Premín de Iruña

IGNACIO BALEZTENA ASCÁRATE "PREMÍN DE IRUÑA" (PAMPLONA 1887-1972): SU PERSONA, SU VIDA Y SU OBRA

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miércoles, 23 de marzo de 2016

Semana Santa de Pamplona en tiempos de Ignacio Baleztena

Ave Crux
Spes Unica

Querido lector, como introducción a esta entrada quiero dedicársela a mi cuñada Judith recientemente fallecida de forma inesperada por cruel enfermedad, tras recibir los santos sacramentos y la Bendición Apostólica de Su Santidad. Mujer de mi hermano Carlos (Caco) ha dejado una profunda huella en todos nosotros. Fue una persona siempre entregada a su familia y a todos los que le rodeaban, que repartió el bien a destajo, y en concreto fue un pilar para nosotros durante la enfermedad de nuestro hijo Joaquín.

Metiéndonos en harina supondrás que el aitacho vivía intensamente la Semana Santa pamplonesa como gran amante de todas las tradiciones de su querida vieja Iruña, y sobre todo con una especial devoción. Le gustaba zambullirse en la Semana Santa con intensidad.

Además escribió libretos (Las Cinco llagas), Iruñerías y hasta canciones (la famosa canción a la procesión de Viernes Santo)

El escudo de Pamplona lleva en el anverso el leon coronado y las cadenas de Navarra y en el reverso las Cinco Llagas de Jesucristo rodeada por la corona de espinas, por lo que verás más adelante si sigues leyendo

Todo esto podrás verlo más adelante al pulsar el enlace que indicaré, pero primero unas fotos de mi padre Ignacio Baleztena en la Semana Santa de Pamplona de sus tiempos:

JUEVES SANTO. VOTO DE LAS CINCO LLAGAS


Antes de ver las fotos y dada la actualidad municipal y foral he querido rescatar unos párrafos del libreto "La insignia de las Cinco Llagas" que escribió el aitacho en 1932 (en plena II república española), y decía lo siguiente:

"Con esta medalla, colgada antaño del cuello de los regidores por un cordón de seda negro, y de los ojales de sus levitas en estos tiempos, ha acudido siempre en corporación nuestro Ayuntamiento, con sus maceros y clarines a la iglesia de San Agustín, a postrarse ante el santo simulacro de las llagas, paseándolo procesionalmente por el interior del templo, para dar gracias a Dios Nuestro Señor por aquel señaladísimo favor que dispensó a la Ciudad en el mencionado año de 1599.


Hoy, como gracias a Dios, somos oficialmente ateos, no nos creemos obligados a cumplir los solemnes votos de agradecimiento que hicieron nuestros antepasados. Este año, la Corporación Municipal, no irá a dar gracias al Señor, pero espero, que los pamploneses todos, acudiremos el Jueves Santo a pedir arrodillados ante esas misericordiosas llagas, como lo hicieron los regidores de antaño, que nos veamos libres de la peste de los cuerpos y muy principalmente y sobre todo de la pestilencia de las almas."

Cuando escribo esto no se todavía que hará mañana Jueves Santo nuestro Ilmo. Ayuntamiento, pero pese a los antecedentes de estos últimos meses confío en que estarán a la altura del cargo al margen de sus creencias personales, y no repetirán la patochada de 1932 jorobando una tradición que se celebra desde 1599, e incumpliendo la promesa que hicieron nuestros antepasados. También es de agradecer, no ya solo por respeto sino por buen gusto, que no acudan hechos unos zakarros con unas zatarras tipo camisetas de super héroes yankis, en vez de con el elegante porte que han lucido siempre nuestros munícipes cuando salen en Cuerpo de Ciudad como se aprecia en esta foto, siendo admiración de los pamploneses.

Ignacio Baleztena como abanderado del Ayuntamiento en 1918 acude al Voto de las Cinco Llagas y posteriormente a los oficios de Jueves Santo (Misa de la Cena del Señor), en Corporación como se sigue haciendo actualmente.


Y precisamente el propio Ignacio Baleztena (Premín de Iruña) escribió este libreto en 1932: "La Insignia de las Cinco Llagas", cuyo enlace encontrarás más adelante para poderlo leer íntegro si quieres.




VIERNES SANTO EN PAMPLONA

Ignacio Baleztena en Viernes Santo, en el Paseo de Sarasate de Pamplona, con sus hermanas Lola, Josefina y Mª Ysabel

Ya desde niño Ignacio Baleztena participaba en la procesión del Santo Entierro de Pamplona, el Viernes Santo. En la foto el primero por la izquierda formando parte del grupo alegórico de las tribus de Israel.


Ignacio Baleztena de soldado romano en la Procesión del Santo Entiero de Pamplona, el Viernes Santo. También participó de mozorro, portador de paso...

La Dolorosa de Casa Baleztena. Cuántas veces le rezó mi padre junto con toda la familia. Tanta devoción le tenía que este es el reverso de su recordatorio de difuntos. Que actualmente acoja a Judith y llene el vacío que nos ha dejado.
Para ver toda la información acerca de todo lo referente a nuestra querida Semana Santa pamplonesa (iruñerías, anécdotas, celebraciones y canciones) tienes material para ir disfrutando durante esta Semana Santa pinchando aquí.

