forma a los policías. No opinamos sobre el aspecto formativo. No exigimos que la institución policial revise su accionar. ¿Es que acaso nos olvidamos que el torturador más despiadado de Jujuy se llamó Ernesto Jaig y estaba al frente del comando Radioeléctrico en los tiempos de la dictadura?
¿Por qué ninguno de nosotros no dijo nada cuando, hace unos años, la Policía editó un libro institucional con un prólogo justificatorio de Jorge Albarracín, por entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) filial Jujuy?
No me estoy olvidando de que murieron cuatro personas. Que el gobernador se llama Walter Basilio Barrionuevo. Que el ingenio Ledesma sigue siendo una empresa tan poderosa desde hace varias décadas. No me olvido de ellos, simplemente quiero decir que hay otras cuestiones en las que no tenemos que involucrar los que tenemos algún tipo de formación y responsabilidad.
Ser solidarios con las víctimas hoy no es suficiente. Como tampoco lo es escribir esta nota o colocar "me gusta".

sábado, 9 de julio de 2011

Néstor Groppa, autor de los mejores nombres de casas de comercio

Ayer, una joven de humor ácido destruyó toda una descripción que hice para indicarle dónde vivo. No alcanzó ni la referencia del altar mayor al Gauchito Gil, tampoco la cancha de rugby o la horrible antena de telefonía celular que tiene los colores rojo y blanco que connotan el descenso, ni mucho menos el bananero de la esquina. La joven, como buena etnógrafa que efectivamente es, borró de un plumazo todas mis aclaraciones con un rotundo comentario sobre la oscuridad de mis palabras. Y ahora que escribo esto, comprendo que tiene razón.

¿Qué tiene que ver el título de esta nota con lo que escribo? Que Néstor Groppa nunca tuvo ese tipo de problemas, él registró minuciosamente nuestra ciudad y fue el poeta de la claridad lúcida. Para lograr esa lucidez, hizo un trabajo profundo de inmersión en los sentimientos de nuestros vecinos. Así, en varios de sus poemas, se pueden encontrar rarezas que observó, como la de una pantalla de aparato de televisión en desuso que ocupaba el lugar de una ventana, en el barrio Mariano Moreno. También le dio sentimientos a un maniquí que lucía un vestido de casamiento y esperaba en vano a su prometido; en ese poema colocó, además, una expresión popular: "La que nunca tuvo novio".

También destacó los nombres que figuraban en algunos carteles: "El palacio de las inyecciones" (¿enseñan este tipo de metáforas en los talleres literarios o en las clases de publicidad de las universidades?), "Si, hay" (un aviso que brilla por la ausencia y que todos los que masticamos coca en Jujuy sabemos de qué se trata) y otros hallazgos verbales que no vamos a detallar aquí.

Sí quiero dejar en claro, ahora, el error que cometí al hacer la descripción del camino a mi hogar. Debería haber señalado que al frente, hace poco, inauguraron una casa que vende pollos. El cartel que figura encima de la puerta dice: "El re-pollo". Brevedad, justeza e impacto: he aquí tres características que le hubiesen gustado al poeta. Son, además, las características que la joven etnógrafa me reprochó.

Para ella es esta nota.

jueves, 2 de octubre de 2008

Viejos chotos

Un lector que leyó una nota que escribí hace un tiempo sobre los jóvenes que no leen (“Pendejos”), escribe un comentario en el que usa cinco veces la expresión “viejos chotos”. Luis Wayar, el lector en cuestión, dice que está “cansado de ver cómo en todos los medios se trata de denostar a la juventud” y también afirma que está convencido de que “los jóvenes actuales leen más de lo que leían los de nuestra generación”. El comentario parece escrito al correr del teclado y sugiere, efectivamente, el cansancio del comentador.


Me acuerdo que, en aquella nota, escribí que uno no puede postular su propia experiencia como lector para tratar de entender lo que pasa hoy. Aún sigo defendiendo esa postura. No intenté hablar en nombre de “nuestra generación”. Apenas intenté contar mi propia experiencia con algunas lecturas prohibidas. Eso sí: escribí –y generalicé, con los riegos que eso implica– que los jóvenes no leen libros.


Corrí un riesgo con la pretensión de que algún pendejo contestara mi provocación. Pero no. Ningún joven contestó. Nadie llamó para putearme. No llegó ni un mail anónimo a la redacción de la revista donde fue publicada la provocación.


Escribo, por lo tanto, para vos, Luis. Me parece que te equivocás, tanto como yo, al generalizar. Decir que los jóvenes actuales leen más que nosotros es también una actitud que tiene sus riesgos. Acepto que está bien correrlos. Eso hicimos los dos porque sabemos que hay cosas por las que conviene exponerse.


Expongo, por lo tanto, los motivos que me llegaron a generalizar. En el 2006 apareció la Encuesta a la literatura jujeña contemporánea, libro que contiene respuestas de veinte escritores. Las promociones más numerosas fueron las de los nacidos en la década del cincuenta (ocho escritores) y los nacidos en la década del setenta (seis escritores). Los más jóvenes, en la pregunta que solicitaba los nombres más valiosos, no mencionaron a escritores ya fallecidos. Casi todos respondieron con nombres contemporáneos. Es decir, no han asumido ninguna herencia (ni siquiera para repudiarla). ¿Por qué ocurre esta falta de conexión entre estas generaciones? Sospecho que existen varia cuestiones, quizás la más importante sea que ellos no han leído lo suficiente a Jorge Calvetti, a Libertad Demitrópulos, a Raúl Galán o a Andrés Fidalgo. Tienen huecos en su formación y, sin embargo, seis se exponen a contestar. (No es un mérito menor, hubo quienes arrugaron sus respuestas para no correr el riesgo que ahora corremos nosotros.)


Por otro lado, tengo quince años de antigüedad como docente (para mis alumnos –aquí generalizo sin correr ningún riesgo– soy un viejo). Estos años no me confieren ninguna autoridad, apenas sí me permiten rescatar la experiencia de lecturas de un reducido grupo –los pendejos a lo que me refiero en mi nota anterior. Te cuento algunas anécdotas en los párrafos siguientes.


