EL PESO DE LA CULTURA EN NUESTRA CIENCIA
En el primer artículo de esta trilogía os he presentado la hipótesis del profesor David Haig, publicada en la revista Evolution, Medicine and Public Health, según la cual los despertares nocturnos durante la segunda mitad del primer año de vida del bebé tienen como objetivo retrasar en lo posible un embarazo en la madre, a pesar de que comprometen el bienestar de ambos al no permitirles un sueño más consolidado. Todo esto sólo estaría demostrando que el comportamiento del sueño infantil es simplemente la manifestación de dos conflictos: uno inter-generacional (entre los padres y sus descendientes), y el otro intra-genómico (entre los genes de origen materno y los de origen paterno presentes en el ADN del hijo) y, por lo tanto, sería simplemente el equilibrio al que la naturaleza ha llegado entre los intereses y la necesidad de todas las partes (hijo, madre y padre). Según Haig, este comportamiento no garantiza ni la salud ni la felicidad del bebé, ya que solo ha sido la solución natural a un conflicto de intereses. El comportamiento instintivo no garantiza la felicidad. Nunca hubo un paraíso perdido para la madre y el bebé al que podamos retornar liberándonos de los determinantes culturales.
Como ya sabréis si habéis leído el segundo artículo de la trilogía, este trabajo de Haig ha suscitado diversas respuestas, dos de las cuales abrieron un interesante debate entre su punto de vista y el de lo que él denomina la "medicina evolutiva". El profesor James McKenna y la doctora Katie Hinde rebatieron los argumentos de Haig argumentando, entre otras cosas, que los despertares nocturnos son un fenómeno muy complejo que no puede estudiarse fuera de su contexto cultural y que lleva asociados numerosos beneficios que Haig no está teniendo en cuenta.
Y es que, como bien señala el profesor McKenna, la hipótesis de Haig difícilmente se sostiene frente a las observaciones de la ciencia empírica: desde el simple hecho de que el bebé no es el único en provocar todos los despertares, hasta la enorme cantidad de causas diferentes que los provocan, la compleja interrelación entre la madre y el bebé durante el sueño, o los importantes efectos que la lactancia materna y la evolución en la arquitectura del sueño pueden llegar a tener en el desarrollo neurológico y cognitivo de la criatura.
En este tercer y último artículo de la trilogía me gustaría exponeros mi propio punto de vista y mi análisis del artículo de Haig. Supongo que no vale la pena que os diga que estoy prácticamente al 100% de acuerdo con McKenna y Hinde. Ya conocéis mis tendencias personales. Pero me gustaría comentar un poco más a fondo dos aspectos del trabajo de Haig que me han parecido muy importantes por su repercusión en lo que hoy en día llamamos Crianza Natural o Crianza con Apego, denominaciones que, reconozco, a mí no me gustan demasiado, por lo que yo prefiero utilizar el termino que acuñó Ileana Medina: Crianza Corporal, término me gusta mucho más porque creo que es el que mejor expresa mis sentimientos ante mi maternidad y la crianza que quiero ejercer con mis hijos.
En este tercer y último artículo de la trilogía me gustaría exponeros mi propio punto de vista y mi análisis del artículo de Haig. Supongo que no vale la pena que os diga que estoy prácticamente al 100% de acuerdo con McKenna y Hinde. Ya conocéis mis tendencias personales. Pero me gustaría comentar un poco más a fondo dos aspectos del trabajo de Haig que me han parecido muy importantes por su repercusión en lo que hoy en día llamamos Crianza Natural o Crianza con Apego, denominaciones que, reconozco, a mí no me gustan demasiado, por lo que yo prefiero utilizar el termino que acuñó Ileana Medina: Crianza Corporal, término me gusta mucho más porque creo que es el que mejor expresa mis sentimientos ante mi maternidad y la crianza que quiero ejercer con mis hijos.