No te olvides, mañana jueves por la tarde nos vemos en el Voto de las Cinco Llagas, los oficios, las visitas y la reciente procesión de Jueves Santo. Y el viernes las Siete Palabras, el Vía Crucis de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, los oficios, la procesión del Santo Entierro y el retorno de la Dolorosa.

El Sábado la Vigilia Pascual y la procesión del encuentro por el claustro de la catedral.

Y el Domingo se exponen "las momias" de la catedral tras la Misa de Resurección.

Que agenda más apretada. Nos vemos en estos actos si Dios quiere y el tiempo lo permite.  

Biznietas de Ignacio Baleztena
Ave Crux, Spes Unica

Biznietos Ignacio Baleztena han ido creciendo y en el futuro serán futuros portadores de paso

Biznietos de Ignacio Baleztena de Pueblo Judío. Sigue la Tradición.

Virgen Dolorosa, Ruega por nosotros, por tu querida Pamplona y por Judith, que ya te estará acompañando en tu Soledad en el Cielo

miércoles, 20 de abril de 2011

La Insignia de las Cinco Llagas (y III)

Querido lector, seguimos en plena Semana Santa con la conferencia que el "aitacho" dio torno a la Insignia de las Cinco Llagas en el Círculo Carlista de Pamplona en 1932, y a ver si nos enteramos ya de una vez de que se trata el asunto (para entender la "trama" te recomiendo leer las dos entradas anteriores)

"...Volvamos a nuestro tema.

A todas estas medidas materiales, aquellos hombres de recia fe, añadieron, o mejor dicho, antepusieron las espirituales.

Dispuso el señor obispo, el doctor Zapata, de acuerdo con el Ayuntamiento, que desde el 10 de octubre, por espacio de dos semanas, se ayunase los lunes, miércoles, viernes y sábados, siendo el ayuno del viernes a pan y agua, y los que por su debilidad no pudieran practicar estos ayunos dejasen de comer carne al igual que los días de vigilia.

Dispuso también, que se tuviera expuesta Su Divina Majestad, durante todo el día; el 11 de octubre, en la catedral y monasterio del Carmen; el miércoles 13, en San Cernin y Santiago; el viernes 15, en San Lorenzo y convento de San Francisco y el 16, sábado, en San Nicolás y San Agustín.

El domingo, 17 de octubre, tuvo lugar el voto solemne de la ciudad a San Fermín, San Roque y San Sebastián en la forma siguiente:

El Ayuntamiento de Pamplona en cuerpo de Ciudad, con sus mazas delante y acompañado de cuantos vecinos pudieran hacerlo, fueron a la parroquia de San Lorenzo, a la capilla de San Fermín. Dijo la misa el Ilmo. señor Obispo, Don Antonio Zapata, y habiendo sumido, volvió el rostro con el Santísimo Sacramento en las manos para los señores regidores que estaban frente a la capilla de rodillas con velas en las manos. Y Don Miguel de Donamaría y Ayanz, regidor cabo del Burgo, dijo en alta voz:

“Señor Dios Todopoderoso y sempiterno. Yo, don Miguel de Donamaría, aunque por todas partes indigno indigno ante vuestro Divino acatamiento, regidor de esta ciudad, en mi nombre y en el de (cita todos los nombres de los demás regidores) y toda esta Ciudad, movidos con deseos de serviros y de honrar a los bienaventurado Santos, San Fermín, nuestro Patrón, San Sebastián y San Roque, de cuya intercesión nos queremos valer en esta necesidad presente de la peste de esta ciudad y en todas las que tuviese, prometo delante de la Santísima Virgen Nuestra Señora y de toda la Corte Celestial y de todos los que están en esta iglesia presentes, en manos de don Antonio Zapata, Obispo de Pamplona, a Vuestra Divina Majestad, que todos los años, desde agora para siempre jamás, la víspera del Bienaventurado San Fermín nuestro Patrón, en cualquier tiempo que se celebrase su fiesta, y la víspera del bienaventurado San Sebastián, no se comerá carne en esta Ciudad, antes será como el día del viernes, y al señor San Roque se le hará una ermita de su vocación a la cual se hará procesión en su día de cada año, con la solemnidad que esta Ciudad acostumbra hacer en semejantes días que tiene por voto, pues a Vuestra Divina Majestad, bondad y clemencia, suplico humildemente por la sangre de Jesucristo Nuestro Señor y por la intercesión de estos santos, recibáis esta pequeña ofrenda de esta Ciudad, mirándola con ojos de misericordia y librándole de la peste y de cualquier enfermedad contagiosa y muy particularmente de las enfermedades de las almas, y a nosotros nos deis gracias, como nos la habéis dado, para desear y ofrecer esto para cumplir con la delegación que nos habéis puesto y acudir en todo al mayor bien de esta Ciudad”.