Una. Les leí un poema de Juan Gelman que habla de seis enfermeras locas de Carolina del Norte. El texto dice que las habían visto salir de hospedajes sospechosos con una mirada triste en la boca. Que las habían visto fornicando con sastres, zapateros y carniceros del lugar. ¿Qué entendieron los jóvenes lectores? Algo que no figura en ninguna parte del poema y que solamente puede estar en las mentes de viejos chotos: que las enfermeras eran prostitutas.


Dos. Frente a un poema de Octavio Paz que contiene la palabra “putas” no pudieron ocultar la risita nerviosa que produce el sexo cuando es considerado un tema del que no se habla demasiado. Es más, hubo una alumna que hacía como que no escuchaba bien lo que yo había dictado por lo que me solicitaba que repitiera la palabra de nuevo. La repetí y otra también pidió la misma confirmación. Grité “putas” y ya no tuvieron dudas.


Tres. Les pedí que lean un reportaje sobre la tensión cultura entre Buenos Aires y las provincias que apareció en la revista Ñ. Les dicté unas consignas para que analicen los nombres que aparecían en publicación y, para mí sorpresa (porque, al igual que vos, Luis, creía que eran diestros en el uso de las nuevas tecnologías) no pudieron dar con la nota en cuestión.


Hasta aquí las anécdotas.


Quizás sea necesario dejar en claro que sería saludable que los escritores jóvenes expresen sus ideas –es decir: que se expongan–, que existe una generación que espera ser leída por los jóvenes como sólo ellos pueden hacerlo; esto es: con el impulso que da el entusiasmo y la novedad que tienen las miradas nuevas.


También quiero dejar constancia que mis alumnos son muy generosos. Me escuchan hablar sobre la literatura de Jujuy y eso ya es un privilegio que agradezco. Pero que poco saben del uso de palabras de provocación y que los que no saben buscar en los libros ignoran cómo se hacen las búsquedas en el ciberespacio.


Que la verdadera literatura no sirve para calmar nada. Que si es verdadera nos tiene que golpear en el ojo y repercutir en el cerebro. Que si está en Internet tiene que ser como un martillazo que sale de la pantalla para golpear en el teclado. Que un buen texto tiene que cuestionar los supuestos que se manejan. En fin, que la buena literatura es tan tajante que hace que los viejos chotos se traguen todas sus palabras.


Imagen: Luis Felipe Noé

lunes, 18 de agosto de 2008

Pendejos

No leen libros. Uno mira a estos pendejos y enseguida saca una rápida conclusión: hablan con un lenguaje reducido, son lentos adolescentes que no maduran, no tienen intereses políticos ni aspiraciones intelectuales. En muchos casos, ni siquiera tienen deseos sexuales.

No todo es culpa de ellos. Le estamos dejando un tiempo con un sentido fuertemente egoísta, donde los temas de discusión son marcados por la televisión y desde un punto de vista mercantil. Sólo lo que genera audiencia puede estar en el aire; lo que circula en los márgenes está condenado a su destino. Así, las voces de los desesperados no se escuchan.

Casi todos los programas de televisión se hacen con esta lógica. Se arman contenidos de acuerdo a los anunciantes. En menor medida, pasa lo mismo con la radio y, desde hace algún tiempo, también con el periodismo gráfico. El periodismo se reduce, de esta manera, a ser el oficio que se ejerce en los intersticios que dejan los avisos pagos.

Resulta fácil comparar la propia experiencia como lector con las de los jóvenes de hoy. Es muy cómodo, pero también engañoso. Uno no puede postular su propio pasado para comprender lo que le pasa hoy.

Uno era un lector omnívoro (si algún pendejo no sabe lo que significa ese término en este contexto se lo aclaro: uno leía todo). Me acuerdo que uno de mis abuelos le dijo a m madre que tenía que llevarme al médico porque yo estaba leyendo demasiado. Esa temprana lección me enseñó dos cosas: hay que vivir con inteligencia en este sistema y no hay que estar de acuerdo con las consecuencias del sistema.

Mi rebeldía consistía en llevarme una linterna para leer historias prohibidas entre las sábanas. Esas lecturas fueron mis únicas clases de educación sexual. Algunas mujeres generosas, un tiempo después, me supieron orientar. A veces creo que todo es una cuestión de suerte.

De nada sirve comparar la juventud actual con la propia experiencia. Eso hacen algunos padres y profesores introspectivos. Creen que la lógica de entonces sirve para entender a este presente confuso y se equivocan.

Mis lecturas apenas sirvieron para formarme o deformarme. Las páginas pornográficas que he leído fueron como simuladores de vidas que no me atrevía a protagonizar. Me permitieron, eso sí, darme cuenta de que tengo que vivir porque hemos sobrevivido a lo peor. Pero no puedo decir casi nada de los jóvenes.

No leen libros. Los pendejos arman sus historias por medio de brevísimos mensajes de textos y por el chat. Son protagonistas de los que cuentan, arriesgan más de lo que nosotros arriesgamos, tienen menos armas que nosotros y, cuando no tienen suerte, pagan un precio muy caro.

Imagen: obra de Marcia Schvartz

jueves, 20 de marzo de 2008

Periodismo, una actividad peligrosa

Un investigador argentino que trabaja en una universidad de Estados Unidos me pregunta si yo conocía al periodista que mataron en Jujuy. Desde miles de kilómetros de distancia, el científico afirma que el hecho es una tragedia. Quizás, los jujeños todavía no tengamos la suficiente distancia para apreciar la verdadera dimensión de este asesinato.


Un periodista es alguien que cuenta historias. Busca, edita y comunica; es decir, transforma hechos en noticias. Por lo general, los buenos periodistas no tienen mucho que decir pero sí saben qué preguntar. Y, llegado el caso, saben qué es lo que se debe repreguntar. Entonces, un periodista no importa por lo que opina y sí por lo que pregunta.