1- No Existe un Paraíso Perdido
Como bien sabéis, la crianza corporal sienta sus bases en la medicina y la biología evolutiva, por lo que se caracterizaría fundamentalmente por el respeto que muestra hacia el comportamiento considerado "instintivo", y por la confianza que manifiesta en la naturaleza para desarrollar los comportamientos más saludables tanto en el bebé como en sus padres. Con su trabajo Haig lanza una bomba a los cimientos mismos de esta filosofía, al asegurar que el comportamiento instintivo no garantiza la salud y la felicidad del bebé, ya que su objetivo es llegar a un equilibrio que garantice la máxima idoneidad de al menos uno de los dos individuos enfrentados: el bebé y su madre. Como explica él mismo en su contrarespuesta a las respuestas de sus colegas, uno de los dos objetivos de su trabajo era demostrar que los bebés no estarán más sanos y felices si volvemos a los métodos naturales de crianza. El resultado de la evolución no es necesariamente saludable para el individuo y, de la misma manera, un comportamiento culturalmente establecido o moderno no es obligatoriamente pernicioso.
Las razones por las que hace esta afirmación las veremos más en detalle en la segunda parte de este artículo. Ahora me gustaría centrarme en la conclusión que saca a partir de dicha afirmación: ningún comportamiento cultural necesita ser cambiado por mucho que se aleje del comportamiento "instintivo" si no se demuestra que es pernicioso. En este contexto esto significa que los profesionales de la pediatría del sueño no tienen por qué aconsejar en contra del sueño en solitario, comportamiento establecido culturalmente, y a favor del colecho, comportamiento natural, ya que no se ha demostrado que el sueño en solitario haya provocado una patología.
Si bien he de reconocer que estoy de acuerdo con Haig en que no todo lo "cultural" es obligatoriamente "pernicioso", considero que su abordaje es muy cuestionable. Y es que la noción de lo que es o no es patología también puede tener unas bases muy culturales. ¿Que ocurre cuando en una cultura lo patológico se normaliza? Pues que deja de reconocerse la patología. Han tenido que pasar muchos siglos para que costumbres como vendar los pies de las niñas o mutilar sus genitales empiecen a verse como un maltrato inaceptable, y a reconocerse los graves problemas de salud que provocan. Pero sin llegar a casos tan extremos, también tenemos ejemplos de costumbres que podrían estar produciendo patologías reconocidas, pero cuya causa no se identifica con la costumbre. En este caso la búsqueda de tratamiento suele centrarse en cambiar algo en las personas que la sufren, pero no en cambiar la costumbre en sí misma. El sueño, no solo infantil, es un gran ejemplo de este tipo de comportamiento. Algunos investigadores, como la doctora Worthman, consideran que la epidemia de insomnio que sufrimos los adultos occidentales puede muy bien ser debida a que pretendemos dormir en unas condiciones muy alejadas de nuestras condiciones naturales, además de que el sueño consolidado durante toda la noche podría ser un mero artefacto cultural. Pero la medicina del sueño, lejos de reconsiderar cómo, cuánto y cuándo pretendemos dormir para adaptarnos a nuestros determinantes culturales, se limita a medicar o tratar a los individuos que no se ajustan a la costumbre establecida.
El mundo de la pediatría occidental lleva más de cien años asumiendo que la manera correcta de poner a dormir a los bebés es en solitario. De esta forma considera que, ya que el sueño en solitario es lo establecido en nuestra sociedad, ese es el modelo de sueño saludable que tienen que tomar los investigadores. Esto ha producido un fenómeno que nos explica muy bien el profesor McKenna: actualmente se define como "sueño saludable" el sueño del bebé durmiendo en solitario y alimentado con biberón, con muy escaso o ningún contacto con su madre, en lugar del sueño del bebé que colecha y es amamantado a demanda. Por eso la pediatría del sueño recomienda el sueño en solitario, sin haber valorado nunca científicamente las repercusiones del cambio (del colecho al sueño en solitario), ya que es la condición necesaria para reproducir lo que consideran sueño saludable.
Por lo tanto, creo que Haig va demasiado lejos cuando se atreve a afirmar que el sueño en solitario no debería ser cuestionado si no demuestra efectos patológicos, basándose en sus limitadísimas observaciones y teorizaciones. Y ya no digamos cuando se atreve a cuestionar a la lactancia materna como el mejor alimento para el bebé. Miedo me da que sus palabras caigan en las manos de estos pediatras televisivos y bestsellers que las utilizarían para sentar cátedra sobres sus métodos conductistas de adiestramiento.