Mucho, mucho debió nuestro buen patrono San Fermín trabajar cerca de Dios Nuestro Señor a favor de sus paisanos, pues compadecido, al fin, se dignó usar de su infinita misericordia, revelando a un fraile franciscano de Calahorra, la siguiente promesa:

“Que digo yo, que te lo he dicho a ti, el que rige cielos y tierra, que así como el pastor cura las ovejas cuando tienen roña con el aceite, así curará El las ovejas de la roña que tienen, con el aceite de misericordia de mis sagradas llagas y corona de espinas, poniéndolas en los pechos de todos, así enfermos como sanos, y que haga imprimir tantos papeles como hay chicos y grandes en la Ciudad, donde estén las cinco llagas mías y la corona de espinas, y que todos los chicos y grandes las traigan puesto en sus pechos quince días descubiertamente, y que haga hacer una procesión como en Jueves Santo, con su disciplina y que traigan estas sagradas insignias en andas al cabo de la procesión con toda la devoción que pudieren y después que hayan acabado la dicha procesión, las dejen con grande reverencia en una capilla en memoria de esta merced, y que dentro de 15 días que esto se hiciese, se quitará el mal y pestilencia que hay en la ciudad, y que esto será verdad como yo soy la misma verdad…”

Enterados el señor Obispo y la Ciudad de esta revelación, se mandó imprimir sellos en papel y pergamino con la imagen de las cinco llagas y la corona de espinas y se repartieron por todo el vecindario, recomendando a todos, que antes de ponérsela al pecho se confesasen y comulgasen con toda devoción.

Y el domingo 13 de noviembre por la mañana, el señor Obispo dijo misa en la capilla de San Nicasio, de la parroquia de San Cernin, donde comulgaron todos los regidores, y se les impuso las insignias, y lo mismo se hizo en todas las demás iglesias. A la noche fue la procesión, a la que asistió todo el que no estaba enfermo o convaleciente, con luminarias y disciplinas, llamando la atención el que pasasen de quinientas las hachas, pues en aquel entonces en las procesiones sólo las personas de viso llevaban esta clase de luminarias y los demás solían, por regla general, ir con velas. La procesión se hizo en medio del mayor silencio y devoción. Salió del convento de Nuestra Señora del Carmen y terminó en el de San Agustín llevando en andas las Santas  insignias que luego fueron colocadas en el altar mayor entre muchas luces, y allí estuvieron durante quince días, diciéndose todos ellos muchas misas votivas y se hicieron durante todas las horas del día visitas como en Jueves Santo.

Y efectivamente, el 27 de noviembre, último de los quince días fijados en la revelación, pudo verse que ésta era cierta, que no fue obra de la fantasía de un fraile de Calahorra, pues desde entonces no ocurrió ningún caso de peste y los que existían, fueron curándose paulatinamente, como si se tratara de una enfermedad corriente.

Cumplidos estos quince días, volviese otra vez a llevar procesionalmente por la noche con penitencia y disciplina el santo simulacro, desde San Agustín a la iglesia del Carmen, y colocado allí, en la capilla de la Cruz, fue todos los años visitado oficialmente por el Excmo. Ayuntamiento, hasta que por una de esas gracias del liberalismo, fue suprimido ese convento, y se trasladó la imagen a la iglesia de San Agustín, donde hoy se venera.

Los enfermos que hubo durante el periodo en que se desarrolló la epidemia, fueron 344, de los que murieron 276 y sanaron 68, siendo mucho más la proporción de mujeres que de hombres.

No fue Pamplona, ni mucho menos, la población donde más víctimas causó la terrible peste. Pueblos hubo, como por ejemplo, Pasajes de San Juan, en la provincia de Guipúzcoa, que contando 500 habitantes tan sólo, en cuatro meses que duró la epidemia, quedaron “ciento treinta huérfanos de padre y madre, y ochenta de madre”.

A los buenos pamploneses, no nos cabe dudar un momento, que este milagro fin de la epidemia, cuando más en su apogeo se hallaba, se debió a la buena intervención de nuestro buen patrono San Fermín, a quien tantísimos y tan grandes favores debe nuestra querida Iruña.

¡Bien se lo pagamos, por cierto! Ya el Ayuntamiento, sintiéndose laico, no acompañará con la solemnidad de siempre a su Santo Patrono en su paseo triunfal por las calles de Pamplona, como ha venido haciéndolo desde esa época, en que por voto especial y en acción de gracias acordó hacerlo así.

Un año más tarde, el 2 de septiembre de 1600, los regidores acordaron colocar en sus veneras o medallas, al otro lado del escudo de armas, concedido a ciudad por el rey Carlos el Noble, la imagen milagrosa de las llagas en esta forma: “sobre fondo de oro, las cinco llagas de Cristo Nuestro Señor, esmaltadas de dolor rojo a modo de sangre, y por orla la corona de espinas de color verde”.

Con esta medalla, colgada antaño del cuello de los regidores por un cordón de seda negro, y de los ojales de sus levitas en estos tiempos, ha acudido siempre en corporación nuestro Ayuntamiento, con sus maceros y clarines a la iglesia de San Agustín, a postrarse ante el santo simulacro de las llagas, paseándolo procesionalmente por el interior del templo, para dar gracias a Dios Nuestro Señor por aquel señaladísimo favor que dispensó a la Ciudad en el mencionado año de 1599.