Cuando el periodista empieza a ser reconocido por sus vecinos, cuando su palabra es escuchada con más atención, él está en condiciones de convertirse en una voz autorizada. ¿Autorizada por quién? Por los integrantes de la comunidad a la que se dirige. Ellos legitiman al periodista.

Muchas veces los periodistas son envidiados por los universitarios. Estos, lo sabemos bien, se han profesionalizado en la acumulación de un saber que muchas veces no encuentra eco en la sociedad. Tiene que ocurrir una desgracia evidente (digamos una contaminación que produce una montaña de plomo en el centro de un pueblo) para que las voces de los científicos sean escuchadas atentamente.

Mientras no ocurra una catástrofe, los periodistas son quienes concentran la mirada del público. Y, dentro de su propio campo, los que ejercen su oficio o profesión en la televisión son los que más reconocimiento cosechan.

***

Los teléfonos de una redacción periodística son usados más en llamadas salientes que entrantes. Lo dijimos: los periodistas buscan, indagan, preguntan. Ellos, salvo honrosas excepciones, saben de todo un poco y casi nada en profundidad. Están siempre dispuestos a escribir sobre el último fenómeno mediático; tanto a favor como en contra.

Algunos, aquellos que tienen una fuerte presencia en los medios, ya sea por sus apariciones o sus declaraciones, reciben llamadas desde los centros del poder. He visto a las mejores mentes del campo periodístico local ser tentadas por mandatarios, ministros y aspirantes a políticos. Algunos, esto también me consta, aceptan ciertas prebendas, venden espacios que construyeron a lo largo del tiempo y se dedican a administrar lo que entra y lo que sale. Es evidente, por otro lado, que determinadas presiones son originadas desde los mismos medios de comunicación.

El primer indicador que aparece, cuando una sociedad se degrada, no está relacionado con lo estrictamente económico. El primer síntoma de infamia está dado por la corrupción de la palabra. ¿Cuándo sucede esto? Cuando se difunden tendencias que no existen, cuando se potencian ideas que no merecen ser tenidas en cuenta por las audiencias y cuando sólo habla el que más fuerte grita. Lamentablemente, ya no quedan rebeldes que hagan oír sus voces, pero, a menudo, ese espacio se sigue llenando con sonidos guturales que son afinados por el dinero.

***

Marzo, para los argentinos, es el tiempo en el que la memoria se hace más densa. Significa, a partir de ahora, el mes más cruel para los periodistas jujeños. En la madrugada del miércoles 18, un proyectil calibre 22 dejó sin vida a Juan Carlos Zambrano, jefe de noticias del medio de información local más influyente.

No tengo tiempo ni ganas para analizar la trayectoria periodística del periodista asesinado. Esta tarea bien podría ser uno de los temas de las monografías y tesis que se realizan en la carrera de Comunicación Social de la UNJu: ¿cuáles son los temas que tratan los periodistas en Jujuy?, ¿qué ideas son potenciadas por los medios?, ¿cómo son presentados los distintos actores sociales? Y una pregunta más ambiciosa: ¿de qué no se habla en la esfera pública?

Zambrano ocupó una posición central en el campo periodístico. Fue odiado y reivindicado por importantes sectores de la sociedad. Los avisos de condolencias que aparecieron en los medios gráficos, casi todos firmados por actores sociales reconocidos, y los llamados telefónicos que se difundieron por la radio del multimedia donde trabajaba dan prueba de lo que digo. En algunos casos, varios políticos que lo odiaban en voz baja no tuvieron más remedio que expresar públicamente algo que, en verdad, no sentían. Distinta fue la situación de la audiencia que el periodista supo construir: los llamados anónimos resultaron fuertemente creíbles y no existen motivos para dudar de su sinceridad.

***

Una fuerte sensación de miedo se instaló en la sociedad aquella madrugada funesta. Los compañeros de redacción de Zambrano empezaron a trabajar en busca de indicios no bien se enteraron del asesinato. Ese día, los teléfonos fueron desbordados por los llamados que pedían información, gente que quería saber qué había pasado, por qué había sucedido y cómo fueron los hechos.

Esa vez, la lógica comunicativa se invirtió: el periodista ya no era el que preguntaba sino el que protagonizaba la noticia. Rápidamente empezaron a circular diversas hipótesis, dos se destacaron y ganaron las calles: se trataba de un crimen pasional o era un ajuste de cuentas desde algún resorte del poder.

De nada sirve especular sin pruebas a la vista. Hasta ahora sólo sabemos que hay una persona detenida. Que muchos (y no hablo exclusivamente de los periodistas) tienen miedo. Y que algunos (pocos, afortunadamente) reclaman el regreso de una mano dura que controle la espiral de violencia que crece día a día.

Algo grave sucedió. Un periodista fue asesinado. La posición que ocupaba y la violencia del hecho nos obligan a pronunciarnos para repudiar el crimen. Permanecer en silencio es lo peor que nos puede suceder como sociedad. No repudiar este asesinato sería convertirnos en una comunidad ultimada, tan ultimada como el periodista Juan Carlos Zambrano.

Este texto fue reproducido en El informante digital en marzo del 2008.

domingo, 29 de julio de 2007

Vacaciones de invierno

Esta es una foto rara. La tomé la semana pasada, mientras paseaba por Tilcara.

El día se estaba yendo y yo saqué mi cámara para captar las última luces. Al costado derecho se ven las sombras de unos árboles. Al centro, los adoquines de la calle de la iglesia y la vieja escuela Normal. Al fondo, unos cerros imponentes.

Digo que es una foto rara porque, en la plaza del pueblo, había cientos de turistas que buscaban el mejor precio del mismo recuerdo. Todos iban con sus cámaras en la mano y con alguna prenda de lana de llama.

Una vez, un turista profesional (esos que siempre salen de vacaciones a lugares recomendados) le preguntó a un tilcareño qué era lo más tradicional del lugar. El visitante quería congelar el momento en que él estaba al lado de la tradición tilcareña. Sin dudarlo el informante le indico a otro turista que iba con su cámara lista para gatillar y dijo: "Eso".