Porque, por desgracia, todavía existen profesionales que echan mano de la ciencia que les interesa, descontextualizándola, para convertir afirmaciones todavía en debate en verdades establecidas, todo con el fin de conseguir unos buenos beneficios diseñando cuestionados tratamientos que venden a base de generar miedo. Para sacar la ciencia de su espacio natural, los congresos y publicaciones científicas, y lanzarla a la sociedad en forma de artículos o libros de divulgación hay que tener un mínimo de ética y moral, y hacerlo siempre con la intención de informar y nunca de escandalizar o manipular, aprovechándose de la autoridad que da un título universitario o un doctorado para convencer al lector no especializado de que una corriente concreta es la única ciencia que existe, cuando eso raramente es verdad porque, si algo existe en el mundo científico, es el debate. Así que, para ser sincera, no es realmente la hipótesis de Haig, o incluso su audacia, lo que me asusta de su trabajo. Es el mal uso que pueden llegar a hacer de él los que les conviene. Al fin y al cabo, lo de Haig es simple teorización y no sirve para hacer ningún tipo de recomendación.
De hecho, tal y como entiendo yo que afirman tanto Haig como McKenna, ningún estudio científico, ninguna visión uni-disciplinar, debería ser el punto final para lanzar recomendaciones a la población, sino siempre herramientas que ayuden a cuestionar lo nunca cuestionado, y a conseguir otras perspectivas que amplíen la visión original. Cuando se trata de dar recomendaciones para la salud y el bienestar de la población hay que hacerlo desde comités multidisciplinares que analicen cada faceta de la realidad desde todos los ángulos posibles y, aun así, como bien dice McKenna, el "one size fits all" no es, en la mayoría de los casos, la mejor estrategia. Desde luego, en el mundo del sueño infantil, no.
Otro punto de esta polémica publicación de Haig que yo quisiera debatir es su afirmación de que el comportamiento establecido mediante la evolución no es obligatoriamente el mejor o más saludable para el bebé porque se ha establecido como resolución de un conflicto. El punto de partida de toda la hipótesis de Haig es que la relación madre/hijo se asienta en un conflicto de intereses. Como ejemplo de ello utiliza el embarazo: un estado que él considera inestable, menos eficaz y menos robusto (dadas todas las complicaciones asociadas), que cualquier otro sistema. Algo que, según él, es debido al conflicto de intereses entre la madre y el feto. De hecho, Haig parte de que la evolución entera se reduce a la búsqueda del equilibrio entre innumerables conflictos.
Las razones por las que hace esta afirmación las veremos más en detalle en la segunda parte de este artículo. Ahora me gustaría centrarme en la conclusión que saca a partir de dicha afirmación: ningún comportamiento cultural necesita ser cambiado por mucho que se aleje del comportamiento "instintivo" si no se demuestra que es pernicioso. En este contexto esto significa que los profesionales de la pediatría del sueño no tienen por qué aconsejar en contra del sueño en solitario, comportamiento establecido culturalmente, y a favor del colecho, comportamiento natural, ya que no se ha demostrado que el sueño en solitario haya provocado una patología.
Si bien he de reconocer que estoy de acuerdo con Haig en que no todo lo "cultural" es obligatoriamente "pernicioso", considero que su abordaje es muy cuestionable. Y es que la noción de lo que es o no es patología también puede tener unas bases muy culturales. ¿Que ocurre cuando en una cultura lo patológico se normaliza? Pues que deja de reconocerse la patología. Han tenido que pasar muchos siglos para que costumbres como vendar los pies de las niñas o mutilar sus genitales empiecen a verse como un maltrato inaceptable, y a reconocerse los graves problemas de salud que provocan. Pero sin llegar a casos tan extremos, también tenemos ejemplos de costumbres que podrían estar produciendo patologías reconocidas, pero cuya causa no se identifica con la costumbre. En este caso la búsqueda de tratamiento suele centrarse en cambiar algo en las personas que la sufren, pero no en cambiar la costumbre en sí misma. El sueño, no solo infantil, es un gran ejemplo de este tipo de comportamiento. Algunos investigadores, como la doctora Worthman, consideran que la epidemia de insomnio que sufrimos los adultos occidentales puede muy bien ser debida a que pretendemos dormir en unas condiciones muy alejadas de nuestras condiciones naturales, además de que el sueño consolidado durante toda la noche podría ser un mero artefacto cultural. Pero la medicina del sueño, lejos de reconsiderar cómo, cuánto y cuándo pretendemos dormir para adaptarnos a nuestros determinantes culturales, se limita a medicar o tratar a los individuos que no se ajustan a la costumbre establecida.