Medalla que llevan los ediles del Ayuntamiento de Pamplona, con la imagen de las Cinco Llagas al otro lado del escudo de armas, concedido a ciudad por el rey Carlos III el Noble 

Hoy, como gracias a Dios, somos oficialmente ateos, no nos creemos obligados a cumplir los solemnes votos de agradecimiento que hicieron nuestros antepasados. Este año, la Corporación Municipal, no irá a dar gracias al Señor, pero espero, que los pamploneses todos, acudiremos el Jueves Santo a pedir arrodillados ante esas misericordiosas llagas, como lo hicieron los regidores de antaño, que nos veamos libres de la peste de los cuerpos y muy principalmente y sobre todo de la pestilencia de las almas.

La insignia de las Cinco Llagas, dio lugar el año 1607 una denuncia fiscal de Su Majestad, pues creyó ver en las medallas y cadenas, una imitación a las insignias de la Orden del Toison de Oro, y como entonces estas cosas se llevaban a punta de lanza, puso pleito a la Ciudad, y los regidores se aprestaron a defender sus derechos. En aquel entonces existía en la villa de Oteiza un convento de Trinitarios, quienes, como es natural, deseaban fundar casa en Pamplona de la manera menos gravosa para sus intereses, y a ser posible, gratis. Para ello se dirigieron al Ayuntamiento, pidiéndole licencia para establecerse en Pamplona, y añadían, que se comprometían a servir en el Hospital, que entonces era de la Ciudad, en todo lo necesario, así en el orden espiritual como en el temporal, a los enfermos que en él hubiese.

La Ciudad, después de consultar a sus barrios, se negó a la petición, fundándose, en que había ya muchos conventos y en cada uno de ellos muchos religiosos y que “aunque por ahora parezca entran dichos religiosos en el hospital con motivo de servicio, se teme se perpetúen en él, y como no faltaría quien les ayudase, corría el peligro la Ciudad de perder el único patronato que tenía”. Y añadía a continuación, que siendo “los enfermos en su mayoría vascongados y los padres Trinitarios de diferente lengua, no podrían cumplir bien su cometido”.

No perdieron los padres Trinitarios la esperanza de conseguir sus anhelos, y la ocasión se les presentó con motivo del citado pleito de las veneras municipales. El prior de la orden, Fray Joseph de la Trinidad, hombre de muchos conocimientos e influencia en las altas esferas de la Corte y muy amigo del señor Virrey de Navarra, se prestó a influir a favor del Ayuntamiento, y logró obtener la autorización de Su Majestad, para que la ciudad pudiera utilizar sus medallas sin trabas ni entorpecimiento alguno.

El Municipio, en agradecimiento, concedió a los frailes el permiso para que pudieran establecerse en Pamplona, y ellos sentaron sus reales en la iglesia de San Fermín de Aldapa, y más tarde en 1664, en la Costerapea, o sea, en la campa que se extiende entre la cuesta de la Reina y el río Arga. Se bendijo la iglesia el día 25 de mayo de dicho año, y por eso es por lo que a ese terreno se le da el nombre de Trinitarios. Cuando la guerra contra la República Francesa en 1793, se destruyeron por cuestiones estrategia, todos los edificios situados extramuros de la ciudad, y entre ellos desapareció el convento de los P.P. Trinitarios.

Y aquí pongo fin a mi charla; en honor al tema, perdonar mis muchas faltas y permitidme antes de abandonar esta tribuna, vuelva a repetiros con insistencia, con verdadero empeño, el que vayáis todos el día de Jueves Santo a postraros ante la imagen de las Cinco Llagas, pues si queremos que Pamplona siga ostentando con justicia su título de Muy Noble Ciudad, hemos de procurar no empeñar su nobleza con el pecado más villano, cual es la ingratitud, y tal sería, no rendir gracias a Dios cumpliendo el voto de honrar las divinas Llagas de Cristo en reconocimiento de aquel grandísimo favor que se dignó otorgar a Pamplona con ocasión de la peste de 1599."

Premín de Iruña. 18 de Marzo de 1932

Vidriera del Ayuntamiento de Pamplona. Las cinco llagas y la corona de espinas se incorporaron al reverso de las medallas y la bandera de la ciudad.

Pues lo dicho, como yo no quiero ser un ingrato, siguiendo el consejo de mi padre, me uniré con gran entusiasmo a renovar el voto de las Cinco Llagas mañana jueves a las 17:30 en San Agustín, rogando por nuestra vieja Iruña a el simulacro de las Cinco Llagas que procesionará por dentro del templo y arropando a los ediles que pese a la fuerte ola laicista que intentan algunos pocos extender, tengan la deferencia y buen gusto de cumplir la promesa hecha por nuestros antepasados. Tranquilos que en breve publicaré, en respuesta a los correos que me estáis enviando a premindeiruña@gmail.com , la cancioncica de la procesión de Viernes Santo.

martes, 19 de abril de 2011

La insignia de Las Cinco Llagas (II)

Querido lector, ayer comenzaba la entrada semanasantera sobre la conferencia que el "aitacho", Ignacio Baleztena, dio sobre la insignia de la Cinco Llagas en el Círculo Carlista en 1932. Si no la leiste hazlo antes de ver la de hoy para que puedas seguir el hilo del relato, con el que continuo:

Detalle del manto de La Dolorosa con el escudo de Pamplona incluida la insignia de las Cinco Llagas
"...La peste en Estella.-

Veamos cómo y de qué manera entró y se desarrolló la peste en Estella.