A pocas cuadras de la plaza central hay adoquines solitarios. Más allá del centro siempre hay visiones que valen la pena.

martes, 29 de agosto de 2006

El aliento de las pantallas



[Nota publicada en La Revista, San Salvador de Jujuy, año 3, nº 26, setiembre de 2006.]
Que la política ya no convoca a multitudes no es ninguna novedad. Ahora los discursos se pronuncian frente a las cámaras de televisión o no existen. Las arengas en las plazas y en los cortes de ruta son de uso exclusivo de las protestas de los trabajadores y de los que quieren llegar a ser considerado como tales. Y estas medidas de fuerza se levantan recién cuando un camarógrafo registra el hecho.


Marshall McLuhan tenía razón: la aldea se hizo global gracias a las pantallas. Podemos conocer el ánimo de Manu Ginobili en el mundial de básquet, ver la guerra en vivo y directo que cada tanto inaugura Bush o el último trabajo que enganchó Nazarena Velez para dar de comer a sus hijos.

Y también podemos ver, como una comedia trágica, nuestra propia aldea: la tacita de lata.

Aparentemente, los políticos que supimos conseguir saben de la importancia de llegar a miles de televidentes. Si éstos los (re)conocen, más fácil les será conseguir su voto, parece que razonan. No siempre es así. Hay reconocimientos que no son de los mejores y hay famas que cuestan.

Sólo en las campañas electorales los políticos patean las calles. Pero hasta en eso ya hay una construcción escenográfica: inevitablemente siempre hay un candidato que besa a un chico de un barrio pobre. Después, pasado el fragor de los comicios, ya se sabe lo que pasa: los políticos se meten al living de las casas de sus potenciales votantes por medio de los televisores.

“Que hablen bien o mal, no me importa. Me interesa que hablen de mí”, explica un político que, contradiciéndose, no quiera figurar en esta nota, pero sí quiere dejar en claro cuál es su estrategia mediática. Él, como tantos, está convencido de que el emisor determina los sentidos del mensaje. Si me siguen, veremos que no siempre es así.

El medio es el masaje

Antes de continuar, una aclaración: resulta difícil seguir al medio televisivo desde una revista que aparece una vez por mes. Digo esto porque la televisión se renueva día a día y una noticia que tiene más de veinticuatro horas no aparece en las pantallas porque, sencillamente, ya huele a podrido.

No obstante la lógica televisiva, podemos congelar algunas imágenes y buscarles algún significado. Cuestión que, como veremos, no necesariamente tiene que coincidir con los objetivos de los protagonistas de las noticias.

Una rápida y arbitraria selección nos puede hacer recordar que en este mes la diputada provincial Mirna Abregú se metió en el dedo en la oreja delante de una cámara indiscreta y que después su imagen fue reiterada para el deleite de sus rivales. Que el diputado Mario Pizarro le hizo un gesto de desprecio a su ex compañero de bloque Fado Zamar. Que el también diputado Pablo Baca expuso con fundamentos la falta de una política ambiental y que Guillermo López Salgado, secretario de Medio Ambiente, afirmó que había recibido una gran cantidad de mails de todo el país por la obra que realiza en su gestión. Que en la legislatura se discutió sin pelos en la lengua y que, en la misma sesión, el tiro al pichón estuvo en la orden del día.

También vimos imágenes de archivo en las que el diputado nacional Rubén Daza se refería al actual gobierno provincial y los motivos que lo llevaron a posicionarse como franco opositor; enseguida vimos declaraciones del mismo (sí, el mismo) enunciador que afirmaba ser un disciplinado de la decisión de su superior antes que de su propia coherencia.

Qué decir del mismísimo Eduardo Fellner cuando afirmó que eran totalmente infundadas las noticias de las renuncias del ministro de Gobierno y del jefe de Policía, qué se puede expresar, digo, si al otro día asumían los nuevos funcionarios en los puestos que él había mencionado como incuestionables.

Una mención especial se merece el flamante ministro de Gobierno. El popular “Pollo” Cavadini expresó que con varios de los dirigentes del Frente de Gremios Estatales se habían conocido en las luchas populares y no en los escritorios, como si su pasado reciente hubiera estado en los cortes de puentes y no en las cámaras legislativas.

La lucha por la recepción

Lo dijimos al comienzo de esta nota: la lucha por los significados tiene que ver con lo que dicen los medios. Ahora bien, esa pelea no siempre la ganan los emisores de los mensajes; los receptores también podemos plantear una guerra de guerrillas para construir lo que significan las imágenes que vemos a diario.

Si bien no existe una lectura única de las perlitas televisivas que mencioné antes, sí podemos pelear por la mejor ubicación frente al televisor y comentar lo que vemos y entendemos.

Podemos aprender que las cámaras son indiscretas y no siempre nos muestran como queremos. Que de la violencia simbólica a la lluvia de huevos hay un paso. Que la credibilidad se construye con argumentos sólidos y no con mensajes virtuales. Que la Legislatura no puede ser una caja de resonancia de las patotas; que esa cámara debería ser un lugar de discusión para producir leyes y acciones que favorezcan el bien común. Que hay políticos que practican la obediencia debida y no la obediencia de vida a sus principios. Que el gobernador –quizás el político que mejor cuida su imagen– también puede ser devorado por la falta de coherencia de sus propias palabras. Y que ni siquiera la popularidad nos da licencia para hablar cualquier cosa.

Algo huele a podrido en las pantallas jujeñas. Es una lástima que el viejo McLuhan no esté aquí para reírse.

martes, 25 de octubre de 2005

Chacarera del expediente

[Nota publicada en La Revista, año 2, nº 18, noviembre de 2005. San Salvador de Jujuy]

El título de esta nota está robado de una magnífica pieza musical de Gustavo “Cuchi” Leguizamón. Aquel músico que solía venir, desde Salta, junto a Manuel J. Castilla para visitar a Néstor Groppa, Andrés Fidalgo y Héctor Tizón, es decir a la plana mayor de la literatura local. Pero no voy a hablar de búsquedas estéticas ni de anécdotas dulces como los vinos de Cafayate que descorchaban. Voy a contar una historia que transcurre entre expedientes de la administración que supimos conseguir.