El mundo de la pediatría occidental lleva más de cien años asumiendo que la manera correcta de poner a dormir a los bebés es en solitario. De esta forma considera que, ya que el sueño en solitario es lo establecido en nuestra sociedad, ese es el modelo de sueño saludable que tienen que tomar los investigadores. Esto ha producido un fenómeno que nos explica muy bien el profesor McKenna: actualmente se define como "sueño saludable" el sueño del bebé durmiendo en solitario y alimentado con biberón, con muy escaso o ningún contacto con su madre, en lugar del sueño del bebé que colecha y es amamantado a demanda. Por eso la pediatría del sueño recomienda el sueño en solitario, sin haber valorado nunca científicamente las repercusiones del cambio (del colecho al sueño en solitario), ya que es la condición necesaria para reproducir lo que consideran sueño saludable.
El problema es que un número muy importante de bebés y niños no se adaptan fácilmente al sueño en solitario. En occidente alrededor de un 30% de nuestros bebés y niños sufren una patología llamada Insomnio Infantil por Hábitos Incorrectos (abreviado como BIC por sus siglas en inglés), cuyo origen teórico son los "malos hábitos" del niño, y debe ser tratada con técnicas conductistas para redirigir el comportamiento.
Si nos paramos a escuchar a estos bebés y niños "enfermos" de BIC veremos que la principal razón de su "insomnio" es que necesitan la presencia de sus padres, especialmente su madre, para conciliar el sueño. O sea, necesitan sus condiciones naturales para dormir: necesitan colechar. Poned a estos niños a dormir con su madre y veréis que pronto se curan de su enfermedad. Pero un sector importante de la pediatría del sueño ni siquiera considera la posibilidad de que la causa principal del BIC pueda ser el sueño en solitario por sí mismo, o que el comportamiento de estos niños "enfermos" ante esta imposición sea un comportamiento determinado por su instinto de supervivencia, tal y como nos demuestran disciplinas como la biología evolutiva o la antropología.
Si nos paramos a escuchar a estos bebés y niños "enfermos" de BIC veremos que la principal razón de su "insomnio" es que necesitan la presencia de sus padres, especialmente su madre, para conciliar el sueño. O sea, necesitan sus condiciones naturales para dormir: necesitan colechar. Poned a estos niños a dormir con su madre y veréis que pronto se curan de su enfermedad. Pero un sector importante de la pediatría del sueño ni siquiera considera la posibilidad de que la causa principal del BIC pueda ser el sueño en solitario por sí mismo, o que el comportamiento de estos niños "enfermos" ante esta imposición sea un comportamiento determinado por su instinto de supervivencia, tal y como nos demuestran disciplinas como la biología evolutiva o la antropología.
Por lo tanto tenemos dos razones principales que impiden a estos profesionales del sueño infantil occidentales identificar el verdadero origen del BIC: La primera es este sesgo cultural que sufre la pediatría del sueño y que le impide cuestionarse las razones por las que aconseja poner al bebé a dormir solo (esto está bien hecho porque se hace así, y se hace así porque está bien hecho); y la segunda es su visión unidisciplinar que ignora los datos provenientes de otras disciplinas como la biologia evolutiva y la antropología.
Así que, como el sueño en solitario no se identifica como causante del BIC, siguiendo la corriente de pensamiento de Haig, no se considera necesario cambiarlo. Por el contrario, se aconseja que lo fuercen por medio de técnicas de adiestramiento. Se refuerza el origen de la enfermedad pero la enfermedad se trata modificando el comportamiento del "enfermo" para que no manifieste su rechazo a someterse a dicha costumbre. Se tratan los síntomas a la vez que se ignora la causa.
Así que, como el sueño en solitario no se identifica como causante del BIC, siguiendo la corriente de pensamiento de Haig, no se considera necesario cambiarlo. Por el contrario, se aconseja que lo fuercen por medio de técnicas de adiestramiento. Se refuerza el origen de la enfermedad pero la enfermedad se trata modificando el comportamiento del "enfermo" para que no manifieste su rechazo a someterse a dicha costumbre. Se tratan los síntomas a la vez que se ignora la causa.
En este punto a mí me gustaría hacer una pregunta: dado que para la pediatría del sueño occidental el sueño en solitario de nuestros hijos es algo tan incuestinablemente óptimo y beneficioso, ¿Cuales son los orígenes de esta costumbre? ¿Tiene por lo menos sus cimientos bien asentados en el método científico (ese al que estos profesionales recurren tanto para defender sus recomendaciones?