Uno de los primeros días del mes de marzo del año 1599, vieron unos guardas de campo a una mujer de Oñate que se dirigía a Estella. Finos y galantes, le acompañaron a la ciudad, y uno de ellos le ofreció hospedaje en su casa. Enseguida se sintieron enfermos los dichos guardas, pero no dando importancia a su mal, continuaron haciendo vida normal, hasta que la enfermedad se agravó y fueron muchos los contagiados. Cundió la alarma en Estellla y en Navarra toda, y en 19 de dicho mes, la ciudad de Pamplona mandó a Estella dos comisionados; el licenciado Villaba y el doctor Arróniz; y abierta información, pudo verse y comprobarse, que la enfermedad que se desarrollaba en Estella, era peste con los mismos gravísimos síntomas que en Guipúzcoa.

Según datos que allí se conservan de aquella época, los síntomas de la epidemia eran, calentura, tabardillo, pintas morenas y verdinegras en las ingles, carbunclos, diviesos y ampollas en todas las partes del cuerpo.

Todos los pueblos al enterarse de la aparición de la peste en Estella, tomaron sus precauciones, cerrando la puerta de ellos a todas las personas de fuera, y así lo hicieron los de Puente la Reina, que pusieron dobladas guardias en los portales de la villa.

Pero a pesar de todas las preocupaciones, a los 10 ó 12 días de abril, se dieron algunos casos en el barrio del Crucifijo, donde por caer fuera del caso de la población, era más difícil de impedir la entrada de gente extraña.


De miedo que no se les permitiese la entrada en la villa, callaron los del barrio lo que en él ocurría, así es que no tardó la epidemia en hacer francamente su aparición en la villa causando muchas víctimas.

Al igual que en Estella, también en Puente fue una mujer la introductora del mortífero bicharraco. Aconteció, que caminando por el camino real de Pamplona a Estella dos mujeres guipuzcoana, de buen parecer, dice un papel de aquel tiempo, se encontraron con el vecino del barrio del Crucifijo Martín Peña, que les dijo que difícilmente les dejarían entrar a pasar la noche en Puente, pero que él las llevaría a su casa, y así lo hizo, sin decir palabra a nadie. Una de ellas tenía un hijo en Estella y le hizo saber cómo ella se encontraba en Puente. El hijo al saberlo, hizo un ato con sus camisas y ropas y se fue a ver a su madre, entrando de noche con gran misterio en la casa de Martín Peña, en donde permaneció algunos días. Al querer mudarse de ropas, desató el lío, y no fue pequeño el que armó en la villa, pues así como al abrirse la caja de Pandora, se extendieron por el mundo toda clase de calamidades, así, al abrirse el lío de las ropas, que ya venían contaminadas de Estella, esparció el microbio de la peste, que tan pesada broma dio a los vecinos de Garech.

De Puente pasó a Sorlada, Ollobarren, Urbiola y Obanos, y luego, más tarde, a pesar de las grandes precauciones que se tomaron, penetró en la ciudad de Pamplona.

La peste llega a Pamplona

Al tener ya la peste tan cerca de la Ciudad, los regidores de Pamplona tomaron toda clase de precauciones encaminadas a impedir la entrada de la epidemia en la población.

Se cerraron todos los portales menos tres: el de San Nicolás, Taconera y Abrevador, o sea, el de Francia, no se permitía la entrada en la ciudad a nadie que no trajese certificado de sanidad del pueblo de procedencia, y las ropas que traían, se les sometía a una rigurosa desinfección.

La aplicación de estas medidas era muy difícil de llevarlas con rigor en los barrios extramurales, y así como en Puente fue el barrio del Crucifijo donde empezó la enfermedad, aquí en Pamplona fue el barrio de la Magdalena el agraciado con tan triste premio. Y también, al igual que en Estella y Garés, una mujer fue quien la trajo.

Vivía en casa de la Parra o de Artozqui de la Magdalena, una mujer vasco francesa, labortana, con una hija y un nieto de tres años. Fue un día a Puente la Reina a vender hortalizas, y allí adquirió unos paños de color y una cortina. A los tres días de esto, en 28 de agosto de 1599, ya estaban enterradas en el cementerio de la basílica de la Magdalena abuela, hija y nieto. A los pocos días estaba infectado todo el barrio, y poco después, toda la ciudad.

Reunidos los regidores, empezaron en primer lugar a ponerse en manos del Creador, poniendo en El toda su confianza, pero como El nos dijo: “Ayúdate y te ayudaré”, así también, los representantes del pueblo pamplonés, hicieron todo lo que humanamente estaba de su parte, para atajar la marcha de la epidemia y procurar su desaparición. Empezaron por preparar una gran enfermería en la casa de las Tenerías de la Rochapea, y a ella mandaban a todos los que se sentían con los primeros síntomas de la enfermedad.

Vez el tratamiento a los que ingresaban en el lazareto:

Por la mañana, en ayunas, se les hacía tomar un cocimiento de triaca magna, metrideto, conservas de limones y escorconera con un trago de vino bueno. Luego, se les hacía sudar, dándoles para ello un medicamento cuya fórmula se conserva en papeles de la época, y se les echaba mucha ropa. Con el sudor aparecían al exterior los carbunclos o bubones, y sobre ellos se aplicaba una cataplasma madurativa y atrayente, compuesta de rayas de malvavisco y cebollas de azucena blanca, de cada cosa una libra. Dos manojos de hojas de malvavisco, un puñado de manzanilla y otro de aveldo, seis higos carnosos.