En una oficina pública de esta ciudad, de cuya repartición no quiero acordarme, hay una señora que debería brindar información de trámites que se gestionan. Pero no. Ahí, no existen carteles que orienten a los ciudadanos que hacen trámites y la persona en cuestión, a menudo, atiende el teléfono con este mensaje de bienvenida: “¿Quién molesta?”; hay, además, un escritorio que más que mueble de oficina parece el parapeto donde se posiciona la gendarme de la administración que juró no dejar pasar a nadie.

Es posible que algunos lectores reconozcan el lugar que describo. Digo esto porque todos los días hay mucha gente que entra a esa oficina con la mejor voluntad de realizar un trámite urgente o, por lo menos, rápido; sin embargo, muchos salen con una mueca en su cara mientras recuerdan, no muy bien que digamos, a la madre de la mujer del parapeto.

Un dato más puede ubicar a aquellos que todavía dudan. En un lugar, por demás visible, de aquella oficina, está la imagen de Santa Rita, patrona de los imposibles.

¿Qué se puede hacer cuando uno llega a esa oficina? Según los entendidos hay varias opciones. La más común es mandarla a pasear mientras nos acordamos de la progenitora que la parió. La de los más pacientes (curioso nombre que indica a aquellos que tienen paciencia, es decir, a los que aguantan sin chistar) es esperar en vano una resolución a su trámite. Otra opción es “la de los bomberos extremistas”, es decir, combatir al fuego con fuego; así, si aquella máquina de detener nos interroga: “¿De nuevo usted por aquí?”, hay que replicarle: “Sí, de nuevo. Y voy a venir todas las veces que sea necesario hasta que usted destrabe al expediente”. Hay otras soluciones que se fundamentan en un trueque de favores, llevarle, por ejemplo, bombones o empanadas; pero esta opción va depender del humor gástrico de la empleada.

Nadie sabe cuál es la mejor solución. A veces una buena puteada funciona y tanto el puteador como el puteado empiezan a llevarse bien; muchas amistades nacieron -aunque usted no lo crea- del calor de estos intercambios verbales. Otras veces, cuando el fuego se combate con el ídem, la repartición se convierte en Troya, y no hablo de la película precisamente. La solución gastronómica casi siempre funciona pero deja el sabor amargo de la coima. La paciencia es la única que no logra nada; aquel viejo chiste del elefante y la hormiga no es más que una humorada que nos deja con las ganas de que pase algo pero nunca pasa nada.

Esta mala atención no es sólo responsabilidad de la persona que (no) atiende al público. También son responsables sus jefes, el director de la repartición y el ministro. Y, aunque parezca una broma del destino, también somos responsables los que la sufrimos y no hacemos nada. Por eso escribo esta nota: esa mujer encarna a la administración que supimos conseguir. Ya sé, no me digan nada, este texto no tiene el estilo que debería tener para ser efectivo. Pero, amigos lectores, créanme: antes que esperar a un imposible milagro, es preferible escribir.

Saludo a ustedes, atentamente.

Berp para creer

[Nota publicada en La Revista, año 2, nº 18, noviembre de 2005. San Salvador de Jujuy]

Hay momentos en que uno tiene el poder. Por lo general, ocurre cada dos años. Uno se acerca a la escuela donde tiene que sufragar y un rostro, desde un afiche, le ruega por un voto que le permita seguir o empezar. No hay nada más lastimoso que la careta de un político en un cartel arrugado. Sucede siempre: al final de las campañas, hay caras más envejecidas que el retrato de Dorian Gray.

De imágenes del poder trata esta nota. Porque ya lo decía una publicidad reciente, en el cuarto oscuro nadie nos ve y allí podemos usar nuestro poder como mejor creamos. Pero no sólo manifestamos nuestro poder cuando votamos, también lo hacemos cuando opinamos sobre los mensajes que recibimos.



***


Para empezar, si alguien –digamos, por dar un ejemplo, integrantes de un partido que otrora estuvo en el gobierno nacional– muestra una relación clientelar entre un funcionario que entrega un bolsón de mercadería a cambio de un voto, no sólo denuncia al actual partido gobernante sino que hace una autocrítica al trunco gobierno en que le tocó repartir dádivas. Digámoslo con todas las palabras: la gente recibe bolsones pero no come vidrio.

Y ya que hablamos de este partido, ¿a quién se le ocurrió la creativa idea de considerar a los telespectadores como infradotados que no saben pensar? Si el candidato hablaba sobre Zapla, el fondo era una imagen de la fábrica; si hablaba del Fondo Especial del Tabaco, atrás aparecía un campo con grandes hojas verdes; ahora bien, cuando hablaba de los juicios millonarios contra el Estado atrás no aparecía el estudio jurídico que se favorecía, se veía la imagen de la institución que se perjudicaba. Algunos candidatos, ¿comen vidrio?

Mención especial merece el slogan “Para defender lo nuestro”. La defensa es una actitud que se presenta después del ataque de otro o, en el mejor de los casos, frente al posible ataque. No es una acción primera porque otro ya pegó primero o lleva alguna ventaja, y lo sabemos: quien pega primero, pega dos veces. Por otro lado, el artículo ambiguo que figura en el slogan no aclara nada. ¿A qué se refiere “lo nuestro”? ¿A aquello que nos pertenece a los jujeños?, ¿o al lugar que les corresponde en la lista a los inamovibles candidatos desde hace varias décadas? La ambigüedad está bien para las expresiones artísticas pero nunca puede ser útil para la publicidad política. No hay dudas: hay creativos que comen vidrio.