Desgraciadamente sus respuestas serán: 1) El origen no es un hecho concreto, sino diversas circunstancias del pasado, muchas de las cuales ya han desaparecido; y 2) en absoluto (ver este artículo de McKenna et al para más información). Así que desde la pediatría del sueño occidental nos imponen una costumbre sin bases científicas que, además, está provocando una patología llamada BIC, pero todavía nos dicen que, como el comportamiento natural no ha demostrado ser mejor, no tenemos ninguna razón para cambiarla.
Y lo cierto es que asegurar que no se ha demostrado que el colecho es mejor que el sueño en solitario, también es muy cuestionable. Hoy en día sospechamos que abandonar el comportamiento natural de nuestra especie, el colecho, también tiene toda una serie de efectos asociados que han sido sistemáticamente ignorados hasta que en el siglo pasado empezaron a realizarse los estudios necesarios para sacarlos a la luz. Si desde la neurología, la psiquiatría o la psicología no nos hubieran llegado todos esos descubrimientos que muestran el terrible efecto del exceso de estrés en el desarrollo neurológico y lo estresante que resulta para el bebé ser separado de su madre o la aplicación de técnicas conductuales basadas en el llanto, tal vez nunca se hubiera cuestionado ni el sueño en solitario ni la manera de conseguirlo.
Por eso resulta extremadamente cuestionable anteponer una costumbre cultural - establecida por unos determinantes presentes en una época pasada y que ya ni siquiera existen - a un comportamiento instintivo, establecido por miles de años de evolución y que está profundamente arraigado en nuestra naturaleza de mamíferos primates. No se trata de volver a vivir "en las cavernas". Se trata de respetar y aceptar lo que somos. Se trata de reconocer que la naturaleza, que también es madre de nuestro evolucionado neocórtex, tiene muchas razones que se nos escapan, por lo que todo lo determinado por ella merece un respeto mucho más profundo del que le estamos demostrando.
Porque los humanos tendemos a simplificar para poder estudiar y comprender, y esto nos lleva a cometer errores importantes, ya que la gran mayoría de fenómenos solo pueden llegar a ser mínimamente comprendidos desde un abordaje multidisciplinar. Que los efectos del sueño infantil en solitario solo hayan empezado a entenderse en profundidad cuando ciencias como la neurología o la antropología han añadido sus observaciones a la pediatría, demuestra la imperiosa necesidad de basar cualquier recomendación o tratamiento concerniente a la salud y el bienestar en una visión multidisciplinar. Sobre el sueño infantil no solo deben hablar los pediatras. También los biólogos, los antropólogos y los neurologos, por lo menos. Y seguro que todavía hay más profesionales, como los psiquiatras, los psicólogos o los pedagogos, con cosas que decir.
Desgraciadamente sus respuestas serán: 1) El origen no es un hecho concreto, sino diversas circunstancias del pasado, muchas de las cuales ya han desaparecido; y 2) en absoluto (ver este artículo de McKenna et al para más información). Así que desde la pediatría del sueño occidental nos imponen una costumbre sin bases científicas que, además, está provocando una patología llamada BIC, pero todavía nos dicen que, como el comportamiento natural no ha demostrado ser mejor, no tenemos ninguna razón para cambiarla.
Y lo cierto es que asegurar que no se ha demostrado que el colecho es mejor que el sueño en solitario, también es muy cuestionable. Hoy en día sospechamos que abandonar el comportamiento natural de nuestra especie, el colecho, también tiene toda una serie de efectos asociados que han sido sistemáticamente ignorados hasta que en el siglo pasado empezaron a realizarse los estudios necesarios para sacarlos a la luz. Si desde la neurología, la psiquiatría o la psicología no nos hubieran llegado todos esos descubrimientos que muestran el terrible efecto del exceso de estrés en el desarrollo neurológico y lo estresante que resulta para el bebé ser separado de su madre o la aplicación de técnicas conductuales basadas en el llanto, tal vez nunca se hubiera cuestionado ni el sueño en solitario ni la manera de conseguirlo.