Se tomaban estos ingredientes, se cocían en agua y después de esprimirlos bien y majarlos en un mortero de piedra, se echaba sobre ello una libra de levadura vieja, dos onzas de harina de linosa y otras tantas de albochas, de harina de lentejas, de triaca magna, de andrómaco y a cada onza de amoniaco, galbano y medelio deshecho en vinagre. Sendas onzas de aceite rosado, azucena y Camila, cuatro onzas de manteca de puerco, y con todo ello bien compreso, se hacía una cataplasma. Al calor y contacto de ella, se abrían los carbuncos y se esclarificaban, sin ningún dolor por parte del enfermo. Y de alimento se les daba caldo de carnero y aves, vino poco y bien amerado y huevos pasados por agua.

Tal vez estas fórmulas hagan ahora sonreír a nuestros modernos galenos, pero según dicen las crónicas del tiempo, con ellas (con las crónicas no, con las fórmulas), se llevaron a cabo muchas curas.

Ya sabemos que la Divina Providencia está siempre al quite de los pobres mortales de buena fe y mejor voluntad, y en mil ocasiones ilumina, no sólo a los sesudos galenos, sino que descendiendo a las inteligencias de ignorantes curanderos les permite realizar curas maravillosas.


Su intervención se vio clara y manifiesta en la sorprendente cura aquella, llevada a cabo por un curandero de nuestra montaña Navarra de la que creo no se encontrarán precedentes en los anales de la cirugía mundial.

Tratábase de un curalotodo de nuestras montañas, que lo mismo recetaba un zuku de zorris para la ictericia, que un shishabelarra para sanar el riñón más averiado.

Pero su especialidad era la cura de los credos. Colocaba al paciente entre dos velas y él se ponía a dar vueltas alrededor rezando credos y credos al revés, empezando por el amén y terminando por el Credo.

A él acudió un infeliz mortal que tenía la columna vertebral echa un verdadero garabato. Ningún médico había conseguido, ni intentados siquiera, enderezar aquel interrogante óseo. Pero nuestro curandero, después de rascarse la cabeza por debajo de la boina, acabó por asegurar:

-¡Vah! Los biricas, si no están pudridos, eso fácil sí, ya curaremos lo q’es.

Y para conseguirlo, mandó poner al paciente en zarrigurri, le ató fuertemente a una tabla con la chepa hacia fuera. Se quitó despacio, despacio la blusa, la chamarreta, el chaleco, la elástica…, se remangó las mangas de la camisa y después de arrojar una catarata de saliva en las manos y restregárselas fuertemente, agarró una descomunal hacha tan afilada, que muy bien podían con ella afeitarse las cejas las estrellas de Holivood.

Empezó a dar vueltas como las aspas de un molino a su hacha, y en una de ellas ¡e…up!, la hizo pasar rozando casi la joroba del infeliz, que se estiró y pego contra la tabla con todas las fuerzas que prestan el terror y la desesperación.

-Quieto, si no te estás, cómo quieres curar que te hagamos. Quieto, quieto, te tienes que estar.

Así, de esta manera, repitió la operación unas veinte veces. Y fueron tantos y descomunales los estirones que daba el paciente para librare del hacha, que cuando le soltaron de la tabla se vio más tieso y thenthe que un uso.

Volvamos a nuestro tema..."

Y efectivamente mañana, si Dios quiere, volveremos con el tema para ver de una vez que tiene que ver todo esto con la insignia de las Cinco Llagas

lunes, 18 de abril de 2011

La Insignia de las Cinco Llagas (I)

Querido lector, como habrá disfrutado el "aitacho" viendo desde el cielo la emocionante procesión de La Dolorosa el viernes (como nos deleitaron los portadores bailándola aprovechando el buen tiempo) y la de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, sin corrrer el riesgo de que cientos de mocés, como manda la tradición,  le metieran sus palmas en los ojuelos. Ya metidos en plena Semana Santa voy a aprovechar para explicarte una tradición que quizá no conozcas bien, pero que Ignacio Baleztena se encargó de estudiar, conferenciar y publicar en 1932.  Para poneros en situación hay que ver el momento histórico. En 1932 estaban prohibidas por la II republica muchas muestras de culto público y mucho más participar a autoridades en actos religiosos. Pues bien, mi padre no podía quedarse tan tranquilo, así que acercándose el Jueves Santo, día en que el Ayuntamiento tenía que cumplir la promesa y voto de las Cinco Llagas, cosa que estaba prohibida, él programó una conferencia en el Círculo Carlista precisamente narrando la historia y avatares de dicho acto. Y posteriormente lo publico en un libretico que reproduzco a continuación:


Libreto con la conferencia dada en el Círculo Carlista por Ignacio Baleztena sobre "La insignia de las Cinco Llagas" en 1932

"LA INSIGNIA DE LAS CINCO LLAGAS


Conferencia que Premín de Iruña dio en el Círculo Carlista de Pamplona
El 18 de marzo de 1932



            Ya comprendo, queridos y pacientes amigos, que el ocupar yo una tribuna desde la que ilustres y competentísimos oradores han deleitado el espíritu de sus oyentes al desarrollar interesantes temas de gran actualidad todos ellos, constituye un acto de osadía, rayana ya en la frescura.

