Hace unos meses la Asociación de Mujeres Españolas en Suiza convocó un concurso de relatos cortos sobre conciliación. Al final se canceló por falta de participación, pero yo ya había mandado mi relatito. Aquí os lo dejo, a ver que os parece.
¿Es demasiado utópico?
¿Os parece factible la presencia de los bebés e hijos en las oficinas o centros de trabajo?
¿Que tipo de conciliación debería desarrollarse: la que permite la permanencia en casa y no trabajar durante un tiempo prolongado durante la crianza de los hijos o la que permite flexibilidad y presencia de los hijos en el centro de trabajo?
¿Tal vez ambas son posibles?
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Sin Renunciar a Nada
7 de la mañana
No ha hecho falta el despertador porque Iker es como un pequeño reloj biológico y lleva mamando desde las 6:45. Ella sabe que es cosa de 5 o 10 minutos más para que él suelte el pezón y le dedique una de esas miradas radiantes de “Buenos días mamá ¿Qué hacemos hoy”.
Se estira perezosa en la cama, con la cadera izquierda un poco sobrecargada y ganas de volverse hacia el otro lado. Iker parece captar la señal y se suelta, pero quiere el otro pecho. No hay problema, hay tiempo de sobra. Hasta las 9:15 no tiene la primera reunión con los clientes.
Diez minutos más y el pequeño está listo.
Se levanta, lo levanta.
Se desnuda, lo desnuda, y juntos se meten en la ducha.
Lo seca, se seca.
Lo viste, se viste.
Mira el reloj: 7:45. Se toma su tiempo para elegir el sistema de porteo. Hoy le apetece el fular, que con su precioso gris perla combinará de maravilla con el traje que quiere llevar a la reunión. Como el día está lluvioso lo mejor será ponerse el abrigo impermeable con el suplemento para cubrir también al bebé.
Se ajusta el fular y mete a Iker. Se prepara el desayuno y se lo toma tranquilamente mientras ve como aclara el día lentamente. Iker reclama teta. Automáticamente acomoda el fular y se levanta la parte superior de la camisa mientras toma su té y piensa en la jornada. Esta semana Diego está de viaje y ella lo echa de menos, pero con el pequeño estas ausencias se hacen más llevaderas.
Con Iker confortablemente dormido junto a su cuerpo, sale a la calle en dirección a la parada de autobús. Son las 8:30. Como siempre, a esta hora estará hasta los topes, pero en cuanto ella sube con el niño siempre hay varias personas dispuestas a dejarle su asiento.
Veinte minutos más tarde ambos entran por las puertas giratorias del gran edificio de oficinas donde se encuentra el estudio de arquitectura en el que ella trabaja. En el ascensor se encuentra con Enrique, que lleva de la mano a la pequeña Raquel de tres años. “¿No prefiere quedarse en infantiles? Pregunta ella, refiriéndose a la guardería situada en la planta principal, donde los hijos en edad preescolar de todos los trabajadores del edifico pueden ser atendidos gratuitamente, por personal cualificado, durante todo el horario laboral.
“No, por la mañana viene con papá al despacho porque también tiene trabajo pendiente” contesta Enrique, dirigiendo un guiño cómplice a su pequeña.
Ella sabe que en el despacho de Enrique está la mini-mesa de dibujo que todo el equipo le regaló cuando nació Raquel. La niña suele preferir pasar la mañana dibujando mientras su padre trabaja y, por la tarde, tras comer con papá en el comedor de la empresa, le gusta bajar a infantiles hasta que le viene a recoger su madre, a eso de las 5.
Recuerda que Ana, la madre de Raquel, es investigadora en un centro de biomedicina. Por eso cogió la baja maternal completa, dos años, ya que no consideraba seguro llevarse a Raquel al laboratorio. Posteriormente, la pareja, como ellos mismos hicieron tras el nacimiento de Iker, se acogió a la jornada laboral “familiar”, por lo que contaban con más flexibilidad en cuanto a horarios y presencia de los niños en la oficina, así como guardería gratuita en el centro de trabajo.
Cuando el ascensor llega a su destino Iker se ha despertado y reclama teta. Sara, la secretaria del estudio le sonríe.
“¿Qué tal?, le oigo nerviosillo”
“Es hora de su tercer chupito matinal”
Se apresura a entrar en su oficina donde se sienta y da de mamar a Iker mientras echa un vistazo a los e-mails de ese día. Cuando Iker acaba se duerme de inmediato y ella aprovecha para cargárselo ágilmente a la espalda. Mentalmente agradece el curso de porteo - gratuito ya que fue financiado por el estado, al igual que los cursos de parto natural, lactancia, alimentación y crianza, que reciben todas las parejas a punto de tener su primer bebé - que le enseñó todos los trucos necesarios para manejar con seguridad, agilidad y comodidad sus fulares y mochilas. Con Iker dormido a la espalda se dirige a su mesa de dibujo para seguir desarrollando el centro para discapacitados que tiene entre manos. Quedan todavía unos minutos para la reunión.
La reunión empieza puntualmente y ella entra con todos sus papeles preparados para la exposición. En ese momento Iker vuelve a reclamar teta. Ella se sienta tranquilamente en su silla, acomoda a su hijo a un pecho, y se dispone a exponer su parte. Durante la exposición Iker se ha dormido al pecho y ella siente una reconfortante sensación de seguridad y tranquilidad. Al salir, la señora Gerbui, presidenta de la empresa cliente, se aproxima para mirar a Iker que sigue tranquilamente dormido.
“Que diferentes fueron mis tiempos. Yo tuve que elegir, ¿sabes? Un bebé en la oficina era una utopía y mi hija se crió desde los cuatro meses con una niñera.”
La señora Gerbui era de otra época, de otro paradigma, donde una mujer tenía que decidir entre ser madre o ser una profesional de éxito. Su elección conllevó renuncias muy dolorosas y, ahora, frente al ejemplo de que otra realidad era posible, tiene sentimientos encontrados. Un poco de envidia porque esa joven y prometedora arquitecto y su hijo van a tenerlo todo: una carrera profesional y una madre presente que cría “corporalmente” a su bebé. Pero también siente orgullo porque ese difícil cambio se produjo gracias a su lucha y a la de las mujeres y hombres de su generación, que no quisieron conformarse con lo que el sistema les vendía como única realidad posible.
Las dos mujeres se despiden con un fuerte apretón de manos. Ella vuelve a su despacho y, tras pasar a Iker otra vez a la espalda, sigue con el proyecto del centro para discapacitados. Va a diseñar el edifico más bonito, seguro y práctico de la ciudad, piensa. Y, feliz, se pone al trabajo que la apasiona. Mientras, su hijo duerme tranquilo sobre su espalda, oyendo su respiración pausada y los latidos de su corazón.
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Y para acabar este post quiero dejaros este vídeo en el que se ve claramente la absurda y dolorosa situación que viven actualmente tantas madres y tantos hijos.
Tal y como dice Louma, este vídeo es DESGARRADOR. Esto hay que cambiarlo. Sin ninguna duda.