Por eso resulta extremadamente cuestionable anteponer una costumbre cultural - establecida por unos determinantes presentes en una época pasada y que ya ni siquiera existen - a un comportamiento instintivo, establecido por miles de años de evolución y que está profundamente arraigado en nuestra naturaleza de mamíferos primates. No se trata de volver a vivir "en las cavernas". Se trata de respetar y aceptar lo que somos. Se trata de reconocer que la naturaleza, que también es madre de nuestro evolucionado neocórtex, tiene muchas razones que se nos escapan, por lo que todo lo determinado por ella merece un respeto mucho más profundo del que le estamos demostrando.
Porque los humanos tendemos a simplificar para poder estudiar y comprender, y esto nos lleva a cometer errores importantes, ya que la gran mayoría de fenómenos solo pueden llegar a ser mínimamente comprendidos desde un abordaje multidisciplinar. Que los efectos del sueño infantil en solitario solo hayan empezado a entenderse en profundidad cuando ciencias como la neurología o la antropología han añadido sus observaciones a la pediatría, demuestra la imperiosa necesidad de basar cualquier recomendación o tratamiento concerniente a la salud y el bienestar en una visión multidisciplinar. Sobre el sueño infantil no solo deben hablar los pediatras. También los biólogos, los antropólogos y los neurologos, por lo menos. Y seguro que todavía hay más profesionales, como los psiquiatras, los psicólogos o los pedagogos, con cosas que decir.
Por lo tanto, creo que Haig va demasiado lejos cuando se atreve a afirmar que el sueño en solitario no debería ser cuestionado si no demuestra efectos patológicos, basándose en sus limitadísimas observaciones y teorizaciones. Y ya no digamos cuando se atreve a cuestionar a la lactancia materna como el mejor alimento para el bebé. Miedo me da que sus palabras caigan en las manos de estos pediatras televisivos y bestsellers que las utilizarían para sentar cátedra sobres sus métodos conductistas de adiestramiento.
Porque, por desgracia, todavía existen profesionales que echan mano de la ciencia que les interesa, descontextualizándola, para convertir afirmaciones todavía en debate en verdades establecidas, todo con el fin de conseguir unos buenos beneficios diseñando cuestionados tratamientos que venden a base de generar miedo. Para sacar la ciencia de su espacio natural, los congresos y publicaciones científicas, y lanzarla a la sociedad en forma de artículos o libros de divulgación hay que tener un mínimo de ética y moral, y hacerlo siempre con la intención de informar y nunca de escandalizar o manipular, aprovechándose de la autoridad que da un título universitario o un doctorado para convencer al lector no especializado de que una corriente concreta es la única ciencia que existe, cuando eso raramente es verdad porque, si algo existe en el mundo científico, es el debate. Así que, para ser sincera, no es realmente la hipótesis de Haig, o incluso su audacia, lo que me asusta de su trabajo. Es el mal uso que pueden llegar a hacer de él los que les conviene. Al fin y al cabo, lo de Haig es simple teorización y no sirve para hacer ningún tipo de recomendación.
De hecho, tal y como entiendo yo que afirman tanto Haig como McKenna, ningún estudio científico, ninguna visión uni-disciplinar, debería ser el punto final para lanzar recomendaciones a la población, sino siempre herramientas que ayuden a cuestionar lo nunca cuestionado, y a conseguir otras perspectivas que amplíen la visión original. Cuando se trata de dar recomendaciones para la salud y el bienestar de la población hay que hacerlo desde comités multidisciplinares que analicen cada faceta de la realidad desde todos los ángulos posibles y, aun así, como bien dice McKenna, el "one size fits all" no es, en la mayoría de los casos, la mejor estrategia. Desde luego, en el mundo del sueño infantil, no.
2. Una Vida Basada en el Conflicto
Otro punto de esta polémica publicación de Haig que yo quisiera debatir es su afirmación de que el comportamiento establecido mediante la evolución no es obligatoriamente el mejor o más saludable para el bebé porque se ha establecido como resolución de un conflicto. El punto de partida de toda la hipótesis de Haig es que la relación madre/hijo se asienta en un conflicto de intereses. Como ejemplo de ello utiliza el embarazo: un estado que él considera inestable, menos eficaz y menos robusto (dadas todas las complicaciones asociadas), que cualquier otro sistema. Algo que, según él, es debido al conflicto de intereses entre la madre y el feto. De hecho, Haig parte de que la evolución entera se reduce a la búsqueda del equilibrio entre innumerables conflictos.