            Mi papel en estos momentos, y perdonar la taurina comparación, se parece a la de esos inconscientes espontáneos que saltan al ruedo cuando en él están actuando los primeros ases de la baraja taurómaca.

            Naturalmente, los pobrecillos no hacen otra cosa que poner en relieve su pluscuamsupina ignorancia en el divino arte. Una cosa buena tienen sin embargo estos pobres aspirantes a peleles; y es que su faena suele ser muy corta; así también será la mía, pues os prometo y alegraos de la noticia; voy a ser breve.

            Quiera Dios, y en El y en vuestra benevolencia confío, que mi salida al final de la faena, no sea parecida a la de los susodichos espontáneos. O a la enfermería en brazos de monosabios y agarrapatas, o a la delega conducido a empujón limpio por los agentes de la autoridad. De lo primero creo librarme, pues por desastrosa que sea mi actuación, se me figura que no llegareis a la agresión personal y que las sillas y veladores permanecerán en sus puestos, sin ser lanzados contra el cutis de éste vuestro amigo y servidor que estrecha vuestras manos; y en cuanto a lo segundo espero, que esta mi inocente charla, no dará lugar a la actuación del digno representante de la autoridad gubernativa.

            No quiero que la ley de la defensa de la República, que al igual que la espada de Damocles, pende sobre nuestras cabezas, caiga sobre la mía, que aunque modestita e insignificante me hace mucha falta, no tengo otra de repuesto y me sería muy difícil poderla sustituir, aunque yo lo deseara, por otra de mayor cacumen.

            Voy a hablar, de cosas viejas de nuestra querida Iruña.

            Ya me parece que oigo decir a muchos. – Sí, sí, buenos están los tiempos para historias- Pero qué queréis, en esta nuestra gran familia jaimista, todos estamos obligados a hacer algo, a lucir nuestras habilidades,  al servicio de la Causa. Aquel que sepa mover curriños para entretener honestamente a los hijos de los socios en veladas que les aparten de otros espectáculos poco recomendables, debe hacerlo. Quienes tengan aptitudes y agilidad para formar comparsas de espatadanzaris, que amenicen nuestras giras y mítines carlistas, su deber es organizarlas…, los que sirvan para dirigir su elocuente palabra en actos de propaganda, que mitineen, los escritores, que poñoleen… Yo sólo se historias del Viejo Pamplona, y de ese mi pobre saber, os voy a relatar un episodio que quiera Dios no lo olviden nunca los buenos pamploneses.

            Debe pasar entre nosotros, como en aquel monasterio del que nos habla la historia. Sucedió, que un pobre acróbata de feria que recorría los pueblos luciendo sus habilidades, al llegar a una villa donde se celebraban las fiestas patronales, fue a la función religiosa, y al oír el sermón que dirigía a los fieles un elocuente orador sagrado, sintió que la divina gracia llamaba a las puertas de su corazón; el pobre titiritero las abrió de par en par, y no tuvo desde entonces más pensamiento que abandonar el mundo, e ingresar en el primer convento en el que quisieran admitirle como al último de los hermanicos.

            Y así sucedió. Entró en un Monasterio en el que santos y sabios varones dedicaban todas sus energías y las dotes que les otorgó la Providencia, al mayor servicio del Señor. Unos, escribían obras de filosofía, de moral…, otros, pintaban sorprendentes cuadros e iluminaban con maravillosas miniaturas códices y libros, aquellos, preparaban sus sermones, en una palabra, todos estaban ocupados en grandes y piadosas obras.

            Nuestro hermanico, el pobre, se sentía cada vez más pequeño, más insignificante, pero queriendo hacer él algo en obsequio de Dios y su Santísima Madre, se fue un día a la iglesia del convento, a la hora que se hallaba solitaria, y arrodillándose ante una milagrosa imagen de Nuestra Señora, le dijo con toda ingenuidad.

            -Madre mía; yo no se nada. No se escribir, ni pintar, ni echar sermones; mis padres solo me enseñaron a hacer volatines y dar volteretas, y eso creo que lo hago bastante bien; ¿me permitirás Virgencica mía, que te dedique todos los días una sesión de mis habilidades.

            Y el pobre leguito, remangándose el hábito, empezó como un desesperado a hacer cabriolas, contorsiones y saltos mortales, hasta caer derrengado; y vio entonces con gran sorpresa, que la sagrada imagen premiaba su labor con una dulce sonrisa.

            No espero como el lego de los volatines, ver dibujarse en vuestros semblantes sonrisas de satisfacción, pero como termine mi charla sin que ninguna boca se abra para modelar un bostezo de aburrimiento, me daré por muy satisfecho y bien pagado.