***

No crean que no voy a hablar de las publicidades del partido que ganó. Sus imágenes fueron importantes no por las cosas que mostraron, lo fueron por las que no exhibieron. Quizás el candidato más resistido estuvo en estas filas. ¿Cómo ganó? Porque la candidata que lo secundaba aparecía más y así empujaba a aquellos que el primero no motivaba (es decir, a la gran mayoría). ¿Hace falta que alguien mida la cantidad de carteles y minutos de televisión para apoyar esto que digo?

Pero eso no fue todo. El menos carismático ganó, además, por los errores de sus adversarios. De uno ya hablamos más arriba. Otro candidato apostó a nombrarlo por doquier; su campaña se basó en golpear al que después ganó. Estaba por escribir que esta estrategia resultó innovadora pero me olvidé que los dos están /estaban ligados al partido mayoritario. Por lo tanto, no hay innovación de ningún orden ya que el adversario más duro que tiene cualquier peronista es otro peronista.

El slogan de campaña del ganador tampoco fue un alarde de creatividad. Apenas si alcanza a la categoría del refrito de campañas anteriores. El Paso de Jama es la gran obra del gobierno, o por lo menos así se ha instalado a lo largo de la actual gestión, y sobre esa obra se construyó el slogan. Por eso, el mejor “camino” era el que conducían el gobernador y, con un mando a distancia, el presidente.

La imagen del conductor provincial también estuvo sumamente cuidada. Él no apareció en ningún afiche junto a un postulante a legislador y no fue por falta de ganas de los candidatos precisamente. Por el contrario, más de uno pataleó cuando, en la imprenta, un jefecito de campaña le negó la fotografía del abrazo que avala. El conductor no estaba para aparece en disputas menores, sí lo estaba para aparecer junto al presidente porque ambos juegan en las ligas mayores. O, por lo menos, ésa es la pretensión local.


***

No tengo espacio aquí para hablar del diputado electo que tiene la capacidad de hablar de cualquier tema, aunque ignore lo que trata, porque no le teme a la cámara de televisión; ni de aquel otro –también electo– que escribió buenas ideas pero todavía no posee ductilidad para el formato televisivo; ni de tantos otros que no quiero recordar sus mensajes porque me patean el hígado.

Apenas me quedan unas líneas para aclarar que no utilicé nombres propios, salvo el personaje de aquella novela inolvidable, porque no tengo esperanzas de que dentro de dos años los políticos y sus creativos me sorprendan. Entonces, seguramente, para ganarme mi óbolo mensual, volveré a publicar esta nota y nadie se dará cuenta de la falta de actualidad, como sucede con ciertos discursos escolares que se repiten en las fechas patrias.

Ya expresé mi opinión y, por lo tanto, mi poder fue un poco más allá de votar. Releo lo que escribí y me doy cuenta de mi perdición: los lectores de esta revista no comen vidrio. En las próximas elecciones, cuando opine sobre los mensajes de los políticos, tendré que pensar.

jueves, 1 de septiembre de 2005

La ciudad ausente

[Nota publicada en La Revista, año 2, número 16, San Salvador de Jujuy, setiembre de 2005]

En esta nota están algunas características de una ciudad próxima reconstruida desde una perspectiva irónica. Esa representación hace que uno la mire desde lejos y esa distancia se vuelve insoportable para todo aquel que la conoce de cerca. ¿Ya se imaginan el nombre ciudad? Sí, es la que están pensando; pero modificada y alterada por la mirada escéptica de un periodista que critica al propio periodismo y, en esa misma acción, se rebaja a sí mismo.



Hay una ciudad ausente que antes ocupaba el mismo lugar que hoy ocupa esta ciudad. Ahora, aquella ciudad sólo existe en la mente alucinada de un columnista de esta revista que no sabe qué escribir para ganarse su óbolo mensual. Como si estuviese bien que alguien le pague por lo que escribe.

En la ciudad ausente, el tránsito vehicular funciona como si todos respetaran las reglas correspondientes; pero los colectivos y los ciclistas pasan en rojo, los remiseros paran de golpe cuando ven a un pasajero, los inspectores piden coimas y los peatones cruzan por donde se le canta. En las paredes, los afiches del partido oficialista presentan candidatos como si fuesen peronistas, pero ninguno de los fotografiados habla de John William Cooke; los de la oposición, por su parte, hacen como si fuesen oposición pero dan conformidad a muchos actos de gobierno.

En las escuelas, hay maestros que enseñan lo que no saben; estudiantes que hacen como si estudiaran y directores que se creen importantes si andan apurados y con los nervios de punta. En los hospitales hay camas que no alcanzan, pacientes que no tienen paciencia, médicos que no pueden medicar y enfermeras que no piden silencio. Y los funcionarios hacen como si funcionaran, pero ni ahí.

En la policía hay un organigrama prolijo como si en esa institución no funcionara la ley del gallinero. No por nada un diputado provincial está presente en casi todos los actos de la ex escuela de policía; institución que, durante la dictadura, cobijaba en su vientre a un centro clandestino de detención. ¿Por qué lo tengo presente a ese legislador? Porque él cacareó, frente un equipo de la televisión holandesa, que los organismos de derechos humanos “son grupos cerrados”; sólo le faltó decir que los habitantes de la ciudad ausente somos derechos y humanos.

En las cajas donde se cobran impuestos hay monotributistas que pagan casi siempre y grandes contribuyentes que hacen como si de verdad fuesen grandes contribuyentes. Pero todos sabemos que todos sabemos.

Alrededor de algunas canchas de fútbol hay carteles que hablan del amor al deporte, como si los torpes no quisieran quebrar a los habilidosos; por su parte, hay árbitros que son arbitrarios y dirigentes que creen que es lo mismo un club que la administración gubernamental. En los claustros universitarios, hay científicos que hacen como si investigaran con tal de cobrar una asignación en negro; muchos de ellos afirman que la ciencia es neutral.