Hasta McKenna le da la razón y acepta la existencia de este conflicto inter-generacional. Y yo no puedo evitar ver aquí un sesgo cultural brutal. Y es que nuestra cultura está basada en el individualismo, la competencia y el conflicto. Cada individuo busca su propia supervivencia individual, su propia felicidad, su propia salud y, por lo tanto, entra en un conflicto continuo con sus semejantes por lo que todas sus relaciones se basan única y exclusivamente en encontrar el punto de equilibrio entre sus intereses y el del otro. Así que no es raro que estudiemos la naturaleza desde esta posición, y todo lo interpretemos desde el mismo punto. A mí misma me cuesta mucho salir de ahí y observar desde un punto totalmente diferente: el de la cooperación.
Porque ¿Realmente creéis que la vida se ha basado en el conflicto permanente para mantenerse? ¿Y si cambiamos de posición, nos quitamos nuestras gafas culturales e intentamos ir más allá ? Supongo que eso hizo en su momento el profesor Máximo Sandín, biólogo, profesor jubilado de la Universidad Autonoma de Madrid. Sandin aboga por una visión alternativa de la biología y de la vida, una visión basada en la cooperación y la cooordinacion y no en la competición y el conflicto. Según sus propias palabras:
"La concepción competitiva y reduccionista de las relaciones entre los seres vivos (incluso entre sus más íntimos componentes) ha conducido a una visión sórdida y deformada de la Naturaleza y ha provocado graves desequilibrios entre sus componentes fundamentales".Si os interesa su obra y filosofía la encontraréis en su página web. Yo tengo como tarea pendiente para este verano leerle más profundamente porque, aunque estoy segura de que encontraré puntos para discrepar, su nuevo enfoque me parece sumamente interesante. Al menos el profesor Sandin se atreve a cuestionar lo establecido buscando un nuevo punto de partida desde el cual entender la biología. Sandin da un salto del conflicto y la competencia a la coopeeración y la colaboración.
Porque si nos vamos al extremo del pensamiento hay una realidad incuestionable y es que ningún individuo de ninguna especie puede sobrevivir absolutamente aislado de todos los demás. Y lo cierto es que ésta sería la situación ideal desde el punto de vista de la resolución de conflictos ¿no? No hay congéneres, por lo tanto no hay conflictos. Pero ¡Que fallo! Sin congéneres no puedo sobrevivir. Por lo tanto cada uno de nosotros necesita a todos los demás. Pero ¿Para qué? ¿Para vivir en un continuo conflicto que solventar? ¿Realmente es esa toda nuestra finalidad y toda la finalidad de nuestros genes?
A lo mejor no. A lo mejor hay que buscar la respuesta en el extremo contrario para que tenga sentido. Necesitamos unos de otros para colaborar. Y esta no es más que una manera más científica y menos cursi de decir que necesitamos unos de otros para amarnos.
¿Y hay un amor más venerado, reconocido e idealizado en nuestro mundo que el amor de una madre por su hijo? ¿Por qué hacemos ciencia sobre la relación madre e hijo partiendo desde el conflicto y no desde el amor? Pues porque esta corriente de pensamiento científico de Haig no es un fenómeno nuevo, sino que ya tiene años a la espalda. Como ya he dicho, nuestra cultura está basada en el individualismo, la competencia, la lucha de poderes y el dominio del fuerte sobre el débil. Por lo tanto, nuestra ciencia también. Por eso hemos basado la crianza de nuestros hijos en una ciencia basada en el conflicto, y los criamos desde la dominación y la competencia. Tus intereses contra los míos, tu bienestar contra el mío.
Si miramos con las gafas que se ha puesto el profesor Sandin veremos como, desde sus orígenes, la vida se ha basado en el amor - llámalo cooperación, llámalo atracción, llámalo colaboración, da igual - para mantenerse y evolucionar. Sin la simbiosis entre bacterias nunca existiría una célula eucariota. Sin la unión de las células eucariotas nunca existiríamos los seres pluricelulares. Sin la simbiosis entre eucariotas y procariotas no existiríamos nosotros. Que el conflicto entre los seres vivos - tanto de especies diferentes como de la misma - existe es innegable, pero no es necesario convertir este conflicto en el motor y la razón de todo. Por el contrario, casi podría considerarse que éste se manifestaría principalmente en los casos patológicos en los que el sistema no funciona o funciona mal. Así, el parásito que mata al huésped acaba matándose a si mismo, pero el simbionte que llega a un compromiso se beneficia él también.