            Y ahora amigos carísimos, haced trabajar vuestra imaginación y trasladaos con ella a los tiempos en que nuestra ciudad era, no la capital de una provincia de tercera categoría, sino la Muy Noble y Muy Leal Ciudad, cabeza del Ilustrísimo Reyno de Navarra. Y en los que, la gloriosísima España, habiéndose apoderado del rey de los astros, lo llevaba sujeto al extremo de su cetro, como un sereno que cuelga un farol en la punta de su chuzo, y le obligaba a iluminar a todas horas sus vastos dominios, para ver en qué lugar por recóndito que fuera, no se había aun plantado el santo signo de nuestra redención. Ese signo que hoy se ve menospreciado, perseguido y arrancado de los templos de la enseñanza, de la justicia y beneficencia, y del que sólo se acuerdan para pretender utilizarlo como motivo de atracción de turistas desocupados, paseándolo por las calles rodeados de soldados armados de hojalata, nazarenos de pega y judíos…, de corazón desgraciadamente muchos de ellos, como si se tratara de una falla, una comparsa de gigantes o una estudiantina.

Transportémonos, pues, como digo, a aquellos tiempos y veamos las tristes hazañas que en nuestra patria realizó Ruedamundo.

            ¿Qién era Rodamundo?

            No era como su nombre parece indicar, un rey visigodo o longobardo de esos que se dedicaban al dulce esport de cometer las mayores majaderías y atropellos. Nuestro Rodamundo era, un falipote o navío mercante de inofensivo aspecto al parecer; pero sonríanse ustedes de las apariencias. Este barquito iba a producir en España más muertes y calamidades que cuantas llevaron a cabo los submarinos de Von Tirpitz durante la guerra mundial.

Este navío, era mandado por el capitán Gerente, de nación gallego. A fines de octubre de 1597, se hallaba anclado en el puerto de Dunquerque, ciudad perteneciente entonces a Flandes, ocupado por los españoles. En este puerto se había declarado la peste bubónica, y los industriales de telas, industria que continua la base de la riqueza del país, ofrecían sus géneros a precios baratísimos, ante el temor de que muy pronto se cerraría el puerto y quedaría prohibida la entrada y salida de barcos dedicados a este comercio.

            Nuestro capitán pudo adquirir a muy bajo precio un buen cargamento de telas, y se apresuró a levar anclas, antes de que las medidas sanitarias se lo prohibiesen. En el camino se encontró con otro barco español, mandado por Bartolomé de San Johan, vecino de Castro, que también llevaba cargamento de telas adquiridas en Calais, ciudad en la que también había hecho su aparición la peste, aunque no con tanta intensidad como en Dunquerque.

Los dos capitanes se dirigieron a España, abordando en Santander el primero y en Castro el otro. Ambos se dieron prisa en vender su cargamento, pues temían, y no sin razón, que había de prohibirse la venta de toda clase de mercaderías procedentes de los puertos infestados.

En Santander se desarrolló al punto una mortífera peste, que según crónicas de la época, casi despobló la ciudad; y en Castro, también hubo muchos atacados, aunque con menos gravedad que en Santander.

De allí pasó a las Montañas de Castilla la Vieja, Asturias, Galicia, y habiendo cejado por algún tiempo, volvió a reproducirse en Burgos, Valladolid, Sevilla, todo Portugal. Madrid y las principales poblaciones de ambas Castillas.

Por los últimos días del mes de julio de 1597, se declaró la peste en San Sebastián y Fuenterrabía, a causa de unas telas vendidas por unos marineros que vinieron de Castro. Pasó luego a Bilbao, se extendió más tarde por la Universidad de Oñate, y de allí nos vino a Navarra, principiando por Estella.

Hemos visto como la codicia de unos capitanes de barco, fue la causa de la entrada de la peste bubónica en España. La galantería, más o menos interesada de unos guardas de Estella, hizo que la enfermedad se nos metiese en Navarra.

Un cantar español, que es como para echar por tierra la proverbial galantería de nuestra patria, dice:

                                  
Una mujer fue la causa
                                   de nuestra perdición primera.
                                   No hay perdición en el mundo
                                   que de mujeres no venga.

Yo no estoy conforme, ni mucho menos, con este cantar, pero hay que confesar, que en el caso que nos ocupa, la mujer fue quien nos trajo, oculto entre los pliegues de sus ropas, al mortífero microbio de la peste.

Ya dejamos dicho, cómo vino el germen de la enfermedad a España en las telas de Flandes. Como las mujeres de aquel entonces llevaban tanta tela en sus faldas, vasquiñas y refajos, daban albergue en ellos a millones y quinquillones de microbios y al arrastrar sus largas faldas por el suelo, dejaban en él el germen de la enfermedad.

Hoy día, con la moda de las faldas cortas, ha desaparecido este peligro; pues contadísimo número de microbios puede alojarse en un vestido moderno de mujer, en cuya confección entra menos tela que en un pañuelo de esos que asoman sus perfumadas puntas por los bolsillos de los pollos peras.

El día de mañana, ¡chi lo sa!; pues si Mr. Paquin o cualquier modisto de París, lanza a la calle otra vez la moda de las faldas largas, mangas y cuellos de poderosa largura, ya tenemos al devoto sexo más obediente y sumiso a las órdenes de Paquin, que lo que hasta ahora ha estado a consejos y mandatos de obispos y padres espirituales.

La peste en Estella.-

Veamos cómo y de qué manera entró y se desarrolló la peste en Estella..."

Y para no prolongar en demasía esta entrada, mañana si Dios quiere, seguiremos con la narración de como se expandió la peste por Navarra y que tiene que ver todo esto con las Cinco Llagas.