En las calles, la miseria hace que muchos hombres sueñen con ser diputado, concejal o funcionario público como si les interesara el bien común; pero la necesidad no hace de toda mujer una prostituta. Cuando el sueño se hace realidad y un nuevo funcionario entra en ¿funciones?, éste afirma que no hay recursos económicos en la repartición pero que con imaginación va a desempeñar bien su tarea; los que incluyen la palabra imaginación en su primer discurso oficial lo hacen como si tuvieran imaginación.

En muchas casas, hay padres que no quieren repetir las escenas autoritarias que tuvieron que soportar cuando fueron niños y por eso no les ponen límites a sus hijos; como si fuese lo mismo tener autoridad que ser autoritario. Más temprano que tarde, esos padres van a competir con sus retoños para ver quién es más joven.

Y, por último, hay periodistas que escriben como si supieran y otros que publican notas para sentirse importantes aunque nadie los lea. Varios escalones más abajo, hay un columnista alucinado que escribe sobre una ciudad ausente como si la sufriera en carne propia; pero todos sabemos que no es así: aquí, todo está bien.

jueves, 4 de agosto de 2005

El sueño perpetuo de José Luis Magno

[Nota publicada en La revista, año 2, número 15, San Salvador de Jujuy, agosto de 2005]

Una noche de julio, José Luis soñó que estaba en una oficina idéntica a la que tenía en el edificio municipal y le llegaba la orden de recorrer, en su propio auto, los baches de la avenida Éxodo. “¿Será posible que exista -dijo- una oficina idéntica a la mía?”. Se le acercaron algunos legisladores municipales. José Luis estaba sorprendido: “¿Por qué serán tan parecidos a Pablo, “Chuli” y Federico y a todos los de la comisión de Juicio Político? ¿Cómo habrán hecho para llegar hasta aquí si el edificio está cercado?”. Uno de los concejales exclamó: “¡Ahí está José Luis!”. Antes que le digan nada, éste se les adelantó y dijo que iba a demandar a los fabricantes de automóviles por hacer autos que rompen el pavimento. Los concejales se rieron, pero no de la ocurrencia: “¡Que metida de pata! Te confundimos con José Luis, el grande, pero no tenés la altura política de él”. Eran concejales de otro José Luis. “Estimados concejales”, le dijo, “yo soy José Luis Magno. ¿Quién es el intendente de ustedes?”. Los concejales contestaron al unísono: “José Luis” y uno de ellos agregó: “Tiene esos nombres en honor a dos pesos pesados: el primero está tomado de José Humberto, su propio padre; el segundo, de Jorge Luis, el escriba mayor que ya escribió esta página. ¿Quién sos vos para usurpar sus nombres”. Después de esto, los legisladores se fueron entre carcajadas.

José Luis quedó derrotado: “Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me odian estos concejales? ¿Existirá otro José Luis? Voy a llamar a mi primer candidato a concejal para desenmascarar al falso José Luis”. El sueño era de noche, por eso, mientras se dirigía hacia el Concejo Delirante, vio pasar a la luna rodando por la Senador Pérez y los semáforos le dieron tres luces celestes. Eso hizo que se acordará de un tango y empezó a silbar bajito. Llegó al recinto de sesiones y se sentó en la banca número trece. Vio a un funcionario acosado por la prensa; una periodista llamada Inés le decía que lo veía muy abatido y aquél contestaba que tuvo un sueño raro: “Soñé que estaba en mi oficina y unos concejales no me reconocían y me dejaban solo. Los seguí hasta el Concejo Delirante y me encontré con otro José Luis atormentado por los periodistas”. Al escuchar la entrevista, José Luis no se pudo contener y saltó de su banca: “¡Vine en busca de José Luis; sos vos!”. El funcionario se abrió paso entre los periodistas (Inés quedó golpeada por esa acción) y exclamó: “¡No era un sueño: vos sos José Luis!”. El momento se quebró cuando la voz del Gran Hermano Eduardo llegó desde la casa sahumada con gomas ardientes: “¡José Luis!”. Los dos José Luis temblaron. El soñado se fue; el otro decía: “¡Volvé pronto, José Luis!”. José Luis se despertó, estaba en su oficina del edificio municipal frente a una periodista que había sido golpeada: “Se lo ve muy abatido, ¿qué soñaba?”, dijo ella. Él contesto que tuvo un sueño muy raro: “Soñé con unos concejales que no me reconocían y me dejaban solo...”

miércoles, 18 de mayo de 2005

Lingüística de mingitorios

[Nota publicada en La Revista, año 2, número 12, San Salvador de Jujuy, mayo de 2005]

El aviso estaba a altura de los ojos, en el baño de varones de la facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Tenía un detalle de acciones y el título bien destacado: “Hechos, no palabras”. Abajo estaba la firma de una agrupación estudiantil, no importa el nombre, podría ser cualquiera. En cualquier otro lugar ese encabezamiento podría ser tolerado pero ahí, en el lugar más filosófico de esa institución, molestaba como el sol en los ojos.

¿Por qué digo que molestaba? Voy a responder esta cuestión después. Antes quiero recordar que hubo un tiempo que la asignatura llamada Lingüística fue (creo que ya no) una materia muy temida por los estudiantes de la calle Otero. Me acuerdo que una revista efímera de esa facultad publicó una viñeta donde aparecía un personaje con los ojos desorbitados y los pelos de punta. Al pie del recuadro una línea decía: “Quedó así después de estudiar para el parcial de lingüística”.

Yo mismo debo confesar que empecé mi carrera docente como auxiliar en dicha cátedra. Ingresé por un concurso donde el único postulante era yo. Es decir, nadie se animaba a trabajar en una materia que, para muchos, parecía inaccesible. Me acuerdo que varios de mis amigos me decían que estaba loco que iba a bailar con la más fea y la mar en coche.

Estuve varios años en la cátedra. Aprendí muchas cosas, como por ejemplo que existe una crítica académica que imagina que se rebaja si supone como interlocutor de sus trabajos al lector común. Por eso, existen varios trabajos científicos que tienen títulos como “El uso del subjuntivo en la prosa de Héctor Tizón” que no interesa más que a los alumnos del profesor que los escribió (y les interesa porque es lectura obligatoria para aprobar la materia).