Y ahora mira los despertares nocturnos desde esa perspectiva y dime que ves. Yo veo una criatura creciendo, cuyo sueño tiene una arquitectura particular y en evolución, posiblemente porque su pequeño cerebro en desarrollo necesita pasar por esas fases para desarrollarse correctamente. Una criatura pendiente y dependiente de la presencia de su madre, su hábitat natural en este periodo de exterogestación. Veo una madre inundada de oxitocina y prolactina, desde cuyo cuerpo fluye todo lo necesario para mantener a su hijo con vida: calor, confort, olor, sonido y alimento. Veo un bebé abandonándose en su hábitat a la seguridad de estas señales. Veo una encarnación más del Amor que todo lo envuelve para que la vida siga.
¿Conflicto? Pues no, ahora no. Y desde esta posición me importa muy poco si estos despertares, además de todos los beneficios demostrados, retrasan la ovulación en la madre para permitir exclusividad a su hijo y todavía me importan menos todas las fórmulas matemáticas necesarias para demostrar estos teóricos conflictos-inter generacionales o intra-genómicos. Porque todo esto sólo son teorizaciones de la realidad que no reflejan ni un átomo de su inmensa complejidad.
Donde Haig ve conflicto yo veo amor, cooperación, coordinación y colaboración. Donde él ve un comportamiento instintivo inútil yo veo un comportamiento complejo con múltiples funciones, la mayoría de ellas desconocidas para nuestra ciencia, todavía en pañales, a pesar de que nosotros nos creemos muy sabios. Donde él se atreve a afirmar con rotundidad que un comportamiento es desechable, yo solo siento un enorme respeto por la naturaleza que lo ha provocado, lo que me obliga a ser extremadamente cautelosa a la hora de recomendar nada desde un neocórtex no tan inteligente como se cree a sí mismo, y producto de la misma naturaleza que se está permitiendo cuestionar.
En resumén: creo que la característica más destacable del trabajo de Haig es su enorme sesgo cultural. Sesgo que se manifiesta, tanto en la ceguera que no le permite identificar el sueño en solitario como generador de una patología del sueño infantil, como en su consideración del conflicto como fuente y motor de la evolución y la vida. Como bien dice McKenna:
Creo que precisamente este artículo es un ejemplo de tan sabias palabras.
Finalmente quiero dejaros aquí un vídeo tiernísimo que llegó ayer a mi muro de Facebook. En él podemos comprobar que el bienestar y la felicidad de la criatura humana depende de algo mucho más grande que nuestra ciencia y nuestra tecnología. Nuestras criaturas para ser felices necesitan, ante todo, nuestro contacto y nuestra presencia como muestra inequívoca de nuestro AMOR. Nada puede ocupar el lugar del cuerpo amoroso de una madre o un padre o cualquier ser humano dispuesto a cuidar, cobijar, proteger y amar.
La ciencia y la tecnología nunca podrán reemplazar al amor.
En resumén: creo que la característica más destacable del trabajo de Haig es su enorme sesgo cultural. Sesgo que se manifiesta, tanto en la ceguera que no le permite identificar el sueño en solitario como generador de una patología del sueño infantil, como en su consideración del conflicto como fuente y motor de la evolución y la vida. Como bien dice McKenna:
"En pocos lugares los valores sociales, las expectativas y las preferencias de la sociedad occidental industrializada están tan fuertemente reflejados como en los modelos clínicos de lo que se supone que es un sueño normal y una manera normal de dormir durante el primer año de vida del bebé. En el campo de la medicina pediátrica del sueño, por lo que parece, las interpretaciones culturales han predominado sobre las biológicas, a menudo sin que los propios científicos fueran conscientes" (McKenna et at 2007).
Creo que precisamente este artículo es un ejemplo de tan sabias palabras.
Finalmente quiero dejaros aquí un vídeo tiernísimo que llegó ayer a mi muro de Facebook. En él podemos comprobar que el bienestar y la felicidad de la criatura humana depende de algo mucho más grande que nuestra ciencia y nuestra tecnología. Nuestras criaturas para ser felices necesitan, ante todo, nuestro contacto y nuestra presencia como muestra inequívoca de nuestro AMOR. Nada puede ocupar el lugar del cuerpo amoroso de una madre o un padre o cualquier ser humano dispuesto a cuidar, cobijar, proteger y amar.
La ciencia y la tecnología nunca podrán reemplazar al amor.