Aprendí también que si uno tiene ideas de gestión del departamento de Comunicación diferentes a las ideas de la profesora que está al frente de la cátedra y -oh casualidad- es directora del citado departamento, uno puede perder el puesto como me pasó a mí después de estar varios años en el cargo sin que exista ninguna justificación para cesar en el cargo.

Pero no todo fue una pálida. Hace algunos años, la lingüística formó parte de esas modas intelectuales que cada tanto se decretan en el primer mundo y llegan a estas confusas tierras. Por eso conseguí algunos cargos en un colegio secundario. Me acuerdo que una directora me trataba con sumo respeto porque siempre recalcaba que yo había sido profesor de lingüística. Ella no sabía que yo era el mismo gilastro de siempre que a lo sumo había pescado algunas palabras claves de aquella moda.

La lingüística debería ser una ciencia apasionante ya que es la ciencia del lenguaje. Pero muchas veces funciona como autopsia que permite disecar los cadáveres textuales y rara vez uno se entera para que se procede de esa manera. Las autopsias, esto los sabemos bien los lectores de la novela policial, sirven para averiguar quién es el asesino. Muchas autopsias académicas, en cambio, sirven para demostrar que el muerto es el que pretende enseñar.

El lector se preguntará porque esta nota está escrita contra los lingüistas. En realidad, debo aclarar que hay honrosas excepciones a lo que escribo pero son los menos. La mayoría está tan preocupada en acotar su campo de estudio que pierde de vista la atractiva realidad que está más allá de sus narices. Estos especialistas se comportan como alguien que perdió una moneda en el parque San Martín durante la noche y la buscan solamente bajo el cono protector del alumbrado público y no lo hacen en las penumbras porque ese lugar no está autorizado. Y lo bien que les vendría a varios pasear por los lugares más oscuros del parque.

Vuelvo a los mingitorios. Si las ciencias del lenguaje fuesen tales no podría existir nunca un cartel que desestime a las palabras frente a los hechos. Digo esto porque hay palabras que acarrean el peso de los hechos. Pienso, por ejemplo, en un texto de Elfriede Jelinek de su novela Deseo: “La mujer se queda quieta como un inodoro para que el hombre pueda hacer su gestión dentro de ella”; he aquí una crítica social ligada a la crítica del lenguaje. En esta cita, las palabras son, en sí mismas, una pornografía del pudor; mientras que en aquel cartel del baño de Humanidades y Ciencias Sociales, una meada fuera del tarro.

sábado, 2 de abril de 2005

La espuma, el remisero macho y la pulga en la oreja

[Nota publicada en La Revista, año 2, número 11, San Salvador de Jujuy, abril de 2005]

Hay días en que uno quiere escribir pero le sale espuma, como decía César Vallejo. ¿Por qué comienzo esta nota con un tono de bronca? Porque ese malestar me queda después de casi chocar en la calle Güemes casi esquina Lavalle. Paso a contarles.

Yo salía de una rotonda cuando, de golpe, un remis intentó pasarme por el costado derecho. Para atenuar su falta (¿hace falta recordar que el manual del buen conductor indica que se debe pasar a otro vehículo por la mano izquierda?), el remisero sacó su brazo que sólo vi cuando accioné los frenos para no chocar. Pise el freno y no pude lanzarle un insulto en piloto automático. No recuerdo bien qué le dije, pero supongo que era algo así como “¿quién fue el irresponsable que te dio licencia para chocar?”.

Ya sé, amigo lector, que lo que conté no es nada nuevo y constituye lo cotidiano del tránsito de esta ciudad impía. Alguien comete una infracción, otro saca el animal que lleva adentro y lo insulta; el primero le devuelve la gentileza con un discurso similar y todos siguen su vida como si nada. Digo, ¿no pasa nada?, ¿y para dónde miran los que deberían controlar el tránsito? y una última cuestión ligada más al sentido común que a la filosofía: ¿debemos vivir así?, ¿vale la pena vivir de esta manera?

Confieso que estas preguntas me las hago ahora. En aquel momento no pensé y actué según mis reflejos: el pie derecho pisó el pedal del medio, la boca sacó un insulto de ocasión y punto. No hace falta ser un psicólogo para saber que después de vivir un momento de tensión, el cuerpo exige alguna acción para aflojarse y volver a su estado inicial. Sólo eso justifica una buena puteada.

Pero la tensión no terminó. Dos adolescentes que caminaban por la vereda lanzaron un comentario y se rieron con muchas ganas. Fue una risa contagiosa por lo que yo también me reí y recordé aquellas viejas páginas de una revista masiva que tenía una sección titulada: “La risa, remedio infalible”. Es evidente que el remisero nunca leyó aquellas páginas porque, sin ningún motivo, detuvo el auto amarillo, sacó su cabeza y me dijo: “¿De qué te reís, puto? Bajáte si sos macho”.

No sé qué habrá dicho el pasajero del valiente conductor -este no es un dato menor: aquel semental del volante estaba trabajando- . Los adolescentes se quedaron mudos y, de inmediato, mi mujer -otro dato no menor- empezó a gritarme en la oreja que no se me ocurriera bajar, que no le contestara y un montón de prohibiciones que terminaron por apabullarme más que el desafío del remisero.

Conclusiones: 1) la educación vial no existe o no se nota; 2) los “zorros grises” no están cuando deberían estar; 3) la risa no es un remedio, es algo peligroso; 4) los pasajeros no protestan frente al mal servicio de los chóferes; 5) los escritores somos cobardes o, por lo menos, no damos ninguna garantía a nuestras mujeres que salir airosos frente a un robusto remisero. De todas éstas, la que más me preocupa es la última: ¿qué puede más en esta ciudad impía: la trompada de un remisero macho o la página de un puto escritor?

Ya sé la respuesta. Por eso quiero escribir pero me sale espuma. Menos mal que este domingo Gimnasia juega de local y puedo desquitarme con el arbitro.

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